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¿Eres una de esas personas que considera que la narrativa sagrada no debería utilizarse con propósitos literarios? Entonces, pídele a tu ayuntamiento que chape los cines donde se proyecte Thor: Love and Thunder. Así de radical comienza «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Segunda parte)».

Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Segunda parte)

Si el contexto inicial del artículo anterior correspondía a la España del siglo XII, este te situará en otro país mediterráneo: Grecia. El año, 1953, cuando Nikos Kazantzakis (autor de Zorba, el griego) publica La última tentación, una reinterpretación de los evangelios donde Cristo se debate entre aceptar su destino divino o eludirlo para disfrutar de una vida normal.

Debido a los miedos, dudas y pulsiones que refleja este Mesías humano, la iglesia ortodoxa excomulgó al escritor, aparte de solicitar que se prohibiese la obra dentro del país.

«¡Yo digo una cosa, tú escribes otra, y aquellos que lo leen todavía entienden algo distinto!».

La última tentación, Nikos Kazantzakis.

Posteriormente, el libro se hizo película (agosto 1988), pero la Iglesia no emitió ningún decreto de expulsión a sus creadores.

Aun así, un grupo integrista católico le prendió fuego a un cine de París con público en su interior, Scorsese recibió amenazas de muerte (algo que no le sucedió con sus películas acerca de la Mafia), diversas organizaciones lograron su retirada de varios teatros, además de su prohibición en Grecia, Sudáfrica, Turquía, México, Chile, Argentina, Filipinas y Singapur. Estas dos últimas naciones, por cierto, la mantienen todavía.

Un mes después de este estreno, Salman Rushdie publicó Los versos satánicos.

La estrella y las grullas

El título de este libro proviene de la sura 53 del Corán (An-Naim, ‘la estrella’). En concreto, las aleyas 19-20 y 21-23 antiguas, a las que William Muir denominó «versos satánicos».

En esencia, aquí el Profeta legitima por error tres diosas árabes preislámicas (al-Lat, al-Uzza y Manat, las gharaniq: ‘grullas’ o ‘mujeres exaltadas’) tras confundir la voz de Satán con una revelación del arcángel Gabriel.

«Estas son las gharaniq exaltadas, cuya intercesión se espera».

La versión original aparece en las biografías de Mahoma que escribieron al-Waqidi, su alumno Ibn Sa’d (VIII-IX) y al-Tabari (IX). Durante los dos primeros siglos del islam, nadie dudaba de que esta historia hubiera sucedido, aunque luego los ulemas la negaron y modificaron las aleyas 21-23 (ver cita previa) para demostrar que el Profeta no se había creído el engaño.

De esta manera, preservaron el principio de infalibilidad característico en toda religión que se considera la única verdadera. Máxime, cuando la elaboración del Corán —compilación de suras esparcidas entre los seguidores, algunas escritas, otras traducidas, bastantes memorizadas y varias perdidas— abría la puerta al escepticismo o a la interpretación individual, como confirman las discusiones entre Al-Ghazali y Averroes.

Por este motivo, La última tentación y Los versos satánicos causaron tanta polémica, ya que ponen en entredicho la perfección divina de los profetas. Empero, el segundo libro también aborda una cuestión ajena a la teología.

Según los estudios históricos, las aleyas malditas parecen relatar un acuerdo político entre Mahoma y la clase alta en La Meca con el propósito de obtener su apoyo a cambio de autorizar el culto de sus deidades. Así pues, Satán no engañó a Mahoma, sino que este utilizó al arcángel Gabriel en su propio beneficio.

Inconcusamente, esta interpretación supera de largo al troleo luciferino, ya que evidencia cómo el control de la narrativa religiosa se transforma en una herramienta con la que obtener el poder. Y esto, supongo, no le hizo mucha gracia a Jomeini.

Quién era Jomeini

Pues un tipo capaz de cambiar el mundo a sus 76 años gracias a un discurso enaltecido, intolerante y radical. En Irán, dio un golpe de estado desde el exilio en 1979, sin apoyo extranjero, cuyo resultado inspiró la creación de Hezbolá (1982).

