Hasta ahora, he intentado mantener cierta independencia en las entregas de estos artículos especiales acerca del Romanticismo galo. Vamos, que podías leerlos por separado y recurrir a los hipervínculos como consulta. Pero, si has entrado en «Los malditos franceses y su decadencia: parte final III» sin haberte leído la parte final I y la parte final II, te sugiero que respetes la numeración. De lo contrario, te estallará la cabeza.
El tormento cerebral no eximirá tampoco a quienes hayan seguido el orden romano, si bien los azorará en menor grado. Porque, para hablar de Baudelaire, hay que tocar el simbolismo. Y, para entender el simbolismo, hay que adentrarse en el terreno de lo místico, parada obligatoria en la trayectoria hacia el decadentismo.
Esto nos devolverá al origen del Romanticismo. Así, atarás unos cuantos hilos, pues comprobarás que el 1.0. y el 3.0. —además de los dandis y los libertinos— observan idéntica naturaleza con ojos asaz distintos.
Una explicación rápida del 3.0. que, posiblemente, debería haberte contado mucho antes
Según la cronología que establecí en este artículo, el Romanticismo 3.0. arrancaría tras la revolución de 1848. Lo malo es que, más allá del enésimo cambio de gobierno, la fecha cumple una función meramente referencial.
Quizá, supongo, el golpe de estado de Napoleón III ofrecería mayor precisión temporal, si bien nos encontraríamos en la misma tesitura, ya que la datación exacta correspondería a 1857. Infaustamente, esto dejaría un hueco de nueve años difícil de justificar.
La primera causa de este desaguisado se debe a la formación del pequeño cenáculo. La segunda, a la escisión realista. La tercera, a la espantada de Hugo. Y, la cuarta, a la novela por entregas del folletín.
- El pequeño cenáculo: abre una línea estilística distinta que no resultará relevante hasta mediados de los 50. Empero, su producción literaria —especialmente, Gautier, de Musset y de Nerval— trascurre paralela a la del 2.0.
- Realismo: género derivado del Romanticismo que compite con la obra del 2.0.
- Resto del 2.0.: ocupa el hueco del cenáculo de Hugo, pero sin un líder o manifiesto literario. Ejemplo: los autores que aparecen en la tercera, cuarta y quinta entrega de «Los malditos franceses y su decadencia», aparte de otros, como Prosper Merimée (Mateo Falcone ,1829; Carmen, 1845, o Lokis, 1868), quien, por cierto, se lio con George Sand.
- El folletín: abre el mercado de la literatura comercial, de manera que los géneros que venden congelan la evolución de la literatura.
Falta el detonante
Claro; algo sucedió para que la década literaria de 1840 se resuma en cuatro palabras: lo mismo de antes. Bueno, profundizaré un poquito más: y con los mismos autores.
Ese algo procede del Curso de filosofía positiva (1842). Infaustamente, no encontrarás el origen de Mr. Wonderful en sus páginas, puesto que se trata de un estudio sobre epistemología científica y su aplicación empírica en la sociedad.
«Positivo, va: 4. adj. Útil, práctico, beneficioso».
Diccionario de la RAE.
Tan entretenida obra —sarcasmo— la firma Auguste Comte, exsecretario de Henri de Saint-Simon. Es decir, el fundador del sansimonismo,1 doctrina política que propone un gobierno formado por la burguesía industrial y los artistas (los «útiles») en sustitución de la religión y la nobleza (los «inútiles»).
Bien, su pragmatismo materialista surgió durante un período en el que la economía había disfrutado de un crecimiento2 imparable (industrialización, sistemas financieros, transporte…), pese a un par de crisis considerables.
Por consiguiente, la calidad de vida mejoró en Francia al tiempo que aumentaba la desigualdad social, lo que ocasionaría ramificaciones y escisiones dentro del socialismo utópico. Retén esto último entre los fideos de tu cerebro. En breve, aquí se gestará el ocultismo.
Notas
1Más adelante se conocerá como «socialismo utópico». No interpretes este socialismo con la mentalidad moderna. De aquí salió el que conoces, el comunismo y demás corrientes «de rojos». Pero, también, la tecnocracia y el nacionalsocialismo («na-zis»).
