Blog

fotos_blog

En el artículo anterior hablé de la estética moderna en la literatura. Bien, pues en «Historia del lenguaje y estilo de una novela, segunda parte» haré lo mismo, pero con la modernista.

El contenido te mostrará cómo cambiamos los impertinentes por las Ray-Ban, la forma en la que los experimentos del Romanticismo se transformaron en géneros de alto valor comercial, el motivo que alteró el objetivismo realista por el subjetivismo y todos los recursos que se incorporaron a la escritura.

Asimismo, sacaré a colación la literatura española, que ganó cinco premios Nobel, no exentos de polémica. Yo también espero recibir ese galardón algún día, aunque me conformo con que pinches en el corazón que palpita solitario bajo el titular.

Posromanticismo: el tren de la literatura

Si has leído MuArte, sabrás que montamos en bicicleta debido a un volcán (Tambora, 1815), y que este vehículo se inventó en el siglo XV. Es decir, durante la Baja Edad Media.

El efecto de aquella erupción, a su vez, daría lugar al símbolo de la Revolución Industrial: la locomotora. Y, si te estás preguntando qué relación hay entre los trenes y la literatura, prepárate, pues te voy a sorprender.

«Seguro que es el tren que estábamos esperando, Bárbara —dijo Jackson».

El tren de las almas, Mado Martínez.

El transporte mediante raíles (hendiduras, en este caso) no es un invento reciente; ya lo emplearon los griegos en el siglo IV a.C. con el fin de cruzar el istmo de Corinto. Luego, durante el siglo XVI,* surgieron líneas xiloviarias (de madera), principalmente ubicadas en las minas.

Tras la Revolución Industrial, los rieles se construirían de hierro, y pasaron de acarrear mercancía a transportar pasajeros. Así, surgieron los tranvías, un medio de transporte muy práctico, pero limitado al ámbito urbano.

Empero, la invención de la locomotora aumentaría tanto el número de sus vagones como la distancia que cubrían. Aquella fanfarria mecánica de vapor y hierro constituía la encarnación del progreso para sus entusiasmados viajeros, quienes amenizaban el traqueteo del trayecto igual que la gente se entretiene ahora en el metro: leyendo.

Bueno, ahora dispones del contexto situacional adecuado, aunque te falta el motivo por el que la literatura se convirtió en pasatiempo ferroviario. Casualmente, el tema del que trata el siguiente apartado.

*Konstantinos Tzanakakis señala en The Railway Track and Its Long Term Behaviour: A Handbook for a Railway que ya se emplean en Alemania durante el XIV.

Consecuencias del Posromanticismo en la novela

Breve fue su reinado, mas luengo su legado: el estereotipo del escritor solitario, intelectual y perpetuamente colocado. Pues, sí, hablo del Posromanticismo, un género literario igual de variado (parnasianismo, simbolismo, decadentismo, etc.) que oscuro, donde se buscaba la conciliación entre lo estético y lo social. O sea, el Romanticismo con el Realismo y el Naturalismo.

Para que te hagas una idea, este género literario equivalió a una estación central donde todos los estilos convergían antes de recorrer caminos diferentes, pero compartiendo un trecho de su trayecto dentro de un túnel.

A esta Atocha alegórica llegaron trenes de Francia (Baudelaire, Apollinaire, Julio Verne, Flaubert), Rusia (Tolstoi, Dostoyevski, Gogol), Estados Unidos (Edgar Allan Poe, Herman Melville, Jack London) y, sobre todo, Gran Bretaña (Jane Austen, las Brontë, Stevenson, Joseph Conrad, Thomas Carlyle, Charles Dickens, Oscar Wilde, G.K. Chesterton, Bram Stocker, H.G. Wells, Arthur Conan Doyle), dejando un legado literario sin parangón en la historia.

«En aquella cima lúgubre, la tierra estaba endurecida con una escarcha negra, y el aire hizo que me temblase todo el cuerpo».

Cumbres borrascosas, Emily Brontë.

La principal diferencia con el Romanticismo residía en que estos autores no se evadieron en el pasado, sino en los viajes, en el campo, la naturaleza o en sí mismos.

