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James Joyce: retrato de un artista insurgente (tercera parte)

Pregúntale a Zadie Smith por Ulises, y se deshará en elogios hacia la novela. Idéntica reacción observarías con Martin Amis, Salman Rusdhie, George Orwell, Nabokov, Roberto Bolaño… Empero, ¿qué autores influyeron al autor irlandés? Pues, de esto y de otras cosas trata James Joyce: retrato de un escritor insurgente (tercera parte).

Evidentemente, aquí desarrollaré la situación literaria en Irlanda y Europa, fundamental para comprender la capa intelectual de este mistifori de novela. Además, sabrás por qué Joyce cambió a Dante por Homero. Lo cual te descubrirá su genio. Y no me refiero al talento.

Así pues, tampoco quieras conocer el mío en caso de que no desfibriles el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular o no compartas este artículo en tus redes sociales. Eso sí, una vez que cumplas estos requisitos, honrado te desearé: Saol fada chugat (/seil fada schúguit/, ‘larga vida tengas’).

La literatura irlandesa en tiempos de James Joyce

¿Recuerdas a los bardos de la isla esmeralda que preservaron la literatura celta, pese a la alteración de las sagas por parte de los misioneros cristianos?

Bueno, pues esta tradición se encontró con un problema. Tres, mejor dicho: Enrique VIII, El Innombrable y Guillermo III, quienes amusgaban sus anglicanas orejas cada vez que oían algo católico o gaélico. Así que, prohibieron el irlandés, a los bardos y a la educación «papista». Dichosamente, habían olvidado dos cosas: la prodigiosa memoria de los celtas y la capacidad local de montar sociedades secretas.

De este modo, surgieron los hedge schools: colegios clandestinos donde los bardos y profesores enseñaban poesía, historia, leyendas de bandidos, latín, lengua inglesa e irlandesa, matemáticas, economía y otras asignaturas que proporcionaban desde una educación básica a una universitaria.

Empero, el ritmo y la trama entonaban la lírica del verso, no la prosa del párrafo. Es decir, la Irlanda gaélica producía poetas. Y, al igual que los raperos, mantenían una rivalidad: los del norte (milesianos descendientes de Éremón) contra los del sur (milesianos descendientes de Eber Finn).

«Heber y Heremon, progenitores de Irlanda».

Ulises, James Joyce.

Entre estos hijos de Taliesin sobresalieron Eochaigh Ó hEoghusa y Fear Flaith Ó Gnímh (XVI-XVII); Piaras Feiritéar y Dáibhi Ó Bruadair (XVII), y Tadhg Ó Neachtain (XVII-XVIII).

A principios del XIX, Thomas Moore heredó el legado de los bardos. Contra vientos e Inglaterra, el espíritu celta había sobrevivido. Es más, recobraría su ímpetu primitivo poco antes de terminar este siglo.

Los escritores irlandeses

La novela, por su parte, apenas contaba con escasos representantes de estas tierras. De hecho, quienes optaron por este género escribieron en inglés y desarrollaron su carrera profesional en Gran Bretaña. Ahora bien, ¡menudas obras escribieron! El primero, Jonathan Swift, con Los viajes de Gulliver (1726).

«Los desafortunados yahoos se lo creyeron».

Ulises, James Joyce.

Yahoo: término inventado por Swift en Los viajes de Gulliver para nombrar a una raza de brutos con la forma y vicios de los humanos.

Donde Swift parodió las novelas de aventuras —observa la influencia de los immrama en esta obra—, el siguiente libro de un irlandés se inspiró en una parodia (El Quijote) a fin de crear una de las comedias más famosas de la lengua británica: Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy (1759-67).

«A uno le recuerda a Don Quijote y Sancho Panza. Nuestra épica nacional está pendiente de ser escrita todavía, dijo el doctor Sigerson».

Ulises, James Joyce.

George Sigerson: médico, escritor y poeta, miembro del Resurgimiento Literario Irlandés.

Curiosamente, su autor, Laurence Sterne, emplea aquí una técnica narrativa que, más adelante, y más desarrollada, caracterizará el Ulises de Joyce: la corriente de conciencia.

