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¿Te está decepcionando alguna de las dos grandes series de fantasía que se ha emitido este año? Me parece estupendo; todo el mundo tiene derecho a compartir su punto de vista, como haré yo ahora mismo con «Dragones caseros y anillos empoderados: dos series para dormirnos a todos».

Antes de zambullirme en la piscina de la polémica, dejaré claro que no pretendo dignificar o denigrar las dos series de televisión, sino exponer el contexto de donde nacieron junto con mi impresión personal sobre el resultado final.

Eso sí, en caso de que te guste el contenido, muéstrame tu agradecimiento desfibrilando el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular o compartiendo el artículo en las redes sociales.

La serie que no pudo ser

En 2011, se estrenó Juego de Tronos, una serie que, durante un tiempo, dio la impresión de que grabaría su nombre en el Olimpo televisivo del siglo XXI junto a Los Soprano, The Wire o Breaking Bad.

Infaustamente, llegada la sexta temporada,* su fuente de referencia (las novelas de Canción de hielo y fuego, George R. R. Martin) se había agotado, más o menos, al final de la fase de desarrollo de la saga. Privados del desenlace, los autores-productores confiaron en su propia imaginación y prescindieron del escritor norteamericano para terminar la fantasía histórica.

El resultado ermó la reputación de la serie por completo. Aun así, al tercer año resucitó. O presucitó, ya que La casa del dragón se trata de una precuela. Quizá resultase arriesgado ordeñar de nuevo un proyecto malogrado, pero sus seguidores añoraban el sabor de la leche de amapola y las ubres de la franquicia estaban trastesadas de misticismo todavía.

Ciertamente, el fiasco de Juego de tronos ha jugado a su favor. Después de haber causado tamaña decepción, les ha bastado con respetar la narrativa original e implicar a Martin en su creación a fin de recuperar el interés de la audiencia.

Empero, pese al sano propósito de enmendar los errores de sus predecesores, el nuevo equipo no ha alcanzado aquella grandeza perdida. A decir verdad, la serie apenas se salva de la mediocridad por los pelos rubios de dos fantásticos actores.

*2015, mismo año que el estreno de Better Call Saul, que no se despeñó y, ahora, ocupa un puesto de honor entre la élite televisiva.

La casa por el tejado

Los autores-productores de La casa del dragón han apostado por un proyecto seguro, en todos los sentidos. Han escogido una historia ya terminada para no repetir el ingenio de Juego, atractiva a los ojos de los espectadores —el exotismo áureo de los Targaryen y sus dragones—, con un universo de personajes reducido que evite las tramas secundarias insustanciales y una temática políticamente correcta, al igual que la inclusión en el reparto, según el canon ideológico que rige y exige la industria audiovisual actual.

En resumen, se han preocupado de contentar tanto a los seguidores de la saga literaria como al público general. Así pues, ¿qué ha fallado?

Bueno, La casa del dragón conserva la estética y ritmo característicos de la franquicia, pero no su tensión. Parte del problema reside en que hay cosas que funcionan en un libro que producen tedio narrativo cuando se reproducen en una serie, de ahí que se eliminen o se modifiquen al elaborar el guion. Y esto te lo dice una persona que está en contra de que toquen el trabajo de un escritor.

Tampoco ayudan los actores, que adolecen del Fuego y sangre que titula la novela de referencia. Es más, de no ser por las actuaciones de Paddy Considine (Viserys Targaryen) y Matt Smith (Daemon Targaryen), la serie parecería un documental.

Por último, procede mencionar el CGI. Vale, con los dragones, lo han bordado. En cambio, entre los ciervos sacados de una película de Bollywood y los planos secundarios de barcos que cantan a la legua que están sobrepuestos sobre el mar, la calidad visual de la serie frisa el cutrerío.

Impresión general de La casa del dragón

Normalmente, el primer episodio (el piloto) sirve para que los televidentes identifiquen a los protagonistas y conozcan el argumento que desarrollará la serie, por lo que no suele ser el más atractivo de la temporada. Así que, es habitual que lo decoren con escenas llamativas (acción, diálogos, nudos, etc.) a modo de anticipo de lo que ofrecerán después.

En La casa del dragón, esa sensación de «piloto» se mantiene durante cinco episodios. Es decir, promete algo que nunca sucede hasta el punto de que los reclamos se vuelven intrascendentes y los diálogos suenan forzados.

