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Dentro la cronología literaria británica, existe un misterioso vacío entre la muerte de Byron (1824) y la aparición de Dickens (1836). Tal circunstancia, chocante por singular, enigmática por inusual, esconde su respuesta bajo las siglas de L.E.L.: la mujer que desapareció de la historia (I). Nota: son tres partes nada más.

Probablemente, este nombre abreviado sonará ignoto a tus oídos y hará eco en tu cerebro. Incluso, creerás que el relato de su vida resultará aburrido. Error; te mantendrá en vilo hasta que termines el artículo.

No en balde, conocerás a una autora intrigante que ocultaba escandalosos mensajes secretos en su prosa y sus versos durante una época fértil de falsedades, fecunda en posverdades y feraz de engañifas, y cuyo trágico destino pergeñaron las editoriales codiciosas, la prensa agresiva y el tráfico esclavista.

Contexto situacional de la mujer que desapareció de la historia (I)

Letitia Elizabeth Landon (L.E.L.) vino a este mundo en 1802 y lo abandonó treinta y seis años después. Lo cual, en esencia, implica que se crio y desarrolló su carrera durante la Regencia, si bien murió al poco de que a Victoria la coronasen reina.

Este periodo, correspondiente a dos intervalos de tiempo distintos pero simultáneos,1 te aviso, es un pelín complejo de resumir. O de entender.

Fuere yo un escritor divulgativo, solucionaría la papeleta a la matiega. O sea, mediante una frase de este estilo: «consistió en una mera transición sociopolítica que reafirmó el ascenso de la burguesía tras la Revolución Industrial».

Así, extendería una alfombra de verdad sobre el rol que ejerció la Regencia en el devenir de Inglaterra. Solo que, si la levantases, encontrarías una maraña de pelusillas que cuentan una historia menos divulgativa. Y divulgada.

Notas

1El primero (1811-1820), considerado oficial, corresponde a la regencia de Jorge IV hasta la muerte de su padre. El segundo (1795-1837) identifica la transformación social, cultural, artística, urbana y tecnológica del final de la era georgiana.
2Te recomiendo que veas esta película: La locura del rey Jorge (1994).
3Jorge III: Allan Ramsay, Public Domain, Jorge IV: Thomas Lawrence, Public Domain, Guillermo IV: Martin Archer Shee, Public Domain, Victoria: George Hayter, Public Domain, Compañía: own work, CC BY-SA 4.0.
4Pitt: John Hoppner – Bonhams, Dominio público, Fox: artist Samuel Cotes, Public Domain, Tambora: Jialiang Gao (peace-on-earth.org) – Own work, CC BY-SA 3.0, Turner: J. M. W. Turner, Public Domain, (2) J. M. W. Turner , Public Domain, (3) Chichester, Friedrich: Caspar David Friedrich, Public Domain, (2) Caspar David Friedrich, Public Domain, (3) Caspar David Friedrich, Public Domain, (4) Tilman2007, Public Domain, Munch: Edvard Munch , Dominio público, Peterloo: George Cruikshank, Public Domain.

El efecto francés en la Regencia

Bueno, dignifiquemos estos elementos con una narrativa. Por un lado, a partir de 1760, varias voces señalaron la obsolescencia del absolutismo en un mundo cada vez más moderno, tecnológico y dinámico.1

La unión de las ideologías reformistas y el incremento de popularidad entre los credos alternativos2 establecería los cimientos de la moralidad victoriana. Irónicamente, sus valores depararían menos libertad que los aristocráticos. Al menos, en lo que atañía a la mujer.

Quédate con este detalle, pues adquirirá una importancia patagüina cuando te hable de L.E.L.

Por otro lado, Jorge III se contagió de la ola reformista. Sin ir más lejos, proclamó la fundación de la Sociedad para la Supresión del Vicio (1802) a fin de erradicar todo aquello considerado inmoral.3

Guarda esto en tu memoria también.

Notas

1Principalmente, liberales y radicales exigían una reforma jerárquica —de vertical a horizontal— que se adecuase al espíritu de igualdad social vigente. En realidad, la clase media buscaba la reducción o eliminación de las tasas comerciales e impuestos, además de disponer de representación parlamentaria y la imposición de sus principios utilitarios sobre el sistema de posesiones y privilegios hereditarios.
2Pese a que la Iglesia anglicana mantuvo su posición dominante, los reformistas apostaron por otros grupos religiosos: Sobre todo, por los evangelistas (promotores de la abolición de la esclavitud) o los metodistas (asociados con las clases bajas) y, en menor medida, por los protestantes no conformistas, los baptistas, los presbiterianos y los cuáqueros.
3Actualización de la Sociedad para la Reforma de las Maneras (finales XVII). La Sociedad para la Supresión del Vicio atacó el ateísmo, la blasfemia, el exceso de alcohol, la indecencia, la literatura obscena, la alteración de los pesos y medidas, las casas de juego, el maltrato animal, los burdeles y los molly houses.

