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Una vez dispuesto el contexto literario de la autora, veamos qué sucedió con la mujer que desapareció de la historia (II).

A fin de resumir tan digno propósito, recorreré su biografía para que conozcas los puntos más relevantes de su vida. También, citaré sus influencias literarias y, si te portas bien, abriré la caja de sus secretos. Los botánicos y los técnicos.

De esta suerte, al terminar el artículo, sabrás muchísimo sobre L.E.L. Pero no la verdad. Aunque lo parezca. Esto lo entenderás cuando leas la próxima (y última) entrega de «La mujer que desapareció de la historia (III)».

La mujer que desapareció de la historia (II)

En el albor de la sociedad de las apariencias horizontales utilitarias, una familia burguesa necesitaba el siguiente kit de supervivencia: un apellido respetable, una profesión honorable y dinero.

El padre de L.E.L. cumplía los dos primeros requisitos. Su madre, el tercero. Así que, dándole las gracias al cielo por su encuentro, ambos dijeron al cura: «Sí, quiero».1

Los recién casados (1797) escogieron el barrio londinense de Brompton por domicilio. En concreto, una casa recién construida, sita en Hans Place 25. A 150 metros, más o menos, de donde ahora se encuentra Harrods. Aunque, mucho más cerca se instaló la madre de Catherine (Sloane Street).

Entrado el nuevo siglo, llegarían los hijos. Y, a fin de ascender en el estatus social, John adquirió una granja de producción de lácteos en Barnet —actual Mill Hill Golf Club—, pasatiempo aceptable, respetable y muy de moda entre la clase media-alta por aquella época.

Notas

1Pese a que las malogradas inversiones de su abuelo habían empobrecido a la familia (rebajándola de categoría social por sus ingresos), John Landon gozaba del estatus de gentleman. En vista de que no se le daban bien los estudios, lo enrolaron en la marina —organización con mentalidad feudal—, pero fracasó a la hora de establecer conexiones provechosas. Así que, gracias a su hermano Whittington, encontró trabajo como intermediario de venta de material militar al ejército —donde el poder se compraba—.
Catherine Bishop, por su parte, provenía de Gales, aunque nació en Francia. Menciono este detalle, ya que ignoramos quién era su padre. Esto, traducido a ilustrado, significa que la abuela de L.E.L. viajó al extranjero para guardar las apariencias y dar a luz a una hija ilegítima. En cualquier caso, la pensión que recibía Mrs. Bishop y la dote que poseía Catherine (14.000 libras) nos permiten deducir que su progenitor pertenecía a la nobleza —el sueldo de una familia burguesa de clase media alta rondaba las 700 libras anuales—.
John y Catherine, sospecha Lucasta Miller, se conocieron en un evento de pago (el Tinder de entonces); lugar de encuentro habitual entre quienes buscaban pareja que mejorase su posición social. Aun cuando a ella se le había pasado el arroz (25 años), sus argumentos financieros le reportaron el estatus de gentlewoman.
Espero que este alarde de pragmatismo te aclare el furor que causó la exaltación pasional del Romanticismo.

Voy a por tabaco; ahora vuelvo

En esencia, los Landon eran los típicos burgueses bien de la Regencia. Hasta que Francia perdió la guerra y un volcán hizo pum en Indonesia.1

Por suerte, contaban con la dote de Catherine y varios créditos. Por desgracia, invirtieron ambos en el mantenimiento de las apariencias (consumo de ostentación).

«¡Desprecias el esplendor y la vanidad! Chica, escucha a alguien que te conoce bien. Tú los adoras; son tus ídolos; y mientras tu voz simplona canta románticas alabanzas a la sencillez y al abandono, te han acunado en el lujo y no puedes existir sin ellos».

Glenarvon, Caroline Lamb.

Así pues, víctimas de la moda, de la imagen y de la crisis económica, se sumaron a la nueva ola de familias en bancarrota. En ese instante, John, anticipándose a El llanero solitario, proclamó: «Mi trabajo aquí ha terminado».