2Si te interesa este asunto, te recomiendo que leas Decisive years in France 1840-1847 (David H. Pinkney).
El ocio materialista
Puedes entender el materialismo utilitario de dos maneras. La primera, un proceso que depara progreso y prosperidad a la persona, a la sociedad y a la nación mediante la economía y la tecnología. De este modo, cuanto más efectiva e industrial sea tu producción, mejor te irá. Ejemplo: el éxito de Dumas.
«El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin».
Auguste Comte.
La segunda, en cambio, lo asemeja al castigo de Sísifo: trabajas, ganas dinero, lo pierdes (gastas) y regreso a la casilla de inicio. Así, todos los puñeteros días de tu existencia. Ejemplo: la muerte de Balzac.
«Se llama «el sueño americano» porque tienes que estar dormido para creértelo».
George Carlin.
Escojas la que esleyes, ambas valoran el ocio positivo —el que no afecta a la producción (ocio negativo) y evita la explotación—, porque el materialismo busca la felicidad científica y eficiente del individuo.
La generación de la década perdida
Idéntico objetivo —pero más trascendental, sin minería de datos decimonónica y con una visión metafísica— proponía el pequeño cenáculo en la década de 1830. Desdichadamente, en la de 1840, Gautier se volvería útil (crítico periodístico); de Musset, político; de Nerval, loco de remate, y el dandi aristocrático, burgués.
Ojo; burgués rebelde, pues, a pesar de pertenecer a «los útiles», adopta la estética y actitud de «los inútiles» para desligarse y criticar a su clase social. Es más; radicaliza su figura con la amoralidad libertina y, sobre todo, el estilo de vida de «un vagabundo sin recursos que no se preocupa por el mañana» (George Sand y Balzac). O sea, los bohemios.1
De esta suerte, el joven artista dandi, en lugar de larpurlar, se entregó al ocio por amor al ocio: amanecer a mediodía, pasar la noche y madrugada en fiestas dignas del Satiricón, rendir culto a la extravagancia (por no mencionar la extra-vagancia laboral) y consumir ingentes cantidades de alcohol y de drogas.
«Vete, vete, querido; diviértete».
La educación sentimental, Flaubert.
En esencia, una roman à clef donde el autor relata sus experiencias en la década de 1840.
Notas
1Pondera seriamente el rol no utilitarista del dandi y de la bohemia a la hora de analizar la conversión de París en la ciudad más importante del mundo durante el XIX y principios del XX.
La fantástica sinfonía de la droga
Dentro de nada se estrenará un filme sobre Napoleón, protagonizado por Joaquin Phoenix. Presta atención cuando salga la malograda campaña de Egipto (1798-1801). Allí, los franceses NO dispararon contra las pirámides, pero sí descubrirían la piedra Rosetta y el hachís, que no sé si saldrá en la peli.
En cualquier caso, el primer hallazgo se lo quedaron los ingleses —por eso está en el Museo Británico—, mientras que el segundo acompañó a las tropas y científicos en su regreso a Francia. Quizá la cantidad no resultase suficiente para establecer un mercado duradero, pero la conquista de la Regencia de Argel (1830) solucionaría tal problema.
Dos años antes del desembarco en Sidi Fredj, y con dieciocho en su cuerpo, de Musset «tradujo» Confesiones de un inglés comedor de opio (Thomas de Quincey, 1821). He puesto las comillas porque, salvo el título del libro, el resto lo interpretó a su pingüi. Incluso añadió experiencias propias, para que te hagas una idea del resultado.1
Imagino que Gautier prefería comer, no sé, una pularda rellena antes que el «placer sensual» (Confesiones) del opio, ya que optó por fumar esta droga en casa de Alphonse Karr.
Bueno, en realidad le robó unas caladas, que «lejos de inducirme la somnolencia que esperaba, me provocó palpitaciones nerviosas como si hubiera tomado el café más potente del mundo» (La pipa de opio, 1838).
Notas
1La obra mantuvo la versión libre de Musset hasta 1860, cuando Baudelaire la tradujo correctamente.
Hachís lipú, apú, apú
Fascinación por lo oriental al margen, el efecto narcótico y la embriaguez lisérgica que causaban las drogas despertó el interés científico propio de la época.
