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Los idiomas, como entes vivos, pasan por una suerte de transformaciones durante su existencia. De este modo, se refuerzan y evolucionan para otorgar una voz característica a una época. Empero, también sufren enfermedades que, si no reciben tratamiento inmediato, causarán su desaparición. Bueno, pues esto es lo que sucederá gracias a la generación que mató la lengua española.

En efecto, y en breve, las palabras que ahora mismo leen tus ojos pertenecerán a un habla del pasado, precámbrica, arcaica y obsoleta. Tan solo la recordará la paleontología lingüística con versos latinos de Séneca, con la prosa aurisecular de Cervantes y con lo que quiera que signifique la magicomedia realista de Jose Flores. Es decir, tres autores desfasados, a leguas distantes del uso del español contemporáneo.

Por si piensas que hiperbolizo o que auguro más drama y tragedia que Eurípides, permíteme que taguee mi fatalismo crítico a través de este artículo. Después, raidéalo entre tus fologüers y, en caso de que te haya gustado, laiquéalo. Pero, si faileo de un modo épico, ya que a tu jaip no he satisfecho, exímeme del rantin y del baneo, te lo ruego.

Cifras y Letras

Según los resultados estadísticos (2022), un 98,1 % de la población española sabe leer y escribir. Esto implica que algo más de 750.000 personas son analfabetas; una cantidad superior a la población conjunta de Ceuta y Melilla con la de las provincias de Palencia, Segovia, Teruel y Soria.

Por otro lado, la media en Lengua Castellana y Literatura de las pruebas de acceso a la Universidad Autónoma de Madrid (2021/2022) se sitúa en un 6,758. A priori, esto mostraría un incremento con respecto a los guarismos obtenidos en los años anteriores, de no ser porque las pruebas «están tendiendo a ser más sencillas, con menos subordinadas».

Curiosamente, la media en Inglés es una milésima superior: 6,759. A tenor de estos datos, los planes de educación bilingüe han logrado que las nuevas generaciones conozcan ligeramente mejor el idioma de Salman Rushdie que el de Antonio Muñoz Molina.

Es más, cuando los jóvenes se comunican en español, suelen mezclarlo con expresiones y vocabulario anglosajones, formando un criollo que, con el tiempo, no semejará el espanglish hispanoamericano, sino el llanito que hablan en Gibraltar. ¿Exagero too much?

Causas de un desconcierto concertado, público y privado

A principios del siglo XX, mientras Joyce se encontraba en su periodo universitario, el analfabetismo afectaba al 3 % de la población británica. En España, al 50 %;* mismo porcentaje que Gran Bretaña —RUGBI— en 1800.

Tres factores determinaban esta situación: pocos colegios, mucha población dispersa y el absentismo escolar. Pese a que antes del estallido de la guerra civil este 50 % había decrecido hasta un 32 % (1930), no sería hasta 1950 (17 %) cuando el asunto impulsara una cruzada educacional.

Así, se fundó la Junta Nacional contra el Analfabetismo (15 % en 1959), seguida de la Campaña Nacional contra el Analfabetismo en 1963 (9 % en 1970). Sin duda, aquellos planes de estudios admitían mejoras, aunque quienes los cursaron, en general, emplean el idioma de forma correcta actualmente.

La razón es muy sencilla: leían. Esto es, lo que hacían los britanos desde el XIX. No es casualidad, por tanto, que, a mediados del siglo XX, aparecieran nuevas editoriales y autores en España. O que la tipografía haya aumentado su tamaño en los libros: facilita la lectura a unos ojos ajados por la edad, añejados por la vida, antojados de literatura todavía.

«Ojos como halcones hambrientos».

Nuevayorkana, Jose Flores.

Empero, aparte de leer, también escribían; dos recursos prácticos que potencian el aprendizaje teórico. Habida cuenta de que el plan de estudios vigente satura de abstracciones lingüísticas a los cursos inferiores; machaca a los superiores con morfología, sintaxis y étimos fétidos, pero obvia la lectura y la redacción de textos por algún motivo que me descalabaza a causa de su randomdez, esta política de enseñanza ha logrado idéntico resultado que la cuarta cruzada. Pues, si los venecianos prendieron fuego a Bizancio, aquí hemos destruido lo que quedaba del legado romano: nuestro idioma. Vae victis, castellano.

*Nueve millones de personas, cantidad superior a la población total de Andalucía en 2022.

Jubentuz, dibino tezoro

Tú, quien me lees, habrás reconocido el poema de Rubén Darío que a este apartado da título. Con espanto, presumo, por mor de su horrífica ortografía. Bueno; quéjate todo lo que quieras, pero no contiene ningún fallo. Al menos, para los estándares del siglo XIV.

