Blog

fotos_blog

Ahora que ya sabes cómo funciona el ritmo literario, verás cómo se relaciona con la trama. Por eso, tras un alarde de creatividad, he llamado a este artículo «La trama y el ritmo: un matrimonio bien avenido».

Cuando termines de leerlo, sabrás qué tipo de fraseado requerirá tu novela y cómo la literatura oral marcó la senda de la escritura. Ni más ni menos. Así que, espero que desfibriles el corazón que palpita solitario bajo el titular en señal de agradecimiento.

Dicho esto, comencemos. Y lo haré con un cuento.

Érase una vez…

A pesar de que los leamos en libros, el origen de los cuentos procede de la tradición oral. Hogaño, los asociamos a la literatura infantil, pero, antaño, transmitían la cultura, los valores, las creencias y la historia de un pueblo. Eso sí, de un modo entretenido, por lo que no levantes la ceja si exageraban los hechos o utilizaban elementos ficticios. Era el CGI de la época.

«Y he aquí que su mujer tuvo uno [un hijo], el cual era, por la parte superior, un erizo, y por la inferior, un ser humano».

«Juan Erizo». Cuentos, Hermanos Grimm.

Tampoco te sorprendas cuando leas historias muy parecidas. Algunas corresponden a remakes de cuentos y leyendas más antiguos mientras que otras son adopciones de relatos foráneos. Una muestra de esta integración narrativa se encuentra en la historia del Diluvio, del arca de Noé y de la serpiente que nos expulsó del Paraíso, pues proceden de la mitología sumeria. En concreto, El libro de Gilgamesh.

Aun así, la estructura argumental apenas variaba,* a diferencia de los personajes y del contenido. Obvio; quienes contaban los cuentos necesitaban, primero, un formato que reconociese el público y, segundo, un guion de referencia capaz de adaptarse a las circunstancias del directo.

Precisamente, merced a estas improvisaciones se produjo el matrimonio entre la trama y el ritmo. O, lo que es lo mismo, el germen de las futuras novelas.

* El eje «inicio-desarrollo-desenlace» se mantiene en todas las piezas orales.

Allí había un reino…

Supón ahora que eres un bardo al que los monarcas de un reino vecino, seducidos por tu fama, han llamado para amenizar su velada. Se trata de un desplazamiento largo y no cobrarás ni beberás en caso de que tu actuación cause desagrado. Empero, si cautivas a la audiencia, te colmarán de vino y riqueza.

«Buscaré esa ciudad y la santidad que comporta».

«La ciudad bendita». El loco, Khalil Gibran.

Como conoces los relatos que lo petan, confías en que su popularidad te asegure el éxito. Pero ¡oh, sorpresa!, nada más pisar aquella tierra, un emisario te informa de que el rey y la reina solo quieren escuchar un cuento que nunca nadie haya oído antes en este ni en ningún otro reino.

Por lo tanto, bocetas uno, inspirado en los que habías incluido en el repertorio originario. Tal vez te hayan privado de tu memoria, aunque dispones de otras herramientas igual de poderosas que esta:

  • Dominio de la palabra.
  • Capacidad estructural.
  • Dotes interpretativas.
  • Interacción.
  • Observación.

¿Te has fijado en que no he destacado las dos primeras? Esto se debe a que afectan exclusivamente a la trama. En cambio, las demás marcarán un ritmo con el que obtendrás el delicioso licor y la preciada plata.

La cuestión es que… Espera; los monarcas ordenan tu presencia. Ha llegado la hora de contarles una historia tan inédita que siquiera está completa todavía. No pasa nada; de eso se encargarán los puntos que aparecen en negrita.

Durante tres días y tres noches, cabalgó por aquel bosque encantado…

Pese al inconveniente con el que te has topado, ni una gota de sudor has derramado. Cierto; esta situación supera al resto de narraciones previas que hayas realizado. Por ventura, el espíritu de Scheherezade te protege, y a ti te bastará una noche para agradar a los soberanos.

