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Prepárate, pues me dispongo a revelarte los secretos más íntimos de uno de los pilares sobre los que se ha erigido la literatura moderna: James Joyce: retrato de un escritor insurgente (parte final).

Para ello, recorreré la Dublín de su etapa universitaria, previa parada en su rito de paso a la vida adulta antes de embarcarnos en un apasionante viaje por una Europa en proceso de transformación y destrucción. Aquí, encajaré todas las capas de Ulises, si bien comprobarás que esta excelsa novela es, a su vez, una capa más dentro de su bibliografía.

Huelga decir que encontrarás sorpresas inesperadas durante esta lectura, como espero que tú también me sorprendas desfibrilando el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular y compartiendo este artículo en tus redes sociales.

Grassy ass (/gracias/).
Finnegans wake, James Joyce.

Ecos de un silencio victoriano

A principios del siglo XX, vivían en Dublín trescientas mil personas. Si comparamos esta cifra con la demografía actual de España y América, verás que su población era:

  • Similar a la de Valladolid (España), Uruapan del Progreso (México), Riohacha (Colombia) y Oruro (Bolivia).
  • Inferior a la de Huancavelica (Perú), Cuenca (Ecuador), San Pedro (Paraguay), Gran Puerto Montt (Chile), San José (Costa Rica), San Juan (Puerto Rico) y San Francisco de Macorís (República Dominicana).
  • Ligeramente superior a la de San Juan Sacatepéquez (Guatemala), Guatire (Venezuela), Bahía Blanca (Argentina), Choloma (Honduras), Soyapango (El Salvador) y Holguín (Cuba).
  • El doble que en Tipitapa (Nicaragua) y en la comarca de Ngäbe-Buglé (Panamá).
  • El triple que en Salto (Uruguay).

«4.386.035, la población total de Irlanda según los resultados del censo de 1901».

Ulises, James Joyce.

Tras su momento de gloria durante el siglo XVIII, Dublín se había estancado debido a la tardía y escasa industrialización. De hecho, Belfast ocupaba su puesto como ciudad más grande de Irlanda por esas calendas. Aquí, los noventa y ocho mil habitantes de 1891 sumaban trescientos cincuenta mil en 1901.

En resumen, la metrópoli ejercía de epicentro político y cultural de la isla, pero con ambiente de pueblo. O sea, un lugar fértil en noticias, rumores, cotilleos… Caramba; no sé por qué me he acordado de mis compañeras de yoga.

«Allí se pusieron a intercambiarse historias».

Dublineses, James Joyce.

A lo que iba; todos se conocían y todo se sabía. Desde lo bueno hasta lo malo. Empero, la etiqueta victoriana limitaba el qué, cuándo, cómo, dónde y con quién se podía hablar de ciertos asuntos. Concretamente, aquellos desagradables, sórdidos o contrarios al paradigma de perfección social. En definitiva: la realidad.

Igualmente, la Iglesia imponía un modo de pensamiento y comportamiento determinado, sostenido —al igual que la ética victoriana— mediante la presión del entorno a quienes, como Parnell, se lo saltaban.

Añade a esto el auge del nacionalismo y el Resurgimiento Literario Irlandés, y obtendrás la mentalidad con la que trescientas mil personas en Dublín vivían a principios del siglo XX.

Retrato del adolescente insurgente

Sin duda, James Joyce era el ojito derecho de su padre: «Desde pequeño, le daba todo; absolutamente todo. Privó al resto de la familia para dárselo a Jim. Veía en él a un genio, y le daba todo» (Eileen Shaurek, hermana de James Joyce).

El izquierdo, en cambio, no perdía de vista la bebida. Ni a Parnell. Por esta razón, lo mantuvo entornado cuando el escándalo de Katie O’Shea sacudió a la sociedad irlandesa, al tiempo que él sacudía a la familia cuando el alcohol e ideología azufraban su cerebro durante las discusiones políticas o al regreso de sus paseos.

En consecuencia, el primogénito heredaría su conocimiento de la ciudad, la afición al bebercio, su aprecio por Parnell, su desprecio hacia la opinión pública o la mala gestión financiera, además de un «carácter intolerante, […], dotes interpretativas y una hermosa voz de tenor» (James Joyce: A Memoir, Stanislaus Joyce).

«Simon Dedalus [el padre de Joyce] también se presentaba siempre medio borracho cantando la segunda estrofa primero».

Ulises, James Joyce.

Estos rasgos de personalidad, que definirían su obra posteriormente, se manifestaron a la tierna edad de nueve años en un poema —estilo byroniano— que compuso en honor al difunto Parnell. Más adelante, lo parodiaría en Dublineses («Día de la patria en la oficina del partido»).