«La muger que enbïares de ti sea parienta».

Libro del buen amor, Arcipreste de Hita.

¿Cómo se explica el misterio de que un joven, que «jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico» (Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas), utilice suelta y resueltamente la compleja calígine caligráfica del Medievo? ¿O que estos modernos Jónjoras y Kebedos la integren mediante «una gramática nueva […], donde el más se verifica sin que se suponga el menos [y] no hay lógico que se atreva a definir cómo, siendo solo un término, en él solo se da relación y exceso»?*

Quizá, llámame loco, esto derive del enfoque metafísico que posee la asignatura de Lengua. En consecuencia, los alumnos pierden el interés, «porque como a su beldad es corto el entendimiento, para comprehenderla toda va de concepto en concepto, y como no puede junta comprehenderla, solo aquello que está entonces ponderando le parece más perfecto».*

Resumiendo: lo que antaño perseguía la erradicación del analfabetismo, hogaño ha fomentado la generación de analfabestias que ha trucidado la lengua española. Enhorabuena. Solo que, cuando un dedo señala una culpa tan grave, bien nos valdría hurgarnos el ombligo con él, no sea que, bajo las pelusillas, encontremos otros responsables.

*Lírica, Sor Juana Inés de la Cruz.

La displicencia condescendiente

Imagínate que, después de comprar un producto en una tienda, recibes mal el cambio. Estoy seguro de que se lo indicarías de inmediato a quien te hubiera cobrado, ¿verdad? Ahora bien, ¿y si esa persona, además de no entregarte el dinero que falta, te llamara «talibán de las matemáticas», «purista del cálculo» o bufase: «Ya estamos con el Fibonacci»?

Pues, esa agresividad desdeñosa no solo define la actitud española hacia la ortografía y la gramática, sino que identifica el busilis del problema: quienes ejercen de modelo para las nuevas generaciones no se toman su idioma en serio. Por consiguiente, los jóvenes, cautivos de referentes cativos, condenados están a no corregir jamás sus defectos lingüísticos.

Todavía peor; se comportarán con idéntico menosprecio e indiferencia hacia la lengua. Salvo cuando esta les afecte o les ofenda, como en el caso del lenguaje inclusivo. Y esto trasciende mi entendimiento: ¿a qué ese empeño por añadir un tercer género si con dos ya comenten suficientes errores?

«Las lenguas, que antes eran de carne sólida y substancial, las trocó en otras de extraordinarias materias: […] Algunas que habían sido de seda, las volvía de bayeta, y las de terciopelo en raso».

El Criticón, (me pongo en pie) Baltasar Gracián.

Aun así, el usgo airado que airean los adultos cada vez que alguien les casca las liendres con el idioma responde a un mecanismo defensivo típico de un orgullo dolido, bien por inseguro, bien por asaz subido.

Pasado este arreón de violenta vehemencia, algunos (pocos) aceptarán que han cometido un error, y lo remediarán. Infaustamente, la arrogancia del resto nunca ha pisado una clínica Gaes para prestar oídos a la humildad. En consecuencia, replican con el mal endémico del español: la justificación.

El autoengaño del autocorrector, y otros cuentos populares

«Si es jueves, hoy llueve»: frase condicional. «Sí, es jueves; hoy llueve»: afirmación. «Sí es, jueves hoy llueve»: frase sin sentido. Empero, el autocorrector de Word no me lo indica. De hecho, lo único que subraya en rojo como falta es la palabra autocorrector. Igual que el de WordPress. Por algún Motivo, consideran que los pre fijos van separado la palabra pre cedente. (En esta frase, Word marca error en pre fijos, no en Motivo, separado o pre cedente ni advierte la ausencia de la preposición de tras separado. WordPress, en cambio, da por buena toda la frase).

Mediante este ejemplo, rebato el argumento de que «el ordenador ha revisado el texto, y está bien». La próxima ocasión, confía esa labor en el humanocorrector. Tampoco es infalible, pero entiende mejor la lógica y la estructura del idioma que el algoritmo de la computadora.

The Wire, quinta temporada.

Una situación similar se repite en el móvil, donde el texto predictivo facilita una excusa predecible. A ver; si la probabilidad de palabra que maneja el gacheto provoca demasiados fallos en tus mensajes, quítalo. O, repasa el texto antes de mandarlo. Créeme; quien lo reciba preferirá claridad en lugar de una respuesta rápida y abierta a interpretaciones confusas.

