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Igual que una fotografía ofrece dos imágenes idénticas pero opuestas en su negativo y positivado, el siglo XXI invertiría el ciclo del XX en la vida y el trabajo del protagonista de esta entrega especial, titulada «Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Parte final)».

Sin ir más lejos, aquí publicará el mismo número de novelas (seis) y cuentos infantiles (uno) que durante la vigésima centuria, aunque el próximo año (2023) romperá este empate literario con Ciudad Victoria, ya disponible en preventa.

De este sexteto de obras te hablaré a continuación, intercalando hechos relevantes (y algo de cotilleo) que te ubiquen en el contexto adecuado. Vamos, lo que llevo haciendo hasta ahora.

En algún lugar, más allá del charco

Así es; los ciclos llegan a su término. Después de un largo periodo en el que se formó como persona y profesional, Salman se despidió del Reino Unido.

«Allá arriba había transcurrido su existencia segregada del mundo, por esperar al enemigo se había atormentado más de treinta años…».

El desierto de los tártaros, Dino Buzzati.

Atrás no solo quedó su tercera esposa con Milan, sino también la primera y madre de Zafar, Clarissa Luard, víctima de un lustro de lucha contra un cáncer que la derrotaría (1999) con apenas 50 años.

Empero, cuando un ciclo se acaba, comienza uno nuevo. Y este lo haría en Nueva York, «una ciudad muy dura», según le comentó la mujer de la junta de la cooperativa del edificio donde pretendía comprar un apartamento. Digo que pretendía, porque le rechazaron. Ahora que disfrutaba de su libertad, el ciclo del miedo había cambiado de bando.

Por dicha, un ciclo es un proceso transformativo que gira en torno a un elemento determinado que, si se modifica en su fase inicial de tendencia, alterará su resultado.

De esta manera, el nombre de Salman pasó de figurar en las noticias políticas a convertirse en una cara habitual en las fiestas de alta sociedad; un círculo bien distinto al de la espiral de terror que le rodeaba.

Infaustamente, el ciclo del miedo se regenera en caso de que algo o alguien altere la base. Es decir, lo que significa en árabe Al-Qaeda.

La profecía

Cualquier religión mayoritaria, tarde o temprano, se escinde en facciones. En el caso del islam, la unidad duró lo que duró Mahoma. Justo después de su muerte, sus seguidores se dividieron entre suníes (‘tradicionales’) y chiitas (‘partidarios [de Ali]).

Para que te sitúes, los segundos se hicieron fuertes en lo que ahora es Irán y, al igual que los primeros, el poder se concentraba en familias, como los Omeyas y los Abasís, regentes del Califato hasta la irrupción de los turcos seléucidas.

Entre los califas de la segunda familia suní, y perdón por el inciso, mencionaré a Haroun al-Rashid y a su visir Ja’far ibn Yahya, un chiita de la familia Barmakí. Más que nada, porque su corte se convirtió, un siglo después, en el lugar donde transcurren las historias de Las mil y una noches. De hecho, varias narran leyendas y sucesos reales de ambos amigos, famosos por recorrer Bagdad disfrazados por la noche con el quijotesco propósito de «desfacer entuertos».*

«Con el tiempo, hablarán mucho de mí, y no hablarán más que de la fantasía».

El don de Harún Al-Raschid, William B. Yeats.

No te preocupes si desconoces este periodo de la Ilustración árabe (que transcurrió durante la Edad Media europea, por cierto), ya que en el XVIII, Muhammad ibn ‘Add al-Wahhab fundó la dinastía wahabi Al-Saud (origen del «Saudí» de Arabia) y, un siglo después, apareció la corriente suní radical del salafismo, caracterizada por su mentalidad panárabe, antioccidental y tres manifestaciones: quietista, política y yihadista.

La cuestión es que, ya en el XX, dentro de estas particiones se formaron diversas asociaciones cuyo objetivo consistía en captar adeptos e instruirlos en su ideología hiperconservadora, aparte de en la lucha armada. Solo que, como todas odiaban a los chiitas, e Irán era «el malo» en los 90, su actividad no se veía con malos ojos en Occidente.

Salvo, claro, para Salman, quien escribió un artículo en The New York Times (principios de 2000) en el que vaticinaba que «la lucha definitiva en la nueva era sería entre el Terrorismo y la Seguridad».

*Ignoro si llamó Zafar Haroun a su hijo por estos personajes.