También su vis cómica, orientada hacia el sarcasmo, afloró de inmediato. No en vano, en el colegio decía que los héroes griegos de Homero «habían desarrollado sus cuerpos de toro a costa de sus cerebros».* Salvo Ulises, a quien consideraba «profundamente humano».*

Entretanto, el futuro escritor atraía las miradas de los jesuitas. Verás, esta orden escogía a jóvenes con carisma, inteligencia, ilustre abolengo o ricos para tentarlos a vestir el hábito mediante la explotación de su candidez católica.

Joyce, por supuesto, se convirtió en su objetivo. Solo que, alguien se les había adelantado.

*James Joyce: A Memoir, Stanislaus Joyce.

La puta en el camino de Damasco

Una noche de 1896, mientras paseaba sus catorce años por el canal, Joyce dio de ojos con una mujer que vestía el hábito rosa de la tentación esquinera.

«Buenas noches, rico».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

Esta peliforra asió su brazo, separándolo del camino del arroyo, de las sombras y del frío, dirigiéndolo a la luz de un cálido cuarto escondido. Temeroso de que alguna de las patrullas eclesiásticas que vigilaban la ciudad le descubrieran, asustado por el roce del pecado, el corazón de Joyce latía desbocado.

«Ella le acarició el pelo con su mano titilante, y le llamó “granujilla”».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

El perfume y el contoneo de su cuerpo lo embriagaron. La piadosa visión de su nívea piel y amplios pechos le deslumbraron. Preso, pues, estaba de esta sensual mistagoga, esclavizado a la voluntad de su boca y de su réspede, que si-si-silbaba seductoras palabras.

«Bésame, le dijo».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

No lo hizo. Una extraña aglomeración de emociones le turbaban; las lágrimas bañaban su cara. Examen de conciencia. Concupiscencia. Pero aquellas caricias, aquellos abrazos, le proporcionaban solaz regazo, un cariño que anhelaba, un amor del que adolecía. Finalmente, como el cañón de un tanque apuntando a un campanario, cedió a sus deseos.

«Era demasiado, cerró los ojos y se entregó a ella».

Retrato del artista adolescente, James Joyce.

Obviamente, Joyce, quien convirtió sus recuerdos en carrera literaria, recordaría tanto esa experiencia como a la nínfula nocturna que le transformaría en un escritor insurgente.

«¡Bridie! ¡Bridie Kelly! Nunca olvidaría el nombre».

Ulises, James Joyce.

Retrato del universitario insurgente

Arrepentido, Joyce juró que respetaría la castidad y las normas de la Iglesia. Aun así, había observado las virtudes del pecado a la hora de liberarse de una sociedad represiva. Por tanto, se encontró ante la siguiente disyuntiva: ¿Obedecería a Dios? ¿O al diablo de su cuerpo y de su mente?

Escogió la segunda, evidentemente. Solo que, nadie sale de un entorno religioso sin secuelas. Por suerte, los libros le ayudaron a apartarse del ideal católico gracias al inconformismo de Mary Shelley, el misticismo de William Blake y la novela fundamental en su rito de paso: La divina comedia, de Dante.

Luego, durante el primer año en la universidad (University College), conoció la obra de Ibsen y D’Annunzio. Une esto al carácter intransigente que había heredado de su padre, y tendrás a un Joyce arrogante y desdeñoso presto a iniciar una cruzada contra la mediocridad literaria contemporánea.

«Llevas dentro esa maldita vena jesuítica, solo que inyectada al revés».

Ulises, James Joyce.

Entonces, apareció el Resurgimiento Irlandés, encabezado por alguien más altanero y menos modesto que Joyce. En efecto, Yeats. Digo esto, porque se refería a su hermano pequeño como «el otro Yeats».

Jack Butler Yeats: The Liffey Swim (1923).
Jack Butler Yeats: The Liffey Swim (1923). Fuente: nationalgallery.ie

Jack Butler Yeats: el pintor más importante de Irlanda en el siglo XX —David Bowie compró su Sleep Sound—, aparte del primer medallista olímpico en la historia del país: plata (París, 1924) en la categoría de arte por el cuadro de la imagen. Sí; has leído bien: plata en arte.

El componente pagano del movimiento, como imaginarás, puso de uñas a los católicos. Incluso fundaron grupos de presión en la universidad. Joyce defendió a Yeats. En consecuencia, recibió varios ataques, respondidos con un artículo que te sonará: The Day of the Rabblement.

Infaustamente, no se lo publicaron. Por tanto, lo distribuyó entre las personalidades literarias de Dublín. Entre ellas, George Moore.