A menos, claro, que esos fallos correspondan a tu mano. Lo cual me lleva al tema de «Esto se admite en los mensajes de texto e Internet». ¡Ah! ¿Sí? ¿Vamos a obviar toda la normativa del español simplemente para que escribas en WhatsApp o comentes en Twitter y Twitch como te dé la gana? SAYP (‘Súbete aquí, y pedalea’).

Babylonokia.
Obra de Karl Weingärtner (2012) que refleja el caos y el efecto negativo de la tecnología en la comunicación.
Fuente: De Karl Weingärtner (User:Kalligrafiemonk) – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0

Más autoengaños frecuentes

El pobre conocimiento de la lengua que transparece cuando alguien acusa a una máquina de su mala ortografía y peor gramática se manifiesta también en las siguientes justificaciones:

  • «Bueno, pero se entiende»: ya he hablado sobre este tema en un artículo previo.
  • «Pues yo lo he visto escrito de esta manera»: yo he visto perdizes en una carnicería, pero no me he dejado convencer por un cartel mal redactado.
  • «A mí me dijeron que…»: y a mí me enseñaron en el colegio que fue llevaba tilde, solo que luego la eliminaron. Es más, ¿quién te lo ha dicho? Porque, en caso de que no te hayas percatado aún, la mayoría de las personas desconocen las reglas del idioma.
  • «Es que en mi trabajo lo decimos / usamos así»: porque formas parte de un gremio de catetos, de un hatajo de tartufos y de un cónclave de necios que, lejos de admitir ignorancia, habéis establecido unas normas lingüísticas en paralelo y para lelos. Hacendado me hallo ante vuestra pseudogramática; dejad de glorificarla con palabras tipo jerga o lenguaje corporativo, y llamadla como se debe de llamar: vulgarismo profesional.

Gruñe, refunfuña y masculla lo que te apetezca. Lo que salga de tu boca, me la pela. Mientras pongas una coma (,) en vez de dos puntos (:) después de Hola o Buenos días al inicio de tus correos electrónicos, niusléteres y similares, demostrarás que no distingues las reglas de puntuación inglesas de las del español. Aunque se entienda, lo hayas visto escrito de esa manera, te hayan dicho que o con independencia de que en tu trabajo lo uséis así.

El rincón del vago: las editoriales

Un segundo, por favor. Necesito apaciguar el titileo de emoción y de zollipo que me ha suscitado la lectura de este comentario: «Su principal objetivo era sacar a España de sus seculares provincianismo y atraso; elevar el nivel general, en la confianza de que la gente desea eso en el fondo: […] que se la trate como adulta y cultivada para empeñarse en serlo; y conseguir que este fuera un país como los de nuestro entorno».

La prosa corresponde a Javier Marías, y el su del principio alude a Jaime Salinas —de un poeta, hijo—, artífice de que la generación de la posguerra en los libros se sumergiera. Tal proeza consiguió, derramando clase y dedicación, a través de la modernización de la figura del editor, «un oficio que no necesita ni hacer una carrera, ni estudiar nada en ningún sitio ni tener especiales conocimientos de nada, aunque ahora, como para todo, se han creado másteres».*

En efecto; según él, un editor solo necesitaba una cosa: «cumplir con una función cultural, con una responsabilidad cultural. Hoy en día esa responsabilidad está relegada a un segundo plano. No emito juicios, sencillamente hablo de la realidad. Si he de formular un juicio, considero que esa prioridad de lo comercial sobre lo cultural, sobre todo en la edición literaria, tiene unas consecuencias catastróficas […] Esto, por supuesto, condiciona al escritor».*

¡Ayayay! Magdaleno lagrimo y lagrimeo desde los ojos hasta el suelo. Aunque, célere me solivianto de nuevo.

No en vano, el endeble sistema editorial hispano que este caballero tan galano transformó en sedosa melodía de piano suena, ahora, a graznido de acordeón. Con posgrado. Y, sí; culpa al capitalismo del proxenetismo en la literatura, pero expón tu queja frente a un espejo. Así, contemplarás al verdadero responsable de que el legado de Salinas se haya malogrado. Nocente por indolente, has dado por hecho, has asumido que esta misión cultural no necesitaba de tus cuidados. Revisionistas del pasado, ¿tenéis algo que decir al respecto?

*Cuando editar era una fiesta, Jaime Salinas.

Prensa, publicidad y márquetin: caviar de porno para los gusanos

El día en el que la prensa digital elimine los comentarios mal escritos de sus lectores, dormiré tranquilo. Por tanto, a tenor del conocimiento de las normas del castellano que muestran los periodistas, moriré de insomnio.

Entre otras joyas, destacaré «5.023 miles de €» y «gasto per cápita, de 2022, fue de 0€, 0€ menos que en 2022».
Expansión: periódico sobre economía más leído en España. Ver artículo.

