Después del Nobel de Literatura que la Academia (la sueca, no la buena, la del West Ham) otorgó a Bob Dylan, el mundo de las letras sigue de enhorabuena con la polémica. Al final, Carmen no molaba tanto, puesto que ni era una mujer ni tampoco una sola persona, independiente y completa. Mira, todavía no he pasado de la introducción y ya tiemblan mis dedos de emoción, ansiosos por repartir palos de verdad sobre este tema.
Crónica de un tongazo anunciado
Quien conozca un poco el submundo del escritor desconocido, sabrá que la única esperanza (hay dos, en realidad) que tiene de que su trabajo se comercialice depende de la obtención de un premio literario. Por desgracia, la mayoría de ellos están amañados. Incluso los más modestos. Todavía recuerdo uno de un pueblo donde el ganador siempre es el mismo funcionario de su ayuntamiento. No sé a qué espera Leonor de Borbón para entregarle el Princesa de Asturias de las Letras, en serio.
En lo que respecta al Planeta, la adjudicación del premio está determinada desde enero, para entendernos. A veces, el galardón se concede a autores consagrados como reconocimiento por su carrera. Otras, a escritores menos conocidos, pero que han publicado previamente en Planeta, en una editorial de su grupo o que guardan relación laboral con alguna empresa de comunicación del mismo medio.
Dicho de otra manera, a ti no te lo van a dar. No importa que se trate de un concurso abierto a todo el público. Si no cumples alguno de los requisitos mencionados en el párrafo anterior, ni te molestes en mandar tu obra. El Planeta es una herramienta con la que orquestan un prestigioso autobombo y autoplatillo a su propia cartera de autores para subir las ventas.
A menos, claro, que tengas contrato con una editorial grande de la competencia y Planeta tenga interés en quitarle a un escritor de éxito. Precisamente, lo que ha sucedido con Carmen Mola, que pertenece (pertenecía) a Penguin Random House. O, quizás, es solo casualidad que hayan aumentado la dotación del premio este año.
Riña de gatos, gatas y gates
Cuando Carmen Posadas anunció el nombre del ganador del galardón planetario, los espectadores descubrieron que, al final, Carmen no molaba tanto. En lugar de una mujer, icono de la literatura femenina española, subieron tres hombres a recoger el premio.
La escena puso de uñas a muchas personas. En esta época donde hay que andar con pies de gato con el tema del género, la estrategia y difusión que han seguido los creadores de Carmen Mola resultan, cuanto menos, cuestionables. Aun así, no se trata del único caso en el que un hombre se hace pasar por mujer para que le publiquen en España, pues Sergi Puertas ya hizo lo mismo antes. Eso sí, con un impacto mediático infinitamente menor.
De esta manera, la gala del premio Planeta 2021 nos ha enseñado los trajes de gala y los trapos sucios de las editoriales en formato HD. Lo siento, tengo que decirlo: GRACIAS. Aunque, por otro lado, ¿hasta qué punto es criticable este comportamiento fronterizo entre lo rastrero y lo lícito, reflejo de la sociedad en la que vivimos?
La sombra del capitalismo es alargada
Estoy seguro de que, alguna vez, has escuchado a tu jefe decir esto: «Tienes que verlo desde el punto de vista de la empresa». Ignoro el motivo, pero, cada vez que lo oigo, me imagino a Kafka riéndose en su tumba. Más que nada, porque esta frase —equivalente empresarial al argumento ontológico del cristianismo— exime de toda culpa a quien la emplea.
En el asunto que nos atañe, observo tres paradigmas de la ética del particularismo moral que desarrolló Jonathan Dancy. Uno, las tácticas arteras para arrebatar talentos entre empresas. Dos, las políticas de publicación que manejan las editoriales. Y, por último, la apropiación cultural de, en este caso, un género. Y no me refiero al literario.
«Bueno, en primer lugar, dime: ¿hay alguna sociedad que conozcas que no funcione con la codicia?».
Milton Friedman, durante una entrevista en el programa de Phil Donahue (1979).
El beso de la editorial araña
Una editorial se dedica a vender libros y, como todo negocio que se precie, debe ser competitiva. Al fin y al cabo, las reglas de El club de la lucha (Chuck Palahniuk) en el mundo empresarial determinan que hay que obtener beneficio über alles. En caso contrario, minimizar las pérdidas lo máximo posible.
Por eso, cuando los empresarios escuchan un proyecto, se preguntan: «¿Qué gano yo con esto?». Si aplicas esta mentalidad a Planeta, la concesión del premio a Carmen Mola resulta más que rentable. Es más; incluso la polémica que ha suscitado les favorecerá en poco tiempo. Ahora verás por qué:
- Añaden un nombre de moda y que vende mucho a su cartera.
- La polémica significa presencia mediática gratuita previa a la emisión en Atresplayer Premium (Grupo Atresmedia, que pertenece al Grupo Planeta) de la serie La novia gitana. En efecto, el primer libro de Carmen Mola.
