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Estoy seguro de que, en algún momento de tu vida, has escuchado algo negativo sobre el Romanticismo. Porque, al igual que España, su recuerdo viste el sambenito de una leyenda negra. Estupendo; ya es hora de que conozcas la verdad con los malditos franceses y su decadencia: quinta parte.

Aguarda un instante; ¿crees que me refiero al nacionalismo? Me temo que ese tema ya lo he tratado en este artículo. Aquí, simplemente hablaré de la evolución literaria. Bueno, y de un sombrero.

Por tanto, si quieres leer una historia de ambición y de poder, de traiciones pasionales y de umbrosas confabulaciones, de amistades perdidas y de extraños aliados, repleta de manipulación política y de astutos engaños, te encuentras en el lugar adecuado.

Los malditos franceses y su decadencia: quinta parte

Todo este fregado se inicia con los autores que quedaron pendientes en «Los malditos franceses y su decadencia: cuarta parte». Limitación espacial al margen, su ausencia obedeció a la pluralidad de singularidades que presentan con respecto a sus contemporáneos de la segunda hornada. Por ejemplo:

  • Su visión artística rompió la continuidad académica del movimiento. Es decir, no siguieron la estela de Chateaubriand o Chénier.
  • Pese a que sus integrantes se educaron en París, la mayoría provenía de otras zonas de Francia y de familias —normalmente, burguesas— que no se habían implicado en la Revolución. Así pues, sus valores y tendencias políticas solían diferir de los del resto de románticos.
  • El cenáculo reemplazó a los salones literarios.

De este modo, transformaron la capital en una «olla podrida»* de estilos y géneros, donde los escritores hacían lo mismo, de manera distinta y a la vez. Es decir; aquel viejo dragón romántico que batiera poderoso sus alas por los cielos de la antigua Lutecia, escupiendo fuego exaltado contra la Razón, reptaba ahora entre las calles con el monstruoso cuerpo de la hidra de Lerna.

Infaustamente, una de sus cabezas se volvió loca de realismo, y atacó a las demás. La hoja afilada de un hacha detuvo sus dentelladas. Pero creció una nueva; más radical, más sanguinaria que la primera, que devoraría al bicho del Romanticismo con mucho naturalismo.

«En la breve vida hay pena tras pena. Y la muerte ineluctable siempre espera».

Odas, Simónides de Ceos.

*«Pot pourri», en francés, origen del término «popurrí».

El origen del cenáculo

Si Victor Hugo te invitare a su cumpleaños, y no supieres qué regalarle, cómprale un tintero extragrande. En serio; ni te imaginas la cantidad de literatura que escribió este hombre: catorce piezas de teatro, nueve novelas, veintiún libros de poesía, varios ensayos, crónicas de viajes, discursos políticos, cartas…

Fíjate cómo sería su prolificidad, que Hugo ha publicado más obras muerto que yo vivo, ya que han sacado veinte títulos póstumos de sus archivos. Y eso que faltan los poemas que destruyó porque… Uy, no; mejor te lo cuento luego, con el contexto apropiado. Aun así, os vais a quedar tú a cuadros y tus ojos pláticos.

Prosigo. Recién inaugurado 1827, Hugo leyó una reseña periodística sobre sus Odas y baladas. Tanto le gustó, que se acercó a la redacción para preguntar por la dirección del crítico, pues quería agradecerle su opinión y felicitarle por la profesionalidad de su trabajo. Serendipias del destino, resultó ser su vecino. De barrio, no de edificio. Una vez localizado, Hugo llamó a su puerta, y… ¿Sabes quien la abrió? El único, el impar e inimitable Sainte-Beuve.

Duelo entre François Dubois y Sainte-Beuve.
A raíz de una fuerte discusión, Sainte-Beuve y el director de Le Globe decidieron solucionar sus diferencias con un duelo. Aquel día de 1830, diluviaba, por lo que el crítico se negó a soltar su paraguas (cita). De tal guisa, y portando unas pistolas del siglo XVI, cada participante disparó dos veces, fallando su objetivo. Luego, testigos y contendientes se fueron a desayunar.
Fuente: Par Auteur inconnu — Martin Monestier: Duels, Histoire, Techniques et Bizarreries du combat singulier dès Origines à nos jours. Paris 2005 Seite 247, Domaine public.

«No me importa que me maten, pero no quiero resfriarme».

Sainte-Beuve.

Un breve cotilleo

Huelga decir que este encuentro dio lugar a una hermosa amistad. También, a un apasionado romance entre el crítico y Adèle Foucher, la mujer de Hugo,* que provocaría otro no menos jugoso entre el autor y la actriz Juliette Drouet.**

En cualquier caso, esto ocurriría después de que Hugo cambiase su vivienda en la rue de Vaugirard por otra más espaciosa en la rue Notre-Dame des Champs. Allí, en el salón donde se reunía con sus amigos, alguien (Sainte-Beuve, 1829) tuvo la ocurrencia jocosa de comparar la estancia con el cenáculo bíblico.

Los malditos franceses y su decadencia: parte final
Maison de Victor Hugo, rue Notre-Dame-des-Champs (1905).
Paul Madelaine.
Al poco de que Hugo se instalase, Sainte-Beuve se mudaría a la misma calle.
Fuente: Public Domain.

Tal vez no se tratase más que de una broma irreverente, pero su analogía demuestra que todos consideraban a Hugo el nuevo mesías del movimiento. Ahora bien, ¿quiénes eran esos todos?

*Fruto de esta relación, Sainte-Beuve escribiría una novela (Volupté, 1834, donde Adèle se transfigura en madame de Couaën), dos relatos (Madame de Pontivy, 1839, y Arthur, 1901, póstuma, junto con Ulric Guttinguer) y una obra poética (Livre d’amour, 1843).
**Hugo se llevaría honor y amor (esposa y amante) juntos durante su exilio en las islas del Canal.

Los discípulos

Bueno, vayamos a 1820, cuando se formó el núcleo del cenáculo. O sea: Hugo, de Vigny y Émile Deschamps, amén de otros jóvenes autores en fase de debut literario.

Pronto la ambición y talento de Hugo —«Ser Chateaubriand o nada»— le erigieron en líder del grupo, quien extendería esta posición al campo dramático tras la publicación* de Cromwell (1827), obra que rompía con el planteamiento clásico (mezclaba partes cómicas con trágicas, como Shakespeare) y, por consiguiente, generó un escándalo.

Previamente a este suceso (1823), Émile Deschamps había fundado una revista mensual,La Muse Française, con Hugo (Lamartine le prestó el dinero), de Vigny, Soumet, Guiraud, Saint-Valry y Desjardins. El proyecto apenas duró un año; tiempo suficiente para que Francia descubriera la tinta del 2.0.: Nodier, Lefèvre, Chênedollé, Sophie Gay (y su hija y mi amiga Delphine), Amable Tastu, Marceline Desbordes-Valmore, Ancelot…

Vale; llegado 1827, Sainte-Beuve se unió al grupo que, dos años después, se consagraría como el referente del Romanticismo. No en vano, por aquí pasaron Alexandre Dumas, Alfred de Musset, Théophile Gautier, Gérard de Nerval o el pintor por excelencia del movimiento: Delacroix.

La libertad guiando al pueblo (1830).
Delacroix.
El cuadro representa el fin y caída de la Restauración (1830). Motivo: el retorno del absolutismo. Consecuencia: despertó el espíritu nacionalista que los filohelenos habían introducido durante la guerra de independencia griega.
Fuente: De Eugène Delacroix – Erich Lessing Culture and Fine Arts Archives via artsy.net, Dominio público.

*Debido a su longitud, Cromwell no se representó en ningún teatro hasta 1956, cuando Alain Trutat la estrenó en versión reducida.

Muy bonito, pero… ¿qué hacían?

Magnífica pregunta. A ver, este cenáculo (y el de Charles Nodier) funcionaba al estilo de Facebook y LinkedIn. O sea, un lugar donde exponer tu trabajo en público, recibir los laiques y comentarios de la audiencia, conocer a personas que comparten tus gustos e inquietudes y establecer contactos profesionales con gente del mundillo.

Empero, a diferencia de las redes sociales en las que postearás este artículo, el cenáculo era útil y efectivo. Más que nada, porque contaba con dos propósitos bien definidos. El primero, de manera muy simplificada, consistía en ofrecer un medio alternativo al salón para escritores sin sangre azul en sus venas.

Por tanto, si tu obra placía y complacía a los miembros del grupo, activarían de inmediato sus mecanismos de distribución y difusión. Esto es, reseñas y publicaciones en prensa que te convertían en trending topic.