Súbitamente, en el sexto episodio, se produce un salto enorme dentro de la línea temporal. Tras cinco episodios monótonos, la serie se inicia de nuevo y avanza a saltos espaciados, lo que rompe por completo la dinámica narrativa previa. De hecho, cualquiera pensaría que se trata de una temporada distinta donde pasan más cosas y más rápido, como si les hubiera dado un subidón de azúcar con tanto vino.

Pese a estos bostezos, brincos en el tiempo e incoherencias de guion, la serie es muy sólida. Tal vez con un desarrollo plano y con errores —el anochecer eterno saturado de brillo en el séptimo episodio, por ejemplo—, pero la serie no tiene fisuras. Incluso el «asunto conflictivo» (la integración racial) consigue que destaque mucho más el origen espurio de los hijos de Rhaenyra.

Por tanto, a falta de un episodio para cerrar la primera temporada, La casa del dragón comienza a batir las alas. Un poco tarde y de forma extraña, todo hay que decirlo. Quizá remonte el vuelo, aunque no volará tan alta como las icónicas cinco primeras temporadas de su predecesora. Eso sí, al menos promete entretenimiento.

El monte mágico del destino

De todos los defectos que se le achacan a Los anillos del poder, destaca uno en particular: «No pasa nada en todo el episodio». Quien opine esto demuestra que nunca se ha leído La montaña mágica, de Thomas Mann, lo más parecido a mirar una planta de plástico, esperando a que florezca.

Con todo, era fácil adivinar la chapuza que se avecinaba, ya que han promocionado más el valor político de la serie que su contenido, y eso que se trata de una historia de J. R. R. Tolkien quien, aparte de tener más siglas que George R. R. Martin, ideó un universo que deja al del americano a la altura de aficionado.

Empero, existe otra historia detrás que te resultará más interesante que la creada por Amazon. Tal vez carezca de elfos, orcos o enanos, pero no le faltan personajes humanos, igual de obsesionados que Gollum por un anillo.

La forja de los anillos

Tolkien (1892-1973) era un filólogo de Oxford —donde popularizó Beowulf entre sus alumnos—, políglota, erudito, perfeccionista, amante de la naturaleza y de la mitología, que se casó con el amor de su vida (Edith Bratt, Lúthien Tinúviel en sus libros).

Dicho así, puedes creer que se trataba de un hombre aburrido, pero poseía un grandioso sentido del humor (persiguió vestido de guerrero anglosajón a su vecino), conducía como un loco (un accidente le inspiró un cuento para sus hijos: El señor Bliss), no tenía miedo al ridículo (apareció en una fiesta disfrazado de oso polar), luchó en la Gran Guerra —que es la Primera, por si acaso— y fundó un club vikingo.

También formó parte de un grupo (Los Inklings) que se reunía en un pub de Oxford (Eagle and Child) para hablar de literatura. Entre sus integrantes, estaba su gran amigo C.S. Lewis, a quien convirtió en un personaje de El señor de los anillos debido a su voz (Treebeard), del mismo modo que este se inspiró en Tolkien para su profesor Digory Kirke en Las crónicas de Narnia.

Su pasión por los idiomas le llevó a inventarse varios nuevos. Hasta que un día, observando el paisaje bélico desde las trincheras del sector norte del Somme, tuvo la idea de ofrecerles un hogar. Así, nació un lugar bautizado con un nombre que aparece en Beowulf: la Tierra Media.

Respecto a su carrera de novelista, te diré que su objetivo consistía en rellenar el vacío mitológico de Inglaterra, algo que le empujó a escribir mucho, aunque publicó muy poco. De hecho, solo dos de las obras que conforman su universo proceden exclusivamente de su puño y letra: El hobbit (1937) y los cuatro volúmenes de El señor de los anillos (1954-1955). Por cierto, esta última no era de las favoritas del autor.

El anillo americano

En 1969, el impuesto de sucesiones y sobre el patrimonio británico había alcanzado el tipo marginal más alto de su historia (85%). En consecuencia, para que sus hijos no se arruinasen, Tolkien vendió los derechos de El Hobbit y de El señor de los anillos a Hollywood United Artists por 100.000 libras esterlinas, equivalentes a dos millones de nuestra época.

¿Cómo se podía imaginar que la segunda de estas obras causaría furor en Estados Unidos? Sobre todo, en la universidad de Berkeley, California, donde se convirtió en símbolo de rebeldía contra la opresión y la guerra de Vietnam entre la juventud de los años setenta.