Una fecha maldita

Su siguiente novela (Furia) cuenta una crónica contemporánea de Nueva York desde los ojos de un recién llegado a la ciudad. En teoría, debería haber escrito un relato corto, pues se trataba del regalo que las librerías neerlandesas entregan a sus clientes durante la Semana del Libro Holandés. Y, sí, era la primera vez que este encargo recaía sobre un autor extranjero.

«En la televisión, los holandeses estaban jugando un partido sublime».

Furia, Salman Rushdie.

En esta obra notarás una forma narrativa diferente a la habitual, puesto que la anábasis, apoyada en parábasis descriptivas, se desarrolla con un ritmo más directo e intenso, probablemente motivado por los requisitos de la historia originaria y para adecuar el contenido al público americano.

Empero, por encima del estilo, apreciarás mucho más el cambio que comenté en el artículo anterior: un planteamiento de mirada hacia delante, reflejo de la libertad que disfrutaba el autor en Estados Unidos. Tanto, que se atisba una autobiografía camuflada dentro de la novela.

Quizá Furia suponga una catarsis literaria, aunque su propósito principal consistía en capturar el momento, la esencia, la identidad de una ciudad en plena edad dorada; una obra que representase el hoy y el mañana.

A fe que logró dicho objetivo. Lo malo es que el día de la presentación coincidió con los atentados en las Torres Gemelas, por lo que la obra muestra un ciclo que terminó aquel aciago 11 de septiembre de 2001, cuando se inició el que había predicho en The New York Times un año y medio antes.

«Hijo impuro de una cerda comemierdas, vuélvelo a hacer y la yihad victoriosa te romperá las pelotas con su puño implacable».

Furia, Salman Rushdie.

Para Padma

Cuando pases la cubierta y las hojas informativas de Furia, leerás la dedicatoria que titula este apartado. Obviamente, corresponde a la neodelhiense Padmalakshmi Vaidyanthan, más conocida como Padma Lakshmi, laureada presentadora de Top Chef en la actualidad y pareja de Salman por esas calendas que, luego, se convertiría en su cuarta esposa (2004) y en exesposa tres años después.

Así es; el ciclo del amor también empezó de nuevo en Nueva York, con una mujer veintitrés años más joven que él, modelo* y actriz de profesión, aparte del motivo real (o definitivo) por el que abandonó Reino Unido y esposa.

Algunas personas pensaron que el corazón de Salman había cometido un error. Principalmente, su gran amiga Carrie Fisher, pues celebró una fiesta en su casa para que conociese a Meg Ryan, a quien consideraba una pareja más adecuada que Padma. Al margen de que no surgió el chispazo esperado, el autor no tenía dudas al respecto de la idoneidad de su relación con aquella mujer que había dejado sin aliento a Warren Beatty cuando se la presentó.

«Esa era la persona que quería, que se había construido con gran determinación».

Shalimar el payaso, Salman Rushdie.

Obviamente, se equivocó. Si bien superaron los problemas de carácter al principio de la relación y fueron muy felices juntos, ambos competían por el cetro de la atención, lo que derivó en tensiones, acrecentadas aún más debido a la endometriosis** que sufría Padma.

Según ella, Salman confundió la falta de sexo por un rechazo hacia él, hasta el punto de que la llamó «una mala inversión». Otra vez, el ciclo del amor acababa con un corazón roto, si bien el resentimiento se olvidó con el tiempo.

«A pesar de que no funcionase [la relación], le sigo queriendo y le considero parte de mi familia».

Padma Lakshmi, en la revista People.

Bueno, pues este salseo que te he contado solo sirve para decirte que, tras una breve estancia en Nueva York, los dos se mudaron a Los Ángeles. Allí, Padma se labraría una identidad mientras el autor escribía sobre un payaso asesino.

*La contrataron a los 18 años durante un viaje de fin de curso en Madrid.

**Padma es la cofundadora de la Fundación de la Endometriosis de América con Tamer Seckin.

El valle del paraíso

El encargo de Furia interrumpió el trabajo de Salman con Shalimar el payaso (2005), una novela sobre la tierra de sus abuelos: Cachemira, bellísima región administrada por China, Pakistán y la India, sumida en un ciclo permanente de conflictos entre tres naciones que poseen armas nucleares.

«Incluso en aquella era de tinieblas, [Cachemira] seguía siendo un lugar de luz».

Shalimar el payaso, Salman Rushdie.

La obra relata la transformación de un valle donde reinaba la tolerancia religiosa en uno de los epicentros del fundamentalismo islámico a causa de la intervención estadounidense por mor de las disputas en la zona, reproducido mediante un triángulo amoroso de cinco actos que dará lugar a una cruenta venganza.

