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Nuestro planeta, los péesedes de Photoshop, la lasaña y mi novia en invierno tienen una cosa en común con Ulises: la acumulación de capas. Una la has visto en el artículo sobre la historia de Irlanda. Ahora, James Joyce: retrato de un escritor insurgente (segunda parte) te descubrirá el resto.

Para tan magno propósito y como cotilla que soy, he indagado en la vida e influencias del autor. Y, bueno, bueno, bueno… De lo que he me enterado. Es más; tengo tantas ganas de contártelo que se me cruzan los dedos en el teclado.

¡Ah! Cuando termines la lectura, no te olvides de desfibrilar el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular ni de compartir esta sublime revelación intelectual por tus redes sociales. Namasté de antemano.

Un inicio muy casual

Adeline Virginia Woolf nació el 25 de enero de 1882 en Londres. Una semana después (2 de febrero), la vida escuchó el vagido de James Augustine Aloysius Joyce en Dublín. Si crees que aquí acaban las coincidencias entre estos literatos, prepárate para llevarte una sorpresa MAYÚSCULA.

  • Hasta su matrimonio con Leonard Woolf, la autora británica se apellidaba Stephen, y el seudónimo del escritor irlandés (pero británico entonces) era Stephen Dedalus.
  • Sus familias, bien acomodadas, los consideraban genios.
  • Los dos se rebelaron contra el sistema dominante.
  • Sufrieron fuertes depresiones.
  • Se casaron por amor con gente de clase inferior.
  • Experimentaron con el discurso de la mente en sus obras.
  • Renovaron el uso de la lengua inglesa.
  • Asociamos a Virginia con un faro (el de Godrevy, en St. Ives, Cornualles) y a Joyce con una torre marina (el martello de Sandycove).
  • Sus obras se consideraron obscenas; su estilo de vida, escandaloso.
  • Padecieron las consecuencias de una enfermedad mental: ella, trastorno bipolar; la hija de Joyce, esquizofrenia.
  • Murieron el mismo año (1941): ella, ahogada en un río; él, ahogado por el alcohol, que le provocó una úlcera duodenal que derivaría en una peritonitis, idéntica causa de fallecimiento que Stella, hermanastra de Virginia.

Con tantos elementos artísticos y personales en común, es normal que T.S. Eliot recomendase encarecidamente a la escritora inglesa que se leyera Ulises —al final del artículo retomaré este asunto— o que Vanessa Bell (hermana de Virginia) le escribiera en 1922 para decirle esto:

«Por el amor de Dios, hazte amiga de Joyce».

La generación bisagra

Joyce y Woolf pertenecen a la generación bisagra entre la era victoriana y el Modernismo. Es decir, se criaron en un periodo donde el pasado, el presente y el futuro cohabitaban en un mismo espacio temporal: el caballo con la bicicleta; el landó con el automóvil; la lámpara de gas con la electricidad; el Posromanticismo con el Naturalismo y Realismo; Gran Bretaña con Irlanda…

En aquellas calendas, el Imperio británico había alcanzado el cénit de su expansión y poder económico, aunque pasaría del goce al desgozne durante la vida de los dos autores. Esta transición decadente, por ende, tendería el puente entre la novela del XIX y la del siglo XX.

Obviamente, la apertura de esa puerta creativa causó un horrísono chirrido en los puritanos oídos de su sociedad, que había cambiado de «victoriana» a «eduardiana», pero no así su mentalidad. De tal suerte, con su trato de la palabra, sin crestas ni campanas, Joyce y Woolf se convirtieron en los jipis y punkis de la generación bisagra.

«Somos las flores en la basura, somos el veneno de tu máquina humana, somos el futuro, tu futuro».

God save the Queen, Sex Pistols.

James Joyce: retrato de un escritor insurgente

El protagonista de este artículo vino a este mundo en Rathgar, un barrio de Dublín que, quizá, te suene por el «aparcamiento especial» con el que un irlandés respondió a la embajada rusa inmediatamente después de que Putin ordenase la «operación especial» en Ucrania.

