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Once años. Once años viviendo bajo un nombre falso, diversos techos alquilados y dos amenazas constantes: una externa, que había puesto precio a su cabeza; la otra, interna, por mor de la presión que ejercían ciertas voces dentro del gobierno británico exigiendo la retirada de su protección. Así comienza «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Tercera parte)».

Operación Malaquita

Ignoro si Salman hacía yoga durante su encierro. Lo que sí sé es que este le causó un deterioro físico alarmante, pues nada tranquiliza más a una persona sentenciada a muerte que escuchar a los policías encargados de su seguridad diciéndole que «el gobierno considera que el servicio completo de protección es demasiado caro, por lo que se limitan a esconderte».

Ahora, añade a esto una conversación de su esposa con un agente de la CIA que le proponía un traslado a Estados Unidos «sin que los ingleses se enterasen». Tras una investigación, averiguaron que tal agente no existía, lo que desencadenó bastantes discusiones en la pareja (se divorciaron en 1993), ya que ella afirmaba que no era una invención suya.

Espera; falta la reacción negativa de la gente por el «tratamiento VIP» que recibía en sus desplazamientos —que sumó «vanidoso» a la lista de adjetivos negativos que popularizaban algunos tabloides británicos, como «desagradecido», «desagradable» y el inevitable «arrogante»—, la búsqueda de casas cada vez que saltaba una alarma (cuyo alquiler pagaba Salman, ahora llamado Joseph Anton),* las manifestaciones de radicales musulmanes, la tensión con la editorial a la hora de publicar la versión de bolsillo de su polémica obra y las explosiones en las librerías.

En fin, gracias a Alá, también sucedieron cosas positivas. Mencionaré el apoyo de su familia y amigos (con los que podía hablar porque aparecieron los primeros teléfonos móviles), al periódico The Observer (le ofreció trabajo como crítico de libros y publicaba sus revisiones en primera página para que el público supiera que seguía vivo) o a los albañiles irlandeses que enterraron una copia de Los versos satánicos en los cimientos de la mezquita que construían en Birmingham con el fin de que se erigiese sobre su libro.

Empero, nadie merece más el encomio que los agentes que le protegían, cuya decisión de saltarse la ley transformaría el suspense psicológico en una hermosa aventura.

* Nombre derivado de la mezcla entre Joseph Conrad y Anton Chejov.

Surcando las aguas literarias

Merced al citado desacato a las ordenanzas, Salman no vivió recluido, sino que disfrutó de salidas esporádicas con sus guardianes, normalmente sociales, a veces lúdicas (entraban en los cines una vez iniciada la sesión), en otras ocasiones por motivos de salud (para realizarle una radiografía, lo llevaron al hospital en un coche fúnebre, dentro de una bolsa y anestesiado).

Tal vez no fueran los compañeros propicios con los que mantener charlas intelectuales ni la presencia silenciosa que un novelista necesita cuando escribe, pero la fetua creó un sorprendente vínculo de amistad entre los agentes, el autor y el mundo literario de Londres, además de conservar otro más importante en los centros de entrenamiento al aire libre de la policía: el de un padre con su hijo.

«Al día siguiente, Haroun jugaba de portero en un partido de barrio de hockey callejero».

Haroun y el mar de historias, Salman Rushdie.

Hablando de progenitores, recordarás que Anis le leía cuentos a Salman cuando su hogar estaba en la India. Bien; ahora el novelista daría un paso más en esa costumbre familiar, escribiendo uno a Zafar.

De estos encuentros furtivos nació Haroun y el mar de historias (1990) — inspirado en los Viajes, de Ibn Battuta, y el Kathasaritsagara*—, que relata el periplo de un niño en busca de las fuentes de las historias para que su padre recupere el don de la narración.

Si solo conoces a Salman Rushdie de oídas, te recomiendo que descubras su obra a través de este cuento, ganador del Writers’ Guild Award al mejor libro infantil en 1991. Créeme; cambiará tu opinión respecto a su halo polémico.