Su estilo sigue la línea de observación realista, con crítica social y materialista, aunque emplea elementos del Romanticismo (subjetivismo, idealización, lenguaje floreado, emociones, ambientes góticos…), si bien de un modo más moderado que sus exaltados predecesores.

No obstante, la forma de la creación de la novela también pasó por una alteración significativa. Por tanto, sígueme, Watson, que vamos a resolver este misterio.

Los seriales

En el siglo XVII, con el fin de ahorrar gastos, los editores publicaban partes de las novelas (fascículos: ‘pequeños haces, manojos’) en lugar del volumen completo. De esta manera, si el público se enganchaba, imprimían la siguiente entrega. En caso contrario, sacaban otra obra troceada a la venta.

Esta técnica, durante el siglo XIX, se adaptó a los periódicos y revistas. De manera resumida, porque tengo en mente escribir un artículo sobre este asunto, permitió que la clase media (luego, también la baja) pudiera comprar libros por entregas, decorados con ilustraciones en la cubierta.

Gracias a estos seriales (y a las altas tasas de alfabetización),* la literatura expandió su accesibilidad por Europa y Estados Unidos, lo cual aumentaría la demanda de obras nuevas, razón de que dispongamos ahora de tantas novelas de esta época.

«Miss Debenham dejó a un lado su libro. Observaba a Poirot».

Asesinato en el Orient Express, Agatha Christie.

Ahora bien, el canal de promoción y venta requería que los fascículos o folletines dispusieran de un tamaño determinado. Quien los adquiriese debía leer una historia coherente que, además, le incitase a continuar la lectura, de modo que los escritores se vieron obligados a modificar la estructura habitual de una novela, aparte de adaptarse a los plazos de entrega.

En consecuencia, la trama se estructuró en pequeños libros (capítulos), enlazados entre sí mediante nudos que, a su vez, servían para despertar el interés de los lectores por hacerse con la siguiente entrega.

Infaustamente, la implantación del sistema americano de impresión («la escritura de calidad» que promulgaba Mark Twain), provocó que la literatura perdiese su principal soporte de difusión.

*Aquí se potencia la publicación de libros para niños.

La explosión literaria del siglo XX

Desde la locomotora (Richard Trevithick, 1804) hasta la Coca-Cola (John Stith Pemberton, 1886), el siglo XIX se caracterizó por los progresos. *

Durante la franja de años que he citado, entre otros descubrimientos, aparecieron la fotografía (Nicéphore Niepce, 1826), la anestesia (William Morton, 1846), el teléfono (Antonio Meucci, 1854), la teoría de la evolución (Charles Darwin, 1859), la dinamita (Alfred Nobel, 1866) y se hallaron los primeros fósiles de dinosaurios (1878).

No está mal, dirás. Empero, de ahí a final de siglo, Clément Ader inventará el avión (1890); Tesla, la electricidad (1894) y la radio (1897), y Sigmund Freud, la cocaína. Perdón, el psicoanálisis (1896), cuatro símbolos que auguraban cuán distinta sería la vida durante la nueva centuria.

Es decir, si Rip Van Winkle (Washington Irving) hubiese dormido sesenta años más, no habría sufrido nostalgia, sino claustrofobia, pues esta enfermedad se acuñó en los 1870 debido al rápido crecimiento de las ciudades.

«La nuestra es una cultura que baila sobre el borde de la efimeridad».

Burning the page: The eBook Revolution and the Future of Reading, Jason Merkoski.

Con este panorama, entramos en el siglo XX, donde la clase social dominante era la burguesía, adalid progresista, pero carente de un símbolo que la distinguiera del resto.

Pronto lo obtendrían. El tren del Posromanticismo atisbaba la salida del túnel, y un murmullo corría entre los viajeros, quienes comentaban, excitados, el nombre de la próxima estación literaria: el Modernismo.

* Algunos de ellos, bastante ímprobos, como la frenología (originaria del XVII), la eugenesia o el terraplanismo (Samuel Birley Rowbotham). En efecto; esta extraña creencia no es de nuestra época.