Esto lo conseguirás, en primer lugar, mediante tus dotes interpretativas. Aquí destacan la entonación y la cadencia, donde voz e historia conjuran un hechizo que seduce a cualquiera que te escuche.

Por otro lado, si combinas el sonido con la gesticulación y el movimiento, la historia no saldrá de tu boca, sino de todo tu cuerpo. Esta técnica, heredada de cuando las tribus se reunían en torno a un fuego, te servirá para que el relato suene más entretenido, vibrante y cercano.

Vale, has despertado el interés de un público que te presta atención, pero no se sumerge en la historia. Así que, pasas a la interacción, una herramienta que fomenta la participación externa.

Entre las diferentes técnicas existentes, destacaré aquella que mató al gato: la curiosidad. Por esas calendas, raro era el recital en el que un espectador no reclamase más información en alto. O sea, tú decías: «Allí había una mujer, espejo de la belleza» y, acto seguido, alguien preguntaría: «¿Cómo era esa mujer?».

Sin perder un segundo, empleas tu recurso más valioso, que no es otro que la observación. Porque, desde que cruzaste la frontera, tus ojos han tomado nota de cada detalle para customizar las historias con la esencia local, de suerte que describes a ese personaje reflejando los atributos (exagerados, por supuesto) de la reina.

Ya ves; tenías los elementos delante. Simplemente, necesitabas una trama donde colocarlos. Como Keyser Söze en Sospechosos habituales. Su apodo, por cierto, era Verbal.

De pronto, una tormenta hundió su barco, y las olas lo arrastraron hasta una isla…

Sucedió que los relatos enmudecieron cuando pasaron de la transmisión oral a las hojas de los libros. Poco a poco, la voz perdió su función de guía, y seguimos el rastro tintado que las historias habían dejado sobre la nieve del papel.

Verdad dices al afirmar que la escritura, deteniendo y mofándose del paso del tiempo, conservó esas historias, al igual que la fotografía captura un momento; la memoria, un recuerdo; los discos, las canciones, o los vampiros, la edad.

Infaustamente, el pacto con la inmortalidad otorgó una eternidad estática a sus creaciones. Esto es, el narrador ya no era una persona, sino un libro, de modo que el contenido permanecería tan estable como huérfano de sonido.

«Porque las palabras que había oído hasta entonces […] no tenían ningún sentido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños».

Pedro Páramo, Juan Rulfo.

Pese a todo, la escritura preservó y recurrió al mismo elemento con el que los contadores de historias conferían ritmo a la trama: la métrica.* Empero, también existía otra escritura, de tamaño indefinido y carente de cadencia, que reproducía —más o menos— el habla natural.

Los romanos la llamaron prosa oratio (‘discurso en línea recta’), si bien se consideraba un estilo narrativo menor debido a su parvífica calidad técnica y a una temática asaz tediosa (historia y política, por ejemplo), más adecuada para obras de carácter doméstico o costumbrista.

Siglos más tarde, con los libros relegados al más absoluto silencio,** el ser humano transformó ese tono aburrido en ilustrado.

*Hexámetros dactílicos (La Ilíada), shlokas en estrofas anuṣṭubh (Mahabharata), octosílabos (romances)…

**Durante la Edad Media, silenciamos la lectura en el ámbito individual. Hasta entonces, leíamos en alto.

Si derrotas al ictiocentauro, pídele su pergamino mágico como recompensa, pues este te dirá el modo de regresar a tu tierra…

Después de este inciso, vuelvo a tu bardo. Todavía no te has dado cuenta, pero lo que te estás inventando constituye una protonovela; el equivalente de la cronofotografía de Marey respecto al cine.

Verás; para no pillarte los dedos con la trama, has desarrollado la fantasía épica dentro de un contexto social contemporáneo. Es decir, los lugares, las personas y las historias que le cuentan al protagonista son reales.