*‘El mar de las corrientes de la historia’, del sánscrito katha (‘historia’), sarit (‘riachuelo, corriente’) y sagara (‘mar/océano’). Fábulas recopiladas por Somadeva Bhatta. En cuanto a «Haroun», corresponde al segundo nombre de su hijo.

Salman vs Batman

Al contrario de lo que pueda parecer, no todo Oriente Medio odiaba a Rushdie. Arafat, por ejemplo, se declaró contrario a la fetua (en privado, claro), y varias radios piratas en Irán emitían pasajes de Los versos satánicos desde la clandestinidad.

Empero, los radicales religiosos se garantizaron de que su nombre quedara asociado al de un villano, sin escatimar en medios ni en imaginación. Buena prueba de esto lo verás en International Gorillay, un filme paquistaní en el que un Salman Rushdie despiadado y epicúreo, con sus secuaces israelíes, forma parte de una conspiración internacional que pretende acabar con el islam. A dicha, y esto no es broma, tres Batmans, una judía conversa y una triada de Coranes voladores que lanzan rayos lo derrotan.

Menos cómico resultó el secuestro de tres ciudadanos británicos en Beirut, cuyos captores exigían la entrega del escritor a cambio de la liberación de los rehenes. Al final, el problema se resolvió cuando Iraq invadió Kuwait, estalló la primera guerra del Golfo (1990-91), y las alianzas variaron en la región.

En medio de este caos geopolítico, su esposa se marchó a Estados Unidos, y él encontraría solaz pasional en una editora británica llamada Elisabeth West, quien acreditó la veracidad de sus sentimientos tanto a él personalmente como a la policía durante la investigación pertinente sobre su persona. Así funcionan las relaciones en los tiempos de una fetua.

Quizá, ese amor al que Shakespeare consideraba capaz de amansar a las serpientes (Como gustéis) simbolizase un giro en su suerte. Ya no solo porque Haroun y el mar de historias había salido a la venta tras unas duras negociaciones, sino debido a que los círculos musulmanes clamaban la revocación de su sentencia.

Infaustamente, una serpiente ataca cuando se siente acorralada. Después de escuchar las palabras de Jameini, la policía le informó (enero de 1991) de que el riesgo de un atentado contra él había aumentado.

Máxima tensión

Pues, sí; unos asesinos profesionales, contratados por los iraníes, motivaron el enésimo cambio de domicilio de Salman, quien anunció públicamente que había abrazado el islam, a ver si de esta manera detenía la avalancha de terror que se avecinaba.

El subterfugio no funcionó. Peor aún, comenzaron los ataques a las personas implicadas en la edición o traducción de Los versos satánicos alrededor del mundo. Aquí destacaré el asesinato de Hitoshi Igarashi, ya que la policía nipona no lo investigó. ¿Por qué? Todo el petróleo que importaba Japón provenía de Irán.

Obviamente, algunas personas (familias de los afectados incluidas) le responsabilizaron de lo sucedido. Sobre todo, la prensa, que aprovechó para funarlo por el incremento del coste de protección que suponía su nueva relación.

«Para entonces, la familia estaba en estado de conmoción y consternación, pero lo peor estaba por venir».

Oriente, Occidente, Salman Rushdie.

Verano de 1991. Shapour Bakhtiar, exprimer ministro iraní, y su secretario, Soroush Katibeh, mueren acuchillados en Sureness, municipio del área metropolitana parisina donde se habían exiliado tras la revolución iraní. Antes de que Jomeini se hiciera con el poder, ya había advertido a sus conciudadanos sobre «cómo el fascismo de los mulás sería más oscuro que cualquier junta militar».

Este crimen, en realidad, formaba parte de una campaña política (aunque los ayatolás siempre lo negaron, culpando a los «enemigos de la nación» en su lugar) orientada a eliminar voces disidentes con un patrón determinado: apuñalamientos, accidentes provocados, tiroteos en robos e inyecciones de potasio para inducir el paro cardiaco.* Duró desde 1988 hasta 1998, periodo en el que murieron más de ochenta personas.