Su hazaña, aparte de cambiar el nombre de Irán por República Islámica de Irán, detuvo el proceso de modernización y occidentalización en la nación (donde las mujeres podían votar, por ejemplo) y en gran parte de Oriente Medio. Bueno, no paró todo el progreso; mantuvo el programa nuclear que habían iniciado los estadounidenses para abastecer de energía a las ciudades. Eso sí, lo desvió hacia la fabricación de armas atómicas en lugar de electricidad.

Pero, veamos qué sucedió durante su mandato. Primero, la invasión de la embajada norteamericana en Teherán (crisis de los rehenes, 1979), que se repetiría en Londres (1980), aunque a la inversa, cuando opositores a Jomeini tomaron la embajada iraní.

Luego, la guerra con Iraq (1980-88). Aquí saltó el escándalo del Irangate, donde pillaron a los americanos saltándose el embargo para venderle armas al régimen de Jomeini y financiar, así, las actividades de la Contra en Nicaragua.

En el ámbito interno, aplicó la Sharia en el gobierno, estableció las normas de vestimenta y todas esas cosas con las que asocias ahora la palabra «musulmán».

Por último, se despidió de este mundo en el 89, no sin antes ordenar la muerte de Salman Rushdie mediante una fetua. Su puesto lo ocupó Jameini, un ayatolá más moderado. Es decir, se limitó a eliminar a la oposición, a las minorías religiosas, a imponer el hiyab a las mujeres y a propagar el odio contra todo aquello que fuera extranjero. Principalmente, estadounidense.

Desde arriba te castiga, desde abajo te devora

Uno de los pecados condenados por el islam se llama kufr (‘incredulidad’, en árabe). Esto es, cualquier palabra, acto o creencia que contradiga la fe como, por ejemplo, burlarse del Profeta o decir que mintió. Y solo un erudito musulmán puede realizar dicha acusación.

Salman Rushdie sabía de sobra que su novela no gustaría a los musulmanes conservadores. Total, sus obras anteriores ya habían causado asaz revuelo, por lo que no escucharía de ellos nada nuevo ni bueno sobre Los versos satánicos.

Lo que no se esperaba era que Jomeini emitiera una fetua contra él el 14 de febrero de 1989. Sí, san Valentín, día en el que Salman recibe, desde entonces, tarjetas de «felicitación» donde le recuerdan su condición de hombre muerto.

En principio, esta orden es más que suficiente para que los fieles la ejecuten, pero el ayatolá se aseguró de que obedecieran su decisión, ofreciendo una recompensa por la cabeza del escritor: 25.000 dólares si lo mataba un iraní, 7.500 dólares para los demás musulmanes.*

«Basta, Dios […]. ¿Por qué he de morir, si yo no he matado? ¿Tú eres venganza o amor?».

Los versos satánicos, Salman Rushdie.

Ahora bien, Los versos satánicos llevaban publicados seis meses en Irán antes de que se desatase el escándalo. Aunque Salman no lo ha podido corroborar, por motivos obvios, la reacción de los lectores no había sido negativa —recuerda el premio que le concedieron tras la publicación pirata de Vergüenza—, lo que generó la sospecha de que el gobierno de Irán hubiera orquestado esta campaña para silenciarlo.

*En 2012, 500.000 dólares. En 2016, 600.000. El 30 aniversario de la publicación del libro, 3 millones, más un bono de 300.000 dólares por parte de un grupo de fanáticos. Actualmente, el montante frisa los 4 millones de dólares.

Consecuencias de la fetua

Pese a que Los versos satánicos también criticasen las políticas de Thatcher, el gobierno británico ofreció protección policial al escritor en una casa de seguridad… que se convertirían en cincuenta y una durante esa década.

A todo esto, Jomeini la espichó cuatro meses después de proclamar la fetua. Infaustamente, su sucesor, Jameini, mantuvo una sentencia de muerte que, como ahora comprobarás, no afectaría solo a Rushdie.