El entorno intelectual

Joyce se graduó en Lenguas Modernas (1902) y, por segunda vez, los jesuitas le tentaron con un puesto de profesor adjunto en el University College. De nuevo, rechazó a la todopoderosa organización.

Mala idea; le daba la espalda a una institución tremendamente influyente que, en lugar de poner la otra mejilla, formó un comité de vigilancia alrededor de su producción escrita, «limitada» a muchos poemas, el borrador de un drama, una obra de teatro, críticas literarias, artículos de prensa y una carta a Ibsen.

Suena impresionante, pero la cantidad no equivalía a calidad. Empero, su labia —otra herencia de su padre—, lucidez y capacidad argumentativa en los debates en la Biblioteca Nacional despertaron el interés entre los intelectuales universitarios de Dublín.

James Joyce, en su etapa universitaria
James Joyce, en su etapa universitaria.
Fuente: independent.ie
National Library. Dublín (1907)
National Library. Dublín (1907).
Fuente: By Nordisk familjebok – Public Domain.

«Sí, efectivamente, dijo el bibliotecario cuáquero. Una discusión muy instructiva».

Ulises, James Joyce.

Thomas William Lyster: bibliotecario (1878) y director (1895) de la National Library. Aunque Joyce le caracterice como cuáquero, pertenecía a la Iglesia de Irlanda. La cita aparece en «Escila y Caribdis» (Episodio 9), donde Joyce plasma uno de esos debates literarios (Shakespeare y Hamlet) que le hicieron destacar.

«Enmascarados en nombres: A. E., eon: Magee, John Eglinton».

Ulises, James Joyce.

John Eglinton: seudónimo de William Kirkpatrick Magee, subdirector de la National Library. Secundaba las ideas renovadoras de Joyce y le pagó por varios poemas. Empero, rechazó Retrato del artista adolescente: «No puedo publicar algo que no entiendo».
A.E. (ᴁ): George William Russell, escritor nacionalista e ideólogo místico del Resurgimiento Literario Irlandés. Compartía habitación con el hermano de Magee en la Sociedad Teosófica.

El reconocimiento del ingenio

Por fin, la voz de Joyce se escuchaba en Dublín. Tanto por los mimbres de su talento o de su sonido —le llamaban El Bardo debido al alto nivel con el que recitaba poemas de otros— como por la imprudencia de su librepensamiento.*

«Si Wilde estuviera vivo para verte».

Ulises, James Joyce.

De esta manera, le invitaron a unirse a la liga gaélica, de donde saldría rápido y espantado. Es más; criticó con dureza el teatro gaélico rural de Yeats y Lady Gregory. Según él, Irlanda tenía que estar al tanto de las corrientes intelectuales en otros países, y le cascaba las liendres a Yeats por haber sucumbido a los gustos de «la raza más atrasada de Europa».

Esta postura refleja el impacto de El origen de las especies (Charles Darwin) en la mentalidad de Joyce, quien comparaba la evolución humana con el ocaso de la religión y la modernización de la lengua y la novela.

Aunque, como apunta Constantine Curran —amigo y compañero de estudios del autor—, su gran obsesión no giraba en torno al contenido ni a la temática literaria, sino alrededor de los principios de estética. Nadie entendió a lo que se refería. Hasta que leyeron Ulises.

«Curran, diez guineas».

Ulises, James Joyce.

Constantine Curran: Stephen Dedalus —James Joyce— le recuerda el dinero que le adeuda. Luego, sería el agente literario del escritor cuando publicó Dublineses.

*Aparentemente, los jesuitas intervinieron para prohibir la publicación de Dublineses.

Efímero parisino

Antes de mudarse a Dublín, el padre de Joyce abandonó sus estudios de medicina, lo cual «salvó una gran cantidad de vidas humanas» (James Joyce: A Memoir, Stanislaus Joyce). Bueno, el primogénito heredaría ese proyecto inconcluso de galeno, y se marchó a París para extender su formación académica como médico en la Sorbona.

El año decía 1903. La historia, «Modernismo». En esencia, esto fue todo lo que aprendió Joyce en la capital francesa, porque, llegado el verano, recibió un telegrama urgiendo su regreso: «Madre muriendo. Ven a casa. Tu padre».

Stanislaus Joyce (1905)
Stanislaus Joyce (1905).
Fuente: harpers.org

«Pero pensar que tu madre te rogó con su último aliento que te arrodillases y rezases por ella. Y te negaste. Hay algo siniestro en ti».

Ulises, James Joyce.