Consecuencias del Modernismo en el lenguaje y estilo de una novela

En general, la novela Modernista era introspectivamente urbana, pues marcó la transición del campo a la ciudad y de las emociones al nuevo terreno de la psicología.

Además, el individuo —su protagonista exclusivo— ya no buscaba la comprensión del mundo. Al contrario; observaba (flâneur), se adaptaba y gozaba del progreso materialista con deleite bohemio.

De hecho, ni se miraba al pasado para idealizarlo, sino para compararlo con su época (Un yanqui en la corte del rey Arturo, Mark Twain). Es más, la evasión del Romanticismo se dirigió hacia el futuro y la existencia de otros mundos (Julio Verne, H.G. Wells), como había anticipado el gran Edward Bulwer-Lytton, de quien hablo en Nuevayorkana.

Aun parecidos, el estilo y lenguaje del Modernismo difirió del Posromanticismo en los siguientes aspectos:

  • La estructura de las series periódicas.
  • El abuso de los diálogos por mor de dinamizar la lectura (y ocupar más espacio).
  • Un evidente orgullo colonial frente a la crítica social.

Vale, tienes razón: las corrientes artísticas rompieron con la forma y el lenguaje tradicional. En cualquier caso, sus experimentos se centraron en la poesía, no en la novela. Aquí influyó, y mucho, el manifiesto Impresionista, pues reemplazó el objetivismo científico por las sensaciones en las descripciones, amén de invitar a la imaginación en lugar de a la reflexión.

Empero, esta Belle Époque, repleta de exotismo y esoterismo (Trilby, George du Maurier), donde hombres con bigotes enhiestos acompañaban a mujeres descorsetadas, bien pudiera haber prestado más atención a la tensión colonial que había surgido durante el Posromanticismo.

«Pero la vanguardia solo mira hacia delante; nunca a lo pasado».

MuArte, Jose Flores.

Del flâneur a la flapper

Modernismo aparte, el XX también fue el siglo de la Razón. Porque todas las potencias coloniales tenían más de una para declararse la guerra. Así, tras el célere avance del XIX, Europa se estancó en las trincheras.

«¿Fue, una vez más, la ilusión de la belleza, por lo que las percepciones individuales, a medio camino de la realidad, se enredaron en una malla dorada?».

Al faro, Virginia Woolf.

Tan solo la poesía (Siegfried Sasoon, TS Eliot, La tierra baldía) y una novela (Sin novedad en el frente, Erich Maria Remarque) hallarían palabras para transmitir lo que significó la Gran Guerra.

La conmoción del enfrentamiento provocó un cambio de mentalidad en la población del Viejo Mundo desarrollado, replicado de modo similar en Estados Unidos por las secuelas de la Guerra de Secesión y de la crisis financiera.

Perdido el ensueño, el tren de la literatura bifurcó su recorrido en dos líneas de desengaño con estilo y lenguaje Impresionista. Una hincó el pie en los desajustes de la sociedad. La otra se refugió en el hedonismo (también, aislamiento) para olvidar. O sea, evadirse de la realidad.

Si quieres paladear el sabor agridulce y experimental de esta época, te recomiendo los siguientes autores: Kafka, Fernando Pessoa, Pirandello, Čapek, Thomas Mann, Virginia Woolf, Elisabeth von Armin, Scott Fitzgerald, Zweig, Cocteau, P.G. Wodehouse, Beckett, Joyce y Colette.

El Posmodernismo

Parafraseando el título de una obra de Torrente Ballester, el periodo de entreguerras trascurrió entre los gozos y las sombras. Sin duda, el recuerdo del infierno bélico había dejado una profunda huella. Empero, nadie había leído la letra pequeña del pacto con el Diablo.

Esta vez, la segunda guerra asoló Europa por completo. A la destrucción del continente siguió la deconstrucción de aquel individuo cargado de esperanza, sumido ahora en un argado existencial.

«Cuando constató que lo había perdido todo, se puso a buscar al culpable».

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera.