Hablando en plata (Hi-yo, Silver!), se largó (1820),2 y Catherine apostó por el único recurso que les quedaba: el talento3 de su primera hija. O sea, Letitia.

Notas

1La victoria redujo el negocio militar y el año sin verano arruinó las cosechas. Es decir, las dos fuentes de ingreso de John Landon.
2Realmente, huyó de sus acreedores. Pero, vamos, que la consecuencia fue la misma: abandonó a su familia. Estoy de acuerdo contigo; un acto reprochable, pues debería haberse suicidado tras la quiebra económica, según indicaba el código de honor decimonónico. En su lugar, John se refugió en Yarpole (un pueblo de Herefordshire a cargo de su hermano Whittington), donde moriría en 1824.
3Ten en cuenta que, debido a su situación financiera, la opción de un matrimonio provechoso había quedado descartada y que la única profesión aceptada para una mujer respetable se limitaba a la escritura (o institutriz). Respecto a su hermano Whittington, su tío (el mismo Whittington de la nota previa) se había hecho cargo de su educación en el Worcester College (Oxford).

La forja de una escritora romántica

¿Demasiada presión para una chica de 18 años? Tal vez, menos de la que crees. Verás, desde pequeña, L.E.L. mostró ciertas cualidades excepcionales,1 amén de una devoción hacia las letras y el teatro por influencia de Miss Rowden.

¿Y quién diantres es esta señora?2 Muy sencillo: su profesora.

Reading Abbey Girls' School
Jane Austen: dejó el internado de Reading (es el que sale en Emma ) a causa de las altas tasas.
Mary Russell Mitford: autora, entre otras muchas obras y diversos estilos literarios, de la pentalogía Our village (1824-1832). Considerada la sucesora de Jane Austen —a quien conoció de niña—, por encima de Maria Edgeworth. Su padre era el compañero de Saint Quentin en las casas de juego, y los dos acumularon ingentes deudas. Pionera en introducir y promover la literatura norteamericana en Inglaterra —Lights and shadows of american life, (1832)—. Por cierto; esta obra se la presentó a Richard Bentley y Henry Colburn (retén este nombre; era el jefe de la persona que te pedía que recordases en el artículo anterior: William Jerdan).
Mary Martha Sherwood: si hubiera definido a Mitford como prolífica, entonces tendría que inventarme un adjetivo superior para Sherwood. Porque, vive Gracián, la barbaridad de cosas que escribió esta mujer. Desde novelas sentimentales —La historia de Susan Grey, (1802)— hasta científicas —Introducción a la astronomía (1817)—, además de panfletos, artículos, relatos… Pero, sin duda, se la recuerda más por sus cuentos infantiles —La historia del pequeño Henry y su mensajero (1815), la saga de La familia Fairchild, 1818-1847)—, pues anticipa el tono y el ambiente dickensianos.
Fondo: Paul Sandby, Public Domain.
Hans Place 22
Estas autoras, salvo una, intervendrán en el siguiente artículo. Así que, solo mencionaré a la no relevante.
Fanny Kemble: actriz, dramaturga, traductora (de Dumas, padre), abolicionista —Journal of a Residence on a Georgian Plantation (1838-1839), donde aparece, quizá por primera vez en un texto, la palabra vegetariano—, autora de libros de viaje, poesía (criticó el estilo que enseñaba Rowden), memorias… Superfamosa en su época.
Fondo: Hans Place 22 en la actualidad.
Foto: la hermana de quien te escribe.
Notas

1Resulta asaz factible que Letitia fuera una niña prodigio. Por ejemplo, con 8 años se aprendió La dama del lago y recitaba sus seis cantos (en total, cuatro mil novecientos cincuenta y nueve versos) sin titubear.
2Ya, ya; miss es ‘señorita’, no ‘señora’, pero he alterado su significado para que rimase. Concédeme la licencia poética.