«¡Rathgar y Terenure!» (Ulises, James Joyce).

Cinco años después (1887) la familia se mudó a Bray (Bré), una ciudad costera al sur de Dublín, muy en boga entre las clases pudientes irlandesas a finales del XIX. Allí, Joyce aprendió a navegar, se enamoró de su vecina (Eileen Vance), y yo, quien te escribe, jugaría a los bolos en el olímpico año 92 por primera y única vez en mi vida.

James Joyce: retrato de un escritor insurgente (segunda parte)
Los Joyce (1888): James Joyce (hijo), May Murray Joyce (madre) y John Joyce (padre).
«Mi padre, James N. Vance (el químico) era íntimo amigo de John Joyce. Es más, creo que lo llamaron [al hijo] James por mi padre».
Entrevista con Eileen Vance — The Girl Joyce Did Not Marry, Harry Pollock.
Fuente: ricorso.net.
La bolera de Bray
La bolera de Bray, 1992, sus inolvidables zapatos y, por supuesto, la moqueta.
Foto de Esther Garcés.

«Stephen, hijo mayor sobreviviente varón heredero consubstancial de Simon Dedalus, de Cork y Dublín, y de Mary, hija de Richard y Christina Goulding (nacida Brier)».

Ulises, James Joyce.

«Cuando creciesen, se casaría con Eileen».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

«Ni loca me volvería a meter en una barca con él después de que él en Bray diciéndoles a los barqueros que sabía remar».

Ulises, James Joyce.

Hazañas deportivas aparte, la posición y medios de su padre le abrieron las puertas de «la sociedad de Jesús en Clongowes» (Ulises, James Joyce), el prestigioso internado jesuita de la élite católica dublinesa (1888). Aunque, para que no le rechazasen sus compañeros, disimuló sus orígenes.

James Joyce: retrato de un escritor insurgente (segunda parte)
Joyce (suelo) en Clongowes Wood School.
Fuente: Clongowes.net

«Le dijiste a la aristocracia de Clongowes que tenías un tío que era juez y un tío que era general en el ejército».

Ulises, James Joyce.

¿Es esta otra historia de un niño rico con educación privilegiada?

No.

¿Le expulsaron o tuvo problemas con los curas?

Al contrario; le iba bien en los estudios, y siempre reconoció que, gracias a sus maestros, aprendió a ordenar y juzgar.

¿Qué pasó, entonces?

Su padre, malhadado empresario, malogró, malempleó y malgastó la fortuna que había heredado en Cork. Así pues, incapaz de pagar las altas cuotas, sacó al hijo del colegio (1891).
Todavía adeuda veinticinco libras a fecha de hoy.

Capa caída

Comento esto por un motivo: Joyce nunca olvidaría ningún aspecto relacionado con su infancia. De hecho, la capa principal de su trabajo se compone de elementos autobiográficos (Retrato de un artista adolescente), sucesos contemporáneos (Dublineses) y recuerdos (Finnegans Wake).

Cierto; he simplificado a niveles minimalistas escandinavos el contenido de la última novela, embolismática donde las haya. Pero, bueno, ya me entiendes. Y, si no, te reto a que la leas… No; entera sería cruel; ni Internet sabe de qué trata. Mejor, solo la primera página.

«Sir Tristam, violistador d’amores, allendotro lado del mar angosto, había todaviano rearribado de Nortarmórica a este lado del esmirriado istmo de Europa Menor para manipelear su guerra peneinsuaislar».

Finnegans Wake, James Joyce.

«Sir Tristam, violer d’amores, fr’over the short sea, had passencore rearrived from North Armorica on this side of the scraggy isthmus of Europe Minor to wielderfight his penisolate war».

Finnegans Wake, James Joyce.