Esta búsqueda al sentido de la vida se realizó mediante el sondeo de la conciencia individual. Por consiguiente, la noesis de la literatura se volvió subjetivista, el amor en sinónimo de soledad, y la fuente del entendimiento humano sería una cuestión personal.

De este modo, igual que los trenes eléctricos habían jubilado a la locomotora de vapor, el Posmodernismo puso fin a la Razón universal. O, cuanto menos, evidenció su instrumentalización a través de obras con marcado carácter reflexivo y social.

Sí, eran novelas intelectuales, pero también cómicamente absurdas (Joseph Heller, Catch-22).

En lo que incumbe al tema de este artículo, bueno, este estilo experimentó con todo tipo de recursos narrativos: saltos temporales, narrador en primera y segunda persona, monólogo interior, fusión de prosa con poesía, mezcla de géneros, perspectiva múltiple, intertextualidad, ruptura de los límites verbales (invención de palabras), metaficción, estructuras secuenciales, diálogos rápidos y coloquiales, estilo indirecto…

La avalancha literaria del siglo XX

Aun así, la novela existencial tan solo representó la locomotora eléctrica del Posmodernismo. No en vano, detrás de ella circulaba un convoy de vagones donde viajaban los descendientes del Romanticismo y del Realismo: ficción, ciencia ficción, narrativa fantástica, realismo mágico, novela negra, suspense, misterio, terror, novela histórica, comedia, novela experimental, nouveau roman, movimiento beat, literatura feminista, neorrealismo…

Tamaña horda de géneros marcó un contrapunto al viraje de la novela posmodernista. En el subapartado: «Otras tendencias literarias del Posmodernismo», hablaré de los que considero más relevantes, puesto que, ahora, llega el momento de Estados Unidos.

«Rutina: enchufar una licuadora americana ganada a un yanqui el verano pasado, en alguna partida de póquer, apuesta, cuartel del personal militar en algún lugar del norte, nunca me acuerdo ahora…».

El arco iris de la gravedad, Thomas Pynchon.

Literatura al más puro estilo americano

La situación europea al final de la Segunda Guerra Mundial, tanto política como económica, abrió la vía a la cultura norteamericana en el continente, que caería rendido a la producción en masa y al consumismo.

El estilo literario en la unión de los estados, por aquel entonces, lo determinaban dos autores: Faulkner (oscuro y barroco) y Hemingway, quien empleaba el estilo directo y simple del periodismo.

Nota: en algún momento, sacaré un artículo sobre la literatura norteamericana para desarrollar mejor sus características y su influencia.

«Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay».

El viejo y el mar, Ernest Hemingway.

Mayúsculo fue el impacto del segundo. Por un lado, los cursos de escritura, editoriales, correctores y resto de acólitos del contubernio literario actual consideran que este es el único estilo «de calidad», denigrando al resto como «de aficionado» o «barroco». ¿Te suena esta cantinela? En efecto, han regresado los «iluminados».

Sin embargo, mayor relevancia tuvo el enfoque positivo que concedió a la escritura. En lugar de emplear palabras o construcciones con semántica negativa, Hemingway las transformaba para que sonasen optimistas. Por ejemplo: no eres un «perdedor», sino el «último ganador». Si te chirría esta forma de hablar de los americanos, ya sabes a quién se la debes.

Procede comentar ahora que Faulkner murió de un ataque al corazón (1962) mientras que Hemingway se suicidó (1961). Supongo que ni él mismo soportaba su propia norma de escritura.

Se nota que no me gusta Hemingway, ¿verdad? No es cierto. Simplemente me parece más atractiva su vida que su trabajo. Cosa que no puedo decir sobre los autores posmodernistas que vienen a continuación.

Otras tendencias literarias del Posmodernismo: espías y espacio

El primer género que, personalmente, considero que mejor refleja el estilo y lenguaje de la segunda mitad del XX corresponde a las novelas de espías.

En esencia, era un subgénero de la novela negra, resultado de un conflicto godotiano llamado Guerra Fría, donde la tensión política y la mentalidad paranoica proporcionaron una temática tan intrigante (John Le Carré) como delirante (Graham Greene, Nuestro hombre en la Habana).