- Liberan a los tres autores de «un secreto abrasador». Al final, Carmen no les molaba tanto.
- Pierden al público objetivo previo, pero se la suda. Disponen del suyo, que incluye a toda América. También, los derechos para cine y televisión.
- Como han revelado la verdadera identidad de Carmen Mola, la responsabilidad de traicionar a la literatura femenina corresponde a Penguin.
Visto de esta manera, Planeta no solo ha reconocido el trabajo de unas personas con un galardón muy prestigioso, sino que, además, ha corregido un mal lamentable.
«Cuej, cuej, cuej».
Las guerras de nuestros antepasados, Miguel Delibes.
Empero, el premio esconde una humillación pública a un rival. Los ejemplares que las librerías han retirado de la venta pertenecen a Penguin. Piensa qué gana Planeta con esto. Y también reflexiona unos instantes sobre la necesidad de glorificar a «una autora» igual de comercial que de convencional.
El mismo libro de todos los veranos
Supongo que este es un buen instante para confesar que no he leído ninguna de las obras implicadas en la controversia. Dichoso yo, pues así mi valoración resulta más profesional que la de alguien que lo haya hecho y las haya analizado en profundidad. No es prepotencia. Se llama «criterio editorial».
La política de publicación que llevan las editoriales españolas es muy conservadora. Si un género funciona fuera, lo publican hasta la saturación con el fin de exprimir lo máximo posible esa moda mientras aparece la siguiente en otro lugar del planeta. Vamos, que somos como el mono de Lord Flea & his Calypsonians. El puesto de referencia de nuestra literatura en el extranjero lo conservarán Cervantes y Lorca hasta el Ragnarök.
«Tal vez la luna aprenderá, cansada de costumbres cortesanas, otro paso de danza».
«El gato y la luna» en Los cisnes silvestres de Coole, William B. Yeats.
Hablando de cosas vikingas, aquí entra en escena Stieg Larsson y su trilogía de títulos largos con una protagonista inolvidable (Lisbeth Salander). Desde que Milennium modernizó la roman noir, el mercado rezuma aroma escandinavo. A decir verdad, son obras que combinan muy bien con las casas del siglo XXI: autores nórdicos en estanterías de Ikea.
No es de extrañar, por lo tanto, que la novela negra se aupase al cajetín más alto del podio en las listas de ventas, flanqueada por la novela romántica y la histórica. Momento propicio, pues, de activar al equipo táctico patrio para encontrar a una Karmen Mölasson que traslade la negrura boreal de Fjällbacka o Kiruna a una ciudad española.
La editorial de las bragas de oro
En cuanto Åsa Larsson y Camilla Läckberg confirmaron que la moda no sería pasajera, las editoriales buscan autores nacionales con potencial económico dentro del género. Es decir, aquellos que destaquen por sus ventas, que hayan ganado un premio o que cuenten con muchos seguidores en las redes sociales (la otra esperanza para publicar).
Este sistema, en román paladino, implica que los candidatos realizan el trabajo de promoción y ampliación de mercado de una editorial, gratis. En lenguaje empresarial, se dice «subcontratación y optimización de recursos».
¿Te has dado cuenta de que no he hablado de la calidad literaria? Porque es irrelevante. Mientras el autor cumpla los requerimientos del primer párrafo y su obra tenga la temática y el estilo adecuados, da igual lo demás.
Bueno, no es cierto. La regla número uno para publicar consiste en que el libro enganche a los lectores desde el principio. Por lo tanto, la editorial emplea las diez / veinte primeras páginas (o el primer capítulo) como prueba de calidad del libro. Y tienen que ver esto:
- Una temática que trate sobre la investigación de un crimen. Cuanto más sórdido, mejor.
- El personaje principal debe tener problemas personales. De nuevo, cuantos más, mejor.
- Un estilo narrativo directo. Cuanto más cortas y sencillas sean las frases, mejor.
A diferencia del estilo de escritura, la trama tiene que ser enrevesada. Eso es, cuanto más, mejor. En general, ningún escritor la resuelve bien, ya que se olvidan de cosas por el camino o se pierden ellos mismos.
Ningún problema. Mientras haya giros inesperados que despisten (perdón, sorprendan), además de sangre, sexo, drogas, alcohol, corrupción y prostitución en el texto, se acepta. ¡Ah! Y muertos. Cuantos más, mejor. Los muertos nunca decepcionan.
Todo esto, según las editoriales, es lo que demandan los lectores.
Réquiem por un escritor español
Dicen que está mal, pero las editoriales juzgan a un libro por su portada ( «cubierta», en realidad). Porque, aparte del título, aparece un nombre. Casi siempre, el de un hombre.
A lo largo de la historia, muchas mujeres han recurrido a un pseudónimo masculino para que las tomasen en serio. Como Dolores Redondo, ganadora del Planeta 2016, cuyo nom de plume era John Hawkins. El toque guiri también es un buen recurso, de hecho. Yo mismo intenté publicar Las increíbles aventuras de Mr Flowers bajo el nombre de Giuseppe Portofiori, pues una novela romántica siempre llama más la atención si el nombre es italiano. Infaustamente, la burocracia y la tecnología me lo tiraron.