Salman corrió mejor suerte. Pasados unos meses, se redujo la alerta. O, en palabras de los agentes del servicio secreto, «La hemos frustrado». Empero, alígera voló su alegría cuando se enteró de que el gobierno británico había decidido retirarle la protección.

*La criba generó una serie de secuestros en Irán con el objetivo de intercambiar a los rehenes por los operativos arrestados en el extranjero. Por cierto, según escribo esto, la población iraní desafía al gobierno en unas manifestaciones donde las mujeres queman su hiyab.

Suspiros de España

La producción literaria de Salman Rushdie durante la década de los noventa consistió en un cuento infantil —Haroun y el mar de historias (1990)—, cuatro ensayos —In Good Faith (1990), Imaginary Homelands (1992), The wizard of Oz (1992), Mohamas Gandhi (1998)—, una recopilación de historias cortas —Oriente, Occidente (1994)—, una antología de literatura india —Vintage Book of Indian Writing (1997)—, y dos novelas soberbias, de las que te hablaré ahora.

La primera —también su primer libro escrito en ordenador— se titula El último suspiro del Moro (1995). En esencia, refleja los problemas de la acelerada modernización de la India a través de un hombre que envejece al doble de velocidad que el resto, además de los conflictos entre religiones o el crecimiento político del nacionalismo en el país.

«Oh, Moro, extraño hombre negro, siempre con la boca llena de tesis y sin una maldita puerta de iglesia en que clavarlas».

El último suspiro del Moro, Salman Rushdie.

Como en Hijos de la medianoche,* cuenta la saga de una familia india mediante un derroche de imaginación organoléptico, la narrativa laberíntica que caracteriza al autor, numerosos juegos de palabras y la sempiterna conexión entre Oriente y Occidente, representado por España y Portugal.

Eso sí, este palimpsesto indoibérico ofrece un mayor espectro espaciotemporal, puesto que abarca desde la caída del reino de Granada y la llegada de los portugueses a las costas del subcontinente hasta los atentados de Bombay (1993) provocados por la demolición de Babri Masjid, una mezquita del siglo XVI erigida en Ayodhya, supuesto lugar de nacimiento de Rama.

Igualmente, El último suspiro del Moro transcurre en una ciudad distinta que Hijos de la medianoche, pese a ser la misma. Es decir, Bombay reflejaba la mirada de la infancia, pero Mumbai muestra una cara «más oscura, más corrupta, más violenta» de la gran metrópoli maharastriana.

No está nada mal, especialmente si tienes en cuenta que la idea original (1988) consistía en una versión de Otelo.

*Elegida como mejor novela entre todas las ganadoras del Booker Prize en 1993.

El nimbo de la esperanza

La nueva alerta implicó una mudanza a Bishop’s Avenue. Aquí, Rushdie y West vivieron ocho años sin ser localizados,* en buena parte porque los obreros que blindaron la casa, aparte de los trabajadores ocasionales, no compartieron con nadie sus sospechas sobre la identidad de los inquilinos.

A este inesperado apoyo popular siguió uno político. Tras el anuncio del fin de su protección, viajó a Estados Unidos para hacer campaña a su favor. Funcionó; cuando regresó, le informaron de que el gobierno británico había renovado el servicio, algo que no gustó al príncipe (ahora, rey) Carlos, quien le definió como «Un mal escritor que cuesta mucho proteger».

«El príncipe Carlos es más caro de proteger que Rushdie y nunca ha escrito nada interesante».

Ian McEwan, durante una rueda de prensa en España.

Cabe destacar que, además de cumplir su objetivo, ese viaje le devolvió la sensación de libertad que le habían arrebatado. A raíz de esa experiencia, Salman Rushdie permaneció invisible, pero un muy visible Joseph Anton se desplazaría por Europa y América con bastante frecuencia y relativa facilidad (British Airways le había vetado).