La Mort de Roland (1819).
Achille-Etna Michallon.
De Vigny se inspiró en el Historia Caroli Magni (s. XI-XII, autor desconocido) y en este cuadro a la hora de componer el poema de la cita.
Fuente: Par Achille Etna Michallon — Travail personnel (photo or scan: Ji-Elle), Domaine public.

«“Gracias”, dijo Roldán, “me has abierto un camino”».

«El cuerno», Poèmes antiques et modernes, Alfred de Vigny.

«Recuerdo incluso que, después de la lectura, [Dumas] agarró al poeta y, levantándolo con una fuerza hercúlea, gritó: «¡Te llevaremos a la gloria!»».

La vie d’un poéte Édouard Turquety, Frédéric Saulnier.

¿Y el segundo propósito de los malditos franceses y su decadencia?

Muy fácil; otorgar reconocimiento social a la figura del poeta, entendida esta palabra como merónimo de autor.

Verás, cuando el plan ilustrado de alfabetización universal facilitó el acceso a la lectura, se produjo un curioso efecto: según los libros perdían la condición de ostentación, los escritores adquirieron prestigio. No te extrañes; de sus plumas radiaba la luz del conocimiento científico. Lo cual, si atendemos al famoso aforismo baconiano,* situó a los literatos en un estatus asaz alto.

«Los destinos de los escritores son muy diferentes en la avanzada época actual de lo que fueron en siglos de barbarie».

Inés de las Sierras, Nodier.

Claro; una posición tan distinguida y cercana a la lumbrosa cumbre necesitaba una jerarquía política. De esta forma, se estableció una élite intelectual, integrada por ilustres e ilustrados académicos, favoritos, masones y nobles, cuyos debates y reuniones celebraban en los salones.

La cuestión es que esa élite no era holónimo de escritor. A efectos prácticos, se trataba de un nuevo estamento aristocrático, donde los privilegios culturales habían reemplazado a los feudales prerrevolucionarios. Por ende, la membresía excluía a quienes no poseyeran un título institucionalizado. De ahí que D’Arlincourt y Lamothe-Langon se procurasen el nobiliario.

*«El conocimiento en sí mismo es poder», Meditationes Sacrae (1597).

La hugocracia

Hugo, en cambio, se unió a ese círculo selecto con idiosincrasia de casta hindú sin recurrir a martingalas. José I Bonaparte había nombrado conde de Sigüenza y Cogolludo a su padre, de manera que cumplía los requisitos de ingreso.

«Desfilaron los carros por el camino de Segovia, pues Hugo quería pasar la sierra por Guadarrama».

El equipaje del rey José, Galdós.

Empero; antes de entrar en el salón, debía customizar su avatar intelectual con las siguientes opciones:

  • Facción política: ultramonárquica o liberal.
  • Tendencia cultural: romántica o clasicista.
  • Vestimenta: conformista o esteticista.
  • Edad: joven o viejo.

Francamente, Hugo venía con el personaje de Chateaubriand de serie,* ideal para jugar en el modo de dificultad equilibrado. Solo que, cuando Sainte-Beuve leyó sus Odas y baladas, comprendió que el autor se había pasado al táctico, y que la partida se desarrollaba tanto en el salón como en el cenáculo.

En principio, su giro político** parecía un movimiento lógico en aquel año de 1827; astuto, aunque comedido, indudablemente. Pero su nuevo amigo no quería ser un número más de la vieja élite, sino el número uno, el jefe, el Hugo Boss del Romanticismo emergente.

*En 1819, él y sus hermanos (Abel y Eugène) habían fundado «Le Conservatour littérarire», una revista literaria romántica de corte ultramonárquico. La idea consistía en servir de complemento a «Le Conservatour» (1818), publicación semiperiódica donde escribía Chateaubriand.
**Las odas se adecuaban a los gustos monárquicos, y las baladas, a los liberales.

El hombre que amaba los libros

A cien quilómetros al norte de Coppet, donde madame de Staël inauguró el Romanticismo 1.0., se halla Besanzón. Estarás pensando: «Gracias por la información», y con razón; nada relevante acaeció en esta ciudad francesa durante el 2.0. Salvo que, aquí nacieron Hugo (1802) y Nodier (1780).*

No se me ocurre mejor definición para el segundo que la de «teórico literario y escritor de diccionarios,** novelas y ensayos». Bueno, igual sí: «piedra angular en la evolución del movimiento». Mmm… Sólida, pero fría. Casi que prefiero esta: «aquel sin el cual Hugo no hubiera conocido a sus seguidores; el cenáculo, la obra de Shakespeare; Francia, la de Walter Scott ni el mundo, el género de fantasía».

Retrato de Charles Nodier (c. 1840).
Benjamin Rouband
Fuente: Par Benjamin Roubaud — Domaine public.

«¡Eres tú, duendecillo! ¿Quién te trajo aquí?».

«A Trilby, el duende de Argail», Odas y baladas, Victor Hugo.

Poema inspirado en Trilby, una de las obras más famosas de Nodier.

Tras una azarosa juventud romántica —exilio incluido—, el talento literario de Nodier encontró el alojamiento apropiado: el Arsenal, bastión de libros que gobernaba desde su puesto de bibliotecario (1824). Y, en el salón, unía y reunía a primorosos escritores veteranos con los premurosos jóvenes.

*También, Proudhon (padre del anarquismo), Fourier (padre del cooperativismo y de los falansterios) o los hermanos Lumière (padres del cine). Besanzón sirvió de escenario para Rojo y Negro (Stendhal) y Albert Savarus (Balzac), amén de otras obras.
**Por ejemplo: Nuevo diccionario español-francés y francés-español (1826), con de Rosily y Gian-Trapany.

Perdón por el inciso

En 1821, Nodier pasó cincuenta días en Gran Bretaña; un viaje que relata en su Paseo de Dieppe a las montañas escocesas. Por supuesto, visitó Aberfoyle y el lago Lomond, cuyas aguas bañan las tierras de Craigrostan, otrora pertenecientes a Rob Roy. Así es; la novela de Walter Scott (1817) le llevó a visitar tan melancólico lugar.

Además del libro de viajes mencionado, la experiencia le inspiró un cuento de hadas: Trilby o el duendecillo de Argail (1822). La obra obtuvo un gran éxito, y se representó en los escenarios bajo diversos formatos: ballet, teatro e, incluso, una ópera.

Setenta y dos años después, George du Maurier publicó Trilby (1894), que arrasó, creó el estereotipo bohemio,* dejó un antagonista para la posteridad (Svengali) y dio nombre a este sombrero:

«Estaba pálido, desesperado, y con el sombrero en la coronilla».

Trilby, George de Maurier.

El sombrero trilby no aparece en la novela. En realidad, lo utilizaron en la adaptación teatral, y la gente lo comenzó a llamar de esta forma por el protagonista.

*Especialemente, el femenino.

Perdón por continuar con el inciso

Procede decir que du Maurier nunca reveló si el origen de su Trilby guardaba alguna relación con el de Nodier. Ciertamente, el título indica lo contrario, y no resulta muy complicado establecer ciertos paralelismos entre dos historias que, por todo lo demás, poseen tramas completamente distintas.

Empero, nadie duda con la influencia que este Trilby ejerció en El fantasma de la ópera (1909-1910), de Gastón Leroux. Es más; muchos la consideran un pastiche.

Al menos, se molestó en cambiarle el título, detalle que Leroux obvió con La mujer del collar de terciopelo (1924), pues Alexandre Dumas escribió una novela que se llamaba igual en 1849. Solo que…

Veamos; la historia que Leroux copió de Dumas, a su vez, es una copia de La aventura del estudiante alemán (Washington Irving, 1824)* que, a su vez, copiaría otra persona anónima (1830) antes de que la copiasen Henri Latouche —el amante de Desbordes— en Une nuit de 1793 (1833) y Pétrus Borel en Gottfried Wolgang (1843).

«La imitación es el objeto del arte propiamente dicho; la invención es el sello del genio».

Des types en littérature, Nodier.

Menudo lío, ¿a que sí? El caso es que, según afirmaba Dumas, la historia se la contó Nodier. Apuesta a que mintió. Pese a todo, te recomiendo que la leas. Al margen de que relata lo que sucedía en el salón del Arsenal, el protagonista es E. T. A. Hoffman.

*A su vez, probablemente Irving se inspirase en un relato francés que desconocemos. Y la versión de Dumas procede de Paul Lacroix, su colaborador.

Perdón por este otro inciso

Quizá no debería haber mentado a Svengali, epítome de sociópata manipulador, porque mira cómo me desvía el muy bode del tema principal con otra interrupción más. En fin, suficientes excusas.

Aunque du Maurier nació en París, desarrolló su carrera profesional —dibujante e ilustrador de prensa— al otro lado del Canal. Hasta que un ojo cecuciente le apartó de la pintura y lo redirigió hacia la literatura.