Entretanto, la familia había aumentado; las deudas, acumulado; los domicilios, variado, y Parnell… Uy, esto no te lo he contado. Aunque, mejor lo dejaré para el siguiente apartado. De momento, te diré que Joyce continuó su educación por cuenta propia hasta que lo aceptaron en un colegio público jesuita: el Belvedere College.

«¿Y sus hijos? ¿Les va bien en el Belvedere?».

Ulises, James Joyce.

«El padre Conmee [ver artículo anterior] paró a tres chicos en la esquina de Mountjoy. Sí; eran del Belvedere».

Ulises, James Joyce.

También conviene que sepas algo sobre sus hermanos. Más que nada, porque Joyce fue el segundo en nacer. Solo que el primero (John Augustine) murió al cabo de un año. Después, vendrían Poppie, Stanislaus, Charles, George (muerto con catorce años), otro que nació muerto, Eileen, May, Eva, Florence, Mabel (muerta a los dieciocho años), Freddy (muerto con menos de un año) y otro más que nació muerto. En total, su madre dio a luz catorce veces en un plazo de dieciséis años.

Aun así, el futuro escritor acaparaba el centro de la atención de sus padres. Y todos sus hermanos entendieron el mensaje: James Joyce era un genio; había que sacrificarse para ayudarle.

Ícaro

A menos que tu concepto de literatura se limite a libros de autoayuda, asumiré que conoces la historia de este mito griego. En cambio, ignorarás la leyenda de Parnell.

Vale; para ponerte en contexto, esta historia se inicia donde termina James Joyce: retrato de un artista insurgente. O sea, con los fenianos, vocablo que engloba a cualquier miembro de cualquier partido nacionalista irlandés, ya fuera activista, moderado o radical. Solo que unos perseguían la reforma de la Ley del campo (Land League), y otros la autonomía parlamentaria (Home Rule).

«La política agraria de Michael Davitt, la agitación constitucional de Charles Stewart Parnell (diputado por la ciudad de Cork)».

Ulises, James Joyce.

El líder de los primeros se llamaba Michael Davitt, representante de la lucha armada. El de los segundos, moderado y defensor de las técnicas de presión externa (boicot), Charles Stewart Parnell.

«Sus cepillos verdes y granates, por Charles Stewart Parnell y Michael Davitt, sus papeles de seda».

Ulises, James Joyce.

«El cepillo de terciopelo granate era para Charles Davitt y el cepillo de terciopelo verde para Parnell. Dante le daba un caramelo para la garganta cada vez que le traía un pedazo de papel de seda».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

Durante la Guerra de la tierra (1879-82) —una serie de revueltas y huelgas, no una acción militar—, Parnell comprendió que, por mucho carisma y apoyo popular que tuviera, si los fenianos no se organizaban bajo un mando único para presionar a Inglaterra, podían despedirse de sus pretensiones.

Así, se alió con Davitt, y hablaron con el resto de cabecillas irlandeses y estadounidenses. El resultado transformaría la estructura política de los nacionalistas, y Parnell obtendría un puesto en el Parlamento británico tras las elecciones.

«Su consejo a todo irlandés era: quédate en la tierra donde naciste y trabaja por Irlanda y vive por Irlanda. Irlanda, decía Parnell, no puede perder a uno solo de sus hijos».

Ulises, James Joyce.

Infaustamente, justo cuando Irlanda había encontrado al sustituto perfecto de O’Connell; justo cuando ese referente, ese músculo, ese cerebro, ese druida motivacional, ese paladín gaélico había logrado que Gran Bretaña cediese con la reforma agraria y abriese la puerta a la autonomía parlamentaria; justo entonces, su carrera se desmoronó.

La Guerra de la Tierra se reanudó entre 1906 y 1909 (Guerra del rancho) y desembocaría en la Guerra civil irlandesa (1918-22), el conflicto que observan los protagonistas de The banshees of Inisherin.

Continuación

Pese a ser protestante, los católicos adoraban a Parnell. No en vano, había renovado la presencia parlamentaria en Londres con mayoría de políticos profesantes de este credo.