De Waterloo a Peterloo (1815-1819)

En vista del éxito revolucionario en Francia, un grupo de monarcas europeos formaron una alianza con el sano propósito de mantener sus occipucios intactos. A esa primera coalición le seguiría una segunda, una tercera… Así, hasta la séptima, la definitiva, que logró que la suerte dejase de serle esquiva, y Francia, por fin, resultase vencida.

Infaustamente, la victoria se cobró un alto precio en Inglaterra. Verás, el gobierno había recurrido al miedo —real— de una invasión para unir al pueblo bajo una causa común (supervivencia). De este modo, se generó una identidad colectiva nacional (nacionalismo). Pero, tras derrotar al maligno enemigo, el pegamento ideológico perdió su adherencia.1

En consecuencia, surgió el todovalismo.2 O sea, la transformación de las obligaciones mutuas feudales por una identidad independiente que perseguía la supervivencia individual —similar a la teoría evolutiva que Darwin plantearía medio siglo después (El origen de las especies, 1859)— y la horizontalidad de la jerarquía social.3

«¿Qué necesidad hay de vivir en el pasado cuando el presente es mucho más seguro —el futuro mucho más brillante?».

Jane Eyre, Charlotte Brontë.

Hombre; brillante, lo que se dice brillante, no mucho; porque otra isla, allá donde terminaban los mapas y crecían las especias, basqueaba en su interior una explosiva sorpresa.

Notas

1Finalizada la guerra contra Francia, la gente se dio cuenta de la ineptitud de las instituciones civiles y religiosas. Paralelamente, la nación sufrió una crisis económica que el Tambora acrecentaría el siguiente año. Además, los problemas sociales previos (luditas) se renovaron con los excombatientes disgustados, los trabajadores de minas y fábricas irritados o el aumento de la criminalidad, la violencia y el alcoholismo en las ciudades. Especialmente, en Londres.
2En efecto, me he inventado este -ismo.
3Traducido: situar a la clase media en el mismo nivel que la alta, ignorando a la baja. Si esto te suena familiar, se debe a la chapa que te solté previamente con las revoluciones de 1830 y 1848 en Francia.
El nuevo orden que propugnaba la burguesía, a su vez, establecía un sistema jerárquico en torno a la función utilitaria de los hombres (proveedores) y las mujeres (tareas domésticas). Huelga decir que católicos, irlandeses, habitantes coloniales no ingleses… Bueno, personas no inglesas en general, para qué engañarnos, ocupaban un escalón inferior en esta concepción horizontal contemporánea de la sociedad.

De pronto, erupcionó el Tambora

Sabemos que el famoso año de invierno perpetuo que inspiró Frankenstein o el moderno Prometeo1 lo causó un volcán. Mejor dicho, lo sabemos ahora. Por aquellas calendas, no pocos aseguraron que se trataba de una señal del apocalipsis.

El impacto del Tambora —ver: MuArte— agravó una situación ya de por sí poco halagüeña en Inglaterra. Valga de ejemplo este listado:

  • Disputas políticas a diario.
  • Tasas ingentes de paro.
  • Una subida colosal de los precios de la comida (Leyes de cereales).
  • Reformas lentas y a medio hacer.
  • Una moral cada vez más estricta y restrictiva.
  • Aumento de distancia entre las clases sociales.