En 1840, el doctor Jacques-Joseph Moreau investigó el hachís al estilo de Gautier con el opio: probándolo. De esta manera, percibió la euforia, la alteración sensorial y el aumento en el flujo de pensamientos.
Empero, el resultado no le satisfizo, por lo que introdujo una variación en la metodología a fin de observar la misteriosa reacción desde fuera. Desventuradamente, necesitaba voluntarios dispuestos a ingerir hachís y capacitados para describir las sensaciones que aflorasen. ¿Dónde encontraría semejante perfil?
«Desde hace mucho tiempo oíamos hablar, sin creer demasiado en ello, de los maravillosos efectos producidos por el hachís».
Artículo «El hachís», en La Presse (1843), Gautier.
«Oía el ruido de los colores; sonidos verdes, rojos, azules y amarillos».
Artículo «El hachís», en La Presse (1843), Gautier.
Ejemplo de sinestesia parnasiana.
Gautier conoció a Moreau en 1844. Una vez escuchó su propuesta, no solo aceptó entusiasmado, sino que se encargó de reclutar a más candidatos. Entre otros: Hugo, Dumas, de Nerval, Delacroix, Balzac…
Así, se fundó el Club del Hachís, que celebraría sus reuniones desde ese año hasta 1849 en el salón del Hôtel Pimodan. Comento esto porque Baudelaire vivía en el piso de arriba.
El Club de los poetas vivos
En esencia, quienes recibían la invitación acudían al salón ataviados de árabes en homenaje al Viejo de la Montaña.
Una vez dentro, el doctor Moreau les ofrecía «un trozo de pasta o confitura verdosa, aproximadamente de un pulgar de tamaño»,1 seguido de un «café a manera de jarabe; es decir, con los posos y sin azúcar» (El club de los hachichinos, Gautier, 1846).
«Tenemos fe en el veneno».
«Mañana de embriaguez», Iluminaciones, Rimbaud.
A continuación, degustaban un copioso banquete durante el que el hachís comenzaba a mostrar sus efectos.
Terminada la comida, se sentaban en el salón bajo la estricta mirada de Moreau y de «uno de los miembros del club, que no había participado en la voluptuosa intoxicación a fin de vigilar la fantasía e impedir que aquellos de nosotros que se hubieran creído con alas se tirasen por las ventanas».
Cabe mencionar que a Balzac se le encogía el sisiflís con el hachís (solo lo comió en una ocasión). Irónicamente, Baudelaire, amante de lo prohibido, se abstuvo de participar. Aun así, tomó nota de sus efectos y compuso varios ensayos después. Los encontrarás recopilados en Los paraísos artificiales (1860).
Notas
1Dawamesk: confitura de hachís, canela, clavos, nuez moscada, pistacho, azúcar, zumo de naranja, mantequilla y polvo de cantárida.
Una curiosidad literaria
Relee la cita donde Gautier describe… Espera, que la copio: «Tras haber tomado cada uno su parte, se sirvió café a manera de jarabe; es decir, con los posos y sin azúcar».
Vale; añádele «aquellos de nosotros que se hubieran creído con alas…».
¿Lo tienes? Estupendo. Ahora, observa este diálogo que aparece en El conde de Montecristo (Dumas, 1844-1846):
—¿Cómo lo toma [el café] usted? ¿A la francesa o a la turca, fuerte o ligero, con azúcar o sin azúcar, colado o hervido?
—Lo tomaré a la turca.
[…]
—Creo que me están creciendo alas de águila.
—¡Ah! ¡Ah! Es el hachís el que empieza a obrar.
Dicho esto, pasemos de las drogas al terreno de lo místico.
El puentelaire
En 1857, Baudelarie publicó Las flores del mal, un libro de poesía escandaloso, y Flaubert, Madame Bovary, una novela inmoral. O al revés, dado que estos adjetivos admiten la propiedad conmutativa.