  • 29 de marzo, 1989: Abdullah al-Ahdal, director del Centro Islámico en Bruselas, y Salem el-Beher, bibliotecario del centro, son asesinados a tiros junto a la mezquita. Habían manifestado una opinión moderada respecto a Los versos satánicos.
  • 1990: un pakistaní agrede salvajemente a un patrocinador del libro durante una conferencia de prensa en Tokio.
  • 3 de julio, 1991: Ettore Capriolo, traductor italiano de la novela, es apuñalado en su casa. Sobrevivió.
  • 12 de julio, 1991: Hitoshi Igarashi, traductor japonés de la novela, muere acuchillado en la universidad de Tsukuba.
  • 11 de octubre, 1993: un libanés y un exdiplomático iraní disparan a William Nygaard, editor noruego del libro, en su casa. Sobrevivió.
  • 2 de julio, 1993: Una multitud vandaliza y prende fuego al hotel Madimak, en Sivas, donde se celebraba un evento cultural aleví. Allí se encontraba Aziz Nesin, escritor turco que había anunciado su deseo de traducir y publicar Los versos satánicos. Sobrevivió, pero murieron 37 personas. El ataque de los radicales tenía como objetivo su persona y la de los integrantes de la etnia religiosa.
  • 14 de octubre, 1994: un extremista apuñala a Naguib Mahfouz —Nobel de Literatura (1988)— en El Cairo, aunque sobrevive al ataque. También estaba en la lista de personas a erradicar de los fundamentalistas. Había criticado tanto Los versos satánicos por considerarlo un insulto al islam como la fetua por representar una mordaza a la libertad de expresión.

Críticas y apoyos

Toda controversia estimula la opinión, y pronto se escucharon voces críticas contra Salman Rushdie desde occidente. Por ejemplo, Roald Dahl le tildó de «oportunista peligroso»; John Le Carré afirmó que «nadie tiene el derecho divino de insultar a una religión mundial y ser publicado con impunidad»; Jimmy Carter consideró que Los versos satánicos suponían «un ataque a los sagrados sentimientos de nuestros amigos musulmanes»; Carlos, el príncipe de Gales, pensaba que «si alguien insulta las convicciones más profundas de otra persona, bueno, no deberías sorprenderte», y Yusuf Islam (Cat Stevens, hasta 1977) justificó la sentencia de muerte.

«¿Por qué tenemos que vivir odiando? ¿Por qué no podemos vivir felices?».

Letra de Peace train, Cat Stevens (1971).

Curiosamente, el país pionero en prohibir el libro antes que Irán fue la India, ya que Rajiv Gandhi quería ganar el voto musulmán por la cercanía de las elecciones.

En el ínterin, las protestas islámicas radicales se multiplicaron por Europa y Estados Unidos, con la quema de libros correspondiente. Bueno, y las amenazas, claro. De hecho, las librerías B. Dalton (Barnes & Noble) retiraron los ejemplares a la venta, algo que provocó la ira del hombre al que no le gustan los adverbios ni los adjetivos.

«Si no vende Los versos satánicos, entonces tampoco venderá nada de Stephen King».

En efecto; el escritor estadounidense, cuyas obras copaban la lista de bestsellers de la década, soltó un órdago en tercera persona a la industria literaria que causó más miedo que sus libros. Al día siguiente, Los versos satánicos regresaron a las estanterías.

De todas formas, el apoyo más relevante que recibió el autor condenado provino de Reino Unido, que rompió relaciones diplomáticas con Irán a raíz de la emisión de la fetua.

La contraofensiva de la libertad de expresión

En 1991, Salman Rushdie salió de Inglaterra para dar una conferencia en la Universidad de Columbia. Eso sí, voló con la Royal Airforce, puesto que British Airways carecía de cristales antibalas. A estas alturas, ya se había acostumbrado a vivir recluido, a limitar sus salidas a lo imprescindible y a compartir su intimidad con los agentes de policía que vivían en su casa.

¡Ah! No te había comentado que se había casado de nuevo, en 1988. Aunque su matrimonio con Marianne Wiggins no iba bien. De hecho, ella pensaba divorciarse en el 89, pero la fetua retrasó la separación hasta 1993.

Cotilleos aparte, en 1990, Jameini explicó que, por mucho que Rushdie se disculpara (lo hizo cuatro días después de su sentencia), su arrepentimiento no valía para nada y debería morir, pues así lo decretaba la ley islámica. O, mejor dicho, la interpretación de esta que había realizado un jurista musulmán en el siglo IX.