Siquiera la monarquía se libró de este caos, pues portaban la corona dos cabezas asaz distintas: la de un rey demente y la de un regente hedonista.2

Laugh, laugh, The Beau Brummels3 (1964).
Notas

1Mary Shelley, 1818. Por cierto, te voy a contar dos curiosidades sobre esta obra. La primera, que su autora se inspiró en «The Rime of the Ancient Mariner», de Coleridge (Lyrical Ballads, Wordsworth/Coleridge, 1798). La segunda, que el creador del monstruo no es un científico, sino un «estudiante de las artes profanas» (Frankenstein). Esto se debe a que la palabra científico (scientist) se acuñó circa 1835. Así que, no existía cuando Shelley escribió la novela.
El caso es que la propuesta de este término no gustó a la comunidad científica por sus connotaciones idealistas (art-ist — scient-ist ). Tampoco filósofos (demasiado genérico) o sabios (savant, demasiado atrevido) cuajaron entre los «hombres de ciencia» a la hora de denominar a los «estudiantes del conocimiento del mundo material colectivamente».
2Jorge IV, al margen de un derrochador nato, sentía predilección por la comida y la bebida. Su aumento de peso (108 quilos) no pasó desapercibido para los mordaces ojos de la prensa satírica, que le apodaba Prince of Whales (Wales: ‘Gales’, Whales: ‘ballenas’).
3Beau Brummell, el padre del dandismo, se convirtió en el confidente y asesor estético de Jorge IV durante su regencia. Aunque en el vídeo el grupo salga en formato de dibujo animado, te aseguro que sus integrantes eran de carne y hueso. De hecho, su productor se llamaba Sly Stone. Si te gusta la música buena, no necesitarás más información.

La carga de la brigada ligera

En cualquier caso, el punto de ruptura no se alcanzó hasta 1819, cuando los húsares desenvainaron los sables contra un copioso grupo de manifestantes en Mánchester.1 Y se los llevaron por delante.

La mujer que desapareció de la historia, poema III
«The masque of anarchy», Percy Bysshe Shelley.2
‘Y él llevaba una corona real / Y su mano aferraba un cetro brillante /En su frente esta marca vi —/ ¡YO SOY DIOS, Y REY, Y LEY!’.
‘Alzaos como leones tras el reposo / ¡En un número imbatible! / Sacudíos las cadenas, como el rocío / Que os había cubierto durante el sueño: / VOSOTROS SOIS MUCHOS — ELLOS SON POCOS’.
Placa: Eric Corbett – Own work, CC BY 3.0, memorial: Gerald England, CC BY-SA 2.0.
Sound Affects
Sounds Affects (The Jam, 1980).
Si te gusta la música buena, encontrarás extractos del poema de Shelley en la contraportada de este disco.
Agradecimiento especial por la foto a DJ Savoy Truffle, el Luka Dončić de las ondas hertzianas y los platos giratorios.

Según el gobierno, la caballería sofocó un intento de rebelión. Tal vez, esa justificación habría colado si no hubieran acudido varios periodistas para escuchar a los líderes radicales de clase media. A los pocos días, la nación se enteró de lo que realmente había sucedido en St. Peter’s Field —rebautizado Peterloo3—, y el movimiento reformista multiplicó su número de adeptos.

Notas

1Pese a contar con una población de 150.000 habitantes, Mánchester carecía de representación parlamentaria. La demanda de un reparto más democrático del poder, unida a la industrialización que eliminaba puestos de trabajo y el incremento de precios derivado de las Leyes de cereales motivó a que 60.000 personas se reuniesen en St. Peter’s Field para protestar por sus condiciones de vida.
2Escrito tras la masacre de Peterloo. Shelley se lo envió a Leigh Hunt, pero el editor consideró que la sátira con la que el liróforo atacaba al gobierno le podía meter en líos, de modo que no se publicó hasta 1832. Canto supremo a la respuesta pacífica frente a la represión violenta, sus versos han influido en Gandhi, Nelson Mandela, el Dalai Lama y Martin Luther King, por citar algunos nombres destacados. También se leyó en Tiananmen (1989) y en la plaza de Tahrir durante la revolución egipcia (2011).
3Se comenta por los mentideros manchesterianos que James Wroe, editor del Manchester Observer, denominó la masacre de esta forma. Su ingenio le costó una multa de 100 libras, un año de cárcel por sedición y un sinfín de pleitos e investigaciones a su periódico que, abrumado por los costes judiciales, cerró sus rotativas c. 1820. Empero, resurgiría cual pájaro palingenésico con un nombre nuevo: The Guardian.

¿Y no logró nada más?

¡Por supuesto! Arrestos masivos y la Ley de las Seis Actas, que prohibía las reuniones reformistas, aparte de imponer tasas desorbitadas a toda publicación que apoyase o alentase dicha causa.1

En resumen, Peterloo simplemente evidenció el conflicto de las dos Inglaterras: la vieja (Old England ) —anclada en el Medioevo aristocrático, campestre e idealizado, epítome de britanismo tradicional con aroma nostálgico— y la moderna que proponía la burguesía —utilitaria, materialista, laissez-fairista, urbana e inundada de humo industrial—.