Los dos autores nacieron en 1821, mostraron una fuerte influencia materna toda su vida —Baudelaire, nivel Edipo—, frecuentaron en su juventud los mismos ambientes literarios —así se conocieron— y burdeles —les gustaban las mujeres de clase baja y las exóticas—, se contagiaron de sífilis, renegaban de su condición social burguesa, viajaron a Oriente —Flaubert, Egipto; Baudelaire, la India, pero regresó a Francia tras arribar a Mauricio e isla de Reunión—, sufrieron le mal du siècle, publicaron sus obras maestras —y fueron condenados por ellas— el mismo año, renovaron la lírica y la prosa francesas, y murieron solteros.
Por lo demás, no tenían nada en común. Fíjate; a Flaubert le repelían la ciudad y los estupefacientes, mientras que Baudelaire aborrecía el campo y, según te he contado hace un momento, pertenecía al Club del Hachís (Los paraísos artificiales, 1858).
«Acabo de enterarme de que está usted siendo demandado a causa de su libro».
Carta de Flaubert a Baudelaire, 14 de agosto, 1857.
«300 francos de multa, 200 para los editores; supresión de los poemas 20, 30, 80, 81 y 87».
Carta de Baudelaire a Flaubert, 25 de agosto, 1857.
Los versos satánicos
El título que principia este apartado refiere a una broma del diablo que Rushdie narró en su célebre novela. Pero, a su vez, invoca la ontología maligna de Las flores del mal; cuya fuente recita, en verso blanco, la poesía inglesa.
Vayamos a 1667, cuando John Milton, secretario de Latín1 durante el gobierno del bode de Cromwell, publicó una de las obras cardinales en la historia de la literatura por su influencia cultural y filosófica: El paraíso perdido.
Frisando la denominación de evangelio apócrifo, el poema de Milton elucida la crisis moral dimanada del humanismo desde una perspectiva teológica. Así, culpa al hombre y al diablo de los males terrenales, eximiendo a Dios de responsabilidad. Solo que…
Si lees El paraíso perdido, te caerá bien Lucifer, un arrogante rebelde inconformista y democrático del XVII que prefería «reinar en el Infierno [antes] que servir en el Cielo». De hecho, también notarás paralelismos entre la batalla celestial y la del Romanticismo contra el absolutismo.
Con un mínimo de sagacidad, entenderás la visión decadente del 1.0. hacia su gobierno, y la demoniaca que este percibía en sus integrantes por mor de la exaltación emocional, irreligiosidad, apología del suicidio, libertinismo, altivez dándica, etc.
Procede indicar que la imaginería tenebrosa y siniestra de la novela gótica facilitó dicha asociación.
Notas
1Lenguas Extranjeras; cuerpo ejecutivo dedicado a las traducciones oficiales.
Cavilaciones nocturnas
El paraíso perdido constituye uno de los pilares del pensamiento místico y profético de William Blake. El otro, que decoraría con sus grabados,1 lo erigió el poema que nos dirigirá hasta Baudelarie: Night Thoughts (1742-1745), de Edward Young. Sí, aquel liróforo que mencioné —y no recordarás, obviamente— en la primera entrega de «Los malditos franceses y su decandencia».
Aquí, Young reflexiona sobre la muerte y la transitoriedad de la vida mediante lóbregos versos lancinantes de angustia existencial. El contenido fluye con un tono introspectivo, personal y sin la epicidad bíblica de El paraíso perdido.
En su lugar, recurre a una sobrecogedora estética mística —que determinará la obra de Blake2—, si bien alcanza la misma conclusión que Milton: nuestra aflicción refleja el desconsuelo de Dios tras comprobar que su más perfecta creación había sucumbido a la tentación y se había corrompido con el orgullo y la individualidad.
Vamos, que el Todopoderoso es rencoroso. Empero, Young, a diferencia de Milton, no concibió su obra como una alegoría de su siglo. En realidad, se trata de una meditación enfocada en el sufrimiento que ofrece la solución lenitiva definitiva: la contemplación.
Esto, igual, debería desarrollarlo un poco.
Notas
1También ilustró El paraíso perdido.
2Compara «Un pensamiento que abarca más allá de un grano y mira más allá de una hora» (Young) con «Ver un mundo en un grano de arena […] y la eternidad en una hora» (Blake).
Y así lo haré
A ver, una vez eres consciente de la temporalidad y fragilidad humanas, te sumerges en el reino de la tristeza como el otoño bajo un cielo gris, ya que la memoria te retrotrae al paraíso perdido donde disfrutabas de la inmortalidad.