De sus cinco hijos, ninguno heredó su giro artístico. Aun así, dos de ellos merecen un comentario. Empezaré con Sylvia, que vivía en Londres… No; sola no, que tenía marido y cinco niños, a saber: George, Jack, Peter, Michael y Nico.

Total, resulta que la familia y el escritor escocés J. M. Barrie entablaron una estrecha amistad. En especial, los chavales, con quienes el autor gustaba de jugar en Kensington Gardens (no pienses mal). De hecho, acabaría adoptándolos tras la pronta muerte de sus padres.

Si no has averiguado la relación literaria todavía, Barrie escribió The little white bird (1902), obra que inaugura la saga protagonizada por Peter Pan. Adivina quiénes son los niños.

¿Te he sorprendido? Pues falta el segundo hijo, Gerald, que fue padre de dos autoras: Angela (poco que contar) y Daphne… Daphne… ¿No te suena? Vaya, tal vez no hayas leído nada suyo. Pero seguro que has visto su trabajo en la gran pantalla. Bueno, siempre y cuando conozcas a un director llamado Alfred Hitchcock, porque Daphne escribió Jamaica Inn (1936), Rebeca (1938) y Los pájaros (1952).

Por cierto, una última curiosidad: abuelo (Trilby) y nieta (Rebeca) alcanzaron la fama con dos obras acerca de la subversión mental, cuyos títulos terminaron identificando a prendas de ropa después de una adaptación teatral y cinematográfica.

La batalla de Hernani

Según comentaba hace tres interrupciones, el salón del Arsenal juntó a dos generaciones de escritores. Así, Nodier pretendía crear un ambiente donde promulgar la lectura de obras románticas extranjeras o la estética del Marino Faliero (Delavigne) y Shakespeare al tiempo que se debatía el futuro de la literatura francesa.

A ver, más o menos, lo consiguió. Infaustamente, la ambición que mostraba Hugo durante las reuniones aumentó el tamaño de su camarilla. Por consiguiente, el liderazgo se repartió entre dos cabezas y, mientras la de Nodier entonaba la evolución del movimiento, la de su paisano cantaba esto:

Einstürzende Neubauten – Fütter mein Ego (‘Alimenta mi ego’, en alemán).

Vale; dame lo mejor de tus oídos ahora. El Romanticismo, hasta entonces, suponía la respuesta cultural, moral y estética al clasicismo ilustrado. Sensibilidad e imaginación contra ciencia y razón. Mulder y Scully. Empero, carecía de identidad política determinada. Sirvan de ejemplo Chateaubriand y de Staël, la quintaesencia romántica: liberal, ella; ultramonárquico, él.

Hugo, de manera progresiva, rompería ese equilibrio. Primero, con Cromwell (1827), donde se posicionó abiertamente en contra del clasicismo.* Después, declarando su adhesión al filohelenismo en Orientales (1829). Y, por último, a través del faccioso estreno de Hernani (1830).

El estreno de Hernani (c. 1903).
Albert Bertrand.
En la parte inferior izquierda de la imagen verás a Gautier provocando a los asistentes con su pelo largo y un estridente chaleco rojo («satánico», según los clasicistas; «una muleta de torero», según él).
Fuente: Par Albert Besnard, Domaine public.

«El Romanticismo no es más que el liberalismo en literatura».

Prefacio de Hernani,
Victor Hugo.

Tras la censura gubernamental de Marion Delorme, Hugo se aseguró de que nadie le impidiese representar Hernani. Para ello, situó a sus tropas (ejército romántico) frente al escenario y entre el público, de modo que protegiesen la representación de los ataques de los clasicistas y que acallasen cualquier conato de pitos o silbidos.
La obra desató una batalla que enfrentó a liberales contra monárquicos, románticos contra clasicistas, defensores de la libertad de expresión contra conformistas estéticos, jóvenes contra viejos…
Cinco meses después, estalló la revolución de 1830.

*Nodier se lo recriminó, los dos acabaron tarifando y pusieron fin a su amistad.

Análisis crítico del viraje político de Hugo

¿Conoces la expresión: «en su momento, parecía una buena idea»? Eso debieron de pensar en la década de 1820 quienes gritaban «Libertad, igualdad y fraternidad»* en 1789, porque el lema les vino grande. Tanto, como la reforma literaria.

Con la élite intelectual refocilándose en la melancolía de su pasado, la prensa tomó el relevo de la actualidad cultural. Solo que, más que un medio informativo, las publicaciones servían de vehículo doctrinal para liberales y monárquicos. Por tanto, vertían opiniones subjetivas, críticas condicionadas y ataques moralistas hacia el otro bando. Vamos, lo que viene a ser Twitter, ahora llamado La cruz de san Andrés (X).

Así pues, la ambición de Hugo se topó con un muro clasista que había estancado a las letras. De ahí que se juntase con otros autores (el primer cenáculo) a quienes la sociedad había vuelto ignívomos de tanto quemarlos.

En principio, su plan consistía en crear una élite alternativa que redefiniera la figura del poeta mediante el HUM.** Esto es, empleando sus propios medios de difusión (La Muse Française).

Gracias al salón de Nodier, la fraternidad artística con libertad de expresión e igualdad en el reconocimiento profesional incorporó nuevos jóvenes. Entre ellos, burgueses de medio pelo, dandis, bohemios, revolucionarios, zumbados y sansimonianos.***

«Somos los bandidos del pensamiento».

Lema del cenáculo (Philothée O’Needy).

*Originariamente, «Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte», coletilla que desapareció tras el Terror.
**«Hágalo usted mismo»; DIY, en inglés.

***Seguidores de Henri de Saint-Simon, precursor del socialismo.

Un momento histórico

De esta forma, Hugo se convirtió en el líder de una camarilla que, al igual que él, había rechazado su rol de grumetes en el apolillado barco romántico para adoptar el de corsarios. Y, de la modernización estamental pasaron a maquinar la destrucción del sistema.

Ojo; se referían al sistema cultural. No les pongas el pasamontañas ni la máscara de V de Vendetta (Alan Moore y David Lloyd, 1982-1989). Aunque, claro, si querían triunfar, necesitaban una propuesta literaria y el apoyo de algo más influyente que un puñado de artistas adolescentes.

Por segunda ocasión, exijo lo mejor de tu atención. No en balde, estás a punto de contemplar el nacimiento del vanguardismo (avant-garde), fuente que se convertiría en ríos durante el modernismo y, estos, a su vez, en un mar-avilloso libro titulado MuArte.

Verás, toda corriente artística emana de una raison d’être; un motivo que justifica y del que depende su existencia: el Romanticismo, la naturaleza; la novela gótica, la arquitectura medieval…

Bueno, pues el cenáculo, a fin de mostrar su no dependencia institucional, optó por larpurlar. O sea, hacer arte por el mero placer de hacer arte (l’art pour l’art), un concepto que había popularizado Victor Cousin circa 1818.

«La liberté dans l’art, la liberté dans la société (Libertad en el arte, libertad en la sociedad)».

Prefacio de Hernani, Victor Hugo.

Los padres de Svengali

Empero, detrás de esta ausencia de fundamento creativo tácito se escondía una agenda operacional. Lo cual, en esencia, implicaba larpurlar provocando, ya fuera a través de innovaciones estéticas —como los cinco actos en el teatro—, la búsqueda del escándalo o recurriendo a lo estrafalario, vestimenta incluida.

Asimismo, algunos cenaculistas —Sainte-Beuve, el más destacado— prestaron su pluma a la prensa (Le Globe y Le Mercure), donde realizarían colaboraciones puntuales.
En teoría.

Una vez dentro, exhibiendo un loable agibílibus y notables dotes de manipulación social, los paladines de la libertad de expresión se apoderaron de ambos medios. Tal ardid, digno del mismísimo Ulises, sedujo a la burguesía que representaba la oposición a la Restauración.

«Épater les bourgeois (Deslumbrar a la burguesía)».

Gautier.

Entretanto, Hugo, Gautier y de Musset redefinieron la figura del poeta como «ser supremo, dueño de los misterios del estro» y «ente maldito, condenado al sufrimiento y al martirio por fuerzas inconcebibles». De esta suerte, su tipo* crearía un estereotipo que ha perdurado hasta nuestro tiempo. Aunque, en mi caso, es cierto.

Eutrapelias al margen, faltaba el golpe definitivo, la jugada maestra de la partida. Aprovechando el zeitgeist filoheleno, Hugo vinculó la emancipación cenacular a la guerra de independencia griega para, acto seguido, proclamar el partidismo del Romanticismo en la batalla de Hernani.

*Personaje idealizado, formado con características representativas de un universal. Nodier y Hugo, por separado, lo analizarían en profundidad (1830).