Es más, luego influiría en la creación del juego Dragones y mazmorras (1974), las películas de La guerra de las galaxias (1977), Cristal oscuro (1982) y Willow (1988), aparte de inspirar canciones a Black Sabbath, Rush, Genesis, Dimmu Borgir o Led Zeppelin.

Cabe decir que, a raíz de la publicación de El señor de los anillos, la mayoría de sus adaptaciones se han realizado en la radio:

  • The lord of the rings, BBC (Reino Unido, 1955-56): grabaciones perdidas.
  • The lord of the rings, BBC (Reino Unido, 1981): como curiosidad, la voz de Frodo corresponde a Ian Holm, que luego interpretaría a Bilbo en la trilogía de Peter Jackson.
  • The lord of the rings, Mind’s eye radio (Estado Unidos, 1979).
  • Der Herr der Ringe, Südwestrundfunk (Alemania, 1991-1992).
  • Eventyret om ringen, Dansmarks Radio (Dinamarca, 1999-2000).
  • Pán prsteňov, Slovak Radio (Eslovaquia, 2001-2003).

Asimismo, en Estados Unidos originó varias obras de teatro y dos musicales; uno de tres horas y media de duración, que fracasó, y otro (Fellowship!) a modo de parodia.

De todas formas, su versión más conocida corresponde a los filmes de Peter Jackson (2001-2003),* razón de que necesite nuevos apartados antes de pasar a la crítica de la serie de Amazon. Engulle tus quejas; desde la década de los ochenta, todo el género de fantasía gira alrededor de la obra creada por Tolkien, y no me refiero a la de J. R. R. únicamente.

*Andy Serkis, intérprete de Gollum en la trilogía, es la voz de los audiolibros de El señor de los anillos que se publicaron en 2021.

El anillo de los derechos

Como he mencionado previamente, Tolkien escribió mucho, pero publicó muy poco. De hecho, gran parte de su magna obra se la debemos a su hijo Christopher, quien completó y editó las historias que su padre había dejado sin terminar: El Silmarillion (1977) —junto a Guy Gavriel Kay, amigo de Baillie, segunda esposa de Christopher—, Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (1980), La historia de la Tierra Media (1983-1996), El retorno de la Sombra (1989), Los hijos de Húrin (2007), La historia de Beren y Lúthien (2017) y La caída de Gondolin (2018), entre otras novelas y cuentos.

Ahora, tienes que saber dos cosas. La primera, que esta labor implicó la revisión de setenta cajas de material escrito (buena parte de este, ininteligible) y desordenado. La segunda, que, desde pequeño, aparte de dibujar los mapas, Christopher ejercía de escribano-secretario para su padre, quien le nombró albacea de su legado. Es decir, no solo se había criado dentro del universo de Tolkien, sino que su vida giraba por completo en torno a este.

«Para mí, las ciudades del Silmarillion son más reales que Babilonia».

Christopher Tolkien, entrevista en Le Monde.

Una vez heredado el anillo de los derechos en las Tierras Viejas, Christopher amplió su territorio con las novelas que he citado. Infaustamente, su cronología presentaba anacronías con respecto a la de El señor de los anillos, cuyos derechos poseía el anillo de las Tierras Nuevas. Y este, a partir de la década de los ochenta, generaba muchos ingresos a través de un universo económico independiente al de los Tolkien, pero que usaba su apellido a modo de reclamo.

Empero, esta comercialización no preocupó demasiado al Tolkien Estate.* Al menos, hasta que las Tierras Nuevas crearon un universo paralelo al de las Tierras Viejas.

*Entidad fundada por Christopher en 1996 para preservar el legado familiar entre los descendientes de su padre.

La alianza del anillo

En 1976, United Artists vendió su anillo de los derechos (salvo los de distribución cinematográfica) a Saul Zaentz* Production Company, empresa que fundaría una rama para explotarlos en exclusiva: Tolkien Enterprises (Middle-earth Enterprises, desde 2010).

Poco tardaron en hacerlo, aunque en versión animada: El Hobbit (1977, Rankin y Bass, televisión), la primera parte de El señor de los anillos (1978, Ralph Bakshi)** y El retorno del rey (1980, Rankin y Bass).