Old England, The Waterboys.
La canción critica el thatcherismo, y el título proviene de esta cita:
«La Vieja Inglaterra está muriendo. […] “Muriendo”, repitió, “si no está ya muerta”» (Ulises, James Joyce).

Como te puedes imaginar, la Sociedad para la Supresión del Vicio y la Ley de las Seis Actas condicionaron la libertad de expresión literaria.2 Aunque, naturalmente, ciertos escritores recurrieron a tretas zaragozanas (arti-mañas) para hablar de lo que estaba prohibido. Empero, ninguno poseía el ingenio o el talento de L.E.L.

«Pero, Roma, ¡has caído! El recuerdo de antaño solo sirve para reprocharte lo que ahora eres: la alegría de tu triunfo se acabó para siempre, y el dolor y la vergüenza sellan tu frente».

«Roma», 1820.
Primer poema de L.E.L., que publicó William Jerdan (te recomiendo que no olvides este nombre) en The Literary Gazette. Con apenas dieciocho años, la autora ya dominaba la técnica del camuflaje. Si no percibes la crítica de este poema al Old England por la masacre de Peterloo, donde pone Roma, se refiere a Londres.
Notas

1De hecho, Peterloo no tuvo consecuencias políticas. El primer ministro tory (Lord Liverpool) permaneció al mando del gobierno ocho años más (no continuó porque la palmó de un infarto), y la reforma democrática y la distribución de la representación parlamentaria no se producirían hasta 1832.
2Suma a esto la estricta, elitista y mojigata moralidad que determinó el comportamiento, actitud, trato, vestimenta y conversación dentro de los círculos sociales. Si observabas sus normas, adquirirías el elemento fundamental para ser respetado, aceptado y valorado: una buena reputación. De lo contrario, sufrirías el rechazo de tus iguales, la crítica popular y el escarnio de la prensa.
Asimismo (hay muchos asimismos en esta época), la clase media vinculó sus aspiraciones de ascenso social con el gentleman: un terrateniente de la baja aristocracia que vivía de las rentas o se dedicaba a la abogacía, la religión, la política y otras profesiones utilitarias, exentas de trabajo manual. De esta manera, su figura encarnó los ideales morales mencionados, y el título se asoció a distinción, riqueza, modernidad, elegancia, corrección, educación… y trepa (arribista).
Empero, la clase media supeditó su estatus a la percepción pública. Es decir, no solo debías poseer una férrea disciplina moral y disfrutar de poder económico, sino que los demás tenían que verlo. De ahí que se desarrollase una cultura social donde importaba más la apariencia que la realidad.

Cronotopo de la mujer que desapareció de la historia

Lo sé, lo sé; menudo caos. Venturosamente, la literatura de la Regencia dará sentido (y sensibilidad) a lo que acabas de leer. Porque para esto sirven los libros. Entre otras cosas.

De acuerdo; si sigues la línea de Austen, verás la gestación del realismo en Inglaterra. La otra, en cambio, muestra el nacimiento y la evolución del Romanticismo clásico. O sea, el que contemplaba la naturaleza y exaltaba las emociones.1

Presta oídos ahora. La rama realista también apostó por los elementos rurales2 y sentimentales, pero con un enfoque social en lugar de introspectivo. Así, destacaba la virtud del individuo (moralidad) como integrante de un colectivo (utilitarismo) al tiempo que criticaba a la aristocracia por su laxitud y esnobismo (horizontalidad).3

Notas

1He omitido las corrientes románticas derivadas de Blake y de la novela gótica (Walpole, Radcliffe) a causa de su menor influencia en la obra de L.E.L.
2La mayoría de la aristocracia se refugió en el campo mientras la burguesía fomentaba el crecimiento urbano.
3Este planteamiento argumental reflejaría la transformación progresiva del paradigma social con sus tres etapas:
1.Austen: enaltecimiento de los valores burgueses. Mansfield Park (1814) y Emma (1816) relatan situaciones idénticas a las que L.E.L. sufriría más adelante en su vida.
2.Silver fork: mofa de las costumbres aristocráticas.
3.Novela victoriana: superioridad de la burguesía.