Un inciso botánico

Asfódelo, verolís, achojcha, flósculo, sinfisandrio, uñoperquén, poliandria, lorantáceo, nelumbo, ginandra, umbelífera, criptógamo, anisopétalo, monadelfo, perianto, vincapervinca, esquenanto, cneorácea…

Bienvenido al fascinante y florido léxico de los súchilesxochimeh, en su forma original náhuatl (/ná-hua-tel/)—. Pero, mantén la calma; no utilizaré ninguno de estos vocablos… Miento, te toparás con asfódelo en algún momento.

A lo que iba; el simbolismo de las flores no brotó durante el Romanticismo, ya que su origen es más añejo que las Antesterías. Mucho más, su asociación femenina, pues bien indica la Biblia que la primera mujer que se vistió de pétalos se llamaba María.

«Yo soy la rosa de Sharón, el lirio de los valles».

Cantares 2, 1.
Sharón: llanura israelí, en sus tiempos, feraz y exuberante, situada entre el noroeste de Cisjordania y el Mediterráneo. Atañe matizar que la planta no existía en esta zona, por lo que rosa actúa de hipónimo de flor. Si has leído Las uvas de la ira (Steinbeck, 1939), te sonará el nombre que aparece en la cita. Es uno de los personajes de la novela.

Igualmente, las flores representaban la belleza; una cualidad que se unió a la dupla mujer-deidad.1 Lo malo es que cada tipo de flor poseía un atributo extra (o varios) particular. En general, relacionado con su color.

«No sé qué hacer, estoy en dos mentes».

Safo, Fragmento 51.
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Así pues, de esta naturaleza distintiva saldrían dos códigos: el simbólico (plano divino)2 y el taxonómico (plano terrenal). Acaso no tuvieras suficiente, la rosa también adquirió propiedades místicas, pues según te conté en este artículo, también ocultaba secretos. Como la obra de L.E.L.

Notas

1Por esta razón, se regalan flores en el día de la madre (ofrenda a Isis, a la Virgen o a Hera) y a la persona que amas (ofrenda a Afrodita), del mismo modo que llevamos flores a los funerales (ofrenda a Perséfone o a Horus/Cristo —asociado con la rosa de Sharón— como símbolo de resurrección).
2Cuatro autores fundamentales en el uso lírico —divino— de las flores: Safo (VII a. C.), Ovidio (Metamorfosis, siglo I), Shakespeare (XVI -XVII) y Novalis («La flor azul», Enrique de Ofterdingen, 1800).

Carl’s & Roses

Cayeron los años, crecieron los siglos, pero las flores conservaron la fragancia virginal. Entonces, irrumpieron el progreso y la ciencia, y un sueco marchitó tal pureza con promiscuidad y concupiscencia.

Recién inaugurado el XIX, Frances Rowden escribió su Introducción poética al estudio de la botánica, inspirada por el libro de Erasmus Darwin, quien, a su vez, se inspiró en «Verses Written in Dr. Darwin’s Botanic Garden, Near Lichfield» (Anna Seward, 1778).1

Indubitablemente, Letitia, por edad, no captó las sutilezas sexuales encubiertas de su profesora. Aun así, aprendió —y de qué manera— los secretos de la métrica poética. Intuyo, pues, que más adelante ataría cabos. Y, si no, lo haría con Byron.

Notas

1«La franqueza, confieso no es una de las virtudes de [Erasmus] Darwin, pero le creo completamente inocente del plagio* del que le acusas. […] Mi pequeño poema sobre el cultivo en su valle, que más adelante él, quizá de un modo injusto, incorporó a su propio y gran trabajo, fue, estoy segura, la chispa que prendió el rico polvorín de su genio» (carta de Anna Seward a Lee Philips, 6 de marzo, 1804).
*Se refiere a un poema dedicado a Camerarius, «escrito hace 150 años», tal y como le informa Lee Philips en una misiva previa.

