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Los otros personajes de una novela

Una vez presentados los protagonistas y el narrador, llegan los otros personajes de una novela: el antagonista, los secundarios y los de apoyo o circunstanciales. Con esto, ya podrías escribir un libro. Infaustamente, todavía te falta el artículo sobre la trama. Así que, no he dicho nada.

En cuanto al contenido, verás su cometido principal y los diferentes roles que pueden representar a lo largo de la obra para que esmuyas el árbol del reparto. Es decir, teoría y recursos prácticos con los que sacar el mayor jugo posible al resto del elenco de tu obra.

Por otro lado, recuerda que hablo de los personajes de un libro, no de una película. Si te preguntas qué diferencia existe entre ambos, los primeros cobran por aparecer en la pantalla mientras que los segundos, no. Extrae tus propias conclusiones, porque arranco ahora mismo.

Los no tan malvados antagonistas

Normalmente, se asocia la figura del protagonista con «el personaje bueno» y la del antagonista como «el personaje malo». Lo cual es cierto, pero no verdadero. Si esto te parece una paradoja, ahora verás a lo que me refiero.

Etimológicamente, «antagonista» significa ‘opuesto al luchador’. Es decir, alguien que rivaliza con el principal. Por lo tanto, representa la causa o razón de un enfrentamiento, aunque no implica necesariamente perversidad por su parte.

«¡Cuidaos, mi señor, de los celos! Es el monstruo de ojos verdes que se burla de la carne con que se alimenta».

Otelo, Shakespeare.

De hecho, yo lo llamo «el coco», ya que se trata del personaje que genera contraste y conflicto —«concon» no sonaba tan comercial— dentro de una novela, además de provocar tensión con su presencia. Y, en ocasiones, esta función no la realiza uno en concreto, sino varios.

Por consiguiente, un antagonista abarca procederes desde los más diabólicos hasta los más naturales, que suelen convertirse en el motivo que origina una historia. Digo «suelen», pues este personaje alterna su función como contrapunto al protagonista con el de un rol secundario o, incluso, de apoyo durante gran parte de la obra.

A causa de esta versatilidad, existen diferentes tipos de antagonistas. Asimismo, los nombres técnicos que reciben variarán en función de quien te los explique, si bien conservan su esencia conceptual. En otras palabras, lo que leerás ahora me lo he inventado. Empero, de un modo muy acertado.

El antagonista como representante del mal

Este personaje es el peor de todos, el chungo, el más cabrón, la maldad personificada. Se peina con lágrimas de niños huérfanos, decora su habitación con retratos de Eróstrato, se ha injertado dientes de mamba negra en la boca, celebra fiestas en iglesias con estríperes y mariachis, y su único propósito en la vida consiste en jodérsela a los demás.

La figura de este antagonista, obviamente, sirve para que los lectores tengan miedo. Así, se refugian tras el protagonista, identificándose con él, usándolo de escudo protector con el fin de sentir el morbo de la muerte en primera persona, guardando las distancias. Tenso, pero acomodado.

«Cerbero no es guardián, es un portero. Un portero jadeante, sonriente, con la lengua fuera, que te invita ansioso a entrar en el averno. Y no puedes resistirte a la invitación».

El poder del perro, Don Winslow.

En la antigüedad, estos personajes encarnaban el miedo, ya fuera a lo desconocido (monstruos), pueblos extranjeros (nómadas, celtas…) o corrientes ideológicas perniciosas, sobre todo, para las clases dominantes.

Mediante esta alegoría al peligro, los lectores generaban condicionamientos de amenaza por parte de los personajes que representan los antagonistas. Así, se justificaban los actos violentos contra ellos (protección) mientras se aplaudía su destrucción con alegría y desprecio.

En consecuencia, se desarrollaron estereotipos específicos con los que evocar pánico. A medida que pasaba el tiempo, se actualizaron, y dieron lugar a nuevos «Cthulus» recurrentes en la literatura. También, en el cine; este fue el planteamiento de Hollywood con los rusos (representantes del mal) durante la Guerra Fría. Ahora, le toca a los árabes.

El antagonista rival

Similar al anterior, aunque su rol de «enemigo» está más próximo al de un contendiente o pretendiente. Es decir, su objetivo es el mismo que el del protagonista, así que los dos mantendrán un conflicto perpetuo a lo largo de la narración.

Tanto el «representante del mal» como el «rival» emplean la sugestión de cara a transmitir amenaza al lector. En el caso del primero, es absoluta, dado que la mera mención de su nombre provoca canguelo. De hecho, es habitual que no sepas nada sobre él (miedo a lo desconocido) hasta el final, cuando se enfrenta al protagonista.