La otra línea

El Romanticismo, por el contrario, representaba la mentalidad revolucionaria radical de la época, con una actitud declaradamente hostil hacia el utilitarismo burgués, el absolutismo monárquico, el racionalismo ilustrado, el clasicismo artístico, la moralidad santurrona, el materialismo…1

En fin, que estaban peleados con todo y con todos. Hasta entre ellos mismos.

Mas, vayamos por partes. Los lakistas2 pretendieron montar una comuna de amor libre en Estados Unidos (1794) a fin de unir su naturaleza humana con la de la madre tierra. Lo malo es que, debido a temas económicos, acabaron desarrollando su proyecto literario en un entorno más local.

El resultado: una mirífica producción lírica, una fuerte adicción a los opiáceos —Coleridge, en concreto— y el nombramiento de Southey como poeta laureado.3 Bueno, el último, tras su viraje ideológico (1814).4

Por consiguiente, la siguiente hornada de románticos se topó con un referente que perseguía cualquier acto o contenido impúdico. Lo cual nos lleva a la liga del incesto.

Notas

1Observa cómo su desencanto semeja la despreocupación aristocrática: los románticos reivindicaron su libertad mediante la contemplación de la naturaleza, mientras que la clase alta se largó al campo. En nuestro tiempo, este «exilio» rural ha modificado su actitud desdeñosa con el progreso por una función utilitaria —mejorar la efectividad laboral, bien desconectando para recargar las pilas, bien haciendo team building— y por una mística en los retiros de yoga —conectar con tu persona—.
2Llamados así por el Distrito de los Lagos (Cumbria, noroeste de Inglaterra), donde establecieron su proyecto comunitario. Tanto el citado lugar como los poetas románticos inspiraron esta canción:

The lakes, Taylor Swift (2020).
Ignoro si la doble de Victor Hugo conocía la pantisocracia cuando compuso este tema. O que Wordsworth fue el único poeta del grupo que murió en los lagos. Por lo demás, la letra refleja de maravilla el escapismo de los románticos.

3Aceptó el puesto por recomendación de Walter Scott, quien había rechazado tamaña distinción.
4De ahí que Byron lo tildase de «Renegado Épico»: Southey pasó de radical jacobino a la extrema derecha.

La metromanía

Para desgracia de Southey, la represión moral había avivado la sed del público por las pasiones exaltadas. Y Byron rezumaba ríos de carisma y de talento con los que calmarla.

Caramba si lo hizo; revolucionó el gallinero utilitario de arriba abajo.

De tal guisa, se desató el furor por lo que Lucasta Miller denomina metromanía. Esto es, se puso de moda la narrativa dramática, confesional, provocativa e inmoral en estancia spenseriana, verso blanco, copla heroica, terceto encadenado u octava real.

Infaustamente…

«The Cant is so much stronger than the Cunt (‘La hipocresía es mucho más fuerte que el coño’)».

Carta de Byron a Douglas Kinnaird (Venecia, 26 de octubre, 1819).
Durante el XIX, se popularizó el término cant (del latín cantare) a la hora de referirse al moralismo afectado de principios de siglo.

Ni un ápice exageraba. El paroxismo épico-político-pornográfico de los románticos rebeldes, unido a sus ignominiosos escándalos sonrojaron la fachada de apariencia y la máscara de decencia que cubrían el rostro de la sociedad.

La prensa conservadora reaccionó de inmediato1 y, a partir de 1821, se incrementaron los ataques2 y menosprecios hacia los satánicos. Keats incluido.

Súbitamente, pasó esto:

  • 1821: muere Keats (tuberculosis).3
  • 1822: muere Shelley (ahogado).
  • 1824: muere Byron (¿recidiva de la malaria?).

Huérfana de liderazgo, por tanto, la metromanía había quedado.

Entonces, apareció L.E.L.

Notas

1Debido a esta presión (y las deudas), Byron abandonó Inglaterra (1816). Viviría exiliado hasta su muerte.
2La Sociedad para la Supresión del Vicio logró que encarcelasen al editor de «Queen Mab» (Shelley) ese año.
3Shelley culpó a la prensa conservadora de su fallecimiento.

La mujer que apareció en la historia

1821. The Literary Gazette publica unos poemas que firma una enigmática «L.». Al cabo de unos sábados, esa rúbrica minimalista aumentará de tamaño, al igual que el misterio por saber qué talento prodigioso y extraordinario se esconde bajo las siglas de «L.E.L.».1

Sin embargo, algo más que la interrogante de su nombre había causado fascinación. ¿Quizá su estilo, original pero con guiños de Keats, Shelley y, sobre todo, Byron?2 ¿Tal vez la ambigüedad que transmitía su ingenuidad emocional, propia de una corta edad, pero con dobles sentidos que insinuaban experiencia sexual?