Esta lista de autores angloirlandeses destacados la cerrará Oliver Goldsmith con El vicario de Wakefield (1766), un clásico victoriano que, si no lo has leído, lo habrás visto mencionado en David Copperfield o Historia de dos ciudades (Dickens), Mujercitas (Louisa May Alcott), Las penas del joven Werther (Goethe) o Frankenstein (Mary Shelley).

La literatura irlandesa del XIX: sombras espeluznantes

Tanto si te gusta la novela gótica como si no, reconocerás este libro que un irlandés publicó en 1897: Drácula. En efecto: Abraham Bram Stoker, el hermano pequeño del médico y cirujano Thornley Stoker.

«Aquí viene, pálido vampiro…».

Ulises, James Joyce.

«Porque él cerró la puerta de mi carruaje delante de la casa de Thornley Stoker».

Ulises, James Joyce.

En cambio, quizá ignores que, antes de escribirlo, trabajó de crítico teatral en el Dublin Evening Mail, cuyo copropietario (irlandés, claro), aparte de pagarle un sueldo, le proporcionaría la inspiración para su conde. Y, donde pone «inspiración», asume que se trata de un plagio.

Este hombre era Joseph Sheridan Le Fanu, creador de la vampiresa Carmilla (1872) —y artífice de la mitología lésbica posterior—, además del mejor autor de relatos cortos sobre fantasmas de la historia.

Ahora bien, lo que seguro que desconocías por completo es que Stoker se casó con Florence Balcome, quien escogió como marido a este irlandés en lugar de a Sebastian Melmoth, cuya amistad disfrutaba desde que estudiaban juntos.

Bueno; en realidad, se llamaba Oscar Wilde, si bien se ocultaba bajo este seudónimo cuando quería pasar desapercibido. Por supuesto, el rey del ingenio también compitió con Stoker en el terreno del horror gótico. No en vano, suyo es otro clásico del género: El retrato de Dorian Gray (1890). Aunque, algunos consideraban que había un Retrato mejor:

«La más brillante de todas es esa historia de Wilde, dijo el señor Best, levantando su cuaderno brillante. Ese Retrato del sr. W.H. […] Es la verdadera esencia de Wilde».

Ulises, James Joyce.

Señor Best: Richard Irvine Best, especialista en estudios celtas y único dublinés, según él, a quien Joyce no logró sacarle dinero. Tras la publicación de Ulises, le recriminó la forma en la que lo había representado.

Espera, que sigo

Mentira no dices con que detrás de ese seudónimo se esconde una historia. Verás, la madre de Wilde, Jane Francesca Agnes Elgee —o Speranza, su nom de plume como poeta nacionalista irlandesa—, era hija de Sarah Kingsbury. Esta mujer, a su vez, era hermana de Henrietta Kingsbury, esposa de Dennis Jasper Murphy, un pastor protestante descendiente de los hugonotes y escritor de novela gótica.

¡Ah! Pero este tampoco empleaba su nombre verdadero. Al menos, hasta que descubrió que, ocultando su identidad, no cobraba los derechos de autor. Por tanto, prescindió del alter ego y, así, el mundo descubrió a Charles Robert Maturin, autor de Los albigenses (1824) —historia y licántropos— o de la espectacular Melmoth el errante (1820), el Fausto (Goethe) irlandés y razón del seudónimo de Wilde, su sobrino nieto.

Esta obra, de la cual Honoré de Balzac escribió una secuela (Melmoth reconciliado, 1835), influiría en el estilo de otro escritor oscuro con raíces irlandesas, porque su abuelo emigró a Estados Unidos en 1750. Me refiero, obviamente, a Edgar Allan Poe.

Finalmente, para cerrar el círculo, ¿sabes quiénes impulsaron la carrera de Maturin? Walter Scott y Lord Byron. El primero secundó la literatura gótica mientras que el segundo fue el primero en introducir la figura más emblemática del gótico romántico. Solo que su Fragmento de una novela (1816), como su nombre indica, se quedó sin terminar.

Al menos, lo que escribió le sirvió a su amigo Polidori, pues su pluma bebió la sangre de esa obra y se convirtió en El vampiro (1819).