El segundo, en cambio, puede mantenerse entre las sombras de las palabras o participar con mayor o menor frecuencia en la historia. En cualquier caso, se trata de un personaje más real, a diferencia del anterior, que es completamente idealizado.

«Pero ¿qué ocurriría si llegaba a enterarse del giro que había dado su corazón?».

La novela de Genji, Muraski Shikibu.

Exacto; este antagonista da mucho entretenimiento en las novelas románticas. Ojo, también en las demás, porque la pugna que mantiene con el protagonista por la obtención de poder, posesión, trabajo, pareja, etc., resulta la forma más sencilla de crear tensión en la trama. En especial, si empleas múltiples rivales, al estilo de las pantallas de los videojuegos, porque escalonas el conflicto sin quemar el rol de este personaje.

El antagonista moral

Versión ética del «representante del mal», pero igual de peligroso que este. Representa comportamientos contrarios a las normas de convivencia entre grupos de personas, bien sea una tribu, un pueblo o lo que quieras.

Su función principal consiste en causar una reacción de crítica y rechazo al lector, que se pondrá de parte del protagonista, quien actúa aquí como paladín de los principios morales y legales de la sociedad.

«¿No es insultante que hagas burlas después de haber robado la flautista a los convidados?».

Las avispas, Aristófanes.

Aun así, también marca la frontera entre lo considerado negativo y positivo, debido al objetivo final de sus acciones. Bueno, esto ha sonado demasiado filosófico, así que te pondré un ejemplo:

Imagínate que tanto el antagonista como el protagonista son ladrones. El primero ha robado una joya, de modo que contratan al segundo para que la recupere. La diferencia, por tanto, reside en que uno busca su propio beneficio (perjuicio al resto) mientras que el otro beneficia al grupo con sus actos.

«Ya lo sé. No vinieron por la caracola».

El señor de las moscas, William Golding.

A raíz de este planteamiento, causarás más impacto (y polémica) si inviertes la condición inicial de los dos personajes para que el código moral se imponga sobre lo que representan. De ahí, la abundancia de curas malos (Dan Brown) y forajidos buenos (Robin Hood) en la literatura.

El antagonista ritual

Las historias relacionadas con los ritos de paso de la antigüedad nos han dejado un legado maravilloso de simbología histórica. Desde los peligros que acechan en los bosques hasta las conspiraciones áulicas, toda esta narrativa gira en torno al mismo asunto: el cambio. O, si lo prefieres, la transformación y la regeneración.

Ahora, vayamos por partes. Cuando se trata del paso de la infancia a la edad adulta (pérdida de la inocencia, ganancia de madurez; da igual la edad), el antagonista provoca al lector para despertarle coraje. Esto lo consigue mediante la transmisión de un peligro que el protagonista deberá afrontar por motivos ajenos a su voluntad.

«Ya lo sé. No vinieron por la caracola».

El señor de las moscas, William Golding.

En efecto, he repetido la cita anterior, porque los distintos tipos de antagonistas pueden combinar sus cualidades entre sí. De esta manera, potencian el impacto de su función en una novela. En el caso de la de William Golding, el paso hacia la madurez va acompañado de dilemas morales, lo que deriva en una trama más compleja.

Fin de la digresión. Si te fijas, aquí el protagonista no busca revertir una situación que altera el equilibrio, sino un cambio dentro de este orden. Es decir, perder por completo su estado inicial, al contrario que los anteriores, que quieren conservarlo y mejorarlo. Aunque, quizá lo veas más nítido con las historias de la regeneración.

«No viviré con ese tipo de reglas».

Electra, Sófocles.

En general, cuentan conflictos sobre monarcas empecinados en perpetuar su culo en el trono frente a pretendientes más jóvenes. Así que, lo viejo y lo obsoleto cruzan espadas contra lo nuevo y la evolución. Por consiguiente, el lector siente indignación ante quienes prefieren el invierno a la primavera, ya que esto generará estancamiento.

El buen antagonista y el antagonista falso

No me escondo. Moby Dick y el monstruo de Frankenstein son víctimas de la egolatría de Ahab y de un estudiante de medicina. Tampoco Zeus hace nada malo cuando encadena a Prometeo (la inspiración de Mary Shelley para su famoso libro), pues solo cumple la ley, castigando a un ladrón.