Notorias cualidades, indubitablemente, si bien no tan deslumbrantes como esta: el contenido revelaba furor uterino. O sea, mostraba públicamente que una mujer sentía las mismas pasiones ardientes de un hombre. Encima, mediante una narrativa en primera persona que, como ya te expliqué en su momento, potencia el grado de intimidad con el lector.

¡Ay! Miénteme y dime que has realizado una conexión con los malditos franceses y su decadencia. Pues, por mucho que la apodasen «la Byron femenina», resulta evidente a quién se parecía en realidad.

Notas

1La Literary Gazette aprovechó las mejoras tecnológicas en la imprenta para sacar ejemplares semanales. Del mismo modo, su editor, William Jerdan (insisto; recuerda este nombre), se convirtió en pionero de las técnicas de márquetin periodístico con el misterio de las siglas.
Me explico; en 1814, una novela revolucionó la isla: Waverley. Por aquel tiempo, la prosa se consideraba un género menor. O sea, un estilo apropiado y asociado a las mujeres. Pese a todo, su rentabilidad económica le daba mil vueltas a la de la poesía, y el autor andaba escaso de fondos. Así pues, con el fin de preservar su reputación lírica, recurrió al anonimato. Lo cual le garantizaba mayor discreción que el seudónimo, práctica habitual entre quienes encubrían su identidad al público (y al gobierno)—exacto; como hacemos ahora en internet—, pero que carecía de secretismo dentro de los salones literarios.
Obviamente, el éxito despertó la curiosidad por descubrir su nombre. Y poco tardaron en averiguarlo: Walter Scott.
Bueno, Jerdan transformó ese azar en estrategia de ventas. Añádele la moda de la metromanía, y tus ojos presenciarán el nacimiento de la literatura comercial. O, si me ciño a la terminología de la época, «obras con utilidad material».
2Varios de sus poemas cuentan lo que les ocurrió a las mujeres que aparecían en la obra de Byron después de su relación con el protagonista.
3Staël: Élisabeth Vigée Le Brun, Domaine public y Vladimir Borovikovski, Domaine public, L.E.L.: foto tomada de L.E.L. (Lucasta Miller) y H W Pickersgill and J. H. Robinson, Public Domain, Byron: Thomas Phillips, Public Domain, guitarra-lira: unknown author, Public Domain, Robinson: Joshua Reynolds, Public Domain, Safo: ArchaiOptix – Own work, CC BY-SA 4.0, kladcat – https://www.flickr.com/photos/58558794@N07/6693268673/, CC BY 2.0 y Charles Mengin, Public Domain, Keats: Piero Montesacro – Own work, CC BY-SA 3.0.

Preámbulo del misterio

Pasados los años, la empalagosa sensiblería épica del Romanticismo sucumbió a la maldición de las modas, al castigo de la edad, a la impiedad del progreso… Pero los nombres de sus principales autores permanecieron en el recuerdo. Y en las antologías literarias.

Sorpresivamente, L.E.L. ocuparía un lugar periférico. Muy periférico. En otras palabras, la típica posición reservada para los autores de relleno dentro del movimiento, no para un icono de la Regencia; una celebridad cuyo talento habían elogiado Elizabeth Barrett Browning, Goethe, Heine, Stendhal, Amable Tastu o Poe.

Por tanto, aquella excitación que provocó entre los universitarios, aquel reconocimiento de sus homólogos literarios y toda su influencia posterior se diluyó en las cloacas victorianas. Hasta el punto de que, quienes supieron de su existencia,1 opinaban esto sobre ella:

Notas

1Igual me columpio con esto, pero cuando Woolf publicó Orlando, L.E.L. ya no figuraba en las antologías y apenas la conocían cuatro gatos del mundillo de las letras. Siquiera Joyce la menciona en Ulises, donde sí aparecen Byron, Keats y Shelley.

¿Y qué pasó entre el éxito y el olvido?

Bueno, esto te lo contaré en el próximo artículo. ¡Anda! Fíjate; ya está disponible el enlace de «La mujer que desapareció de la historia (II)».

Así que, pínchalo cuanto antes. Eso sí, después de haber pintado de radiante rojo rubicundo el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular. Y comparte «La mujer que desapareció de la historia (I)» por tus redes sociales.

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