La literatura irlandesa del XIX: luces asombrantes

Si Byron crio la fama, Scott cardó la lana del Romanticismo. Especialmente, el de Escocia. De hecho, la imagen bucólica que tenemos de las Tierras Altas (Highlands) procede de su obra y de los poemas de Robert Burns.

Ambos escritores abanderaron un movimiento de recuperación histórico-folclórico para combatir la racionalidad ilustrada contemporánea mediante la esencia idealizada del pasado épico de la nación (nacionalismo). No te extrañes, pues, de que los considerasen unos «románticos» exagerados.

En Irlanda, Maturin introdujo esta corriente con The Wild Irish Boy (1808) y The Milesian Chief (1812). Empero, la auténtica palingenesia de la literatura celta surgió de las cenizas de Parnell, cuando Yeats y Lady Gregory transformaron las historias orales de los bardos en el ciclo mitológico irlandés feniano.

En 1922, Yeats sería elegido senador del Estado Libre Irlandés y, al año siguiente, recibiría el Premio Nobel de Literatura por su labor de recuperación poética irlandesa. Más o menos, el motivo por el que Seamus Heany obtuvo el galardón en 1995.

Asimismo, también fundaron el Irish Literary Theatre (1899-1901), renombrado Irish National Theatre Society en 1904. Ese año compraron un edificio de la calle Lower Abbey para montar el Teatro Abbey, sede actual del Teatro Nacional de Irlanda (Dublín).

«Nuestros actores están creando un nuevo arte para Europa como los griegos o M. Maeterlinck. ¡Teatro! Abbey. Huelo el sudor púbico de monjes».

Ulises, James Joyce.

Maurice Maeterlinck: dramaturgo belga, miembro del grupo literario simbolista La Jeune Belgique y Premio Nobel de Literatura (1911).

Fábulas y fíbulas

De esta forma, el nacionalismo político adquirió una identidad cultural que se unió a la estética y arqueológica que albergaba el Museo Nacional de Irlanda, sito en la misma ciudad. Aquí, se exhibían los objetos celtas —el broche de Tara, la pieza estrella— que, durante el XIX, los campesinos habían desenterrado al extender el cultivo a tierras nuevas debido al aumento de la población.

«Es un símbolo del arte irlandés. El espejo partido de una criada».

Ulises, James Joyce.

Infaustamente, los probritánicos disponían de idénticos elementos en la isla. Por tanto, con el siglo XX quebrando albores, la sociedad dublinesa se enfrentó en una «guerra» muy simbólica, pues habían pertrechado sus ideologías con simbología épica de otra época.

Y eso exasperaba a Joyce más que a ti mis chistes malos. Parnell auguraba un futuro para Irlanda, no esa fascinación con la que se celebraba la reviviscencia de algo muerto que había salido del sepulcro del pasado. Como Drácula.

«El libro más hermoso que ha salido de nuestro país en mi época. Uno piensa en Homero».

Ulises, James Joyce.

Joyce bromea con la introducción que Yeats escribió para Cuchulain of Muirthemne, de Lady Gregory.

«Longworth tiene ganas de vomitar, dijo, después de lo que escribiste sobre esa vieja bruja de Gregory. […] ¿No lo podrías hacer con un toque a lo Yeats?».

Ulises, James Joyce.

E.V. Longworth: editor del Daily Express en Dublín, quien contrató a Joyce (recomendado por Lady Gregory) para escribir críticas literarias de autores irlandeses. Una de ellas, Poets and Dreams, de Lady Gregory, que definió así: «Ha puesto de manifiesto la vejez de su país… una tierra casi fabulosa en sus penas y senilidad».

«El moquero del bardo. Un nuevo color artístico para nuestros poetas irlandeses: verdemoco».

Ulises, James Joyce.

La novela gaélica

Resulta irónico que este movimiento cultural —celtismo 2.0— fusionase los mitos de sus tataradeudos con el entorno rural irlandés… en inglés.

A decir verdad, la lengua gaélica apenas se hablaba en zonas concretas de la isla, y las obras de teatro se representaban en las ciudades, donde algunos, con suerte, chapurreaban vocablos o expresiones sueltas, aunque anglificadas. En cuanto al resto, la mayoría del irlandés que sabían correspondía a topónimos locales.