Este ejemplo solo es un botón de los múltiples errores indefectibles que el 98,1 % de españoles lee a diario y, luego, reproduce en su habla.

Supongo que te preguntarás por qué se publican tamañas y constantes aberraciones lingüísticas. Muy fácil: no hay nadie al volante. Antes, es verdad, las redacciones contaban con correctores humanos y editores capacitados, amén de una sección de fe de erratas donde pedían disculpas cuando se les colaba un gazapo. Nada de eso existe ya. Suponía un gasto salarial escasamente rentable.

Algo parecido sucede en el entorno publicitario y de márquetin. Aquí, respetaban el idioma, dado que un fallo gramatical u ortográfico implicaba tanto pérdida de dinero como de imagen. Todo esto se olvidó cuando la profesión se convirtió en:

  • Feudo del búmer con sus pinchacebos.
  • Paraíso de la redacción mediante topos* e infinitivos.
  • El estado cincuenta y uno del manual de estilo estadounidense. No dudo que ese tipo de escritura funcione bien por aquellas tierras. Lo malo es que, al traducirlo literalmente al castellano, hiede a tufo zalamero, a sofisma de aficionado, a cacosmia comercial, a ruego de príncipe nigeriano que busca, a través de fementidos y embelecos, arrebatarte tu dinero.

Bueno; confieso que yo también he mentido: duermo muy tranquilo desde que bloqueé los anuncios en todas las páginas de Internet y me deshice de la televisión, allá por el 2000 y poco.

*«Bullet points», en español corporativo.

Creadores de contenido: ¡zasca! al zascandil

En 1923, a Unamuno le dolía España. Un siglo después, a más de uno y a más de una le duele el cerebro cuando tiene que leer o utilizar su lengua.

Esta es la impresión que me da cada vez que escucho hablar a los creadores y creacionistas de contenidos, también llamados yutubicistas, instagramadores, tictoqueros y tuitchiatras.

A fe, se trata de un trabajo que exige mucha dedicación. La necesidad de captar, mantener, aumentar y contentar a su audiencia es altamente estresante; siempre editando y preparando temas bajo el yugo del reloj, respetando las directrices de las plataformas, so pena de sufrir la temida desmonetización. Porque, salvo honrosas excepciones, esto es lo único que respetan.

Al igual que la prensa, nadie comprueba que los textos aparezcan en pantalla sin errores gramaticales o de ortografía. No hay tiempo —¡Rápido!, ¡rápido!; tengo que colgar el vídeo en menos de una hora—. Menos aún, para documentarse profusamente antes de elaborar el guion, reducido a una guía orientativa con los puntos esenciales escritos en un pósit, en un folio, en una libreta, en una cuartilla o siquiera eso.

De este modo, encomiendan su suerte a la improvisación, prescindiendo del tedioso ensayo previo a la grabación. Si les sale por el albañal, repiten la toma, y apañado. A menos, claro, que emitan en directo, donde los fallos, pobre dicción y titubeos carecen de arreglo.

Empero, el problema no reside en que se trastraben ni que (ab)usen del lenguaje milénico durante la retransmisión; solo denota falta de vocabulario y preparación. Lo grave es que personas con un 6,758 de media en Lengua Castellana —incluso, menos— se hayan convertido en comunicadores públicos.

¿En qué momento de vuestra mediática vida habéis concebido que el infinitivo introductorio (Decir que, Aclarar que) es correcto en español? ¿No os renta conjugar el verbo que omitís en la perífrasis (Quiero decir que, Quisiera aclarar que)?

Creedme: este artículo no se llama «La generación que mató la lengua española» por casualidad. Los idiomas se corrompen por contagio de malos hábitos lingüísticos, y vosotros sois la fuente que expande este virus. Bien haríais en recordar la misión que pedía Salinas cada vez que encendáis la cámara:

«Cumplir con una función cultural, con una responsabilidad cultural».

La dependencia tecnológica

Aprendemos a hablar una vez, pero tres a escribir: con la mano (papel y bolígrafo), con los dedos (mecanografía) y con los pulgares (móviles).

Gracias a esta habilidad omnirredactora, hemos pasado de escribir largas cartas a concisos correos electrónicos y, de ahí, a breves mensajes de texto.

Esta disminución de tamaño coincide, casualmente, con un deterioro más que notable en la calidad de la gramática y de la ortografía.

Una persona analítica, tras leer esto, deduciría lo siguiente: cuanto más inmediata es la comunicación, peor resulta la comprensión.