Obviamente, tan solo los organizadores y las autoridades locales estaban al tanto de su agenda, que incluía conferencias, recogida de premios —entre ellos, el Premio Austriaco de Literatura Europea, que se lo habían concedido hacía dos años sin decirle nada a él o a los medios—, nombramientos (profesor honorario del MIT) y títulos (presidente del Parlamento Internacional de escritores), promociones literarias, participaciones culturales (Red Internacional de ciudades para [escritores] refugiados) y reuniones con dirigentes políticos interesados en defender su causa.

Así, coincidiendo con la publicación de El último suspiro del Moro —premio Aristeion (1996), compartido con Christoph Ransmayr—, apareció un proyecto, de iniciativa francesa, que bocetó un contrato con Irán de no ejecución de la fetua.

*Únicamente se registraron tres incidentes reseñables: una bomba del IRA en el barrio, un policía disparó su arma dentro de la casa por error y el robo de un galardón.

Entre Tántalo y Sísifo

Del mismo modo que los protagonistas griegos mencionados en el titular de este apartado, cada vez que Salman parecía alcanzar su objetivo político, este se esfumaba o le mandaba de vuelta a la casilla de inicio.

Al menos, su círculo de influencia intelectual aumentó según pasaba el tiempo. Conoció a muchos escritores (entre ellos, otro autor invisible: Thomas Pynchon) y entabló grandes amistades (Don DeLillo, Julian Barnes, Paul Auster, Günter Grass, Antonio Muñoz Molina). Sobre todo, la que surgió con Vargas Llosa y Umberto Eco, autodenominados desde entonces Los tres mosqueteros.

Algunas, empero, se fraguaron de un modo inesperado. Como Bono —el cantante de U2, no el político—, quien quería mejorar la calidad de sus letras y se llevó al autor a un pub en Killiney sin que la policía se enterase, aparte de invitarle al escenario durante la gira de Zoo TV (Wembley, 1993).

«Papá, no cantes».

Zafar, a su padre, momentos previos a su salida al escenario.

Esta relación, sumada a su visita a las plantaciones de agave azul en Tequila (México) —allí le presentaron por teléfono a García Márquez—, resultaría fundamental en el desarrollo de su próxima novela, al igual que su intervención con las autoridades argentinas logró que Evita se rodase en la Casa Rosada.

Sin duda, se trata de un periodo en la vida de Salman repleto de anécdotas. Por ejemplo, el servicio de seguridad en Copenhague (un barco de guerra) o la celebración de Acción de Gracias en casa de Andrew y Leslie Cockburn, donde su hija de nueve años —puede que la reconozcas— le explicó al detalle por qué era una fan de Haroun y el mar de historias.

Quizá, el castigo de los dioses del Olimpo consistía en ofrecerle visiones de una vida apasionante para, luego, recordarle que era un hombre muerto.

Un milangro

Poco a poco, la historia perdió su actualidad y la prensa su interés en una noticia que el público se había cansado de escuchar. En nuestros tiempos, también te digo, siquier hubiera durado una semana.

Los iraníes, en cambio, no le olvidaron. Al margen de la tarjeta de san Valentín que le enviaban anualmente, reemplazaron a los asesinos contratados por células independientes, lo que elevó la amenaza a niveles de riesgo altos (1997).

Irónicamente, dos años antes casi les ahorró el «esfuerzo» cuando el coche en el que viajaba con Elisabeth y Zafar por Nueva Gales del Sur (Australia) chocó con la rueda de un camión cargado de fertilizante, salió de la carretera y se estampó contra un árbol. Acto seguido, las botellas de vino que llevaban detrás volaron sobre sus cabezas y reventaron en el parabrisas.

Milagrosamente —o, en términos estadísticos, una probabilidad de 1/10—, no les pasó nada. Bueno, él sufrió cortes y magulladuras en el antebrazo y pie derechos, pero su mujer y su hijo salieron ilesos del accidente. Luego, el personal de ambulancia le pidió un autógrafo.*

«Realmente, nadie va a morir. Todos se escaparán milagrosamente».

Buenos presagios, Terry Pratchett y Neil Gaiman.

