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Cualquier amante de la música visualizará de inmediato las portadas de los siguientes discos: London Calling, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, The Velvet Underground & Nico, Nevermind, Unknown Pleasures… Sin embargo, dudo mucho que recuerdes la imagen de la cubierta del Quijote, Cien años de soledad o El señor de los anillos, pero sí lo harás con la de El Principito. Bueno, pues sobre la importancia de la imagen de la cubierta versa este artículo

Aquí te contaré su origen, para qué se inventaron las cubiertas y cómo evolucionaron con el paso de los siglos. Ya sé que parece un tema aburridísimo, por lo que lo amenizaré con mis comentarios característicos, siempre y cuando me lo permita la pedantería.

Por qué es cubierta y no portada

En realidad, un libro tiene tanto cubierta como portada. De hecho, la cubierta reproduce los datos de la portada, que es la hoja del libro donde aparece el título, el nombre del autor y el lugar de impresión.

Sin embargo, la tapa que cubre y protege el manuscrito, portada incluida, se llama cubierta. Es decir, su función es similar a la de la portada (o carátula que, a su vez, es sinónima de cubierta) de los discos. Parte de esta confusión proviene, principalmente, de que los pueblos antiguos no escucharan música en vinilo.

Para entendernos:

  • Libro: Cubierta o carátula.
  • Disco: Funda, portada o carátula.

Las primeras cubiertas

Desde antes del siglo V a. C., el budismo se extendió por toda Asia como las varillas de un abanico. Esta metáfora no es gratuita, ya que los monjes portaban los textos sagrados en hojas de palma rectangulares que semejaban a la tela del citado ventilador manual. Para protegerlos, los ataban a un trozo de madera decorado o tallado, que define a la perfección la función de una cubierta.

Algo similar hicieron los egipcios (II milenio a. C.) con sus papiros —un soporte procedente de una hierba (Cyperus papyrus)—, que los enrollaban en piel de Pérgamo donde, a veces, aparecía el nombre de la obra.

«El material era tan grueso y áspero que me pregunté si los pobres egipcios también habían tenido que usar papiro de váter. En ese caso, no me extrañaba que caminasen de lado».

Rick Riordan – La pirámide roja.

Rollos y códices

Supongo que habrás deducido que el nombre del último material corresponde al pergamino, que reemplazaría más tarde al papiro por su solidez y durabilidad. No en vano, se fabrica con la piel de reses jóvenes (la de las viejas es más dura a la hora de coser), aunque conviene distinguir entre «vitela» (piel de ternera o becerro) y «pergamino» (resto de animales).

De pronto, los romanos (¿qué han hecho los romanos por nosotros?) cambiaron la historia de la literatura con unas tablillas atadas que recordaban, en cierta manera, a las indestructibles de arcilla que usaron los sumerios. Fabricadas de madera (de ahí el nombre de «códex»: tronco de árbol) y recubiertas de cera de abeja, ofrecían un formato más cercano al libro actual, porque el pergamino, ya fuera en vitela o estándar, se guardaba en rollos.

Más tarde, estas tablillas se sustituyeron por vitela o pergamino, a modo de hojas atadas, con el nombre de la obra y el autor en la portada. Y, para protegerlas de la degradación, las cubrieron con unas tablas.

El caso es que la cubierta de los códices (o códex) no era obligatoria. Tan solo las obras importantes (la Biblia, especialmente) se encuadernaban. Eso sí, daba gusto ver las tapas de aquellos tiempos, con piedras preciosas, marfil, oro… Incluso era habitual encargarlas para lucirlas; algo similar a las carcasas de los móviles en nuestra era, pero con más gusto.

España cambia de papel

Si bien el pergamino y la vitela daban un excelente soporte a la palabra escrita, también sufrían con la humedad. En otras palabras, los libros se hinchaban. Es por esto que la cubierta añadió unos cierres metálicos que evitasen males mayores a los códices.