Con Shalimar, Rushdie recupera el estilo característico de las novelas anteriores, si bien bastante evolucionado respecto al de la época británica. Esto se observa en los protagonistas —ya no son inmigrantes, sino personas de raíces indias asentadas en otra nación o residentes en el subcontinente— y en la trama —los personajes dirigen la historia en lugar de ir a la deriva de esta—.

Desventura la suya cuando este cambio de ciclo literario vino acompañado de otro en la crítica americana, desdeñosa de la misma narrativa que, otrora, había ensalzado. Empero, pese a esa recepción negativa, el libro ganó (2005) el Vodafone Crossword Book y quedó finalista del Whitbread Book antes de cantar victoria en 2016, año en el que Shalimar se adaptó en una ópera.

La llamada del escenario

Aun cuando no se trate de un autor cuyo trabajo resulte fácil de guionizar, cuatro de sus libros han pisado las tablas del mundo del espectáculo:

  • Haroun y el mar de historias: adaptación para teatro de Tim Supple y David Tushingham (1998).
  • Hijos de la medianoche: miniserie fallida de la BBC a finales de los 90,* adaptación teatral de la Royal Shakespeare Company (2003) y película dirigida por Deepa Mehta (2012).
  • Los versos satánicos: adaptación para teatro de Uwe Eric Laufenberg y Marcus Mislin (2008).
  • Shalimar el payaso: lo que te he contado en el apartado anterior.

Por otro lado, si la obra de Rushdie le resulta familiar a tus ojos, habrás comprobado que en sus novelas figuran innumerables referencias cinematográficas. Nada extraño, ya que el propio Salman reconoce que, de no haber triunfado en la escritura, hubiera sido actor. Quizá por eso estudió interpretación en la universidad y participó en reportajes televisivos de la BBC.

Bueno, pues está oportunidad uvió poco después de que apareciese en el videoclip de U2 (una adaptación musical de La tierra bajo sus pies), cuando debutó con una película que, probablemente, hayas visto: El diario de Bridget Jones (2001).

Como curiosidades a compartir, aquí sale otro escritor (Jeffrey Archer, minuto 0:07, detrás de Zellweger, corbata amarilla), además de que eliminaron una escena en la que Hugh Grant le comía los morros a Salman.

Algo más exigente fue su siguiente papel (Cuando todo cambia, 2007), ya que tuvo que aprender a hacer ecografías para interpretar a un ginecólogo.

Lejos estaba de merecer un Óscar por su trabajo, pero muy cerca de recibir un galardón más preciado que reavivaría el ciclo de la polémica con Los versos satánicos, asunto que inspiraría a Larry David para montar un musical en Curb your enthusiasm (2017).

*La presión musulmana en Sri Lanka (lugar de grabación), unida a la política que realizaron Irán y Arabia Saudí (amenazó con expulsar a los trabajadores esrilanqueses del país), provocaron la cancelación del proyecto.

Caballero de la libertad de expresión

Tras la ambigua revocación de la fetua por parte de las autoridades iraníes, uno de los organizadores de las manifestaciones en Reino Unido, ya reformado, confesó que nunca había leído el libro blasfemo, y que simplemente obedecía las ordenes que recibía.

Su caso no fue el único. Por lo visto, tampoco lo leyeron Jomeini, Jameini ni nadie relacionado con la emisión de la fetua. Lo cual resulta un pelín extraño, ¿no crees? A menos, claro, que los líderes del fundamentalismo islámico hubieran empleado el recurso literario de concentrar una idea abstracta (Occidente) en un elemento tangible (la novela) e identificable a través de una figura (el autor) para crear «un malo de película» que simbolizase el demonio ante sus fieles.

Así pues, donde «Alá, Corán y Mahoma» representaban lo puro y la verdad, «Occidente, Los versos satánicos y Rushdie» equivalían a lo corrupto y a la mentira, el dualismo radical típico de las mentalidades totalitaristas.

En otras palabras, Los versos satánicos son un Macguffin —nunca mejor dicho— de libro; un instrumento político mediante el que ejercer presión y atacar a Occidente de una forma más segura que con una declaración de guerra.

Ahora bien, el problema de esta estrategia consiste en que, bueno, los símbolos tienen algo en común con las palabras: diferentes connotaciones semánticas. Digo esto porque, cuando la reina de Inglaterra nombró sir a Salman Rushdie (2007), todavía coleaba la crisis diplomática por el programa nuclear (2005-2007) de Ahmadineyad, que a punto estuvo de culminar en un bombardeo e invasión de Irán similar a las operaciones que Estados Unidos había realizado en Iraq y Afganistán.