Yo, en cambio, humanista misántropo, de las máximas científicas me zafo. Y, curioso como un gato, me pregunto qué causó el desaguisado.

De pronto, me percato de una coincidencia: la máquina de escribir, el ordenador y el teléfono móvil se manejan a través de un teclado.

¿Acaso esta evolución tecnológica espeja la del opio en morfina y, luego, heroína, creyendo que el progreso las haría menos adictivas?

Pues esto es lo que he investigado. Aunque, si quieres saltarte los subapartados que vienen a continuación, te adelantaré mi conclusión:

«Desde que nadie usa papel y boli para escribir, nos hemos vuelto gilipollas».

El mindfulness de la escritura

Quizá consideres la mecanización de la escritura algo positivo. También lo es un pacto con el diablo hasta que el príncipe de las tinieblas candentes te enseña la letra pequeña del contrato. Entonces, descubres que has perdido más de lo que has ganado.

Tomo comenzó cuando una máquina de coser se recicló en tipiadora, engañosamente denominada máquina de escribir. Verás, escribir es lo que haces con el bolígrafo o la pluma: timón con el que navega el autor por un océano blanco, dejando atrás una estela de tinta. Empero, la acción que ejecutas con el artilugio se llama imprimir.

La Sholes & Glidden o Remington No. 1. Primera tipiadora con éxito comercial.
Sholes & Glidden o Remington No. 1.
Primera tipiadora con éxito comercial.
Fuente: Public Domain.

Así es; mediante este ingenio, una persona transcribía textos previamente manuscritos, revisados y corregidos. O sea, los pasaba a máquina o a limpio, ya que la tipiadora garantizaba un resultado final legible y de apariencia neutra, un adjetivo que, con el tiempo, se transformó en profesional.

Sublime invento, en efecto. También, complejo —escribir a máquina te convalidaba Primero de Bach en órgano de iglesia—, lento —el ritmo se interrumpía constantemente a causa de la combinación de teclas necesarias para percutir determinados grafemas (mayúsculas) y símbolos (tildes)—, ruidoso —el infernal clac-clac del tecleo— y riguroso —si cometías un fallo, tirabas la hoja e iniciabas la transcripción desde el principio—.

Esta última característica implicaba concentración y atención plena a la técnica (mecanografiado) y al contenido (normas gramaticales y ortográficas) de la escritura. Infaustamente, alguien rogó a los cielos por un procedimiento más sencillo, rápido y cómodo. El Señor le recordó la virtud de la paciencia. Desengañado, trasladó sus plegarias al diablo. Y el amo del Erebo le entregó algo que aceleraría el proceso de trabajo… riéndose al saber el coste que pagaríamos por ello.

El código Da ViSCSI

La computarización de la escritura provocó que la redacción saltara de la hoja a la pantalla del ordenador. De este modo, nos liberamos de la engorrosa transcripción, dado que cualquier error o modificación que realizases en el texto no suponía regresar a la casilla de inicio con un folio nuevo.

Además, hodierno, cuentas con diferentes tipografías, colores y resaltados, herramientas de maquetación, revisión ortográfica y gramatical, una miríada de opciones agrupadas en pestañas o menús contextuales, y un teclado que no taladra los oídos ni demanda una fuerza hercúlea para doblegar las desaparecidas barras de tipos.

Con tanta ventaja tecnológica, entiendo que no te hayas percatado de que:

  • Sin la transcripción, hemos perdido la concentración y atención plena al contenido. De hecho, nos preocupamos de la estética en su lugar.
  • Por ende, como la redacción ya no se hace a mano, sino a pelo, prescindimos del borrador y pasamos directamente a la maquetación del documento final.
  • El teclado no ha variado su funcionalidad desde la tipiadora. Peor aún: la ha incrementado con otras combinaciones de teclas y el manejo del ratón, así que la escritura sufre más interrupciones que antes.
  • Esta tediosa labor, unida al ansia corporativa que quiere todo para ayer, nos lleva a ignorar las revisiones y a delegar las correcciones ortográficas y gramaticales en el ordenador.

Entretanto, en un bar del segundo círculo del inframundo, Astaroth felicitaba a Lucifer por su ingenio, afirmando que, esta vez, se había superado, pero que jamás engañaría a la humanidad con algo tan malignamente retorcido de nuevo. El otro le miró, y exclamó: «Sujétame el cubata, que les voy a instalar un teclado en el teléfono móvil».

Aclaración acalorada

Acaso mis palabras malinterpretares, no estoy acusando a la máquina (ver apartado «Más autoengaños frecuentes») de la destrucción del lenguaje. Considero que un ordenador es útil, si bien más que una bendición me parece la vendición más efectiva del mundo, que nos colaron bajo la promesa y premisa de que haría nuestra vida más sencilla.