Entonces, España revolucionó el mundo editorial en el siglo XI mediante un soporte que había nacido en China (II a. C.), se había mejorado en Japón, pasó a Asia Central, lo adoptaron los árabes y estos lo introdujeron en nuestro país después de conquistarnos: el papel.

Vamos, que nosotros no hicimos nada, pero sin nosotros nunca hubiera llegado al resto del viejo continente. ¿Alguien nos ha dado las gracias por ello? Claro que no. Europa, qué ingrata que eres.

Prosigo. Este nuevo material no solo resultaba más barato, sino que, además, resistía la humedad. Un verdadero hallazgo que, empero, carecía del glamur de la vitela. Hasta que Gutenberg, observando las prensas de uva en su Maguncia natal, tuvo una idea que cambiaría la palabra «códice» (textos manuscritos) por «libro» (textos impresos).

La irrupción de la producción de libros en serie favoreció el empleo del papel sobre el pergamino o vitela, en vista de que una Biblia requería 140 terneras para su elaboración. También, con el material de las cubiertas, por cierto. A partir de 1500, un tipo de papel más grueso y tosco, llamado cartón, se impone a la madera.

De esta forma, nació la tapa dura, que reemplazó la pedrería por la tela o el cuero. Empero, la importancia de la imagen de la cubierta seguía siendo ignorada, puesto que su función principal consistía en proteger, no en atraer.

Nace el diseño gráfico

Basta echar un vistazo entre las páginas de los códices para admirar la labor de los primeros ilustradores. Sin embargo, el mundo editorial tuvo que esperar a finales del XIX para disponer de un sistema de impresión adecuado de ilustraciones de medios tonos y litografía multicolor.

Aquí destacaron dos movimientos: el Art Nouveau y el Arts and Crafts, además de los vanguardistas rusos, que aplicaron el diseño de carteles a la recia y fría cubierta de los libros. El primero en mostrar este estilo fue The yellow book, una revista cuatrimestral dedicada a la estética, literatura y arte, donde Aubrey Beardsley inició una tendencia que transformaría a las cubiertas en herramientas de ventas.

Así, llegamos al siglo XX. En concreto, a 1935, cuando Penguin le cambia el adjetivo de «dura» a «blanda» a la cubierta para lanzar al mercado el libro de bolsillo. Es entonces, en este momento, cuando las cubiertas adquieren una identidad y una funcionalidad propia, como podrás comprobar en tu librería de un simple vistazo.

El único problema es que, según la editorial que publique un libro, adaptará la imagen original a su libreto de estilo o a los gustos de los lectores de un país. Por lo tanto, es normal que encuentres un mismo libro con diferentes cubiertas, algo impensable con la portada de un disco.

La importancia de la imagen de la cubierta

Después de haberme pasado las reglas del SEO por donde la espalda pierde su casto nombre, llego al apartado que da título a este artículo: La importancia de la imagen de la cubierta. Actualmente, un libro lo construyen dos personas: quien lo escribe y quien lo ilustra.

En mi caso, la increíble Anabel Cambero ha puesto cara a mis palabras en La revolución de los borrachos y en Las increíbles aventuras de Mr. Flowers, además de en la próxima novela que saldrá a la venta en breve. Su trabajo habla por sí solo.

Otra opción de la que dispones es la fotografía, como hice en Mambo, mafia y cha cha chá por motivos que no te interesan saber, cotilla. No obstante, puedes comparar el resultado final para juzgar qué estilo te gusta más.

Si en el pasado las cubiertas protegían a los libros, ahora los abren de par en par a los compradores. Entre la miríada de obras que existen, una cubierta atractiva es lo más parecido a cruzarte con un conocido en la Gran Vía madrileña: dejas de ver replicantes al instante.

Por lo tanto, presta la misma atención a la cubierta que al contenido de tu novela para eludir la alienación del anonimato. Confía en una persona que sepa tratar la imagen con mimo y cuidado en caso de que el diseño no sea lo tuyo. Sobre todo, si te gusta la Comic Sans para el título.