Para animarte y sacarte de tu ostra, unos amigos te llevan al campo. Pero solo ves un grandioso valle de miseria. Al menos, hasta que interviene la citada reminiscencia edénica, y contemplas la grandiosidad de la creación en lo que te rodea. O un mundo en un grano, metafóricamente.
La alegría de la omnipotencia divina empaña tus ojos de agridulce melancolía. No en balde, estás atrapado entre dos universos.1 Uno —el satánico (terrenal)— te somete a través de la realidad . El otro —el empíreo (idealizado)— te desengrilleta con el poder de la imaginación. Bueno, de la fe, pues hablamos de religión, no del Romanticismo.
«Los vínculos de la materia y del espíritu estaban sueltos».
El club de los hachichinos, Gautier.
Por tanto, dices: «¡Canastos! Al renunciar a mi orgullosa libertad individual e integrarme con el humilde entorno, la pena ha dejado de clavarme las garras. Aunque, ahora, me muerde».
Claro; después de unir tu ser a la creación del Altísimo, su magnanimidad ha detenido tu sufrimiento —la eternidad en una hora, metafóricamente—. Pero, sientes remordimientos por haber aceptado la propuesta del Bajísimo, y anhelas el perdón que nunca llega del padre celestial.
Por tanto, so riesgo de condenarte a un bucle de tormento perpetuo, das el siguiente paso: visualizar dentro de ti la luz de Dios para trascender tu humanidad, sacrificar tu libertad individual y acceder a la gloria paradisíaca.
Justo lo que no hizo Baudelaire, quien eludió el nirvana católico y se quedó estancado en una jungla urbana donde únicamente crecían Las flores del mal.
Notas
1Esta dualidad espacial se mezclará en la novela gótica y en las historias de alienígenas que invaden la Tierra.
El Remordelaire
Curioso, ¿verdad? Junta El paraíso y los Pensamientos, y dispondrás de la cronología del Romanticismo:
- La rebelión luciferina: el libertinismo y la aparición del 1.0. suponen una alternativa moral contraria al absolutismo.
- La guerra celestial: la batalla de Hernani del 2.0., donde la élite angelical del momento se enfrenta a las tropas de los dandiablos.
- Tentación de Satán: la libertad artística del larpurlar.
- Los remordimientos y la decadencia: el 3.0.
En fin, cosas mías. Prosigo.
Si Baudelaire no hubiera publicado su afamada obra, nunca habrías sospechado la tribulación que le carcomía. Máxime, después de leer su «Sección de máximas consoladoras sobre el amor» en Le Corsaire-Satán:
«Hay gente que se ruboriza por haber amado a una mujer el día en el que se dan cuenta de que ella es idiota».
Baudelaire, 1846.
Bueno, quizá el nombre del periódico anticipe su transformación de plumilla cáustico en poeta infausto. Aunque, en realidad, el averno que poseía por mente lo encendió la obsesiva relación que mantenía con su madre.1 No así el planteamiento conceptual de su trabajo, la estética y las palabras, que de eso se encargaron Villon, Milton, Gautier y Young.
Notas
1Baudelaire participó en la revolución del 48, donde se procuró una escopeta en una armería que la multitud había asaltado, y recorrió las calles, gritando: «¡Hay que fusilar al coronel Aupick!». Este hombre era su padrastro.
Jamais plus!
¡Ah! Razón llevas con que falta un autor en esa lista; un desconocidísimo norteamericano cuya aportación literaria más relevante correspondía a The Conchologist’s First Book, un libro de texto ilustrado sobre moluscos… Perdón, sobre las conchas de los moluscos que siquiera había escrito él. Y, en palabras de su biógrafo (Arthur Hobson Quinn): «Resulta tristemente irónico que este haya sido el único volumen suyo que tuviera una segunda edición en Estados Unidos mientras estaba vivo».
Baudelaire supo de su existencia gracias a la prensa. Sus relatos le entusiasmaron por la belleza con la que mostraba algo horrible. Todavía más, los artículos donde le describían como un tipo amarrido, solitario y alcohólico. «¡Tate!», se dijo a sí mismo en exquisito francés. «Este vive igual de atormentado que yo. Mira, le voy a traducir».