Empero, en cuanto se enteraron de que mantenía una relación con Kitty O’Shea, una mujer católica casada, se abrió la caja de los truenos.

«La caída (bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonnerronntuonnthunntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!)».

Finnegans Wake, James Joyce.

Onomatopeya del sonido del trueno. Bababadal se refiere a la torre de Babel. El resto conforma la palabra «trueno» basada en diez idiomas:
gharaghta: hindi.
kamminarronnkon: japonés.
bron: griego.
tonnerronn: francés.
tuonn: italiano.
thun: inglés.
trovarr: portugués.
hounawnskawn: sueco.
tootoohoordenen: danés.
thurnuk: irlandés.

Dio igual que ella se divorciara y que los dos se casasen en 1891. O que, ese mismo año, él recorriese Irlanda con el fin de recuperar la confianza perdida. Durante un mitin en Creggs (Galway), donde Parnell se defendió de los insultos bajo una lluvia torrencial, pilló una neumonía y la espichó.

«Ha muerto. Nuestro rey ha muerto. Oh, Erín [Irlanda], llóralo con pesadumbre y dolor, pues aquí yace, derribado por el mortífero partido de la hipocresía moderna».

«La muerte de Parnell», Dublineses, James Joyce.

«Simon Dedalus dijo cuando le hicieron entrar en el Parlamento que Parnell volvería de la tumba y le sacaría de la Cámara de los Comunes llevándole del brazo».

Ulises, James Joyce.

«Una mujer también hizo caer a Parnell».

Ulises, James Joyce.

Deasy (1) compara a Kitty O’Shea con Helena y Devorgila (2), quienes hicieron caer a Troya e Irlanda.
Ver vigesimosexta (1) y segunda cita (2) en «James Joyce: retrato de un escritor insurgente».

«Y, si no estoy tremendamente equivocado, también era española».

Ulises, James Joyce.

Corría el rumor de que Kitty tenía sangre española («la hija del rey de España», Ulises). Era falso.

.

Dédalo

Ahora, presta atención adunia, ya que los sucesos de 1891 conformarán la capa esencial de Ulises. O shea, la que establece el tema que desarrolla la trama. Y este surge a raíz del escándalo provocado por el adulterio que dividió a la sociedad irlandesa.

Entre los defensores de Parnell se encontraba John Joyce, el padre del escritor, acólito del político y colaborador de su partido, a quien Stephen Dedalus —alter ego de James Joyce— describe de la siguiente manera:

John Stanislaus Joyce.
James Joyce encargó este cuadro, titulado Retrato de un caballero de Dublín, a Patrick Tuohy en 1923.
Fuente: Gallery of the masters

«Estudiante de medicina [en Cork, no se graduó], un tenor, un actor aficionado, muy implicado en política, pequeño terrateniente, pequeño rentista, bebedor, un buen tipo, contador de historias, secretario de no sé quién, algo en una destilería, cobrador de impuestos, se arruinó…».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

El hundimiento del parlamentario coincidió con su hundimiento financiero. En consecuencia, sacó a su hijo de Clongowes. De este modo, Joyce presenciaría las discusiones políticas en su hogar y, cuando acompañaba a su padre por la ciudad —recuerda que Ulises relata un paseo—, las del resto de conciudadanos.

Tras la muerte de Parnell, John perdió la ilusión y esperanza de prosperidad en Irlanda. Tal actitud marcó profundamente la mentalidad de su hijo, quien reflejaría ese desencanto en sus novelas. Especialmente, en Ulises.

Por lo tanto, los hilos de esta capa muestran la relación de Joyce con su padre —Simon Dedalus, en versión literaria1—, cuyo fracaso personal y sueños rotos se entretejen con la historia de la isla (la capa del artículo anterior); un paralelismo sutil mediante el que urde una crítica descarnada hacia la sociedad irlandesa, resaltando los males de la nación: su ignorancia y la religión.