En su momento, parecía una buena idea

Y lo fue. Derrocados los borbones e instalados los orleaneses, la nueva élite dominante (liberales, burguesía alta y bonapartistas) premió al cenáculo con el reconocimiento social anhelado, pese a que ninguno de sus miembros, excepto algún despistado, había participado en las gloriosas jornadas revolucionarias.

La estrategia de Hugo, por tanto, cumplió su objetivo. El feudo intelectual, previamente en manos de un grupo legitimado por sus títulos nobiliarios, lo controlaba ahora su conciliábulo. A costa, eso sí, de haber sacrificado el ideal romántico por una ideología política que no compartían todos los autores del movimiento. Siquiera los del cenáculo.

«El viejo París ya no existe».

«El cisne», poema dedicado a Hugo en Las flores del mal, Baudelaire.

«Yo me voy, señor, y usted viene».

Carta de Chateaubriand a Hugo tras la primera representación de Hernani.

A partir de aquí, el Romanticismo se vuelve cuántico. Por un lado, la cultura adquirió un compromiso social que derivó en cuatro estados asaz distintos: activistas, turrieburnistas,* conformistas y pasotas. Paralelamente, el 2.0. se ramificó entre los continuadores del 1.0., los larpurlardistas y el realismo, al mismo tiempo que la novela gótica se escindía por los vericuetos de la mente (novela psicológica) y del misterio (roman noir).

En conclusión, si logro explicarte esto, más te vale pintar de rojo el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular.

*Término acuñado por Unamuno (1900).

El cambio de paradigma

Un romántico del 1.0. podía «ver un mundo en un grano de arena y el cielo en una flor salvaje, sostener la infinidad en la palma de la mano y la eternidad en una hora». De este modo, comprendía que «cada hombre está en poder de sus espectros hasta la llegada de esa hora cuando su humanidad despierta y arroja su propio espectro al lago».*

Empero, el del 2.0. se dedicaba a «desdeñar las fórmulas consagradas, trasgredir las prohibiciones formales, ignorar las poéticas que oprimen el espíritu y frenan el genio, chocar con la costumbre, atreverse a innovar…», puesto que representaba «a los hombres de hoy y no a los de las épocas heroicas tan lejanas de nosotros y que, probablemente, nunca existieron».**

«Al paso que vamos, París se renovará cada cincuenta años».

Nuestra señora de París, Victor Hugo.

Obviamente, algo sucedió en medio para que el filósofo se transformase en político; el misticismo, en materialismo; el pasado, en presente; el soñador, en activista, y la reforma moral, en compromiso social.

Bueno, el 50 % de este salto se produjo a raíz de la teoría literaria de Manzoni, trampolín del enfoque cultural y estético del movimiento. En cuanto a la otra mitad, te lo explicará el apartado que viene a continuación.

*Auguries of innocence, Blake (1803, publicado en 1863). Jerusalem, Blake, (1804-1820).
**Racine y Shakespeare, Stendhal (1823-1825).

El Renacimiento romántico

Intenta escuchar la voz de la naturaleza cuando vives en una ciudad. Sobre todo, en una tan bulliciosa como París durante la década de 1820, donde lo más similar al campo se encontraba en el barro de las calles. Normal, por tanto, que los autores contemplasen la jungla urbana y a la peculiar fauna que allí habitaba en lugar de a sus espectros y a su humanidad.

Claro, esto desvió la mirada introspectiva romántica hacia la, ejem, extrospección. O sea, el análisis del interior de un individuo ajeno a uno mismo dentro de un entorno y periodo no idealizados.

A resultas de la nueva perspectiva, la exaltación emocional adquirió un tono más mundano, urbano y ordenado. Ya no era Psique, sino la psicología, quien determinaba el comportamiento de los personajes.

Así, desligados del ensueño rural y de la mística imaginativa, sus historias desarrollaron el Romanticismo metropolitano, que supuso la modernización de un género —la novela gótica— y la formación de uno nuevo —el realismo—, con el que el movimiento dejó de sostener la infinidad en las manos y plantó los pies en el suelo.

Honoré de Balzac.
Mediados de la década de 1820.
Supuestamente, obra de Achille Devéria.
Fuente: Achille Devéria (attributed) — Scanned from Graham Robb’s biography Balzac., Domaine public.
Placa en Rue des Grands-Augustins.
Ambroise Vollard, marchante de Picasso, le propuso a su representado que ilustrase La obra maestra desconocida (1831). Fíjate si le gustó la obra al malagueño, que localizó la casa donde Balzac había situado la historia e instaló su estudio allí. En este lugar, pintaría el Guernica (1937).
Fuente: Par MOSSOT — Travail personnel, CC BY-SA 3.0.

«Pero, tarde o temprano, ¡se dará cuenta de que no hay nada en su lienzo! -exclamó Poussin».

La obra maestra desconocida, Balzac.

«Si la naturaleza fuera cómoda, la humanidad no habría inventado la arquitectura».

The decay of lying, Oscar Wilde.

Al terminar la batalla, descubrimos por qué luchábamos

Aviso para revolucionarios. Nunca montes una revolución cultural con gente que defienda la libertad artística individual en caso de buscar un compromiso social. Las palabras «libertad» e «individual» te darán una pista de lo sucederá. Especialmente, después de haberles prometido gloria y poder.

La primera división en el cenáculo se produjo en 1829. Hugo había reclutado a unos jóvenes barbudos que causaron el espanto entre los integrantes previos. De hecho, los apodaron bousingots,* y abandonaron el grupo en cuanto mejoró su posición social. No hablaré aquí más de ellos, ya que el cenáculo que fundaron (Le petit cénacle) protagonizará «Los malditos franceses y su decadencia: parte final».

La segunda, en cambio, devino tras la batalla de Hernani. De manera resumida, todos querían algo de Hugo: de Vigny, que le dejase en paz; Dumas, su puesto, y Sainte-Beuve, a su mujer. A decir verdad, solo coincidían en su anhelo por la fama. Infaustamente, esta sonrió al autor más inesperado. Más que nada, porque se trataba del enemigo público número uno del cenáculo.

*Nombre de un sombrero antiguo de marinero que se usaba peyorativamente con los demagogos, agitadores y alborotadores republicanos.

El caso de Vigny

Tengo la teoría de que la camarilla de Hugo sacó la segunda definición de poeta —«ente maldito, condenado al sufrimiento y al martirio por fuerzas inconcebibles»— a fin de incluir al conde Alfred de Vigny. Talento le sobraba (Cinq-Mars, 1826), no me malinterpretes. Pero era un imán para la mala suerte y la amargura.

Alfred de Vigny.
André-Léon Larue (1825).
Fuente: Par Léon Larue, Domaine public.
Delphine Gay.
Louis Hersent (1824).
Pese a su propósito de contraer matrimonio con la musa de Francia y del romanticismo, la madre de Vigny no aprobó esta relación y lo casó con Lydia Bunbury (1825), cuya frágil salud, permanente atención y displicencia le provocarían ansiedad al escritor.
Así, inició una relación con la actriz Marie Dorval, quien le utilizó para mejorar su estatus profesional (representaba a Kitty Bell en Chatterton, 1835) y le engañaba con otros amantes.
Fuente: Par Louis Hersent, Domaine public.

«La muerte ha golpeado los ojos más bellos del mundo. Solo los volveremos a ver cuando saludemos a los cielos».

«Madame Émile de Girardin», poema elegíaco que Desbordes compuso tras la muerte de Delphine Gay.

También, un rebelde paradójico. Pese al giro político del grupo, él conservó su ideología monárquica legitimista. Es decir, era partidario de los Borbones a quienes derrocarían sus aliados burgueses durante la revolución de 1830. Al menos, lo aceptó con deportividad, consciente de que Carlos X y su entorno se habían extralimitado en sus competencias.

Desde entonces, de Vigny se mostró más ausente que presente. Tanto, que su escasa obra parece del Romanticismo 1.0. Luego, se recluyó en una «torre de marfil» (Sainte-Beuve, 1837) con sus pensamientos, abstrayéndose por completo del movimiento.