La polisemia floral

En cualquier caso, el erotismo vegetal tampoco surgió durante el Romanticismo. Un rápido intuito a los textos clásicos te permitirá comprobar que las flores servían de:

  • Metáfora: juventud; edad cuando afloran las pasiones amorosas (Afrodita/Venus) y se dispone de mayor vigor, como trasfloran los jóvenes en la guerra (Ares/Marte).
  • Sinónimo: virginidad; motivo por el que las mujeres se enfloran para el rito nupcial (Venus) antes de que la pareja pierda su inocencia sexual. De ahí que desvirgar y desflorar posean el mismo significado.

Huelga decir que la profusa y explícita narrativa de Linneo afectó a la percepción de la alegoría sexual. O sea, las flores ya no transmitían una insinuación comedida metamorfoseada en divinidad recatada, sino el acto carnal y las partes del cuerpo implicadas en el ñaca-ñaca.

Por consiguiente, se apartó a la mujer de la botánica para protegerla de esa inmoral lascivia orgiástica.1 Después, censuraron o reescribieron las partes impúdicas en la obra del sueco. Y, finalmente, se aseguraron mediante las sociedades contra el vicio de que nadie confiriese a los súchiles una simbología distinta de la empleada por los clásicos —origen del código victoriano de las flores—.

En definitiva, el arte también debía mantener las apariencias. Y este se rebeló a través del Romanticismo de los lakistas y de los satánicos. Empero, ninguno de sus integrantes se arriesgaría tanto con el doble sentido lírico como L.E.L.

Notas

1¿Te ha parecido excesiva la reacción tras los hallazgos de Linneo? Pues imagínate su desproporción tras la Revolución francesa, cuando las medidas de protección hacia las mujeres se radicalizaron en Inglaterra.
El motivo de esta actitud proviene de un debate social que se remonta al siglo XIV: la querelle des femmes (‘la querella de las mujeres’). Ignoro por completo si conoces este asunto, pero determinaría, en buena medida, el rol de las mujeres durante la Ilustración.
Dado que se trata de un tema crucial y muy largo de explicar —máxime, en un pie de página—, me limitaré a comentar aquí que se estableció la idea de que la virtud femenina residía en su sensibilidad (ver imagen de los instrumentos musicales en «La mujer que desapareció de la historia»). Esto, amén de otras cosas, las hacía vulnerables a la locura (una enfermedad que no se estudió en serio hasta que afectó a Jorge III), las ideas nocivas (igualdad), las tentaciones (la manzana de Eva), la perversión (ver imagen sobre la antropología prenazi en «Los malditos franceses») o la inmoralidad sexual (flores de Linneo).
Por tanto, a fin de que su debilidad natural no alterase el orden social —elemento trascendental para comprender la moralidad burguesa; grábatelo a fuego en el cerebro—, se produjo una simbiosis entre flores y mujeres que definiría el valor utilitario femenino (Thorstein Veblen, Theory of the leisure class, 1899) durante la época victoriana:
—Belleza ornamental: la primera palabra implica hermosura y elegancia presencial. La segunda define su rol pasivo en la sociedad. Súmalas, y obtendrás la mujer-florero.
—Inocencia: virgen en su cuerpo y en su mente (sin acceso al conocimiento, al igual que en la Ilustración). La pureza corporal se representaba con el lirio. De ahí que ciertos poetas masculinos la usasen en sus versos para camuflar su orientación sexual. Luego, Oscar Wilde la convirtió en el símbolo de la homosexualidad.
—Delicadeza: su sensibilidad connota fragilidad (física y emocional). Por tanto y por su seguridad, la mujer no debía salir de su casa. Asimismo, justifica su dependencia de los hombres.
—Estatus noble: la flor simboliza la aristocracia (escudos heráldicos), y esta clase social no ejercía actividades laborales. Consecuentemente, las mujeres tenían vetado el acceso al trabajo, ya que su ociosidad connotaba pertenencia a una clase social poderosa (apariencias).
2 Manet: Édouard Manet, Dominio público, Édouard Manet, Dominio público; Victorie: unidentified photographer, Dominio público; Alexandrine: par user:Van Nuytts, Domaine public; Suzanne: Chardin Photographe, Public Domain; Urbino: Tiziano, Dominio público, Beatrix: Dante Gabriel Rossetti, Public Domain, Nenúfares: Charles Courtney Curran, Public Domain, Ophelia: John Everett Millais, Public Domain, Siddal: Unknown author, Public Domain.