«Hoy alcanzarás la grandeza por tus acciones en lugar de por tus palabras».

La encantadora de Florencia, Salman Rushdie.

A ver, no quiero decir que la monarca escogiera exprofeso al autor para hacer sangre, ya que ella solo se encarga de la entrega* del título. Es más, la elección corrió a cargo del English PEN (una organización internacional de escritores), entidad de la que Salman había sido vicepresidente, con el objetivo de estrechar los lazos entre la India y el Reino Unido.

De acuerdo, los británicos pueden ser tan ambiguos como los iraníes en sus declaraciones oficiales. Probablemente, se tratase de una campaña de promoción para apoyar al escritor, símbolo de la libertad de expresión, ante las críticas negativas que recibían sus libros en la prensa.

El caso es que Irán respondió con la renovación del ciclo de la fetua, y el consejo de lideres islámicos en Pakistán concedió el título de Saifullah (‘espada de Dios’) a Bin Laden «por su servicio a los musulmanes en la yihad contra los infieles».

*Salvo con Mick Jagger, que se negó en redondo y delegó en su hijo.

La magia de la palabra

El ciclo del caballero sin dama (ese año se divorció de Padma) arranca con la publicación de La encantadora de Florencia (2008), una mirífica novela histórica inspirada por el estilo y obra de Italo Calvino, donde el Renacimiento italiano (Occidente) y el Imperio mogol de Akbar (Oriente) se funden en un romance maquiavélico, mitad Scheherezade, mitad Orlando Furioso (Ludovico Ariosto) que te hipnotiza desde la frase de inicio.

«En la postrera luz del día, el lago resplandeciente al pie de la ciudad-palacio parecía un mar de oro fundido».

La encantadora de Florencia, Salman Rushdie.

A esta brutalidad de virtuosismo narrativo seguirían dos obras bien distintas: Luka y el fuego de la vida (2010) y Joseph Anton (2012).* La primera cumple su promesa de escribir una historia nueva para sus hijos, por lo que este precioso cuento infantil —que recuerda al guion de un videojuego— se lo debemos a Milan Luca.

La segunda, en cambio, son las memorias del autor desde su llegada al Reino Unido hasta su marcha a Estados Unidos, momento palingenésico en el que Joseph Anton muere y se convierte en Salman de nuevo.

Por supuesto, este ciclo en el que viajó desde el pasado hasta el presente, portando una maleta de realidad y otra de fantasía, se cerraría en el futuro después de Dos años, ocho meses y veintiocho noches (2015).

En efecto, las noches del título suman mil y una. Por tanto, adivina el tipo de narrativa y elementos con los que te encontrarás en esta historia de ciencia ficción y superhéroes que trascurre en Nueva York.

«Si están llegando personas de otro mundo, ¿por qué solo se presentan a los hippies locos en el desierto? ¿Por qué no van al [aeropuerto] JFK como todos los demás?».

Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie.

Empero, debajo de la carpa de alfombras voladoras, gente que levita y jinns, Salman enfrenta a Averroes y a Al-Ghazali en un debate sobre el fundamentalismo, amén de otros temas religiosos y sociales, hasta formar un libro que, en palabras de Ursula K Le Guin, «es una fantasía, un cuento de hadas, y un brillante reflejo y una seria meditación acerca de las elecciones y agonías de nuestra vida en este mundo».

*De aquí he sacado el grueso de documentación para los cuatro artículos sobre su vida que has leído. No leas el que escribió uno de los agentes que le custodiaba, porque ha reconocido públicamente que se lo ha inventado.

La gran novela americana

Si bien el primer ciclo norteamericano de Salman ubicaba la acción de sus novelas en Estados Unidos (menos La encantadora de Florencia), también mantenía la dinámica estructural de su época británica.

Cierto, el estilo había evolucionado, como ya he comentado en algún apartado de este artículo, pero la esencia de internacionalidad (o transnacionalidad, según algunos críticos) permanecía vigente en su obra.

Por otro lado, ya no recibía el aplauso unánime de la crítica; la británica no le perdonaba su «espantada» a Estados Unidos, y la de este país, que no emplease las directrices de las escuelas de escritura americanas. En resumen, libros sobre temas actuales, con dramatismo, sin intelectualidad, centrados en el individualismo y en la tecnología.

«Dios está muerto y la identidad llena el vacío».

La casa dorada, Salman Rushdie.