Céntrate, que te vas… Perdón. El caso es que hay el doble de nombres masculinos que de femeninos publicados en España. Empero, el trabajo analítico de las editoriales ha descubierto algo que cualquiera que viaje en metro sabe desde hace años: las mujeres leen más que los hombres.
Es más; voy a matizar este punto. Las mujeres leen literatura de ambos sexos mientras que raro es el hombre que roza con los dedos algo que haya escrito una autora, como si su lectura resultase perjudicial para su masculinidad. En efecto, hay mucho desprecio heredado del pasado.
Las editoriales, en vista del perfil de sus consumidores, actúa en consecuencia. No es una cuestión de igualdad; es mero interés comercial. Así que, prefieren obras firmadas por una mujer antes que por un hombre.
«Dile que, la próxima vez que quiera hablar conmigo, no mande a un marsupial».
Gun, with occasional music, Jonathan Lethem.
Ante este cambio de estrategia comercial, tres escritores varones se unieron para cometer nuevos crímenes literarios, siguiendo las nuevas reglas del juego.
Los hombres que no amaban a las mujeres
No comprendo cuál es el problema de que el proyecto Carmen Mola haya causado tanto revuelo. Es que tú no lo puedes entender porque eres un tío. Vale; pues tú tienes que verlo desde el punto de vista de la empresa. En este caso, la formada por los autores. ¿Ves qué práctica es esta frase?
Situación: tres hombres se juntan para escribir una saga de novela negra. Conocen el mundillo, poseen contactos, tienen experiencia y están al corriente de los requisitos de estilo. Su objetivo es publicar y vender, pero son conscientes de las preferencias editoriales. Por lo tanto, al igual que han creado a Elena Blanco, desarrollan otra identidad ficticia para la autora; un misterio dentro de otro misterio. Así surge Carmen Mola, ama de casa de día, escritora macabra de noche.
¿Esto es aprovecharse del tirón de la literatura femenina? En absoluto. Se llama «adaptación al medio», en lenguaje empresarial. Ahora, veamos lo que hace la editorial.
Para ello, recuerda la primera pregunta que se hace cualquier negocio: qué gano yo con esto. Lo que Carmen Mola ofrece es la versión hispana de Elena Ferrante, escritora superventas italiana que publica bajo pseudónimo. Esto les permite imitar algo que ha funcionado muy bien dentro y fuera de nuestras fronteras. Tal vez sospecharan del engaño, aunque, si solo leyeron el inicio del libro, igual se lo comieron.
De todas formas, no creas que defiendo esta postura que, casualmente, coincide con la que muestran los autores en público. Personalmente, considero hilarante la estrategia que han seguido, ya que me parece llamativo que nadie se haya percatado de este detalle: tres tíos se han forrado tras copiar el guion de Tootsie. O el libro de Madame Doubtfire, de Anne Fine. Al final, Carmen no molaba tanto, ¿eh?
Su nombre no era el de todas las mujeres
Pese a todo este razonamiento corporativo, apuesto a que casi te convenzo, pero guardarás cierto escepticismo al respecto. Es normal; he enfrentado un argumento universal contra tu pensamiento individual para desestabilizar tu lógica.
Trataré de no azufrarte demasiado el cerebro ahora. La polémica de Carmen Mola deriva de una dicotomía moral. Por un lado, están la editorial y el feminismo, que funcionan con normas heterónomas. Es decir, unas reglas impuestas, autoritarias y universales que se aceptan a ciegas. Por tanto, mientras se cumplan (obtener beneficios), sus acciones serán correctas. De no ser así (usurpar el puesto de una mujer), denuncian la incorrección y reaccionan en consecuencia.
Por el otro, estáis tú y los «señoros», con un razonamiento autónomo. Es decir, un código moral basado en vuestras propias decisiones. De esta guisa, lo que a ti te parece una acción inmoral (está mal, te indignas), ellos y otros lo ven como amoral (es interpretable, pasan).
Para comprenderlo mejor, compara el caso de Sergi Puertas con el de los creadores de Carmen Mola. El primero fingió ser mujer debido a su desesperación por publicar. Los segundos, por ambición, palabra clave durante una entrevista de trabajo. Ambos casos muestran la misma usurpación de género para lograr un objetivo personal.
Empero, sesgamos nuestra interpretación moral, mostrando mayor disposición a perdonar a Sergi (amoral) que a los otros (inmorales). Aun así, ¿seguirías pensando que habían hecho algo mal si hubiesen fracasado?
Pues su triunfo es lo que valora el pensamiento empresarial, castigando su «falta de sensibilidad moral» (traducido: amoral) con el Planeta más alto de la historia y la retirada de las obras de la competencia en las librerías feministas.
Por cierto, si crees que la política editorial cambiará después de esto, te responderá un libro de Carmen Laforet: Nada.