El escapismo de la mujer que desapareció de la historia

Tras este «breve» inciso, regresaremos a Hans Place 25. Para hacer las maletas, ya que nos mudamos con los Landon a la casa alquilada de Trevor Park (Hertfordshire), donde transcurrirá la adolescencia de Letitia.

Allí, la familia aumentaría con dos Elizabeths: una prima —pobre– por parte del padre y una hija por parte de la madre. Interpreta esto último como quieras, pero la Elizabeth importante es la primera: se convirtió en la institutriz1 de los niños y en la mano derecha de Catherine.

Este período —1809-1816—, caracterizado por el sonido del cuco (demencia de Jorge III), el vals (de moda a partir de 1811), el piano (símbolo de la clase media y de la industrialización), la métrica lírica (escuela cockney),2 los cañones (guerra contra Francia), el viento (año de invierno perpetuo) y las discusiones (entre John y Catherine), esculpiría el talento literario de a quien pronto Inglaterra conocería como L.E.L.

«Por favor, no me hable; tengo un pensamiento estupendo en la cabeza».

L.E.L., a cualquier persona que intentaba charlar con ella en Hertfordshire.
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También, su figura. Y su personalidad. Y la relación con su hermano. No tanto su caligrafía, la verdad, porque siempre fue bastante mala. Aunque, la idea que moldeó a lo grande su cerebro, sin duda, se trató del temor a la exposición pública.

Notas

1La educación en la Regencia (clases medias y altas) se impartía en los colegios—ideales tanto para padres que viajaban por negocios como familias que querían librarse de los hijos una temporada (Lady Caroline Lamb, por ejemplo)— o dentro del propio hogar. La segunda opción confería mayor prestigio debido a sus costes: el sueldo de una institutriz y el pago a los masters (tutores especializados).
Si bien la prima Elizabeth se encargó de la formación de Letitia y Whittington —influencia del Émile (Rousseau, 1762)—, Catherine no escatimó en gastos con los tutores de su hija prodigio. Ni en la exigencia. De esta manera, pensaba la madre, encontraría un marido más rápido que el resto de la competencia.
No es ninguna gilipollez; la emigración a las colonias y las guerras napoleónicas habían reducido considerablemente el número de hombres en la isla. Además, entre los que quedaban, lo normal era que se casasen tarde, ya que el matrimonio suponía un desembolso económico muy superior al de tener una amante o mantener relaciones con prostitutas.
En caso de quedarse solteras, viudas, divorciadas o arruinadas, los conocimientos que habían adquirido les garantizaban un medio para ganarse la vida: trabajar de institutrices.
2Nombre oficial de los poetas románticos a quienes Southey llamó satánicos.

La ficción burguesa

Debido al riguroso sistema educativo —y la nula aplicación utilitaria en su futuro— Letitia potenció unas habilidades muy románticas en Hertfordshire:

  • La evasión en la naturaleza:1 se iba al campo para zambullirse en los mundos imaginarios que leía o se inventaba (ver cita del apartado anterior). De esta forma, espantaba la realidad de los problemas en el hogar y el caneo didáctico.
  • La métrica: su pasión por la poesía le llevó a dominar cualquier técnica y estructura lírica.
  • Las historias trágicas y exaltadas: lo mismo, pero con la temática.