El caso Dumas

Mientras a de Vigny no lo levantaba ni el sursuncorda, la ambición de Dumas lo había puesto en órbita. Sus éxitos en el teatro (Enrique III, 1829, Antony, 1831) le habían proporcionado unos más que generosos ingresos, aunque su afición por hacer suyo lo ajeno le causaría más de un contratiempo.*

Los malditos franceses y su decadencia: quinta parte
Alexandre Dumas.
Joseph Guichard (1828) y Alexis-Louis-Charles Gouin (c. 1852).
Prácticamente, fundó una fábrica de colaboradores para competir con su gran rival literario. Por ella pasaron Gérard de Nerval, Paul Lacroix, Paul Bocage, P. A. Fiorentino, Joseph Méry, Adolphe de Leuven, Hyppolyte Auger, Brunswick (Léon Lhérie), Eugene Nus, Auguste Arnould, Paul Meurice… hasta ochenta escritores en total, si hacemos caso a la leyenda.
Dato curioso: Hugo, Zola y Dumas están enterrados en la misma cripta del Panteón de París.
Fuente: Par Joseph Guichard, Domaine public.
Fuente: Par Alexis-Louis-Charles GOUIN, photographe — Musée d’Orsay, Domaine public.
Los malditos franceses y su decadencia: quinta parte
Auguste Maquet.
Colaborador principal de Dumas. Entre las dieciocho novelas que coescribió, destacaré El conde de Montecristo, La reina Margot, El tulipán negro y Los tres mosqueteros —cuya historia y personajes «sacó» su compañero de Mémoires de M.d’Artagnan (Gatien de Courlitz de Sandras, 1687)—.
En 1858, denunció a Dumas por falta de reconocimiento e impago de derechos de autor.
Fuente: Par Nadar — Cette image provient de la bibliothèque en ligne Gallica sous l’identifiant ARK btv1b531043648/f1, Domaine public.

«El genio no roba, conquista. Incorpora a su imperio la provincia que se anexa».

Respuesta de Dumas ante una acusación de plagio.

Tal vez por capricho; quizá por seguridad;* incluso, por curiosidad o a causa de una paternidad inesperada, Dumas abandonó Francia. No así Europa ni su don para la apropiación,** que desvió el drama pasional de su pluma hacia la narrativa de los libros de viajes.

*Frédéric Gaillardet le retó a un duelo cuando Dumas reescribió y estrenó su obra La torre de Nesle (1832).
**En sus Quince días en el Sinaí (1839), relata en primera persona el viaje del barón Taylor y de Adrien Dauzants por Egipto.

El caso Sainte-Beave y al caso Hugo

Hugo notó de que algo iba rana en su vida. Sus colegas ya no quedaban con él y su esposa le ignoraba. De modo que le preguntó a Sainte-Beuve, acaso supiera la causa:
—Esos arrapiezos prefieren larpurlar a comprometerse. Y tú mujer y yo nos hemos enamorado, y estamos todo el rato…
—Te agradezco la sinceridad. Al menos, dime que ella se acuerda de darle el pecho a nuestra hija recién nacida.
—Bueno; de eso se ocupa una cabra.

La única ficción en este diálogo corresponde a la reacción de Hugo, quien rompió su amistad con el crítico. Acto seguido, se procuró el cariño de Juliette Drouet para vengarse de su mujer. Infaustamente…

«La venganza nunca es buena. Mata el alma y la envenena».

Don Ramón, en El chavo del 8.

En efecto. Aquello que calentó su corazón enfrió su cerebro. Sin crear nada malo, no publicó nada bueno. Entiéndase esto como falto de originalidad y frescura. O aburguesamiento de talento, según prefieras.

Por supuesto, el bajón de calidad lo advirtió quien mejor le conocía: Sainte-Beuve, que no se cortó a la hora de señalar el pobre virtuosismo de su examigo en sus reseñas periodísticas.

El caso Dumas se une al caso Sainte-Beave y al caso Hugo

Con su orgullo y reconocimiento torpedeados, Hugo sintió que las tres coronas de los tres reinos literarios se tambaleaban sobre su testa.

La más estable, sin duda, fue la corona poética, epicentro del compromiso social y político. Aun feble su estro y clivoso el talento, aurívoro gruñía el verso del liróforo superno, aneblado por ese alípede ayer que envanece y este hoy que coxquea evanescente. Traducción: su dominio técnico, la posición social y los éxitos del pasado le salvaron el pellejo.

Menos firme, eso sí, sostuvo la corona dramática. Entre 1832 y 1843, recibió más mehs que bravos. Para más inri, sufrió tres fracasos: El rey se divierte (1832, prohibida tras la primera y polémica representación), María Tudor (1833) y Los burgraves (1843). Este último le retiraría de los escenarios, pues no volvió a escribir teatro hasta 1869 —Torquemada—, obra que publicaría en 1882 y que se estrenaría después de su muerte.

Pavarotti cantando La donna è mobile (acto 3 de Rigoletto) en 1964.
Verdi se inspiró en El rey se divierte a la hora de componer esta ópera.

A pesar de las críticas y de los inconvenientes económicos, nadie cuestionó su autoridad ni osó rivalizar con él en lo lírico o lo dramático. Quien más, quien menos podía disfrutar sus quince minutos de fama profesional, pero no disputarle el puesto.

En resumen, carecía de competidores serios. Entonces, apareció uno en el reino de la novela que le amedrentó. Temeroso de quedar en segundo lugar —«Ser Chateaubriand o nada»—, detuvo la escritura de su próxima novela* y renunció a la corona de este género. Lo cual dejó una vacante que Dumas ocupó al instante para reemplazar a Hugo en la cúspide de los románticos.

*Que terminaría en 1862. La tituló Los miserables.

El inimicísimo

Supongo que habrás intuido quién causaba tamaño pavor a los petulantes fufurufos del cenáculo. ¿No? Venga, no sufras más; se llamaba Honoré de Balzac (HB), y a fe que no conocerás a ningún autor tan parecidamente opuesto a Victor Hugo (VH).

Situado a la izquierda del ring, verás al segundo; un burgués monárquico que se pasó al bando liberal. Con los años y el compromiso social, viraría hacia el republicanismo antes de proponer la creación de los Estados Unidos de Europa.

De esta forma, Hugo introdujo la idea de la Unión Europea, extendiendo la frontera semántica y geográfica del nacionalismo romántico para transformar en país al continente.*

Frente a él, Balzac, hijo de una familia de agricultores, defensor de la monarquía y del catolicismo, pero partidario de un gobierno autocrático y de una política de mano de hierro. Tanto, que reclamaba la devolución de sus privilegios naturales a la nobleza, engrillada por las leyes del capitalismo.

Semejante fervor aristocrático provocó que su apellido original (Balssa) cambiase a de Balzac.**

*Esto refuta el argumento de los totalitarismos, producto de una desvirtuación política.
**En realidad, la historia es algo más larga y compleja, ya que implica un lavado genealógico y la creación de un pasado épico por parte del autor y de su padre. Todo esto te lo cuenta Jean Louis Déga en La vie prodigieuse de Bernard-François Balssa (1998).

Primeras impresiones

Balzac conoció el cenáculo en 1827. Aunque, no de la manera que imaginas. Verás; el año anterior, había abierto una imprenta en rue des Maraus-Saint-Germain 17,* donde los jóvenes autores editarían sus obras.

Claro, a veces alguno se olvidaba de pagarle. Como Adolphe de Saint-Valry, colaborador en La Muse Française y amigo de Hugo,** cuya deuda propició el encuentro de quienes pronto se convertirían en rivales. O, cuanto menos, la primera comunicación entre ambos.

«…le ruego que venga a hablarlo conmigo lo antes posible, esta tarde, por ejemplo, si está libre».

Carta de Hugo a Balzac (28 de febrero, 1828).

Luego, existen dos versiones sobre la relación que mantuvo con el cenáculo. La de Hugo confirma que Balzac asistía a sus reuniones, que participó en la batalla de Hernani y que, incluso, recibió el impacto de un repollo (quizá, una col) durante la defensa del escenario. La de los demás integrantes, bueno, ninguno menciona su nombre en las reuniones ni su presencia aquel día en el teatro.

«Cuando le vimos por primera vez, Balzac, un año mayor que el siglo, tenía unos treinta y seis años».

Honoré de Balzac, Gautier.

Ciertamente, yo me fiaría más de los últimos. Y eso que le tenían una tirria que no veas.

*Rue Visconti, en la actualidad.
**Su padre había servido bajo las órdenes del padre de Hugo en el ejército.

¿Realmente les caía tan mal?

Juzga por tu cuenta:

  • «Lo conocí [a Balzac] como impresor, y como tal me envió las pruebas de la segunda edición de Cinq-Mars. Era un joven muy sucio, muy flaco, muy hablador, que se confundía en todo lo que decía, y echaba espuma al hablar porque le faltaban todos los dientes superiores de su boca demasiado húmeda» (Carta de Alfred de Vigny a la vizcondesa du Plessis —15 de septiembre, 1850— tras la muerte de Balzac).
  • «No era ni un amigo ni un hermano, era más bien un rival, casi un enemigo» (artículo en Le Mousquetaire, Dumas, 30 de diciembre, 1854).
  • «[Balzac] se arrastra majestuosamente a cuatro patas por tu admirable poesía […], el zoquete» (carta de Juliette Drouet a Hugo, 18 de agosto, 1840).