¡Pogue Mahone! (Ulises, James Joyce)
Pogue Mahone: ‘bésame el culo’, en irlandés anglificado, y nombre originario de la banda que aparece en el vídeo.

Por eso, al tiempo que priorizaban los elementos idiosincráticos celtas (literatura, música, arte, deportes, bailes, etc.), promovieron el aprendizaje del gaélico. Así que, en cierto sentido, heredaron las funciones de los hedge schools.

Obviamente, esta campaña para reducir la influencia británica entre los irlandeses facilitó la aparición de la novela gaélica, cuyos autores más destacados fueron Pádraic Ó Conaire (Deoraíocht, 1910) y Peadar Ó Laoghaire (Séadna, 1904), padre de la literatura moderna irlandesa.

La novela europea

Entretanto, las letras europeas fluían por una corriente doble desde mediados del XIX (Realismo y Posromanticismo), si bien manaba de la misma fuente: los temas sociales contemporáneos.

Durante ese siglo, los autores irlandeses, tanto los establecidos en la isla de san Patricio (Maturin y Le Fanu) como en la de san Jorge (Stoker y Wilde), habían seguido la vertiente romántica —novela gótica y Posromanticismo—. También, el nuevo celtismo, emergido del manantial del Romanticismo más clásico.

Para Joyce, el Resurgimiento Literario Irlandés equivalía a un Leteo intelectual. Abrevados con las aguas del olvido, el pueblo olvidaba la realidad mientras los poetas lo seducían a través de versos de gloria vetusta y oropeles de bronce y hierro para forjar una nueva identidad nacional mediante hazañas cristianizadas por los misioneros siglos atrás.

«…y una nueva Irlanda y nueva esto, eso y aquello».

Ulises, James Joyce.

El realismo, en cambio, no había tenido tan buena acogida. Al menos, entre las autoridades británicas victorianas. Pregúntaselo a Henry Vizetelly, que acabó en la cárcel por comercializar la obra de Zola.

Las influencias literarias de James Joyce

El traductor del francés , por cierto, se llamaba George Moore, un escritor irlandés afincado en París y gran amigo de Édouard Dujardin. Quédate con sus nombres, pues buena parte de Ulises se la debes a ellos.

dujardin
Édouard Dujardin.
Fuente: unnecessairemalentendu.com
Pionero del uso del monólogo interior (pensamiento ordenado) y la corriente de conciencia (pensamiento desordenado) en la novela.
Su libro Han cortado los laureles (1888) determinó por completo el estilo que Joyce emplearía en Ulises.

«Nuestra épica nacional está pendiente de ser escrita todavía, dijo el doctor Sigerson. Moore es el hombre para ello. Un caballero de la triste figura aquí en Dublín».

Ulises, James Joyce.

Considerado el primer gran novelista irlandés y el nuevo Flaubert. Descendiente del primer, único y breve presidente de la República de Connacht (John Moore, United Irishmen) y amigo de Oscar Wilde en la infancia. Se fue a París a estudiar arte, donde conoció a los artistas y escritores del Modernismo.
En 1886 publicó Confesiones de un joven, una autobiografía sobre su experiencia bohemia en París. Compárala con el Retrato del artista adolescente de Joyce.
El resto de su obra literaria critica la sociedad victoriana, fusiona el Realismo con el Simbolismo, y trata temas como el adulterio, el sexo —Moore prohibió a su hermana que leyese A mummers wife (1885)— y demás levantacejas inmorales para el puritanismo de su época. Como Joyce.

«En cualquier momento yo sé cómo aun suponiendo que él volviese a entenderse con ella y fuera a verla en algún sitio yo lo sabría si se negaba a comer cebolla yo sé muchas cosas pedirle que me arreglara el cuello de la blusa».

Ulises, James Joyce.

Uy, no; hay más autores aparte de estos

En efecto, pero aquí me limitaré a dos que, al igual que Moore y Dujardin, determinarían la estética y el contenido de las novelas de Joyce. Ya ves; hasta el escritor irlandés está formado por varias capas también.

«Stephen se puso a pensar en Ibsen».

Ulises, James Joyce.