En efecto; a veces lo imposible se desprende de su prefijo y suceden cosas inesperadas. Sin ir más lejos, un de-fecto (genético) se transformó en per-fecto, redujo su tamaño a «feto» y, nueve meses después, alumbraría a un niño llamado Milan.

*Quienes no solicitaron su firma fueron varios periódicos para los que trabajaba, ya que no le renovaron el contrato por motivos de seguridad.

La Stratocaster de Örfeo

Además de su hijo y de un duelo epistolar con John le Carré —enemistad que duró quince años—, en 1997 también nació la idea de combinar el mito griego de Orfeo y Eurídice con los hindúes de Ruru y Priyamvada y de Savitri y Satyavan en un libro que, por primera vez, no causó ninguna polémica.

«Mi corazón se rasgó y cayó una historia en su interior».

La tierra bajo sus pies, Salman Rushdie.

Durante dos años, inspirado por los sonetos de Rilke, la música de Gluck y una película brasileña titulada Orfeu negro, trabajó en la que sería su sexta novela: La tierra bajo sus pies, un triángulo amoroso que transcurre en un universo paralelo —aquí reaparecen personajes de Hijos de la medianoche y El último suspiro del Moro— donde relata la historia del rock.*

De nuevo, la emigración y la transformación de Bombay en Mumbai ejercen de epicentro emocional para unos protagonistas que comparten sentimiento de desarraigo, similar al dépaysement de Matisse en MuArte.

Empero, en esta obra percibirás una diferencia de planteamiento con respecto a las anteriores; una sutil fusión entre el misticismo del pasado y la integración del inmigrante en occidente que advierte la transición hacia un tipo de historia distinta en el futuro.

En cuanto terminó el borrador, Salman se lo envió a Bono para que corrigiese aspectos relacionados con la industria musical. Su amigo observó que el autor había escrito la letra de una canción, lo cual le inspiró a ponerle una melodía.** Un año después, ese tema sonó en la película The Million Dollar Hotel y se incorporó a la edición internacional de All That You Can Leave Behind, décimo álbum de la banda irlandesa.

La tierra bajo sus pies recibió una reseña muy positiva en Reino Unido (The Guardian), pero tremendamente negativa en Estados Unidos (The New Republican). Tal vez arquees una ceja si te digo que ambas críticas las escribió la misma persona: James Wood, aunque no te sorprenderá demasiado si sabes cómo funcionan las secciones culturales de los periódicos.

*Género musical que puedes escuchar en Música sideral, fantástico programa dirigido por el conspicuo y barbilindo disyóquey Savoy Truffle.

**Blur le pediría más adelante su colaboración para componer un tema juntos, proyecto que nunca se realizó.

El triunfo del absurdo

Súbitamente, la tierra bajo sus pies superó la varga de la fetua. La versión oficial señala que Reino Unido exigió su retirada al nuevo gobierno moderado de Jatami (1998) a cambio de reestablecer la relación entre ambas naciones, y este aceptó.

En realidad, el presidente de Irán había realizado dos declaraciones contradictorias durante una visita por Europa que los grupos de presión proRushdie aprovecharon para, bueno, presionarle en su renuncio hasta llegar a un acuerdo de invalidez con la sentencia de muerte.

Ignoro si se trató de un desliz honesto del que salió airoso o su error estaba preparado de antemano. En cualquier caso, declaró que su gobierno daba por terminada la fetua, si bien carecía de autoridad para anularla.

«¿Qué quería decir?».

El castillo blanco, Orhan Pamuk.

Según la ley religiosa, tan solo el emisor de una fetua puede revocar dicha orden. Infaustamente, a este (Jomeini) «lo había cogido la pelona», como dicen los cubanos.

Pese a estar cogida por los pelos, esta justificación bastó para contentar a las autoridades occidentales, aunque no tanto a Salman, cuya vida se encontraba ahora en un paradójico limbo legal: todo el apoyo que recibía era de facto, pero no de iure,* y su asesinato estaba cancelado de iure, pero no de facto.

