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Vilipendiados, criticados, rimbombantes y prescindibles, los adjetivos en un texto equivalen a las sandalias con calcetines: sobran y dañan a la vista. Quienes dictaminan la calidad de la escritura actual abogan por la restricción de su pecaminosa presencia en la literatura, porque ralentizan, confunden y aburren al lector. Pues, bien, aquí estoy yo para hablar en defensa de los adjetivos .

Qué hay de malo en un adjetivo

En realidad, no hay nada malo en su uso, salvo que se trate de un epíteto. Es decir, un adjetivo que no aporte una cualidad diferenciadora sobre el sustantivo y, por lo tanto, resulte redundante. Por ejemplo, «la nieve blanca», «la zarza espinosa» o «el escritor arrogante».

El problema de los adjetivos es que aportan información irrelevante para la comprensión de las frases bonitas. Si quieres entenderlo mejor, comprueba en la oración anterior cuál de las dos palabras en cursiva matiza el significado del sustantivo y cuál podrías eliminar sin alterar su sentido.

Cuando aplicas la economía del lenguaje a tus escritos, descubres que los adjetivos suponen un coste que alarga las oraciones y enturbia la fluidez de la lectura. En cambio, los sustantivos y verbos optimizan tus escritos, ya que constituyen la base y esencia de la escritura.

Por lo tanto, dirige las tijeras hacia los adjetivos cuando repases lo que hayas escrito. Así, mejorarás la calidad del texto, tus lectores lo agradecerán y recibirás elogios por tu sencillez y capacidad de concreción a la hora de narrar una historia.

Por qué hay tanto rechazo a los adjetivos

Principalmente, porque la gente es imbécil. El gurú de las normas de escritura en nuestra era es Stephen King, que defiende y define la escritura simplificada con los mismos argumentos que Mark Twain en 1880. En otras palabras, ha puesto su nombre a la idea de otra persona.

El escritor de Florida revolucionó la literatura de Estados Unidos cuando aplicó las normas de estilo y redacción de la prensa en sus novelas, escritos y, sobre todo, críticas literarias. Además, dejó cartas y ensayos respecto a lo que él denominaba «escritura de calidad», donde la concisión y el realismo imperaban por encima de los adornos y florituras de la lengua.

De hecho, su «manifiesto artístico» coincidía con el del Naturalismo, heredero del Realismo, dos estilos de los que te contaré más cosas después. Twain, por lo tanto, no creó ningún género literario. En cambio, sus normas de escritura permitirían a Estados Unidos disponer de uno, el primero en su historia, tras la Primera Guerra Mundial: la novela negra.

Debido al éxito de estas obras entre el proletariado y su difusión a través del cine unos años más tarde, la forma de escribir americana influyó a los autores del resto del mundo. Aun así, ni Twain ni sus acólitos de «la escritura de calidad» rechazaron los adjetivos (o los adverbios). Lo único que dijeron fue que había que evitarlos cuando el matiz que aportasen al sustantivo fuera débil. Ahora, relee este apartado y cuenta el número de adjetivos que he empleado para contarte esto.

«Mary Jane era pelirroja, pero eso no tenía importancia, porque era tremendamente hermosa, y con la cara y los ojos encendidos como la misma gloria, estaba tan contenta de que hubieran llegado sus tíos».

Huckleberry Finn, Mark Twain.

Consecuencias de Twain

El amor y pasión que Samuel Langhorne Clemens (nombre real de Mark Twain) sentía por el periodismo le llevaron a aplicar sus normas de estilo en una época donde la literatura se dividía entre la realidad y la fantasía. Según su criterio, la «escritura de calidad» representaba mejor el rigor científico y la objetividad del Realismo.

Si bien sus novelas y ensayos te mostrarán cómo las aplicaba, fue el humor sarcástico y la sencillez de lectura de sus críticas literarias quienes transmitieron mejor sus ideas. Dicho de otra manera, Mark Twain empleaba la prensa del mismo modo que un influencer te dice lo que hay que hacer, llevar y comer en Instagram. Cabe añadir que Twain vivía en una quiebra económica perpetua, así que este tipo de escritura le permitía publicar y cobrar con mayor rapidez.

Su «escritura de calidad» implicó que el estilo periodístico ascendiese a literatura. O, desde otro punto de vista, degradó el arte de las letras por el de los gacetilleros. Escoge el que más te guste.

Eso sí, hojea el contenido de los cursos de escritura actuales para hacerte una idea de la repercusión comercial que ha tenido el hashtag de «escritura de calidad». O de la mentalidad de «superioridad literaria» que ha generado el estilo norteamericano de cara a valorar una obra.