Salman, francamente, estaba más preocupado porque, treinta años después de la publicación de Los versos satánicos, la gente solo le asociaba a esa obra después de una extensa carrera profesional con novelas bastante mejores. Además de Irán, Occidente le había condenado a no olvidarla nunca.

En consecuencia, inició un segundo ciclo americano con La casa dorada (2017), centrada en el giro conservador de la política nacional y la causa de la crisis económica, aderezada con otros asuntos sociales que marcarían los nuevos tiempos: radicalización del feminismo y los problemas de identificación de género. Este último, por cierto, ya lo había tocado en Dos años, ocho meses y veintiocho noches.

La crítica americana lo fulminó. Mejor dicho, la conservadora, pues el sesgo izquierdista del autor lo había posicionado en un discurso opuesto al de Trump. Aun así, esta obra capta de manera magistral la mentalidad americana actual, por lo que te lo recomiendo si quieres entender ciertas tendencias de nuestra época.

El loco de los molinos

Acto seguido, más o menos, publicó la segunda obra de este ciclo: Quijote (2019), una versión contemporánea y experimental del clásico de la literatura española, transformado en una road trip a ritmo de novela pop.

¿Y en qué consiste la versión? Bueno, en un escritor de noir fracasado que recorre «La Mancha» (es decir, desde Arizona hasta Nueva York) junto a su hijo imaginario para conquistar el amor de la protagonista en un reality show.

Empero, esta disparatada historia sostiene una fuerte crítica a las prácticas de la industria farmacéutica norteamericana y a la locura de una sociedad con dependencia audiovisual completa.

«La vida se había convertido en una serie de fotografías evanescentes, posteadas cada día, desaparecidas al siguiente».

Quijote, Salman Rushdie.

Quijote recibió una mejor valoración que La casa dorada, lo cual no significa que le dedicasen una buena reseña. En general, los medios se mostraron bastante condescendientes, si bien la visita de Gran Pandemia al año siguiente dejó en evidencia el ojo clínico de Salman (el otro sufre de ptosis) a la hora de escoger sus temas. Quien tuvo, retuvo.

En fin, supongo que se cansó de este ciclo, ya que su próxima novela, Ciudad victoria (2023), recupera la narrativa histórica india con un mito épico en torno a la lucha de una mujer por construir un imperio en el sur del subcontinente alrededor del siglo XIV.

Salman Rushdie: cuando la pluma es más fuerte que la fatwa (Parte final)

El 12 de agosto de 2022, un chaval, porque tiene 24 años, de origen libanés y complejo de Eróstrato, estuvo cerca de cumplir el sueño húmedo de Jomeini. Irónicamente, Hadi Matar (profético apellido) se declaró «no culpable» del ataque al escritor a pesar de los testigos y cámaras de vídeo que demuestran lo contrario.

A estas alturas, no te sorprenderá que los eruditos («talibanes», en árabe) y prensa fundamentalista festejasen el atentado («Mil bravos… al valiente servicial que atacó al apóstata y malvado Salman Rushdie en Nueva York») o que el gobierno iraní culpase al autor y a sus seguidores, recurriendo al manido «Él se lo ha buscado», algo que su amiga Margaret Atwood comparó con la excusa de los ataques sexuales a mujeres por «ir provocando con su vestimenta».

Probablemente, esta reacción se repitió entre aquellos que criticaron Los versos satánicos. Probablemente, ninguno se haya leído el libro todavía. ¡Ah! Y, para quienes no le perdonaron que abandonase Reino Unido o que saliese de la casa segura, poniendo en riesgo al resto de la población, ¿qué tal llevasteis el mes de confinamiento durante la pandemia?

El fallido asesinato ocurrió mientras el autor comentaba a la audiencia cómo Estados Unidos era un lugar seguro para los escritores durante una charla sobre la libertad de expresión; el ciclo de Al-Ghazali contra Ibn Rušd, versión siglo XXI. El homicida subió al escenario y apuñaló y golpeó al moderador y al escritor varias veces, con saña, emponzoñado el cerebro de fanatismo y, quizá, fenetilina, creyéndose juez y ejecutor escogido de una fetua que se había emitido una década antes de que él naciera.

«Si te alejas de Dios, deberías intentar estar en los libros buenos de la Suerte».

Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie.

El nombre de Salman debe figurar en la primera página, puesto que ha sobrevivido, si bien ha sufrido daños en el hígado y los nervios de un brazo. Además, lo más seguro es que pierda un ojo. Lo que no ha perdido, según su hijo Zafar, es el sentido del humor.

Tampoco creo que las ganas de contarnos más historias.

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