Precisamente, la adaptación de Bakshi la vería un joven Peter Jackson, quien años después (1995), hablando con Fran Walsh acerca de escribir una película original de fantasía, comprendió que cualquier idea que desarrollasen estaría marcada, inexorablemente, por el imaginario de Tolkien. Así pues, ¿no sería mejor adaptar su obra a la gran pantalla?

Su plan, en principio, consistía en grabar varios filmes basados en los dos libros. Este proyecto le gustó a Harvey Weinstein (sí, ese Weinstein), de Miramax, que consiguió la licencia de Zaentz, aunque no la de United Artists.

Acto seguido, comenzó la negociación del contenido. Por un lado, los jefes de Miramax (Disney) solo querían una película. Por el otro, Weinstein aceptó que fueran dos, pero solo sobre El señor de los anillos. Tras este acuerdo, vieron que se quedaban cortos de presupuesto, así que Weinstein le dijo a Jackson: «Haz solo una película y recorta la historia», y este respondió: «Vale, pero de cuatro horas». La tensión aumentó hasta el punto de que, por muy poquito, no reemplazaron al director por Tarantino.

Finalmente, Miramax claudicó y habló con New Line —productora de Warner Bros.***—, que aceptó participar en el proyecto a cambio de que realizasen una trilogía y les vendieran los derechos cinematográficos.

*El hombre que denunció a John Fogerty por plagiarse a sí mismo.

**Mick Jagger y David Carradine se ofrecieron voluntarios para interpretar, respectivamente, a Frodo y Aragorn.

***Disney compraría Marvel para competir contra el universo de Tolkien.

El anillo de la discordia

Ignoro si te gustaron (o has visto) las películas de Jackson, pero sé de dos personas que las detestaron: Ralph Bakshi, el director de la versión animada, y Christopher Tolkien.

«Han destripado el libro y lo han convertido en una película de acción para jóvenes de 15 a 25 años».

Christopher Tolkien, entrevista en Le Monde.

Esta entrevista de 2012 en Le Monde (puedes leerla aquí, pero está en francés) ofrece sus primeras declaraciones públicas tras cuarenta años de silencio mediático. Así que, tenlo en cuenta para entender la tormenta que desencadenó la trilogía.

Tanto Bakshi como Christopher criticaron a Jackson por no haber entendido la obra de Tolkien. Es más, Christopher se quejó de que nadie hubiera consultado al Tolkien Estate durante su producción, porque Jackson y sus ilustradores (Alan Lee y John Howe) habían creado un universo paralelo al de las obras originales.

«El cuento no trata realmente de Poder y Dominación: eso solo pone las ruedas en marcha; trata sobre la Muerte y el deseo de Inmortalidad. Lo cual significa que es un cuento escrito por un hombre».

Cartas, J.R.R. Tolkien.

En consecuencia, «ya no es el libro el que se convierte en fuente de inspiración para los autores de fantasía, sino la película a partir del libro, luego los juegos a partir de la película, y así sucesivamente». (Entrevista en Le Monde).

Obviamente, aquí confluyen dos argumentos diferentes. Primero, los relacionados con el mensaje de Tolkien, cuyo legado defendía Christopher. Segundo, los económicos, ya que NewLine se había comprometido a pagar un porcentaje de ingresos en función de la rentabilidad de las películas.

«”Y entonces, sorpresa”, dice Cathleen Blackburn, abogada de Oxford para el patrimonio de Tolkien, irónicamente, ”¡estas películas, que eran tan populares, aparentemente no ganaban dinero! Obtuvimos balances que mostraban que sus productores no debían ni un céntimo al Tolkien Estate…”». (Entrevista en Le Monde).

Empero, falta un tercero. Por lo visto, el asunto de la trilogía había dividido al Tolkien Estate. O sea, los herederos de J.R.R., donde Simon —el hijo de Christopher—, reflejaba la postura contraria a la de su padre. Normal; él sí había hablado con Jackson sobre su proyecto y le había dado el visto bueno.

El anillo de la discordia, continuación

Entre 2003 y 2006, el Tolkien Estate, Tolkien Trust y HarperCollins (editorial que posee los derechos literarios de El señor de los anillos, menos en Estados Unidos) «exigieron 150 millones de dólares por daños y perjuicios, así como el derecho a controlar las futuras adaptaciones de las obras de Tolkien». (Entrevista en Le Monde).

Esto último, además de por las películas, también lo incluyeron a causa de un episodio de la serie norteamericana VeggieTales, titulado El señor de las judías (Lord of the beans, 2005).