«Transportaban estas máquinas por camión desde los cuarteles generales del ejército en Bayamo hasta la linde del bosque».

Nuestro hombre en La Habana, Graham Greene.

A continuación, el tren se convierte en platillo volante con la ciencia ficción. Porque, si el género de espías se centró en el presente, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov o Kurt Vonnegut teletransportaron la idealización que el Romanticismo había realizado del pasado a un futuro utópico y distópico.

Empero, este universo, que muchos lectores vieron y ven como estado deseado, ofrecía una visión crítica «de la reacción de los seres humanos ante los cambios en la ciencia y la tecnología» (Isaac Assimov, How Easy to See the Future, Natural History, 1975).

En otras palabras, allende la fantasía, habitaba una reflexión posmoderna que, a la postre, sirvió de acicate para que varios avances imaginados se tornasen en realidad.

Por cierto, la ciencia ficción no era una temática nueva en la literatura. Tampoco pienses en H.G. Wells o Julio Verne, pues Las mil y una noches narraba un cuento futurista (recuerda que se tradujo en el siglo XIX).

Aun así, la primera obra de ciencia ficción se llama Historia verdadera, que trata sobre un viaje en el espacio y guerras interplanetarias. Lo escribió Luciano de Samósata en el siglo II.

Otras tendencias literarias del Posmodernismo: literatura no occidental

En 1913, Zenobia Camprubí tradujo la obra de Rabindranath Tagore con el fin de que su marido conociera la hechizante poesía del mago bengalí. Bien que acertó con esta sugerencia, pues sería la gran influencia de Juan Ramón a partir de entonces.

Esto no es más que un ejemplo de cómo el eje cultural europeo comenzaba a interesarse por la literatura no occidental, fascinado por el exotismo colonial tan de moda a principios de siglo.

Dentro de este género, incluyo a autores hispanoamericanos, afroamericanos, africanos, asiáticos y cualquier otro del planeta no blanco. O caucásico, si lo prefieres. Porque, durante el Posmodernismo, sus personajes cambiaron su rol de atrezo decorativo previo para protagonizar la novela con voz propia.

«Eso es unnivel: mientras má tenga de una cosa meno tengo de la otra. Y a la visconversa».

Tres tristes tigres, Guillermo Cabrera Infante.

Obviamente, este tema dispondrá de su propia entrega. Sería inútil desarrollarlo aquí; su contenido excede incluso mi capacidad de alargarme con el tamaño de los artículos. Así que, mientras lo preparo, veamos qué sucedió con la literatura española durante el siglo XX.

U de España

Existe una línea de cercanías en Madrid algo peculiar. Me refiero a la C-5, que va desde Móstoles-El Soto hasta Humanes, localidades separadas entre sí por una distancia aproximada de nueve quilómetros y medio. Digo que es curioso, ya que se tarda casi una hora en llegar de un punto a otro.

Esto se debe a que el tren parte de una de las estaciones, sube hasta Atocha y realiza el camino inverso por otra vía, de modo que recorre un total de 45 quilómetros dibujando una u invertida hasta completar su trayecto.

Bueno, pues esto define a la perfección la literatura española del siglo XX: cuando llegamos al Modernismo de Atocha desde el Realismo, en lugar de seguir hacia delante, nos dimos la vuelta, rumbo al Neorrealismo.

«Mientras los niños de su edad aprendían a leer, él daba la vuelta a la muralla».

Zalacaín, el aventurero, Pío Baroja.

Sin noticias de Gurb

El Modernismo apenas motivó una «regeneración o, más bien, ingeneración o engendramiento cultural» (Unamuno) de nuestra literatura. Tampoco te extrañes; cuando llegaron los trenes del Romanticismo y del Posromanticismo, nos quedamos en el andén.

Aun así, dos generaciones (98 y 27) junto a otros escritores lo intentaron, pues el panorama europeo e hispanoamericano, amén de la alfabetización y del desarrollo de las imprentas, invitaban a la esperanza.