Menciono estos puntos porque los tres empleaban la misma fuente motriz: la imaginación. En efecto; el suplicio de las clases de caligrafía y escritura —un tutor le llegó a decir que sus dedos estaban muertos— la forzó a recurrir a su mente2 en vez de a un papel a la hora de componer. O sea, Letitia lo hacía «todo de cabeza».

Kaleth Morales, Todo de cabeza (2007).

Empero, donde la hija se perdía en universos de fantasía, los Landon vivían la segunda fase de la ficción burguesa, pues el precio de la ostentación3 les había pasado factura. Por tanto, ya no aparentaban ser ricos, sino que disimulaban su pobreza.

Así, la familia regresó a Londres y se instaló en Bromton Villa; una mansión más barata que Trevor Park, pero lo suficientemente grande como para ocultar a sus vecinos que, en su interior, solo había aire. Y uno de esos vecinos era…

Notas

1Conviene aclarar que L.E.L. aborrecía el campo; algo corriente en la nueva hornada de autores románticos, a quienes les incomodaba distanciarse de una metrópoli.
2Su amor por el teatro y su prodigiosa memoria facilitaron el éxito de este método.
3Unido a la crisis económica, los efectos del Tambora, los créditos y una serie de malas inversiones en negocios.

William Jerdan

La primera vez que William Jerdan dio de ojos con Letitia, ella estaba en el jardín de Bromton Villa haciendo su rutina de calistenia1 mientras leía un libro.

«Se la podría citar como un ejemplo en cualquier tratado sobre los beneficios del ejercicio».

Romance and reality (1831), L.E.L.
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Quizá la hubiera visto antes; algún día en el que sus hijos jugaban con ella en el mismo jardín. Y es posible que Catherine le comentara entonces sus virtudes poéticas. Quién sabe; entre 1816 y 1820, ignoramos qué le sucedió a los Landon. Salvo que se quedaron sin dinero2 y que John tomó las de Herefordshirediego.

El caso es que esa imagen se le quedó grabada al editor de The Literary Gazette. Así que, imagínate su sorpresa cuando recibió una carta de la prima Elizabeth, donde adjuntaba un poemario de Letitia, en la que le rogaba «su opinión sincera sobre cualquier atisbo de genialidad o, por el contrario, si lo consideraba una pérdida de tiempo del cual no se podría obtener ningún beneficio». Vamos, que les dijera si valía para algo.

A diferencia de las editoriales actuales, Jerdan se leyó el manuscrito. La técnica, el tono y la temática le entusiasmaron. Los versos románticos, radicales y revolucionarios, de rutilantes le deslumbraron. Sintió la cólera de Shelley; captó la sensibilidad de Keats… En fin, el ímpetu, la rabia y la sensualidad intemperada de los cockneys satánicos. Y solo tenía dieciocho años.

Pero, otro aspecto le epató hasta el punto del pasmo. Aquella niña bien, mas no «pretenciosa y engrupida», como el del tango —al menos, todavía—, plasmaba la bipolaridad liberal con una pericia provocativa que no se veía desde Byron.

Niño bien (1928).
Música: Juan Antonio Collazo; letra: Víctor Soliño / Roberto Fontaina).
Notas

1Evidentemente, la sociedad de las apariencias también juzgaba el físico de las mujeres. Pese a que Letitia no fuese ni grácil ni agraciada —era bajita, rechoncha, corta de cuello, con la barbilla salida y los hombros altos—, su madre se esforzó en modelar su figura según la convención estética de la época. Por tanto, si en alguna ocasión te has preguntado el momento en el que comenzó la fiebre del fitness, remonta tu mirada a finales del XVIII / principios del XIX.
Ahora, avanza hasta la era victoriana, donde el culto al cuerpo se fusionó con la industrialización. El resultado: los primeros aparatos y máquinas de gimnasio. Esta obsesión por lucir tipo explica, en buena parte, la acogida positiva que recibió el yoga cuando claudicaba el XIX.
2La bancarrota, el divorcio y la enfermedad o defunción del padre forzó a que muchas mujeres se convirtieran en escritoras para mantener a su familia, pese a los riesgos que conllevaba la exposición pública. Ejemplos: Mary Russell Mitford y Felicia Hemans.