Dicho de otra manera, la ley prohibió a los ciudadanos iraníes, ya fueran civiles, militares, diplomáticos o políticos, ejecutar la fetua. Salvo, claro, al Pasdaran (Guardia Revolucionaria Islámica; el brazo armado de los ayatolás, actualmente considerado grupo terrorista). O a Hezbolá, porque eran libaneses.

En definitiva, Irán había eximido a quienes llevaban once años enviándole tarjetas por san Valentín.

*A lo largo de la década, Clinton y Blair le prometieron su apoyo formal. El primero se desdijo en público y el segundo propuso una ley antiblasfemia, muy criticada por el propio escritor, Rowan Atkinson y Michael Palin. De hecho, los jefes parlamentarios laboristas, viendo la intensidad de su oposición, convencieron a Blair de que su propuesta no se aprobaría, por lo que no necesitaba estar presente en el recuento. Así fue; la ley no se aprobó por un voto de diferencia: el suyo. El karma, ya sabes.

Un Nuevo Mundo bajo sus pies

Tasca el freno, que el esperpento continúa. Informado de la noticia, Salman realizó unas declaraciones donde recordó a las víctimas y afectados por la fetua, además de agradecer la labor de las personas que le apoyaron y lucharon por su causa.

«No creo que sea un momento de sentir nada, salvo una seria y solemne satisfacción de que uno de los grandes principios de las sociedades libres haya sido defendido».

Extracto de la declaración de Salman Rushdie.

Aparentemente, esto no gustó a los medios británicos, que resumieron su mensaje con el titular «No se disculpa», algo que en Irán se tradujo como «Declaraciones insultantes».

De inmediato, varios políticos reinstauraron la fetua —un gesto innecesario e ilegal, a tenor de lo comentado previamente sobre la ley religiosa iraní—, mientras que la prensa persa instigaba el asesinato —con el amparo de la mitad del Majlis (Asamblea Consultiva Islámica)— bajo la premisa de que «si se cree seguro, resultará más sencillo matarlo».

No te olvides; este era el gobierno moderado.

Imagino que te preguntarás si esto rompía el acuerdo que Irán había firmado con Reino Unido. En absoluto. No te estrujes las meninges para entenderlo. Antes, Salman era un hombre amenazado que necesitaba protección policial. Ahora, era un hombre libre que necesitaba protección policial. Objetivo cumplido.

Esta jugarreta político-mediática agotó por completo su resiliencia. Por lo tanto, redujo el equipo de seguridad a una persona, un agente al que querían jubilar y con el que la familia mantenía una estrecha amistad. A fin de cuentas, el mayor peligro que había sufrido durante su periodo de encierro se lo había causado él mismo en Australia.

Por otro lado, también terminó el veto de British Airways, de modo que podía viajar donde quisiera. Menos a su lugar de nacimiento, la India, que seguía negándole el visado de entrada.* Además de la fetua, El último suspiro del Moro había provocado bastante polémica con el Shiv Sena (partido nacionalista extremista) debido a un perro disecado que aparecía en la novela, llamado Jawaharlal, igual que el primer ministro Nehru, gran enemigo de la libertad de expresión.

Empero, el autor tenía muy claro su próximo lugar de destino: Estados Unidos. Y no iría en calidad de visitante, sino para establecer su hogar en la tierra de la libertad. Desgraciadamente, Elisabeth no le acompañaría.

*El gobierno de Vajpayee, nacionalista, pero moderado, levantó la prohibición en el año 2000.

No te pierdas la entrega final de «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa»

Ya sé que me ha quedado largo, a pesar de haber reducido y renunciado a gran parte de la información que definió esta década. Créeme; la historia y consecuencias de la fetua implican a más protagonistas. Aun así, espero que te haya ayudado a comprender la relevancia que tuvo este suceso.

En la próxima entrega de «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Parte final)», hablaré de la evolución literaria que anticipó La tierra bajo sus pies y de las novelas que ha publicado hasta la fecha. Entre ellas, una de mis favoritas.

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