Romanticismo versus Realismo parte I

Entre el siglo XVIII y el XIX, el mundo se llenó de la luz de la Ilustración y del humo de la Revolución Industrial. Todos conocemos lo que esta época hizo por el conocimiento y la tecnología, aunque también fue una era pródiga en revoluciones y espíritu nacionalista.

Las segundas se explican mediante un movimiento cultural que surgió en respuesta a la mecanización y racionalidad absolutistas de la Ilustración. Reclamaba la libertad individual, loaba el contacto con la naturaleza, destacó el papel de los sentimientos y se llamaba Romanticismo.

En el ámbito literario, propuso un tipo de obra subjetiva, introspectiva y centrada en los sentimientos, que rompía con las normas tradicionales a la vez que alternaba entre el pasado, lo exótico y la fantasía mediante alguno de los siguientes estilos:

Otros autores destacados del Romanticismo son: las hermanas Brönte, Víctor Hugo, José Zorrilla, Edgar Allan Poe, Bram Stoker, Goethe, Rosalía de Castro, John Keats, William Blake, Alexandre Dumas, Giacomo Leopardi, Gustave Flauvert, E.T.A Hoffmann, José de Espronceda, Oscar Wilde, Lewis Carroll o Charles Dickens.

Obviamente, ninguno de ellos cumple con los requisitos de la «escritura de calidad». Por lo tanto, deshazte de sus protervos libros antes de que su prosa dengosa, pluma fachendosa, gárrula narrativa y hórrida temática te atrape entre sus páginas melifluas, mohínas y procelosas.

«Aquella noche nos dimos un festín como de néctar y ambrosía, y no fue el menor deleite del agasajo la sonrisa de gratificación con la que nuestra anfitriona nos miraba, mientras satisfacíamos nuestros famélicos apetitos con la delicada comida que nos proporcionaba generosamente».

Jane Eyre, Charlotte Brontë.

Romanticismo versus Realismo parte II

Claro; con tanto adjetivo, el texto se ha alargado demasiado y, ahora, tengo que continuar en otro apartado. Es una vergüenza. Además, seguro que te has perdido en la lectura. No obstante, antes de que Twain iluminase a la Ilustración con la prensa, el Realismo intentó que el Romanticismo entrase en razón.

Este estilo, secesión del anterior, aplicó el método científico para representar la imagen social de principios del XIX. Mientras que el Romanticismo se evadía de la realidad en lo misterioso y en lo exótico, el Realismo reflejaba la realidad urbana de un modo objetivo, con temas y lenguaje cotidianos.

Por supuesto, dos factores contribuyeron a mostrar las cosas «como son»: los artículos periodísticos y la fotografía. Por supuesto, la imaginación y los sentimientos estaban prohibidos. Y, por supuesto, usaban adjetivos.

De esta manera, surge la novela costumbrista; una ventana a la vida de aquella época donde destacaron los siguientes autores: Charles Dickens (jugó en los dos bandos, sí), Jane Austen, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Gustave Flaubert (otro que hizo lo que quiso), Stendhal, León Tolstói, Honoré de Balzac, Émile Zola, Fiodor Dostoyevski y Leopoldo Alas.

A diferencia de los libros del Romanticismo, estos puedes guardarlos, ya que te servirán para corregir todos los errores que encuentres entre sus páginas. Al fin y al cabo, no eran más que unos aficionados a tu lado, dómine de la «escritura de calidad».

Grigori sabía que ejercía sobre su dueño una influencia incontestable. Fiodor Pavlovitch era un payaso astuto y obstinado, de carácter de hierro para algunas cosas, como él mismo decía, pero pusilánime en otras, lo cual le producía un verdadero asombro.

Los hermanos Karamazov, Fiodor Dostoyevski.

Posromanticismo versus Naturalismo

Frisando el siglo XX, el Romanticismo se tiñó las canas con el Realismo mientras que el Realismo se inyectó el bótox del Naturalismo en las arrugas. En otras palabras, uno hizo lo fantástico más real mientras que el otro se radicalizó.

A pesar de que el mejor exponente del Posromanticismo sea Charles Baudelaire, comprenderás mejor su planteamiento con Arthur Conan Doyle. En su canon holmesiano, Sherlock (hombre romántico) y Watson (hombre ilustrado) resuelven crímenes fantásticos (Romanticismo) mediante el método deductivo (Realismo científico).

En cambio, el Naturalismo se nutre de las corrientes filosóficas de la época, orientadas hacia el determinismo y el pesimismo, para describir de modo objetivo la realidad. Solo que, donde antes el Realismo narraba la vida cotidiana de la burguesía, ahora el Naturalismo patentiza los problemas de las clases bajas. Es decir; el tema central es «lo feo», en contraposición a «lo bello» que muestra el Modernismo, otra escisión del Romanticismo.