Por supuesto, me irrita el teclado; hace que la escritura avance a ritmo de gordo y de gorda en el metro en vez de grácil y ligera, como una pluma o un bolígrafo, dos herramientas que algunos, debido a su adicción tecnológica, ya no saben manejar. En serio; conozco varios casos de personas que han perdido esta habilidad.

Aun así, insisto, es práctico, siempre y cuando sepas que se trata de una imprenta-maquetadora en miniatura. De lo contrario, tu concepción de la escritura equivaldrá a la de los sumerios: grabar símbolos sobre una tablilla de arcilla.

Claro; no te gusta escribir en papel porque se te cansa la mano. Bueno; con mayor agotamiento corporal sales del gimnasio, y allí que vas todos los días sin quejarte. Somos un pelín selectivos, ¿no crees?

También lo son las empresas. Desdeñan las normas gramaticales y la ortografía de la lengua española (total, si nadie lee), la mecanografía (teclear solo con los índices se considera un arte) y el diseño gráfico (de ahí, los Power Points con comic sans). Eso sí, bien que exigen un B2 (empleados) o C1 (directivos) en inglés.

Del español al expañol

Pronto, a no mucho tardar, hablaremos y escribiremos según dictamine la RALEA (Real Academia de la Lengua Española Anglificada). En una cáscara de nuez,* el organismo que validará e institucionalizará el marriage entre el castellano y el inglés.

Me temo que no exagero. La obsecuencia lingüística ante el yanquinglés, los pésimos planes de enseñanza de Lengua, las prioridades corporativas y el perpetuo sentimiento de inferioridad hispano han facilitado el giro idiomático, la enálage en el habla o que los seres tróspidos de Sálvame hayan reemplazado a los tertulianos de La Clave. Incluso quienes blanden orgullosos la bandera rojigualda defienden unos colores, no las palabras y la gramática de su patria.

Empero, esta situación no es nueva. A decir verdad, la RAE se fundó para proteger al español de los galicismos. Uno de ellos, curiosamente, la palabra inglés (anglais, en francés antiguo).

*Español anglificado de la expresión inglesa «In a nutshell».

La influencia extranjera en el español

Este artículo comenzaba con la siguiente frase: «Los idiomas, como entes vivos, pasan por una suerte de transformaciones durante su existencia». El vocabulario ejemplifica este proceso, ya que toda lengua vigente, muerta o pendiente de nacer crea vocablos nuevos o absorbe otros foráneos.

El español, sin ir más lejos, está formado por un mistifori de palabras procedentes de varios idiomas. De hecho, al final del artículo verás una lista con las ciento sesenta y cinco lenguas que han ampliado nuestro espectro expresivo. Aun así, los tres que predominan en nuestro diccionario son, por orden:

  1. Latín (clásico, tardío, científico, medieval, vulgar, celtolatino, galolatino, románico y romance).
  2. Griego.
  3. Francés (francés, occitano, galo, gascón, provenzal, normando, bretón, corso, alsaciano y borgoñón).

Supongo que pensabas que el árabe aparecería en el listado. Pues, no; ni sumando a todas sus variedades (hispánico, clásico, árabe, mozárabe, árabe marroquí y bereber) el iranio (persa, pelvi y avéstico) supera al de quienes comparten frontera con nosotros en los Pirineos y en Llivia. Ahora entiendes el porqué de la RAE, ¿verdad?

Es más, una generosa cantidad de los galicismos que los petimetres añadieron al español se han integrado de tal manera en nuestra habla que su origen pasa completamente desapercibido a tus oídos. Entre ellos: croqueta, jamón, alemán, cable, droga, cortometraje, tren, aterrizar, mayonesa, tatuaje, mascota, chófer, confort, masacre, helicóptero, etiqueta, furgoneta, avión, debacle, viñeta, rular, peaje, burocracia, editar, cobalto, hotel, billón, brebaje, chamán, microbio, coraje, yogur, gripe, país, extranjero…

Los problemas de la influencia extranjera en el español

Dentro de lo que cabe, la adopción de términos ajenos no representa un problema para ningún idioma. Evidentemente, si esas palabras nuevas ya existían, pero se prefiere la versión extranjera por esnobismo (de snob, coloquialismo dialectal inglés de Cambridge con el que llamaban, de forma despectiva, a los zapateros), aquello que debería enriquecer marchita la lengua.