«Para ti, posiblemente Ulises te atraiga como arte […] pero para mí es espantosamente real: he caminado por esas calles, conozco esas tiendas y he oído y participado en esas conversaciones. No obstante, me consuela saber que a alguien le ha afectado lo suficiente como para encarar el horror de plasmarlo en papel y usar su genio literario para forzar a la gente a verlo. En Irlanda frotan la nariz del gato en su mierda para que aprenda a ser limpio. El señor Joyce ha hecho lo mismo con la especie humana. Espero que tenga éxito» (Bernard Shaw).

No te extrañes, pues, de que Joyce concibiera el paseo de Ulises como un recorrido por el infierno, idéntico al de Dante en La divina comedia, la obra que inspiraría esta novela.

Notas

1En Finnegan’s Wake, Humphrey Chimpden Earwick.

James Joyce: retrato de un escritor insurgente, continuará…

Aprovechando la intensidad intelectual del momento, detendré la narración en este punto. Faltan otras capas, cierto, aparte de la segunda fecha crucial de Ulises, más personajes emblemáticos o el cuarto Vuelo, después del de los Condes, Gansos y la emigración de la Gran Hambruna. Empero, no quiero (volver a) saturarte con ríos de información.

Antes de despedirme hasta la tercera entrega de James Joyce: retrato de un escritor insurgente, adiada (no vuelvas a decir «agendar», por el amor de, me pongo en pie, Gracián) para el viernes que viene, te diré qué opinó Virginia Woolf sobre Ulises.

Comento esto porque, durante la documentación de esta serie de artículos, he visto muchas páginas en Internet afirmando que la escritora inglesa detestaba Ulises. Lo cual es cierto, pero también mentira.

Intuyo que, como he comprobado a menudo en el entorno laboral, estas personas confunden «escribir» con «copiar», y confían más en Google que en los libros de cara a obtener contenido rápido para sus artículos.

Bueno, quienes recelamos de la tecnología preferimos beber en otras fuentes. Por ejemplo, los diarios y cartas de Virginia Woolf.

Lo que realmente pensaba Woolf sobre Ulises

Cuando Woolf leyó la obra de Joyce, le gustaron los dos primeros capítulos y, luego, se aburrió: «Me he divertido, estimulado, venturosamente interesado por los primeros dos o tres capítulos […] & luego, desconcertado, aburrido, irritado & desilusionado».

En este instante, cabe decir que Ulises se publicó en París (1922), pero no en Gran Bretaña a causa de su contenido obsceno. Y quienes estuvieron a punto de publicarla en Inglaterra (1918) fueron los Woolf.

También procede indicar que Virginia adoraba a Proust, el rival literario de Joyce en esa época. Por consiguiente, presenta un condicionamiento de partida («Muy distinto es Ulises, a la cual me he atado como un mártir a una estaca»), aparte de una actitud esnobista hacia el irlandés: «Un libro analfabeto y mestizo, me parece: el libro de un autodidacta de clase trabajadora & todos sabemos lo angustiantes que son, cómo de egoístas, crudos, llamativos &, en última instancia, nauseabundos que son».

Tal vez, aventuro, su desdén viniese motivado por los celos, ya que Woolf estaba escribiendo La señora Dalloway (publicada en 1925), y la similitud entre las dos novelas resulta evidente para quienquiera que se las lea. De ahí a concluir que Ulises influyó en la construcción de su libro ya sería aventurar demasiado. O no: «Debo muchísimo a Joyce & Proust en este momento» (agosto, 1922).

Aun así, a medida que pasa el tiempo, Woolf muestra una actitud diferente hacia Ulises: «Debo leer algunos capítulos de nuevo. Probablemente la belleza última de la escritura nunca la aprecian sus contemporáneos; pero deberían, creo yo, estar impresionados; y esto no lo estaba yo».

Resumiendo; Virginia ya no consideraba que Ulises hediera a mierda. Es más, se refería a Joyce como su «aliado masculino en la batalla modernista por el realismo psicológico», una opinión que difiere bastante a lo que circula por Internet.