Por idéntico motivo, prescindes de la exactitud métrica y recurres a una suerte de prosa rimada. Así, aunque alteres la longitud de los versos, la trama no perderá su ritmo ni tú te quedarás en blanco cuando improvises.

«¡Es osadía que pasma!».

El gran Galeoto, José Echegaray.

En efecto, se trata de una apuesta arriesgada, temeraria, funambulesca. Caminas por la línea argumental, balanceando el fraseado con la vara de la estanza; a veces, a grandes pasos; a ratos; te tambaleas, lo que genera un vaivén de emociones opuestas en la audiencia: ora de admiración, ora de espanto.

Al final, terminas la historia con elegancia, motivo de que tu innovación creativa reciba una lluvia de aplausos, vítores, elogios… Objetivo más que cumplido: los reyes han escuchado un cuento y un estilo narrativo que nunca nadie había oído antes en este ni en ningún otro reino. Hora, pues, de que llenes la cartera y el gaznate mientras te explico el título de este artículo.

Todos los habitantes del reino, salvo las perdices, fueron felices

Francamente, te la has jugado mucho al sacrificar la métrica. En la antigüedad, además de su valor mnemotécnico y estético, la repetición ad infinutum de la misma longitud de fraseo, combinada con una entonación y gesticulación determinada, creaba una musicalidad hipnótica que inducía al trance lisérgico. Vamos, que te colocaba.

A fe, lo correcto sería decir que capturaba y cautivaba tu atención para provocarte una reacción emocional. Todo dependía de cuál quisiera transmitirte el orador a través de su interpretación.

Tú, en cambio, has empleado una droga literaria distinta: la rima, que representa la otra manifestación del arte narrativo superior. Vale; la ruptura métrica ha dejado la voz deífica algo espuria. Aun así, mantiene un tono semidivino aceptable, visiblemente alejado de esa cháchara mundana llamada prosa oratio, frontera entre el habla humana y la de las bestias del campo.

De hecho, tu estilo ha tendido un puente que conecta lo sagrado con lo profano, el equilibrio con el caos, el orden con lo ordinario. Aparte de esto, el resultado suena más dinámico que la tradicional letanía de versos, por no mencionar la mayor versatilidad* creativa de su estructura.

«Quizá», reflexionas durante el viaje de vuelta, «sea este nuevo crúor narrativo quien otorgue un fresco trino a las raucas composiciones tradicionales; y surcará el éter oral de la bóveda astrífera y del pasto nemoroso cual hacen las aves».

Empero, no contabas con que el furor de la épica sucumbiría ante el raciocinio científico del Renacimiento. Muertos los héroes y mudos los dioses, la prosa oratio conquistó ese futuro que habías ensoñado.

Palabra que comparte la misma raíz (wer-2: ‘doblar, volver’) que «verso».

La trama y el ritmo: un matrimonio bien avenido

Probablemente, nada represente mejor el cambio de paradigma ideológico en la literatura que la sustitución del verso por la frase, símbolo absoluto de la lírica pedestre. Con ella nacieron un género —el ensayo— y el estilo narrativo de la novela moderna.

A efectos prácticos, esta distinción no afectó a la trama, inmune a los cambios por mor de la estructura argumental. Desdichadamente, el ritmo sucumbió ante la ilustrada maraña sintagmática del ensayo y gimió aprisionado tras los barrotes de párrafos anovelados.

¿Demasiado metafórico? De acuerdo: al ensayo se la refanfinflaba el ritmo narrativo y la novela carecía de la libertad repentista que gozaba la literatura oral.

Desde entonces, los escritores destacaron por su dominio de la palabra y de la capacidad estructural; los elementos fundamentales para la trama. Infaustamente, habían sacrificado las dotes interpretativas, la interacción y la observación que generaban el ritmo, además de la musicalidad de la métrica, por lo que esas nuevas obras hablaban con rafez elocuencia.