En vista de que el fanatismo no reculaba —peor aún, atacaba con saña— se formó un grupo de presión contra la fetua (1992). Francia invitó a Rushdie a un evento en París (1993) donde recibió el apoyo de su élite cultural y política (a excepción de Mitterrand), cien intelectuales árabes y musulmanes se posicionaron a favor de Rushdie en 1994 y, ese mismo año, un periódico egipcio publicó extractos de Los versos satánicos en sus páginas.

Que sí, que no…

Poco a poco, la tensión se relajó, hasta el punto de que, el 24 de septiembre de 1998, Irán y Reino Unido reestablecieron sus relaciones diplomáticas. Con una condición: cancelar la fetua. El gobierno de Mohammad Khatami declaró públicamente que su país estaba al margen de los intentos de asesinato. La sección religiosa se excusó por no retirarla, dado que solo podía hacerlo quien la había decretado. En definitiva, dieron largas.

Empero, técnicamente, Rushdie había recuperado su libertad, por lo que se mudó a Nueva York, a sabiendas de que los fanáticos son muy veleidosos, y allí estaría más protegido. Así pasó; en 2005, Jameini renovó la fetua contra él.

En respuesta a este desafío, la reina de Inglaterra, pasándose la opinión de su hijo por la desembocadura del Támesis, ordenó caballero a Salman Rushdie (2007). Este acto provocó, nuevamente, manifestaciones de radicales islámicos en las calles, donde quemaron fotos de sir Salman Rushdie y de Isabel II.

Ahora, recuerda la advertencia sobre el crecimiento del fundamentalismo islámico que narraban Los versos satánicos en 1988 (año en el que se fundó Al Qaeda), y observa el hueco que falta entre el supuesto fin de su fetua y su ordenación como caballero. Justo: los atentados del 11 de septiembre de 2001.

El debate sobre la libertad de expresión

Imagínate que alguien publicase un libro que reprodujera el Nuevo Testamento sin alterar el mensaje sagrado, pero con un Cristo transexual, doce apóstoles gays, un séquito de lesbianas como protagonistas y unos señoros judíos representando la opresión e intransigencia. ¿Cuál sería tu reacción?

Bien, piensa qué diferenciaría esta obra de la de Nikos Kazantzakis, de El código Da Vinci (Dan Brown), de MuArte (Jose Flores), de Cordero (Christopher Moore) o de la película La vida de Brian. Porque todas atentan contra la sacralidad del texto divino al contar una historia no canónica. ¿Encendemos ya la hoguera?

«El Creador: un cómico cuya audiencia tiene miedo a reírse».

A book of burlesques, H.L. Mencken.

Pues eso hizo Salman Rushdie. Es decir, empleó una historia considerada apócrifa en el islam para escribir una sátira religiosa en ciencia ficción dentro de una novela con una temática más seria: los problemas de los inmigrantes y el significado de vivir con unos ideales en un entorno completamente distinto al originario.

Vale; aparecen unas prostitutas con los nombres de las esposas de Mahoma, pero porque las meretrices saben que eso excita más a sus clientes. De hecho, cuando las mujeres del Profeta salen en el libro, las muestra con bastante respeto.

El islam en la India de su época, al igual que el cristianismo de la nuestra, no seguía el monolitismo de los fundamentalistas. Precisamente por eso, Satán Rushdie (así le llaman los integristas) puede expresar su opinión con libertad, que a algunos les pareció bien (Stephen King, Margaret Atwood) y, a otros, les ofendió (Margaret Thatcher, Naguib Mahfouz). Aun así, estos últimos condenaron la sentencia de muerte.

Reflexiona sobre este asunto, ya que el radicalismo se ha extendido de nuevo en nuestra sociedad. Y, cuando un cuervo se posa en el columpio del colegio…

No te pierdas la tercera entrega de «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa»

Como ves, poca literatura has leído en este artículo, ya que Los versos satánicos requiere un enfoque distinto al de las letras.

Empero, no te preocupes, puesto que «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Tercera parte)» tratará de la extensa obra que siguió a esta novela. En efecto; hay más libros allende el famoso. Y muy buenos, por cierto. También, polémicos.

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