De cualquier modo, si alguien le atizó con verdadera saña, ese fue Sainte-Beuve:

  • Carta a Pavie (1831): «[La piel de zapa es una novela] fétida y pútrida».
  • Artículo en la Revue des deux mondes (1834): aireó sus deudas y fracasos empresariales, además de tildarle de gusarapiento, intruso literario y corruptor de la literatura.
  • Cuadernos (1834-1847): «Cada crítico tiene un autor al que prefiere despellejar […]. Para mí es Balzac […] quien, hasta en sus mejores novelas, ha conservado siempre algo de la bajeza y, por así decirlo, de la villanía de sus comienzos».
  • Portraits contemporains (1847): definía las primeras obras de Balzac como «novelas mediocres publicadas bajo seudónimo,* […] sin ninguna preocupación por el arte» y, a su imprenta, un tugurio opaco donde vendía «producciones de tercera».

*Lord R’Hoone y Horace de Saint-Aubin.

¿Y por qué les caía así de mal?

Principalmente, a causa de su éxito. Aunque, esto conviene matizarlo, ya que afecta a un tema menos banal que el simple daño al orgullo.

El cenáculo se había fundado con el objetivo de regenerar una literatura romántica empantanada en vestigios formales y prejuicios clasistas. Para ello, desarrolló un movimiento contracultural alrededor de la estética —innovaciones—, el virtuosismo —el arte lírico de Hugo y de Vigny— y el reconocimiento social del poeta.

Una vez en el poder, las agendas personales disolvieron al grupo. Pero el propósito literario mantuvo unidos a sus integrantes. Es decir, la idea prevaleció sobre el individuo.

Por tanto, cuando el «courtaud de boutique»* irrumpió en la escena, la camarilla reaccionó de inmediato. Al fin y al cabo, Balzac no solo amenazaba con llevarse por delante los años de trabajo, escándalos y maquinaciones de aquellos seres supremos, dueños de los misterios del estro, sino que estaba sacrificando el valor artístico de la escritura ante ese poderoso caballero del que nos advertía Quevedo.

«Los puristas se indignaron ante esa infracción de las leyes de género».

Honoré de Balzac, Gautier.

«¡Parezco un hijo de boticario, un verdadero courtaud de boutique!».

Ilusiones perdidas, Balzac.

*‘Tendero’, término despectivo con el que el cenáculo llamaba a Balzac.

¿A Hugo también le caía mal Balzac?

Sí, pero como a Balzac le mareaba la poesía, le bastó con sacar a relucir el aura de su fama y sus dotes de político para veroniquear la ambición del «tendero» y mantenerlo feliz en el segundo puesto.

De hecho, Hugo le pintó la raya con tanta sutileza que su rival lo tomó por amigo y reconoció su grandeza en la mejor novela de su Comedia humana. Aunque, luego, en privado, Balzac se venía arriba sin reparos.

Los malditos franceses y su decadencia: quinta parte
Dedicatoria de Ilusiones perdidas.
Es posible que Hugo soltase algún improperio al ver el título de esta obra asociado a su nombre. De cualquier manera, a ver si encuentras la pullita que Balzac le suelta a Sainte-Beuve.
Fuente: quien te escribe.

«Solo hay tres hombres en París que sepan escribir en francés: Théophile Gautier, Victor Hugo y yo».

Balzac.

La excelente consideración que Balzac mostraba hacia sí mismo le animó a solicitar el apoyo de Hugo a fin de que lo aceptasen en la Academia. «Por supuesto, por supuesto», le dijo, después de asegurarse de que las deudas impedirían su ingreso.

Un poco falso el maldito francés decadente, ¿no?

Astuto, querrás decir. Porque la tibia acogida de su obra, sumada a la transformación literaria de la década de los 30 le dieron a entender que su revolución social se había quedado obsoleta. Así pues, una vez comprobado que el éxito de Balzac no sería flor de un día, Hugo abandonó el jardín del cenáculo y se adentró en el bosque de la política.

Bueno, en realidad, no se desligó de sus excompañeros. Simplemente, se arrimó al hombre del momento, representante de lo nuevo, cuyo trabajo ennoblecía a unas personas que Hugo había olvidado en su anterior compromiso social. Como ya sabes —relee el apartado «El inimicísimo»—, tal no era la intención de Balzac.

«Sin que él lo supiera, lo quisiera o no, lo consintiera o no, el autor de esta inmensa y extraña obra pertenece a la raza fuerte de los escritores revolucionarios».

Elegía de Victor Hugo a Balzac.

Ah, sí. Balzac murió arruinado. De modo que «su amigo» corrió con los gastos del entierro y compuso esta elegía que leyó en público. Si no se levantó al escuchar lo de «revolucionario», asume que el féretro estaba insonorizado.

Lo cual explica que la versión de Hugo* acerca de la relación entre Balzac y el cenáculo difiriese de la del resto. En esencia, lo convirtió en discípulo suyo. Pero no me preguntes el motivo. Quizá por apuntarse el tanto. O hacerle la cusqui a Napoleón III. O porque sus historias les gustaban a dos señores con quienes Hugo discrepaba en ciertos aspectos de la misma ideología.

Uno se apellidaba Engels. El otro, Marx.

*Raconté par un témoin de sa vie, Adèle (Hugo) Foucher, 1863.

El nombre que borró el agua

El 18 de julio de 1843, Hugo y Juliette Drouet se fueron de vacaciones al norte de España. Allí, el autor descubrió un «lugar desconocido, uno de los más hermosos que he visto en mi vida […], una humilde esquina de tierra y agua que sería gratamente admirada en Suiza […], un pequeño Edén radiante al que he llegado por casualidad y sin saber a dónde iba».*

Casa Gaviria (Casa Victor Hugo), Pasajes de San Juan, Guipúzcoa.
Fuente: turismovasco.com.

Durante el viaje de regreso, después de visitar la isla de Oléron —«un gran ataúd en el mar»*—, pararon en Rochefort el 9 de septiembre. Mientras esperaban la diligencia de La Rochelle, Hugo entró en el Café de l’Europe,** pidió una cerveza y hojeó el periódico, donde leyó un artículo de su amigo Alphonse Karr (Sous les tilleuls, 1832).

Así, se enteró de que, el 4 de septiembre, su hija favorita, Léopoldine, y el bebé que esperaba se habían ahogado en Villequier.

—Tío de la escritora española Carme Karr.
—Louise Colet le apuñaló por la espalda tras insinuar sus amoríos con Victor Cousin.
—Gran amante de la jardinería (este bambú lleva su nombre), materia sobre la que escribió varias obras.
—Introdujo la «Batalla de las flores» en el carnaval de Niza (1876).
—En 1882, Hugo (presidente honorífico) y él (presidente) fundaron la Liga popular contra la vivisección, un organismo encargado de la protección de los derechos de los animales.

*En Voyage, Hugo.
**Bistrot de la paix, actualmente.

Un golpe de viento…

…repentino e inesperado, volcó la embarcación en la que navegaban Léopoldine, Charles Vacquerie (su marido), Pierre Vacquerie (tío de Charles) y Arthur Vacquerie (hijo de Pierre).

La hija de Hugo no sabía nadar, a diferencia de su esposo, quién trató de llevarla a la superficie. Seis veces lo intentó. Seis veces le derrotó el río. Charles comprendió que no habría una séptima. Y la abrazó. Allá donde fuera ella, él la seguiría.

Tumba de Léopoldine y de Charles.
Villequier.
Cuando el Sena devolvió los cuatro cuerpos que había engullido —el peso de la ropa mojada los arrastró hasta el fondo—, Léopoldine y Charles seguían abrazados. Ni la Muerte logró separarlos, pues juntos los enterraron.
Fuente: Paubry76, CC BY-SA 4.0.

Un largo silencio

Hugo sufrió la pérdida de Léopoldine en dos ocasiones. La primera, al concederle su mano a Charles; experiencia que recordaría en Los miserables.* Pero la segunda, que acabas de leer, secó el estro de su pluma.

En otras palabras, el dolor le retiró de la literatura y estrechó su amistad con quien idéntica pena compartía: Auguste Vacquerie, el hermano de Charles.

Victor Hugo y Auguste Vacquerie (c. 1854).
Fuente: Auguste Vacquerie, Public domain, via Wikimedia Commons.

—A mediados de los 30, tras la división del cenáculo y su discusión con Sainte-Beuve, Hugo se rodeó de un nuevo grupo de autores jóvenes. El más destacado, sin duda, fue Vacquerie, a quien acogió en su casa cuando Auguste frisaba los 18 años.
—Tras la muerte de Léopoldine y de Charles, Hugo le nombró su mano derecha.
—Vacquerie cofundó Le Rappel (1869), un periódico contrario al Segundo Imperio, junto a Charles y François-Victor Hugo (hijos del autor) y su amigo Paul Meurice (colaborador de Dumas).
—Hugo le encargó la organización de su funeral y la gestión de los manuscritos que no había publicado. Esta última función también se la delegó a Paul Meurice y Ernest Lefèvre (sobrino de Vacquerie; no lo confundas con el presidente panameño).
—Charles, el hijo de Hugo, y él eran grandes aficionados a la fotografía.
—Autor de Jean Baudry (1863). Rimbaud utilizaría el título de esta pieza dramática como seudónimo en sus primeras obras.