El debut literario de la mujer que desapareció de la historia

El 11 de marzo de 1820, la Gazette presentó a sus lectores un poema titulado «Rome», firmado por «L.». Cinco más encontrarían, repartidos a lo largo del año, salpicados entre los meses, y que Jerdan publicó ante la insistencia de sus exvecinas.1

En suma, Letitia había alcanzado un logro admirable —la Gazette era la revista literaria de mayor influencia en Inglaterra— para una escritora novata. Aunque, claro, para una familia apurada y desesperada…

Y tan desesperada; Catherine había «exiliado» a su hija en Bristol2 mientras ella y la prima urdían un plan radical: convencer a Jerdan de que aceptase su tutela.

«¿Quién no envidia la gloria de los osados?».

«Addressed to colonel H.», The fate of Adelaide, Letitia Elizabeth Landon.
Pese a que el primer libro de Letitia mostrase su nombre completo en la portada y sus siglas en la dedicatoria, la identidad de L.E.L. permaneció oculta hasta que la autora se presentó en público. Lo cual te indicará las pobres ventas que obtuvo esta novela.
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A ver; dicho así, suena bastante mal. Me refiero a la tutela profesional, no a que la adoptase. De este modo, el editor se encargaría de su formación para que aprendiera el oficio, mejorase su estilo y conociera el mundillo de la sociedad literaria.

Jerdan aceptó su propuesta. Y Letitia no podía estar más contenta. Y vio en el editor a un enviado del cielo abriéndole las puertas de un futuro vetado. Pronto descubriría que dentro de todo ángel habita un diablo.

Notas

1Catherine y Elizabeth habían entablado una cordial relación con los Jerdan. De pronto, abandonaron Bromton Villa. El editor comprendió entonces que la brasa que le daban respondía a problemas económicos.
2A la casa de unos parientes o, tal vez, amigos suyos. Letitia escribió aquí The fate of Adelaide. Jerdan consiguió que lo publicase en julio de 1821, si bien los gastos corrieron a cargo de la madre de Catherine. O sea, la abuela de L.E.L.

…pero esto te lo contaré en la entrega final de «La mujer que desapareció de la historia»

No gruñas. En una semana (más o menos), tu ansia de conocimiento utilitario se verá saciada con «La mujer que desapareció de la historia (III)».

A modo de sinopsis, y para no dejarte en ascuas, Jerdan transformó a Letitia en L.E.L.; un personaje que alcanzó el éxito como sombra y la fama internacional al salir a la luz. O sea, se convirtió en una celebridad literaria. Pero, también, en un personaje público; algo asaz peligroso para alguien que jugaba con fuego en sus versos.

Por suerte, L.E.L. sabía muy bien cómo mantener las apariencias. Solo que, a partir de 1826, surgieron unos rumores que chamuscaron su reputación. Esto, unido a la aparición de las novelas de silver fork, que pusieron de moda la prosa y relegaron a la poesía, mitigó el brillo de su estrella.

Y desapareció

Uy, qué va; se adaptó a la nueva norma artística. Pero el runrún del cotilleo no desapareció. Es más, creció y se volvió agresivo, enrareciendo el ambiente a su alrededor. Entonces, le presentaron a George MacLean, recién nombrado gobernador de la Costa de Oro británica (Ghana). Se enamoraron y se casaron.

Dos meses después de la boda, encontraron a L.E.L. muerta en su habitación de la fortaleza africana. Tenía una botella de ácido prúsico en la mano.

¿Crees que he revelado demasiada información? Lamento comunicarte que únicamente has leído la máscara de algo mucho más turbio que ha permanecido tapado durante dos siglos. Dicho esto, me despido hasta la entrega final de «La mujer que desapareció de la historia (III)».

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