Aun así, pese a esta avalancha (otra palabra francesa) de vocabulario gabacho (del occitano gavach: ‘que habla mal’), el verdadero drama surgió cuando la estructura del francés alteró la gramática española:

  • Sustantivo + a + infinitivo: cosas a tener en cuenta, elementos a tratar (francés). En español, lo correcto sería cosas para / que hay que tener en cuenta y elementos por tratar / que se tratarán.
  • Sustantivo + a + sustantivo: olla a presión (francés). En español, olla de presión, ahora considerada incorrecta.*
  • Terminación «-a» en helenismos: psiquiatra (francés). En español, psiquiatro, ahora considerada incorrecta.
  • Transformación de adjetivos terminados en -io en sustantivos abstractos con -idad: compara solidario – solidaridad (francés) con precario – precariedad.

Por mor de la contaminación lingüística, afloran las excepciones gramaticales que dificultan el aprendizaje de un idioma. Es decir, si ahora te parece complicado el español, espera haber sus normas dentro de veinte años. Claro, en caso de que exista alguna, porque quizá la RALEA sucumba a la presión popular del «Bueno, pero se entiende».

*Para que lo veas mejor, compara «lámpara a gas» con «lámpara de gas».

Causas de la influencia extranjera en el español

Al igual que la dendrocronología extrae información de los anillos de los árboles, el lenguaje recuerda el pasado con sus palabras. Como aquel beso (celta) que me volvió loco (árabe) de amor (latín) o ese vino (latín) y esa cerveza (celta) que me provocaron jaqueca (árabe).

Los tres idiomas mencionados corresponden a pueblos que se instalaron en nuestras tierras. Empero, el francés entró, principalmente, por otra vía: la cultural. Sobre todo, durante el XVIII y el XIX, demostrando que España aduro influía en el panorama europeo.

Esta levedad aumentó en la segunda mitad del XX, cuando Francia perdió el protagonismo internacional frente al inglés. De hecho, en 1970, los planes educativos (la añorada EGB) lo incorporaron como alternativa al francés en Lengua Extranjera y, a partir de los 80, como única opción.

Así, el español se puso en forma con la corriente trendy de los anglicismos. De pronto, ya no salíamos a correr, sino a «hacer footing», que era como llamaban al jogging los runners viejunos.

Obviamente, la RAE tomó medidas para evitar la repetición del problema con los galicismos. Solo que, esta vez, el virus lingüístico no aquejaba de esnobismo o sofisticación* (publicidad, nombres de comercios y productos). Ahora, también incluía una promesa de futuro profesional que formaría un nuevo anillo en el árbol del castellano.

*Remembrando mi infancia, extraigo de la pensante la cara de una chica, llamada Estrella, que se cambió el nombre por Star. Como en «el cuarto de».

My tailor is rich and my mother’s in the kitchen

Circa 1970, nació el espanglish en Estados Unidos, una especie de criollo improvisado donde el inglés se españoliza para anglificar el castellano. Poco después, este habla se extendió y popularizó por Hispanoamérica* del mismo modo que el francés por España en el XVIII.

Si bien a finales del XX los españoles adoptamos algunos términos ingleses («Me gusta tu look» por «Me gusta tu apariencia») porque sonaba más molón (del caló), elitista (del francés), cool (en inglés, del protogermánico, como look), moderno y elegante (ambas, del latín), su uso más habitual quedaba relegado a coloquialismos (demasié [francés] para el bodi [en inglés, de las lenguas germánicas occidentales]) y traducciones literales jocosas (from lost to the river).

En definitiva, a excepción de unas cuantas expresiones que estaban de moda, nos mofábamos de los anglicismos y de quienes los empleaban. Más aún del espanglish, que considerábamos un vulgarismo ridículo. Hasta que entraron los ordenadores en el mundo laboral.

Desde ese instante, nos pareció superprofesional chequear el mail (o un link), aplicar a un trabajo, llamar de vuelta (o para atrás) y decir eventualmente en las reuniones, ignorando que significa ‘incierta o casualmente’ en español. Pero, bueno, se entiende.

Por ventura, todavía no se han popularizado vocablos admitidos por la RAE, como brequear (to brake, ‘frenar’) o fius (fuse, ‘fusible’), ni incorporado palabras del espanglish tipo minar (to mean, ‘querer decir, significar’), agriar (to agree, ‘estar de acuerdo’) o rufo (roof, ‘tejado’). Menos mal, porque suenan muy cringe y cripi.

*Advertencia: no empleo «Latinoamérica», porque este artículo versa sobre el idioma español, no el portugués ni el francés.

Un cuicluc (quick look) al futuro del español

Reconozco que, durante la redacción de este artículo, te he avasallado con palabras que destacan por su raridad. Soy consciente de que su significado ignoto enlerda la lectura. Aun así, enfiuzo en que alguna abandone la sala de desuso donde la ha derelinquido el diccionario. No sé; maxmordón, por ejemplo.