*Cuando Jean se entera de que Cosette se ha enamorado de Marius.

Un frío ártico

Aquella muerte interrumpió un poemario autobiográfico llamado Les Contemplations. Lo publicaría en 1859, y consta de dos partes: Autrefois (‘antes’, 1830-1843) y Aujourd’hui (‘hoy’, 1843-1855).

En cada una, Hugo plasmó sus recuerdos correspondientes a esas épocas. Obviamente, intuirás qué suceso determinó la frontera (y el tono) entre el pasado y un presente inamovible. Porque el fantasma de Léopoldine congeló el tiempo en la mente del autor.

Si te gusta el psicoanálisis, te intriga el modo en el que un trauma afecta al discernimiento o recitas el mantra de «abraza la emoción» sobre un cojín de meditación, te recomiendo la lectura de esta obra.

«Sólo vemos un lado de las cosas; el otro se sumerge en la noche de un misterio espantoso».

«À Villequier», Les contemplations, Hugo.

Desde entonces, y hasta su exilio, Hugo se centró en su futuro político. Dos años antes de la tragedia, el autor había ingresado en la Academia francesa, castillo de la élite intelectual donde luciría el título de vizconde tras ser nombrado par de Francia por Luis Felipe de Orleans.

Tal magno suceso acaeció un abril de 1845. Lo cual le vino mirífico el 5 de julio, cuando el pintor de Biard y un policía irrumpieron en un piso cerca de la iglesia de Saint-Roch y sorprendieron al autor cumpliendo su máxima con la mujer del artista, la famosa exploradora del Ártico, Léonide d’Aunet. Porque «ser Chateaubriand o nada» se demuestra tanto en los libros como en la cama.

Continuación

El puesto de par* salvó a Hugo del juicio, pero Léonide se comió una temporadita en la trena (salió el 14 de agosto) hasta que las partes implicadas llegaron a un acuerdo, seguida de seis meses recluida en un convento agustino.

Curiosamente, Adèle (la mujer de Hugo) se erigió en la principal defensora de la arrestada. Es más, se hicieron amigas. Incluso se alegró al enterarse de que su marido había comenzado ese idilio en 1843 para superar su tristeza. Ahora la engañada no era ella, sino Juliette.

Ojo; no creas que te he contado todo esto por mero cotilleo. Léonide retomó la relación con Hugo, y su experiencia en la prisión de criminales y prostitutas de Saint-Lazare le proporcionó una valiosísima documentación de jerga y realidad carcelaria que el poeta emplearía en una novela. Así es; me refiero a Los miserables.

*Por lo visto, o eso se rumoreaba, le otorgaron el título a cambio de que no publicase más dramas inmorales. Deberían haber especificado que tampoco los podía representar por su cuenta.

Éxito y exilio

Escándalo y abuso de poder aparte, Hugo reclamó la abolición de la pena de muerte,* la libertad de prensa, el sufragio universal o la educación infantil gratuita. Con esta actitud, desconozco qué motivos impelieron a los conservadores a la hora de alistarlo entre sus filas. Los de él, en cambio, sí: entrar en la Asamblea Nacional.

Bueno, antes de esto pasó la revolución de 1848, donde quienes cambiaron los monarcas en el 30 echaron a los que pusieron en su lugar, proclamaron la Segunda República y, por muy poco, la bandera roja no se convirtió en el emblema de Francia.

Lamartine delante del ayuntamiento de París rechaza la bandera roja (1848).
Philippoteaux.
Y, por esta razón, la historia recuerda a Lamartine en vez de a las grandes poetas del Romanticismo. La bandera roja apareció en la revolución de 1789, y la blandieron los jacobinos durante el Terror.
Fuente: Public Domain.

Para simplificar, Lamartine quedó al mando del gobierno provisional. En tres meses, el pueblo votaría democráticamente la presidencia oficial. Si su partido ganaba, Hugo obtendría un puesto que, la verdad, da igual, ya que Napoleón III, el sobrino del I,* arrasó en las elecciones. Tres años después, el nuevo presidente se cansó de la oposición constante de la Asamblea y dio un golpe de estado (1851).

Muchos se callaron su opinión. Hugo, no, y le llamó traidor de la nación. Acto seguido, Napoleón III ordenó su exilio. Un año después, implantó el Segundo Imperio.

*Cuestión que anticipó en El último día de un condenado a muerte (1829).
**Napoleón II, hijo del emperador, murió en 1832 con 21 años y sin herederos, de modo que le sucedió su primo.

Exilio a la Chateaubriand

Tarde o temprano, el fuego de Hernani volvería a calentar la sangre del poeta. Si un realista observa, se reprime, analiza y se adapta, un romántico contempla, sufre, se evade y se rebela. Objetivismo continuativo frente a la ipseidad subjetiva. Visnu y Siva, hablando en plata bharata. Corrección: baratí, que es el gentilicio adecuado.

De este modo, se reencontró con el estro en Bélgica, la primera etapa del destierro. Aquí publicó un poemario incendiario (Napoleón, el pequeño, 1852) que causó un serio incidente diplomático y la consecuente expulsión de los Hugo.

Segunda etapa, Jersey. No satisfecho aún, prescindió de la tinta y mojó su pluma en bilis para componer Los castigos (1853), ácidos versos satíricos, desbordantes de imaginación, que zaherían al emperador. En esta ocasión, Inglaterra respetó su libertad de expresión. Todo lo contrario que en 1855, cuando la tolerante Albión largó a tres periodistas franceses* y Hugo se puso de su lado. Adivina quién los acompañó en el siguiente barco.

Última parada: Guernsey, «la roca de la hospitalidad y de la libertad»,** hogar de la familia hasta 1870, porque Hugo rechazó la amnistía que le concedieron en 1859, y lugar donde su hija Adèle legó un síndrome a la psicología.

Hauteville house.
Casa de los Hugo en Guernsey.

Esta larga estancia se tradujo en la etapa más productiva de su carrera: completó lo que había dejado pendiente del 30 al 50, publicó nuevas obras y escribió otras que saldrían póstumas. Vamos, que casi parece brujería, ¿no crees?
Pues lo fue.

*Satirizaron la visita de la reina Victoria a París.
**Los trabajadores del mar, Hugo, 1866.

La Musa y los espíritus

Regresemos un instante a Jersey. Durante el verano de 1853, Hugo recibió la visita del vizconde Charles Delaunay, seudónimo de la autora más famosa y querida de París, conocida suya desde los tiempos del Arsenal de Nodier. Me refiero a la esposa de Émile de Girardin. Es decir, mi amiga Delphine Gay.

Diez días pasó con la familia y sus allegados, comentando las cosas de la ciudad, ya que su salón gozaba de una gran popularidad. Hasta les contó que había incorporado unas mesas giratorias de fabricación propia (la mesa Girardin) a fin de ofrecer a los asistentes la última moda de la capital: sesiones de espiritismo.

—¡Anda! Mirad, justo he traído una— les dijo tres noches antes de marcharse. Y les propuso contactar con el más allá…

Nadie respondió en la primera sesión. Tampoco en la segunda. Empero, iniciada la tercera, Hugo entró en la estancia y Delphine le agarró las manos. Súbitamente, un espíritu se manifestó.
Se trataba de Léopoldine.

Marine Terrace, Jersey.
Casa de los Hugo.
Fuente: Par Charles Hugo, Domaine public.
Sesiones de espiritismo en un salón de París (1853).
Fuente: Ange Louis Janet – Magazine l’Illustration 1853, Public Domain.

«Finalmente, nos dijo “¡Adiós!”. Y la mesa dejó de moverse».

Les miettes de l’histoire, Auguste Vacquerie.

A raíz de ese encuentro, Hugo celebró varias sesiones diarias hasta 1855. Esto es, dos años ininterrumpidos de cháchara con los muertos, vía médiums. De hecho, algunos le inspiraron poemas que escribió sobre la ouija. Luego, los quemó.