¿Qué pasó? Una guerra civil. Sí, el mismo detonante por el que la novela había evolucionado dos veces, aquí detuvo el trabajo reformista de Valle-Inclán, Pío Baroja, Ramón Gómez de la Serna, Lorca, Juan Ramón Jiménez y un largo etcétera. Quien no murió, fue arrestado, se exilió o cambió su ideología, en caso de pertenecer a la contraria.

«La luna es un banco de metáforas arruinado».

Greguerías, Ramón Gómez de la Serna.

Aurea mediocritas

Ya te imaginarás cuán nada cambió la literatura de la posguerra con respecto a su predecesora. Por mucho que la bautizasen con diferentes nombres (Tremendismo, Neorrealismo, novela existencial, novela social…), no pasamos del Realismo ni del Naturalismo. A excepción de Cunqueiro, que inventó el realismo mágico, pero nadie se enteró. Siquiera la censura.

En fin, la novela neomisma (La familia de Pascual Duarte, Cela; El Jarama, Sánchez Ferlosio; El camino, Delibes) empleó un lenguaje directo, sencillo, diálogos plagados de coloquialismos, descripciones objetivas, científicas y, ocasionalmente, Impresionistas (Nada, Carmen Laforet), vestigio supérstite del Modernismo.

«Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo».

Nada, Carmen Laforet.

Este panorama se mantendría hasta que las siguientes generaciones, ajenas a la guerra, el hambre o la ruina, descubrieran el Posmodernismo gracias al dinero de Estados Unidos. Empero, te dejaré en vilo hasta el siguiente artículo.

De momento, expondré mi grisura de ánimo con esta época de las letras mediante dos comparaciones odiosas:

  • La reina indiscutible del corazón en España era Corín Tellado mientras Anaïs Nin revolucionaba el concepto de amor con sus Diarios.
  • Cela relató su caminata por Guadalajara en El viaje a la Alcarria. Varios años después, Patrick Leigh Fermor escribió El tiempo de los regalos, Entre los bosques y el agua y El último tramo, que recogen su «paseo» a pie desde Holanda hasta Constantinopla poco antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial. Ya sé que son años distintos, pero creo que refleja muy bien la distancia que le queda por recorrer a la literatura española si quiere salir de su aurea mediocritas.

¿Fue tan mala la literatura española del siglo XX?

Durante esta centuria, nuestro país obtuvo cinco premios Nobel: Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977) y Camilo José Cela (1989).

Esta cifra nos sitúa en el octavo puesto (empatados con la Unión Soviética) de la clasificación de galardonados, encabezada por Francia (13 premios), seguida de Estados Unidos (10 premios) y Reino Unido (8).

Visto así, dirías que la literatura española del siglo XX gozó de un buen reconocimiento internacional. Aunque, si analizas la obra de cada uno, comprobarás que, por orden, hay dos dramaturgos, dos poetas y un novelista.

Es normal; desde el Barroco, cultivamos más el teatro y la poesía que la novela. Así que, sin ánimo de faltar al respeto, se premió más esta tradición que la calidad u originalidad de las obras de sus ganadores.

Salvo en el caso de Juan Ramón Jiménez, intelectual inconformista e injenioso esperimentador de la palabra, al que Buñuel y Dalí trolearon en su momento, y que opinaba esto acerca de la literatura patria:

«En España no hay nada. Yo solo leo a los extranjeros».

Juan Ramón Jiménez.

Entiendo su displicencia. Para alguien tan dedicado a encontrar la perfección en su trabajo, obsesionado con la estética y el lenguaje, cuya sincera vehemencia reflejaba la exigencia que él mismo se demandaba, le desquiciaba la actitud y resultados que observaba en sus contemporáneos.

Fíjate; hasta se expresó igual que Nicolas Masson de Morvilliers, siglo y medio después.

¡No te pierdas la tercera parte de «Historia del lenguaje y estilo de una novela!

Así es, ya que «Historia del lenguaje y estilo de una novela, tercera parte» profundizará en la literatura de mediados del XX hasta fin de siglo, donde te explicaré qué diferencia a la literatura de género de la ficción literaria.

es_ESSpanish