De esta manera, el Naturalismo inicia la novela política al denunciar la degradación social. A esto se le llama un giro de guión inesperado. Si el Romanticismo nació para atacar la mentalidad ilustrada, el Naturalismo (Realismo 2.0) cogió su relevo para hacer lo propio con sus consecuencias.

Nota 1: Jonathan Swift se adelantó a la crítica social del Naturalismo con Los viajes de Gulliver (1726) y, antes, Baltasar Gracián con El Criticón (1651).

En cualquier caso, los adjetivos no molestaban a nadie. Por lo tanto, tampoco tomes a esta época de referencia.

«Enfrente, Poisson conservaba su aire absorto, tranquilo y severo de guardia municipal, con los ojos entornados y sin pensar en nada, como era habitual cuando estaba de guardia en la calle».

La Taberna, Émile Zola.

Por qué me has contado semejante sermón

Pues, mira, porque hay cosas que solo se entienden dentro del contexto adecuado. Y date con un canto en los dientes de que no haya incluido los estilos literarios posteriores, ya que las temáticas se multiplican a lo Gremlin con el agua. Igual que los adjetivos.

Mejor te lo explico de la siguiente manera: Juego de Tronos se lo debes al Romanticismo y Chernobyl al Realismo. Solo que, si prefieres la segunda serie, entonces deberías criticarla, dado que no reproduce la realidad de forma objetiva.

Vale, pero ahora me dirás que esto no va de géneros literarios, sino de estilos de escritura. Error. La estigmatización de los adjetivos deriva de una época donde el Realismo se burlaba del Romanticismo mediante artículos de prensa, aparte de tildarlo de «Anticristo», «sinónimo de Belcebú» y «equivalente a muerte».

Esa degradación, esos oprobios, en la actualidad, ridiculizan a dos elementos gramaticales cuyo uso se considera anatema. Tal vez al señor King le urtique sobremanera que, después de tantos libros de terror vendidos, un adverbio diga más sobre su género que todos sus verbos y sustantivos.

«Quoth the Raven “Nevermore”».

The Raven, Edgar Allan Poe.

En defensa de los adjetivos

Una vez aclarado que los fundamentos de la escritura del XXI tienen 141 años de antigüedad, llega el momento de que diga algo en defensa de los adjetivos.

No dejes que la etiqueta de «escritura de calidad» o las normas de la «escritura simplificada» te condicionen. A algunas personas les gusta vivir en un contenedor escandinavo. Francamente, yo prefiero un palacio.

Los adjetivos aportan color, sonoridad, subjetividad y musicalidad a cualquier texto. En esencia, son recursos que decoran la escritura de la misma manera que los cuadros embellecen tu hogar.

En función de cómo los utilices, tu escritura oscilará entre la sobriedad protestante y el abigarramiento del rococó. Cuando esa mezcla de prudencia moderada y de pasión desatada se combina con maestría, lo esplendente de la literatura refulge en tus pupilas.

Por otro lado, los adjetivos no son el único recurso disponible para un escritor. Las estructuras gramaticales, los diálogos, las conjunciones y locuciones, el vocabulario o la retórica enriquecen la narración de una historia. Incluso escribir solo con sustantivos y verbos requiere un buen conocimiento de estas técnicas.

«La escritura es un arte salvaje que solo el tiempo domeña».

La quinta función

Dicho esto, olvídate de los adjetivos si quieres que una editorial te haga caso. La «talibanización» del estilo periodístico obliga a la redacción de textos alígeros, huérfanos de detalles o descripciones que interrumpan el ritmo.

La idea es que la lectura semeje a un camino llano, sin cuestas que mermen las fuerzas durante el recorrido. Esto es lo que se llama «un libro que se lee rápido». En efecto; tan rápido, que lo terminarás en un día y tendrás que comprarte otro. Esto, obviamente, es bueno para el negocio, puesto que el flujo de ventas se mantiene constante.

No me malinterpretes; hay libros muy interesantes dentro de la «escritura minimalista». Sin embargo, no confundas la rentabilidad de lo inmediato con la «escritura de calidad».

Desde sus orígenes, la literatura ha cumplido cuatro funciones: evocar, recordar, entretener y educar. Pero, ahora, también tiene que vender. Si las editoriales esperasen un año a que un escritor terminase su novela, se arruinarían. O que un periodista, Dios no lo quiera, reconociese la existencia de otro tipo de escritura. De ahí que blandan la bandera de «la escritura de calidad» por todas partes.

¿Te parece un argumento conspiranoico? Quizás. Solo sé que la persona que más libros ha vendido en este siglo empleó un 17 % de adjetivos y adverbios en la primera página (150 palabras, en total) de su primera novela y un 20 % en la de su última entrega (151 palabras). Se llama J. K. Rowling. No hace falta que te diga el título de sus libros, ¿verdad?

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