Espíritus con los que conversó Hugo

¿Te ha picado la curiosidad? Entonces, cúrate la hinchazón con una compilación de esas experiencias, titulada Le livre des tables: les séances spirites de Jersey (Victor Hugo). Así, descubrirás lo que le susurraron espíritus como:

  • Shakespeare: le dictó una obra de teatro. Bueno, en realidad, solo el primer acto.
  • Chateaubriand, que había muerto en la revolución del 48.
  • Sócrates.
  • Dante.
  • Lord Byron.
  • Cristo: le nombró profeta. Aunque suene raro, esto es más normal de lo que piensas, según te explicaré en la última entrega de «Los malditos franceses y su decadencia».
  • Mahoma.
  • El asno de Balaam: un burro que Dios utilizó de médium para decirle a Balaam que no traicionase a su pueblo.
  • La paloma del arca de Noé: probablemente, quien le transformó en el Imagine, de Lennon. Hugo apelaría a la paz mundial y al fin de las guerras en sus posteriores discursos políticos.
  • Racine.
  • Aristóteles.
  • Platón.
  • Aristófanes.
  • Napoleón I.
  • La dama blanca, la dama negra y la dama gris: tres fantasmas de Jersey.

El doctor Jean de Mutigny concluyó que Hugo padecía parafrenia fantástica. Es posible, solo que el único Jean de Mutigny que he encontrado era gobernador de Vitry, y vivió en el siglo XVI.

Vete tú a saber; quizá sea un espíritu también.

¡No te pierdas la última entrega de «Los malditos franceses y su decadencia»!

Espero que esta oscuridad te prepare para «Los malditos franceses y su decadencia: parte final», donde recorreré los senderos más sórdidos y degenerados del Romanticismo. O, lo que es lo mismo, el 3.0.

Por lo demás, confío en que hayas aprendido que Hugo no se limitó a escribir Los miserables. Para que te hagas una idea de su impacto en la cultura, sociedad e historia de Francia, todas las ciudades de este país cuentan con una calle dedicada al autor.

Pues, ya está; he terminado. Si te ha gustado lo que has leído, por favor, pinta de rojo jacobino el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular, y comparte este artículo por tus redes sociales.

Pero, si te apetece leer un poquito más, ¡qué mejor despedida que Balzac! Al fin y al cabo, Hugo le copió el estilo para redactar Los miserables. De este modo, atrajo a su público, y le arrebató el puesto de escritor del pueblo. Título que, por otro lado, mucha gracia no le hacía a Honoré.

La astilla rota de un regio palo

Donde Hugo se veía Chateaubriand en el espejo, Balzac contemplaba a su padre: un próspero hombre hecho a sí mismo mediante favores y servilismo a una aristocracia que le recompensó con una buena posición política* y empresas comerciales.

Ignoro cuánta de esa influencia paternal permeó en La comedia humana.** Empero, la seguridad me embarga a la hora de confirmar la de Maturin al inicio de una carrera artística con mentalidad de sumerio: la escritura se inventó para ganar dinero.

«Pero ¡qué preocupación por el dinero! ¡Y qué poco se preocupó [Balzac] por el Arte! ¡Ni una sola vez lo mencionó! Aspiraba a la Gloria, pero no a la Belleza. ¡Qué estrechez de miras!».

Carta de Flaubert a su sobrina Caroline, 25 de diciembre, 1876.

El caso es que sus primeras obras no alcanzaron el resultado que auguraba a su hermana Laure en esta carta de 1821: «Dentro de poco, lord R’hoone será el hombre más de moda, el autor más fértil, el más adorable, y las damas lo amarán […], y entonces, Honoré llegará en cuadrilla, con la cabeza alta, los ojos orgullosos y el bolsillo lleno».

Peor aún, tampoco sus negocios emularon los de su progenitor y, por toda fama, obtuvo la de deudor.

*Teniente de alcalde en Tours (donde nació Balzac) y miembro destacado de una logia masónica.
**Varios de los apellidos que aparecen corresponden a gente real que conoció el señor Balssa/de Balzac.

El humano descomedido

Digamos que el proyecto de La comedia humana* no salió según esperaba. O sea, se trató de un fracaso más estrepositivo que estrepitoso, dado que le concedió el prestigio que anhelaba y mucho dinero. Infaustamente, se lo pulió.

En consecuencia, Balzac acabó igual que empezó: endeudado. Lo cual arruinó a su madre, por no mencionar que su plan le granjeó el odio eterno de su gremio y le llevó a la tumba.

Pero, veamos qué sucedió. En 1829, acuciado por sus acreedores, publicó una novela al estilo de Scott (Les chouans) y una especie de ensayo costumbrista (La physiologie du mariage) que causó bastante escándalo y, en consecuencia, le premió con el éxito.

A partir de ese momento, y hasta 1850, Balzac no paró de escribir. Tal disciplina se impuso que publicó más de noventa obras en un plazo de veinte años. Sí; has leído bien. ¿Su secreto? Consumo masivo de café, métodos radicales de trabajo* y el siguiente horario:

De medianoche a mediodía: escritura.
Desde mediodía a las cinco: comida, correcciones y tiempo libre.
De cinco a seis: cena y cama.

Hombre, algún problemilla tuvo con este sistema, como vivir frisando la apoplejía y el colapso nervioso. O su muerte, claro, provocada un poco por todo: pulmones, cerebro, hígado, corazón, una gangrena… que dejaron su cuerpo hinchado, morado y negro. Aun así, continuaba escribiendo.

«Se había convertido en algo para lo que el lenguaje no posee una palabra».

Bossuet.

*El concepto de La comedia se le ocurrió en 1834, y la idea de integrar sus obras, en 1833.
**Terminó César Birotteau con los pies dentro de un barreño de agua hirviendo.

Caramba… ¿Y qué es La comedia humana?

Pues la historia de Francia desde la Restauración (1815-1830) hasta la Revolución del 48 (1830-1848), narrada a través de diversas historias y personajes que saltan de libro en libro. Un segundo, esto ya te lo había dicho en otro artículo.

Esto, no. Balzac planteó el contenido a modo de tres estudios:

  • Modales del XIX: efectos de la sociedad.
  • Filosóficos: causas de esos efectos.
  • Analíticos: principios de esos efectos.

A su vez, cada estudio se divide en escenas, bien de la vida privada, la vida parisina, la vida en el campo, etc.

Remiendos y retazos

Por mucho que te haya impactado, La comedia humana destacó por la cantidad en lugar de por su calidad. Siendo generoso, te diría que solo quince obras —y no todas ellas novelas— merecen la pena.

Verás, Balzac concibió esta idea sobre la marcha. Primero, en 1830. Luego, en 1833. Y, finalmente, en 1834. Para entonces, ya había publicado varias obras —por varias, calcula que unas veinte— de géneros distintos.

En principio, esto no supone ningún problema. De hecho, la mezcla resulta original. Solo que, las urgencias económicas le obligaban a publicar deprisa. Si a esto le sumas su parvo virtuosismo, comprobarás que su escritura se caracteriza por la abundancia de frases muy largas (y mal puntuadas), descripciones que parecen de relleno y el uso de lenguaje sencillo.

Obviamente, esta estética horrorizó al cenáculo, ya que Balzac priorizaba la comercialidad sobre el trascendentalismo artístico. Tanto en su persona como en el mensaje de su trabajo.

«La principal novedad de las novelas de Balzac era mostrar que la vida moderna estaba dominada por el dinero, y muchos no le perdonaron esta audacia».

Honoré de Balzac, Gautier.

De pronto y en 1836, Emile, el marido de Delphine Gay, recuperó la novela en folletín para atraer a nuevos suscriptores a La Presse. Bueno, y bajar el precio de la suscripción, claro, que extendió el alcance de los diarios al pueblo llano y a la gente del campo. Es decir, un público más interesado en entender que en trascender.

Balzac killed the cénacle star

El formato de novela serial abrió un mercado nuevo a los autores. Empero, condicionó el contenido a los gustos de los lectores, ya que la prensa necesitaba ganar dinero, no respaldar la misión educativa y el valor artístico de Schlegel, de Staël y de Manzoni.

A Balzac se le iluminaron los ojos. Prácticamente, dominó y monopolizó el folletín gracias a su ritmo titánico de producción. Hasta que aparecieron dos competidores: Dumas, con su factoría de escritores, y Eugène Sue.

Eugène Sue
Gabriel Lépaulle (1835).
Uno de los cien mil hijos de san Luis en la campaña de España, donde destacó como cirujano.
Autor, entre otras obras, de Los misterios de París (1842-1843) y El judío errante (1845).
Exiliado tras el golpe de estado de Napoleón III.
Fuente: Par François-Gabriel Lépaulle — Travail personnel, Domaine public.

«¿Es el diablo el que remeda así la voz de un ángel?».

El comendador de Malta, Eugène Sue.

Poco a poco, la presión editorial separó la literatura entre alta y comercial; similar a lo que ocurriría en la década de 1960 con la ficción literaria y la literatura de género.

Irónicamente, Balzac, que diseñó su proyecto a fin de criticar y erradicar el yugo del capitalismo, potenciaría ese sistema económico mediante su obra. Ahí reside la verdadera Comedia.

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