Así, Francia descubrió a Edgar Allan Poe.
«Que este granito detenga al menos para siempre los negros vuelos de la Blasfemia esparcidos en el futuro».
La tumba de Edgar Allan Poe,
Mallarmé.
El legado bodeliano
Baudelaire pertenece a esa raza de escritores cuya persona trasciende a su obra. Es decir, su nombre no te resulta ajeno cuando lo oyes, aunque no hayas leído Las flores. O que este título ignores.
En cualquier caso, la fama del libro corresponde a sus seguidores, quienes reivindicaron su valor literario con tanto ahínco que apenas nembramos el verdadero legado del autor. Que no es uno, sino varios.
El más relevante, indudablemente, El pintor de la vida moderna (1859-1860), un ensayo que estableció la base ideológica del Modernismo,1 donde su definición de modernidad —«lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable»— originó el término con el que la que la historia cataloga esta corriente artística.
¿Es asombro lo que veo en tu cara? No me extraña. Pese al impacto cultural de Las flores, el grueso de la obra de Baudelaire lo componen ensayos de arte y estética, motivo de que dispusiera de una encomiable reputación profesional como crítico y teórico en estas materias.
Permíteme que pretermita su preocupación, estudio e interés para destacar, a continuación, el rol de su dandi en la segunda contribución: la renovación poética.
Notas
1Baudelaire era íntimo amigo de Manet.
El dandi 2.0.
Por supuesto, Baudelaire defiende la superioridad indolente del dandi.
«Ser un hombre útil siempre me pareció algo odioso».
Mi corazón al desnudo, Baudelaire.
Empero, lo transforma en un flâneur1 (‘paseante ocioso’, en francés) que deambula por la ciudad contemplando la grandiosidad de la creación del demiurgo metropolitano; un vagabundo elegante que se integra en la vida capitalina, manteniéndose al margen y por encima ella.
De esta manera, percibe los cambios que se producen en su reino. Ojo, sin participar en ellos, porque «un flâneur observa, descubre, aprende, analiza, valora; no se inmiscuye en el devenir de los acontecimientos» (MuArte, Jose Flores).2
Escucho tus uñas escarbando cráneo. Verás, en 1852, Napoleón III y Haussman iniciaron la reforma urbanística de París. Duró dieciocho años, y reconstruyeron la ciudad entera. Mejor dicho, la reconstruyeron y la modernizaron, detalle que Baudelaire-flâneur, en calidad de mobiliario ciudadano, advirtió de inmediato.
«Ciudad irreal, bajo la parda niebla de un amanecer de invierno».
La tierra baldía, T. S. Eliot.
Poema inspirado en Las flores del mal.
Así, entendió que el presente ya era pasado, Por tanto, el arte necesitaba una renovación acorde a los tiempos y ciudad venideros.
Vale; esto explica el Modernismo. Pero, por algún lado debía comenzar la actualización. Y Baudelaire esleyó la poesía.
Notas
1Personaje que admiraría (e imitaría) Walter Benjamin.
2Por esta razón, los escritores nos introducimos en el entorno de los personajes de nuestras novelas. La documentación para la obra, en cambio, procede de Flaubert (más o menos).
Simbolismo y parnasianismo
Fiel al espíritu caminante del flâneur y al escapismo del Romanticismo, Las flores del mal recorre la sordidez telúrica parisina mediante una catábasis comparable a la anábasis de Young:
- Combate la tristeza mediante lo artificial (alcohol, drogas, amor falso de la prostitución…).
- Sale al campo urbano y contempla la esplendidez de Satán —la belleza en lo grotesco y morboso—.
- Sufre esplín.1
- Visualiza el poder del mal, y se entrega a él.
«Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa? ¡Hasta el fondo de lo Desconocido para encontrar algo nuevo!».
«El viaje», Las flores del mal.
Ese «algo nuevo» de la cita proclama su renovación estilística, y ese «en el fondo del abismo» anuncia la llegada del decadentismo, previo paso por los poetas malditos, quienes trazarán sus versos según el simbolismo de Baudelaire y el parnasianismo de Gautier.
—Simbolismo: lo opuesto al realismo. Metáforas, sinestesia retórica, imaginativo, emotivo.