Bienhadados nosotros de que las musas y Sarasvati bajasen de las alturas, portando cestos rebosantes de estro. Así, acecharon en los cruces a los autores frustrados de ciencia y Razón que paseaban por el campo, y salieron a su encuentro con estas Románticas palabras:

«¿Me permite usted que le acompañe unos hectómetros?».

Viaje a la Alcarria, Camilo José Cela.

Los esponsales de los versos corrompidos

Cuentan los ancianos que, hace tiempo, un día náufrago en la bruma de su memoria, se celebró la boda de la persona ilustrada y del espíritu de tu bardo. A partir de entonces, la literatura heredó el secreto del ritmo, aunque solo se le revela a quienes tienen la sangre de sus hijos.

«Cuando se trata de sangre, impera el silencio».

Nostalgia, Mircea Cărtărescu.

De tan magno suceso, de esta combinación entre la semilla del amor y el polen del acaso, las dotes interpretativas mutaron en retórica y semántica, la interacción adoptó los diálogos del teatro y a los narradores en segunda y primera persona, mientras que la observación engendró las descripciones, a las que el tiempo convirtió en gemelas: Pólux para lo de fuera (descripciones físicas), Cástor para lo de dentro (desarrollo psicológico).

Ahora bien, estas herramientas te ofrecen los medios, pero vienen sin instrucciones de uso, cuyo contenido guarda celoso el talento. En consecuencia, recorrerás muchos reinos a través de sendas de barro hasta que tus pies narrativos huellen las tablas del palacio, ya que la experiencia y el conocimiento solo se adquieren con la práctica y el trabajo.

Por esta razón, la literatura se considera un arte: si empleas bien los colores, pintarás un hermoso libro. En caso contrario, pintarrajearás la hoja, y tu relato parecerá el Ecce homo de Borja.

Al compás del párrafo y del capítulo

La relación entre la trama y el ritmo se fundamenta en un proceso de compensación. Es decir, cuando la lectura fluye lenta (frases cortas), la trama transcurre célere, y viceversa. De esta manera, la métrica que escojas en las frases determinará el ritmo y el tamaño de los párrafos que, a su vez, marcarán el de los capítulos y, estos, el de la novela completa.

Digo esto, porque, tú, quien me lees, prestarás mucha atención a los ladrillos si quieres que quien te lea aprecie el edificio. Es decir, ofrécele un muro narrativo sólido, abre vanos y huecos (saltos de línea, diálogos) para que corra el aire por tu texto, y decóralo con frescos de retórica y estatuas de semántica, a menos que busques el minimalismo estético.

«Debe tener dignidad, ya sabes, dignidad… Nada de extravagancias… Elegancia en la estructura… y sin salirse del presupuesto».

El manantial, Ayn Rand.

En principio, el ritmo intenso y el moderado funcionan muy bien con la literatura de género, mientras que el fluido resulta más apropiado para la ficción literaria. Ojo, estoy generalizando; la longitud de fraseado dependerá de cómo quieras que discurra la trama en tu historia, no del género literario, si bien algunos —terror, por ejemplo— cuentan con unas pautas de ritmo determinadas.

Por cierto, existe un método muy sencillo para comprobar si la métrica que has escogido responde a tu objetivo narrativo: lee en voz alta lo que hayas escrito. Así, aparte de localizar los errores propios del texto, ajustarás el fraseado según te indiquen tus oídos, y desarrollarás la honestidad crítica.

Y, colorín, colorado…

…este artículo se ha acabado. Si te ha complacido la lectura, guarda tu vino y tu plata, pero recompénsame extendiendo tu alegría por las redes sociales.

Tampoco te olvides de lo último que te he contado. No sé si te has fijado en que los libros antiguos solían emplear un narrador en segunda persona del plural. Bueno, esto se debe a que las obras se leían delante de un público —Netflix no se había inventado aún—, normalmente en una sala de lectura. De este modo, los autores interactuaban con la audiencia, igual que hacía tu bardo en el palacio. ¿A que nunca lo habías pensado?

es_ESSpanish