Paralelamente al litigio, la riña familiar dividió a los Tolkien en dos bandos, donde unos buscaban «promocionar la obra lo máximo posible» y el resto, representado por el Tolkien Estate, a favor de «iluminar lo que no es El señor de los anillos». (Entrevista en Le Monde).

El conflicto legal se resolvió en 2009, juicio mediante, pero el interno se mantiene vigente todavía. De esta manera, «los productores pagarán el 7,5 % de sus beneficios al Tolkien Estate» (ya intuirás el origen de esta cita), pero NewLine es libre de adaptar los libros sobre los que posee los derechos como le venga en gana.

En otras palabras, la ley ampara a la productora en caso de que cambie partes del canon e introduzca personajes nuevos (alienígenas, robots y mariachis, por ejemplo) en las versiones cinematográficas y televisivas.

Además, pueden comercializar cualquier artículo publicitario derivado, pues «no solo los títulos de sus libros, sino todos los nombres de sus personajes se han convertido en marcas comerciales». Empero, el Tolkien Estate posee el derecho de bloqueo a toda explotación comercial que no figure en el contrato original, razón de que no exista un parque temático.

La respuesta de Christopher fue contundente: «Tolkien se ha convertido en un monstruo, devorado por su propia popularidad y absorbido por la absurdidad de nuestro tiempo. El desfase entre la belleza y la seriedad de la obra y en lo que la han convertido me supera. Tal grado de comercialización reduce a la nada el significado estético y filosófico de esta creación. Solo me queda una solución: girar la cabeza».

Recuerda; esto lo dijo tras las películas de Peter Jackson. Imagínate cuál hubiera sido su reacción con la serie de Amazon de no haber embarcado rumbo a las Tierras Imperecederas en 2020.

El Amazonillo

En 2017, el Tolkien Estate ofreció los derechos televisivos… Un momento; ¿esos derechos no los poseía NewLine? En efecto, siempre y cuando la serie supere los ocho episodios, motivo por el que Los anillos del poder presentan este formato en sus temporadas.

Créeme; no será el último derecho raro que leas aquí. Pero, volviendo al tema, Amazon los compró y firmó un contrato que incluía las siguientes condiciones:

  • No pueden contradecir historias de las que no posean los derechos ni de las ya existentes.
  • No pueden hacer una secuela o continuación de las películas de El Hobbit ni de El señor de los anillos.
  • Peter Jackson no puede participar en el proyecto.
  • No pueden utilizar, copiar o mencionar contenido del Silmarillion.
  • El resultado debe reproducir el universo de los libros, no el de la trilogía.
  • El Tolkien Estate ejercerá de consultor de la serie.

La cuestión es que, ese mismo año, Christopher, a sus 93 primaveras, dimitió como director del Tolkien Estate —no se sabe si debido al acuerdo televisivo— y le reemplazó Simon, cuya visión sobre el legado familiar es, de manera resumida, menos conservadora que la de su padre.

Ahora bien, ¿quiénes están detrás de la serie? Pues, aparte de Amazon Studios, dos nombres que ya te sonarán: NewLine y HarperCollins. En principio, la productora iba a ser Warner Bros. Television, pero la reemplazaron por la que produjo la trilogía, ya que, aparte de los derechos para realizar cambios y añadir personajes, también poseía los derechos del diseño de producción.

O sea, Jackson estaba vetado, pero el contrato no decía nada respecto a su estilo visual y dirección de cámara. De ahí que hayas visto tantas referencias a su trabajo a lo largo de la serie. Sí; esas tomas están registradas.

La serie infantil más cara del mundo

Bueno, por fin llegamos a la serie que abandera la revolución social del guoquismo y que ha supuesto una violación emocional para los seguidores acérrimos de la obra de Tolkien.

Si has entendido bien el proceso legal, Los anillos del poder no necesitan ser fieles a la obra original, sino mantener un aire tolkiano que no altere ni utilice «el material prohibido», aunque parece que Simon —o sea, el Tolkien Estate— ha sido más permisivo en estos aspectos de lo que, a priori, se esperaba.

Tampoco olvides que, tras el juicio de 2009, NewLine tiene libertad creativa, de modo que han ejecutado esa potestad por mor de la originalidad. Otra cosa es que a ti no te guste el resultado. Consuélate; no han metido robots ni mariachis, si bien (el presunto) Gandalf cae del cielo, así que cuenta como alienígena.