Autor de cabecera durante el período universitario de Joyce, cuyos huesos se removerán —kirrinkezurraklask, kirrinkezurraklask*— al oírme definirlo como Realista gótico. Empero, me da igual, pues Ibsen levantó la alfombra victoriana para mostrar la sordidez que ocultaba debajo, lo mismo que el irlandés con Dublineses y Ulises.
La devoción absoluta, cuasiobsesiva, de Joyce por Ibsen me recuerda a la de mi amigo Fidel con Albert Serra.

* Kirrinke (‘crujir’), hezurra (‘hueso’), klask (‘chasquido’), en euskera.

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«La voz les dice que el hogar es cálido. Mugen y hacen música tosca con sus pezuñas».

Tilly, James Joyce.

Joyce admiraba su empleo y musicalidad de la palabra. De hecho, veía en él, no en George Moore, al nuevo Flaubert. El poema de la cita imita el I Pastori d’Abruzzo, de D’Annunzio. El eje argumental sobre la metempsicosis de Ulises proviene de El fuego (1900), a su vez inspirado por Nietzsche y Wagner.
Tras la Primera Guerra Mundial, las ideas políticas y estéticas del autor italiano influirían a Benito Mussolini.

Influencias menores de Joyce

En general, se suele asociar a Joyce con los novelistas rusos y franceses del Realismo y Naturalismo. De los primeros, le agradaba la dupla Tolstoyevski, aunque como elemento de lectura, no de inspiración.

Respecto a los segundos, observarás la mano de Balzac en Dublineses, de Alejandro Dumas en la historia de Las hermanas dentro de esta misma obra, y de Víctor Hugo en Retrato y Finnegans Wake. Empero, Flaubert causó mayor impacto que el resto. También, Guy de Maupassant, por cierto.

Pese a todo, Joyce criticó la comodidad realista de todos ellos. Incluso los pasajes de Ulises que evocan a los autores galos parodian o se mofan de su estilo. A decir verdad, el enfoque urbano de Dickens le atraía más que cualquier cosa que escribiera Zola, sin duda por su ambiente ibsensiano.

Probablemente me haya dejado algún nombre en el tintero. Si es así, mándame un mensaje para regañar a mi memoria, por favor.

Twyn Peaghks

Mira, acabo de recordar a uno: Yeats. Lo cual te resultará extraño, ya que George Moore, una vez, definió a Joyce de este modo: «Un dublinés ridículamente listo que se había meado en la puerta de Synge [John Millington Synge: uno de los fundadores del Teatro Abbey], insultado a Yeats en su cuarenta cumpleaños (1905), arruinado la fiesta de Lady Gregory y que me había enviado una copia de The Day of the Rabblement a casa».

Esto te lo explicaré con más detalle en la entrega final de James Joyce: retrato de un artista insurgente. De momento, te revelaré un secreto sobre Ulises relacionado con el resurgimiento gaélico.

Durante un breve espacio de tiempo, el protagonista de este artículo participó en dicho proyecto. Hasta que se percató de que estos fenianos, como el salmón celta, nadaban contracorriente. No solo por la temática épica, sino por su pilar espiritual: una teosofía que imitaba el misticismo de William Blake (cuya poesía encandilaba a Joyce) que, poco a poco, decayó en el ocultismo y en la «filosofía» de Hermes Trismegisto.

Según comenté previamente, a Joyce todo esto le parecía un atavismo avieso. Por tanto, con el fin de demostrar que la épica carecía de valor en el siglo XX y burlarse de esta nueva ideología, recurrió a Homero para construir un mito satírico realista.

Así, personas corrientes, mediante actos mundanos y cotidianos, emularon a los héroes clásicos, hiperbolizando sus opiniones y comentarios con la grandeza característica de las sagas celtas.

Empero, no lo olvides, Joyce superpuso esa capa sobre la originaria de La divina comedia. Y el paseo de Leopold Bloom es circular, al igual que los anillos. En la obra de Dante, el primero representa el limbo. Es decir, donde estaban quienes habían muerto antes de la llegada de Cristo (misioneros en Irlanda). ¿Y a quién se encontró Dante aquí?
A Homero.

(Sonido de un micrófono golpeando el suelo)