Bueno, tal vez discrepes con mi opinión —sobre todo, con Zeus, porque ejerce de antagonista ritual—, pero estarás de acuerdo en que los protagonistas no siempre representan algo bueno. En consecuencia, su personaje contrario no siempre será malo, maguer que lo parezca, como en los ejemplos del principio.

«Todos los tigres son crueles, las palomas sencillas y cada hombre de su naturaleza diferente».

El criticón, (me pongo en pie) Baltasar Gracián.

Empero, esto no convierte a los antagonistas del principio en buenos. Para eso, necesitarían enfrentarse al protagonista de un modo constructivo, sin generar crítica, rechazo, miedo ni indignación al lector. Cosa que no sucede.

Sí lo hacen, en cambio, aquellos que debaten, contradicen o se oponen con sus opiniones y argumentos a las decisiones del protagonista. Cosa que sucede en La República, de Platón (que me cae gordísimo), y con los padres estrictos en los libros de adolescentes. Este último ejemplo, por cierto, es una versión de los ritos de paso donde el antagonista no termina decapitado, ahorcado o envenenado.

Luego, tienes al «falso antagonista», un personaje que hace saltar las alarmas cuando aparece, pero, al final, resulta ser «bueno». Como Severus Snape y Draco Malfoy en Harry Potter.

Sobre este tipo de giros y otros muchos ya hablaré en el artículo sobre la trama, no te preocupes. Todavía faltan otros personajes de una novela por salir, y están hartos de que los haya relegado tanto tiempo.

El comodín de los secundarios

Que no te engañe su nombre. Los personajes secundarios apuntalan, refuerzan y potencian la trama. Tal vez resultare más adecuado llamarlos «protagonistas pequeños» de no ser porque, también, actúan de antagonistas, de apoyo y de narradores. O sea, valen para absolutamente todo.

Es más, esta versatilidad les permite cambiar de rol durante el transcurso de la novela, siempre y cuando este recurso mejore de un modo lógico la historia. Incluso son capaces de protagonizar la narrativa al completo, como sucede en las novelas corales. Te digo lo mismo que con los «falsos antagonistas»: espera a que hable de la trama en otro artículo.

«¿Hemos venido en taxi a robar?».

MuArte, Jose Flores.

Su función, por lo tanto, dependerá del cometido que les quieras dar. Aun así, se caracterizan por realizar las siguientes acciones:

  • Aportan elementos de identificación y puntos de vista alternativos al lector.
  • Ayudan o se enfrentan al protagonista en momentos determinados.
  • Liberan el peso narrativo con historias de refuerzo.
  • Crean o suavizan momentos de tensión.
  • Ofrecen el recurso del diálogo.
  • Ejercen de contrapunto cómico o dramático.
  • Rellenan los huecos de la historia.
  • Lo que quieras. Pide, y te lo darán.

En definitiva, son personajes recurrentes que intervienen para desarrollar mejor la trama. A veces, de modo puntual. Otras, con mayor presencia. Pero, siempre, participando en la historia como complemento a la labor del protagonista.

Los personajes de apoyo y circunstanciales

De manera resumida, estos personajes aparecen en la novela, pero no intervienen. Y, si lo hacen, su participación es sumamente breve. Mas, guarda cuidado, pues se ofenden de inmediato cuando alguien los considera prescindibles.

«El gesto hosco de la enfermera, una pelirroja espigada de ojos saltones, invitaba a tomarla en serio».

Fuera hace frío, Juan Gómez-Pintado.

¿Ves? Me ha escuchado la mujer de rufos cabellos, y mira cómo se ha puesto. Con razón, claro, porque, por limitada que sea su presencia, forman parte del desarrollo de la trama. Eso sí, de dos maneras bien distintas.

Comenzaré con los de apoyo, cuya función consiste en ofrecer un soporte ocasional y recurrente al resto de personajes, en general, y a los protagonistas, en particular. Piensa en un familiar que ofrece alojamiento, un local que sirve de lugar de reunión o un informador. Por ende, su relación con la historia es directa.

En cambio, los circunstanciales figuran en la historia porque así lo ha decidido el autor, ya sea debido a una descripción, un cameo o porque se han cruzado en el camino de la trama. Es decir, su relación con la historia es indirecta o nula. Empero, la embellecen con su presencia.

A efectos teóricos, la diferencia entre estos dos tipos de personajes se explica sola. Justo lo contrario que su aplicación práctica que, para variar, destaca por la turbidez de sus aguas. Que las sutilezas no te quiten el sueño. Si los he unido dentro del mismo apartado, será por algo. Dicho esto, me despido rápido de ti, que la pelirroja de ojos saltones igual me pega un grito después de esto.

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