Además, la serie confirma la calidad de la inversión en la escenografía, que reproduce a la perfección el ambiente de fantasía, o en la banda sonora y el diseño de producción, pues mantienen la esencia de las películas de Jackson que tan buena acogida recibieron en su época.

Pese a todo, mucho dinero* me parece para derrocar a LazyTown, el programa de la televisión islandesa que ocupaba el primer puesto de las series infantiles más caras (4 millones) de la historia.

Digo esto, porque el guion de los autores-productores americanos solo tiene sentido si su público objetivo tuviera cinco años. De ser así, no le pondría ningún pero, salvo el ritmo narrativo y la duración que han escogido. Para esas edades, conviene que los episodios sean cortos y muy dinámicos.

*The Wall Street Journal indica que Amazon se ha gastado 715 millones de dólares (761 millones de euros); un billón tras los costes de producción.

The wrongs of power

Al margen del triunfo de los abogados, de la dirección artística y de los compositores, Los anillos del poder ha fracasado en la dirección de actores, alguien debería ejecutar a las personas responsables de la continuidad y, sobre todo, se han estrellado los guionistas.

Fíjate; estoy dispuesto a concederles la licencia artística y literaria por el volcán de fogueo, los barcos tipo Tardis de Númenor, los planos de anuncio de colonia con Galadriel (sugerencia para el departamento de marketing de Amazon: Eau de Driel), las columnas de madera que se doblan en lugar de romperse, el repentino salto de la noche al día, la cuerda que sostiene una torre, las armaduras de plástico, la puerta de la celda que se abre por arte de magia, el enrevesado plan de Sauron para quitar una piedra de una presa gracias a los conocimientos de ingeniería hidráulica de los orcos, el estereotipo denigrante de los Pelosos como irlandeses…

Empero, marcaré la línea con una historia rica de pobreza narrativa, repleta de contradicciones, pródiga en incongruencias, insistente en los cambios de opinión de un episodio a otro y reticente con los instantáneos («Serás el último en morir. No, espera, te mataré ahora»), fértil de absurdidades en unos diálogos fecundos de preguntas sin respuesta o pretenciosa en su grandilocuencia de aficionado.

Francamente, alguien debería premiar el desnorte conceptual que muestra su obra. En serio; han logrado que muchas personas crean que los orcos son nobles porque luchan para disponer de un hogar, que Adar es el Mesías de la integración inclusiva («Antes de que termine esta noche, algunos de nosotros moriremos, pero […] lo haremos como hermanos y hermanas») y que Sauron simboliza a las víctimas de la intolerancia, motivo por el que, al final, tira a la rubia a la zubia.

Según la obra de Tolkien, estos personajes (menos Adar, que se lo han inventado) representan el mal y la corrupción.

Impresión general de Los anillos del poder

No sé si conoces The Outpost, una serie que, en su tiempo, se autoproclamó «El nuevo Juego de tronos». Bueno, es horrible, aunque posee una virtud impagable: sirve de baremo a la hora de evaluar la calidad mínima en la fantasía televisiva.

En ciertos momentos, Los anillos del poder me ha recordado demasiado a esta serie. Eso sí, con una diferencia importante: he visto las cuatro temporadas de la primera, y con una de la de Amazon he tenido más que suficiente.

Como no soy un seguidor de Tolkien, el asunto de los cambios no me ha afectado más allá de lo que supone transformar el trabajo de otro escritor. Por lo tanto, mi crítica corresponde al resultado profesional que he visto: una historia barata dentro de una túnica muy cara, con un ritmo embolante que demuestra que no hay nadie al volante.

Ahora bien, al igual que sus miríficas imágenes te hipnotizan, la plataforma ha apostado por una campaña de manipulación mental absolutamente miserable. Lejos quedan los tiempos cuando este condicionamiento se realizaba dentro de la pantalla con «los malos». En la actualidad, si no te gusta lo que ofrecen, eres poco menos que Satanás encarnado.

Tal vez el orgullo que transmiten en las promociones sea igual de artificial que sus decorados, pero la soberbia que manifiestan con esta técnica, madre mía, es bien real. Solo les falta defender su postura con la lógica de la serie: como «Amazon» es ‘río Amazonas’ en inglés, y los ríos desembocan en el mar, el mar siempre tiene razón.

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