—Parnasianismo: larpurlar. Composición métrica, transmisión de belleza, exotismo, descriptivo.
«Nombrar un objeto supone eliminar las tres cuartas partes del placer que nos ofrece un poema, que consiste en adivinar poco a poco, sugerirlo; éste es el camino de la ensoñación».
Mallarmé, en la entrevista de Jules Huret (1891).
Notas
1«Melancolía», el vocablo inglés con el que moderniza «le mal du siècle».
Ejemplo por gentileza y pluma de quien te escribe
No te preocupes por el significado del vocabulario. Lee el poema en voz alta, saborea las palabras y abraza la sensación que te produzcan.
Nubes de ebriedad lútea
grisean mi cabeza;
arisca brisa, sucia y vil
maraña de miseria.
Vómito alquitranado
estanca el lívido latido.
Mi sangre, antes roja,
ahora purpúrea de Tiro.
Amasia mía;
En fárfara está la pena,
batiendo relentes alas
al son de la naturaleza.
El malditismo
A pesar de sus intentos por desligarse del Romanticismo, Baudelaire encarnaba las dos definiciones de poeta que elaboró el cenáculo. Es decir, se consideraba un ser supremo:
«El Poeta es semejante al príncipe de las nubes que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero».
«El albatros», Las flores del mal, Baudelaire.
Empero, también un ente maligno: «Cuando […] el Poeta aparece en este mundo hastiado, su madre horrorizada y desbordante de blasfemias crispa sus puños hacia Dios, que la compadece. “¡Ah, que no haya parido todo un nido de víboras, en vez de amamantar a esta irrisión!”».1
Desconsolado, asumo que mi familia comparte la opinión de estos versos, motivo por el que yo me identifico con el albatros: «desterrado en el suelo en medio de los abucheos, sus alas de gigante le impiden caminar».
En fin, reemplaza mi familia por la sociedad burguesa, yo por Baudelaire, y obtendrás la imagen de malditismo que su obra y persona legaron a la siguiente generación.
Infaustamente, nunca vería el nuevo movimiento florecer —ni la reforma urbanística terminar—, ya que palmó en 1867, un año después de que la sífilis lo dejase afásico y paralítico.
Así pues, ¿qué activó la decadencia? Lo de siempre: un cambio de gobierno.
Notas
1«Bendición», Las flores del mal.
Continúa con los malditos franceses y su decadencia: parte final IV
Esto se está poniendo tétricamente interesante, ¿verdad? Pues, prepárate para lo que viene en «Los malditos franceses y su decadencia: parte final IV», penúltima entrega de esta saga que todo el mundo me pide que transforme en libro. ¡Ni que fuese alquimista!
Mejor no te digo nada sobre su contenido, porque no quiero desvelar ninguna sorpresa. Y, acaso creyeres que miento, valga esto de anticipo para la influencia de España en el Romanticismo francés.
Bovary de la Mancha
Presta oídos con atención, pues ahora te revelaré un secreto. Si cambias a la protagonista de Madame Bovary por un hombre, las novelas románticas con las que enloquece por las de caballería, y sus aventuras amorosas en Normandía por una suerte de aventuras a través de la Mancha, obtienes El Quijote.
Mas, aguarda, pues aquí las coincidencias no acaban. Así como el ingenioso hidalgo de Cervantes se cargó la literatura celta, Flaubert asestó un golpe fatal al movimiento romántico con su Emma.
A fin de probar mi acusación, retomaré Las amistades de Laclos y la obra de Sade. Concretamente, sus finales, donde los autores dictaminan la sentencia moral de la historia narrada. Los protagonistas del primero son condenados por sus actos, pero el segundo declara a los suyos no culpables. Ergo, Sade defiende su comportamiento y no lo considera ni punible ni detestable.
En el caso de Bovary —igual que Alonso de Quijano—, ella muere, no sin antes comprender las consecuencias negativas que su locura romántica ha deparado a su familia. ¿Y cómo la espicha? Se suicida. Hola, simbología.
Desde este instante, lo romántico adquiriría una connotación de «malo», y el rumbo de la novela viraría hacia el realismo. Lo cual explica la excelente acogida del naturalismo.