De este modo, dejaríamos de esleer al inglés como fuente de referencia principal en la comunicación, maguer que asumo que predico en el desierto. En breve, la gente escribirá con un lenguaje tan ininteligible como el mío, pero moderno, y pronunciarán la jota con sonido de elle debido a la influencia anglosajona. Hay que lloderse. Al menos, lo mío es castellano.

Irónicamente, el mejor aliado que disponemos para salvar al idioma de su destrucción se encuentra en el extranjero. No en vano, los guiris se preocupan por aprender bien español. En cuanto perciban el mal uso que le damos, no se renderán ante la cazurrería vaguisimplista hispana y criticarán la desidia lingüística de las editoriales, correctores, traductores, periodistas, publicistas, creadores de contenidos, etc.

Asimismo, contarán con el apoyo inesperado de los defensores de las otras lenguas peninsulares: euskera, catalán, gallego… ¿Crees que ellos se quedarán de brazos cruzados cuando los anglicismos generen el vasquish, catalanish, galleguish y similares?

Cierre épico

Bromas aparte, esta evolución (que significa ‘cambio’, no ‘mejora’) no se detendrá hasta que la RAE deje de hacer el maxmordón con la tilde de solo —olvidándose de sóla, que haría más inclusivo el adverbio— y alguien realice un estudio sobre el tiempo que se pierde en el trabajo intercambiando correos aclaratorios o repitiendo reuniones por mor de un mal uso de la palabra escrita y hablada.

Entonces, y solo entonces, se prestará más atención al contenido que al canal de la comunicación, y la eugrafía derrotará a la cacografía en las empresas, en los medios y en los colegios.

«El pathos de lo nuevo y del nuevo comienzo desarrolla rasgos destructivos si no es inhibido por aquel otro espíritu que Nietzsche llamó “genio de la meditación”».

Vida contemplativa, Byung-Chul Han

Por cierto; antes de pasar al listado, este lenguaje tan moderno, juvenil, basado y actual que hablas tampoco se librará del paso del tiempo. Es decir, tu parti sonará a guateque dentro de unos años. Es lo malo de las modas; no son tan resilientes como los idiomas.

Listado de idiomas, por orden de cantidad de palabras con etimología reconocida, que aparecen en el español

  1. Latín (normal, tardío, científico, medieval, vulgar, celtolatino, galolatino, románico, romance).
  2. Griego.
  3. Francés (francés, occitano, galo, gascón, provenzal, normando, bretón, corso, alsaciano, borgoñón).
  4. Árabe (hispánico, clásico, normal, mozárabe, árabe marroquí, bereber).
  5. Inglés (inglés, angloindio).
  6. Americano (náhuatl, quechua, mapuche, guaraní, quichua, maya, aimara, tupí, taíno, arahuaco, cumanagoto, tarasco, chibcha, lunfardo, mochica, tarahumara ralámari, tegua, guanche, matagualpa, cahíta, quiché, malespín, tolteca, criollo, hawaiano, algonquino, siux, esquimal, cheroqui).
  7. Italiano (italiano, genovés, veneciano, longobardo, napolitano, etrusco, siciliano, sardo, latina).
  8. Peninsular (catalán, vasco, celta, caló, gallego, aragonés, leonés, gallegoportugués, valenciano, asturiano, balear, mallorquín).
  9. Alemán (alemán, germánico, gótico, franco, alto alemán).
  10. Oriente Medio (persa, pelvi, avéstico, hebreo, arameo, acadio, yidis, hitita, fenicio, siriaco).
  11. Antiguo.
  12. Asiático (sánscrito, japonés, malayo, tagalo, chino, hindi, tamil, urdu, tibetano, malabar, indio, bisayo, cingalés, mongol, guyaratí, javanés, coreano, kirguís, maratí, maldivo, bengalí).
  13. Portugués (portugués, portugués brasileño).
  14. Europeo (neerlandés, ruso, nórdico, húngaro, noruego, sueco, checo, eslavo, finés, polaco, rumano, búlgaro, búlgaro antiguo, tracio, danés, islandés, lapón, flamenco, ucraniano, tungús, samoyedo, armenio).
  15. Africano (bantú, pamue, quimbudo, afrikáans, amárico, egipcio, copto, fante, nubio, malgache, masái, mandinga, suajili).
  16. Gaélico (gaélico, irlandés, galés).
  17. Polinesio (polinesio, tahitiano, maorí).
  18. Esperanto.
Otra maravilla más del buen trato que le damos a nuestro idioma.
es_ESSpanish