Stanislaus Joyce: hermano y soporte financiero del escritor durante su exilio. Según cuenta en sus memorias, su madre estaba tan moribunda que no podía ni hablar. En realidad, la crítica que atormenta a Stephen Dedalus en Ulises corresponde a un tío suyo, si bien Joyce prefirió el dramatismo de la leyenda. Asimismo, culpó de su muerte al sistema social de «la séptima ciudad de la cristiandad» (Dublín).

Por enésima vez, la ilusión que prometía Francia se desvanecía en Irlanda; un espíritu de esperanza frustrada que había transmigrado —metempsicosis— a lo largo de la historia hasta reencarnarse en la figura de Joyce, condenado a dar vueltas por la ciudad, al igual que su padre tras la muerte de Parnell, sin que nada nuevo, salvo el sol, asomara en el horizonte.

Nos hallamos, por tanto, en la capa temporal de Ulises. Es decir, el punto de partida de su capa argumental. Pero, también de la emocional. Y, aunque no te lo creas, descubrirás que se trata de una novela romántica. Corrección; realísticamente romántica.

El poeta futbolista

Tal vez, el nombre de Oliver St. John Gogarty provoque un error 404 en tu cerebro. En cambio, es posible que reconozcas la frase con la que Joyce inicia la narración de Ulises:

«Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera».

Ulises, James Joyce.

Bueno, pues ahora ya sabes quién es este orondo personaje —énfasis en «personaje»—. Y nadie mejor que él para demostrarte lo mucho que Ulises le debe a Dante.

Gogarty, hijo de un reputado doctor dublinés de clase alta, desarrolló su formación escolar en Inglaterra —aquí jugó al fútbol en el Preston North End— y, después, en Irlanda, en el Clongowes (como Joyce), defendiendo los colores del Bohemians FC.

De ahí, entró en el Trinity College, donde estudió medicina (como Joyce; al menos, unos meses). Pronto se hizo famoso por salvar a tres personas de morir ahogadas, por su ambición, como Joyce, y su sentido del humor, como Joyce, si bien prefería las bromas pesadas y groserías al sarcasmo. Quizá esto explique el motivo de que parezca «un vulgar blasfemo» en Ulises. Ojo, no es mi opinión, sino la de Nabokov.

Empero, también destacó por su poesía e ingenio (como Joyce), lo que llamó la atención de Jon Pentland Mahaffy, antiguo tutor de Oscar Wilde, y catedrático en ese momento. Luego, Yeats y George Moore le introdujeron en el círculo literario. Así, conocería a Joyce, con quien entablaría una estrechísima amistad. De hecho, raro era no verlos juntos por la noche, tajándose en The Kips, el barrio rojo de Dublín.

Acabada la carrera, Gogarty, como Joyce, pasó una temporada fuera (Oxford) y, como Joyce, regresó a Irlanda al poco tiempo. Eso sí, acompañado de un estudiante oxoniense: Richard Samuel Chevenix Trench, un inglés enamorado de la lengua gaélica y embelesado con las tradiciones irlandesas, hasta el punto de haberse cambiado el nombre por «Diarmuid». Joyce lo rebautizaría «Haines» —haine: ‘odio’, en francés— cuando escribió Ulises.

Sandycove

Cuando Gogarty se enteró de las dificultades que padecía su amigo, alquiló el martello de Sandycove para ofrecerle un alojamiento. Tal bohemio lugar, con tan peculiares personas, marcaría el inicio de Ulises y el final de la amistad entre Gogarty y Joyce.

«¿Recuerdas, hermano, si el cacharro de té y del agua de la madre Grogan se menciona en el Mabinogion o si es en los Upanishads?».

Ulises, James Joyce.

Ned Grogan: canción folclórica.
Mabinogion: libro recopilatorio de leyendas celtas galesas.
Upanishads: libros sagrados del hinduismo.

Mofa doble de Buck Mulligan: cita obras de países súbditos del Imperio británico (Gales y la India) a Haines, mientras ridiculiza la escasa influencia de la mitología celta.

Existen tres historias acerca del motivo de esta ruptura. La neutra indica un choque entre dos fuertes personalidades respecto a su ideología, ya que Gogarty había abrazado el nacionalismo y apoyaba el Resurgimiento Irlandés mientras Joyce reclamaba la europeización y modernización literaria.

«Maldito seas con tus modas de París».

Ulises, James Joyce.

Más factible, a mi parecer, sería la segunda versión: los celos. Gogarty, que había recorrido un camino como el de Joyce, disponía de mejor consideración, contactos, estatus social, recursos económicos y reputación que aquel a quien, desde pequeño, le habían vuelto arrogante tras inculcarle la idea de que se trataba de un genio.

En cuanto a la tercera, que cuenta Gogarty, combina un detonante con leyenda. Por lo visto, Trench sufría pesadillas habituales con una pantera negra (cierto). Una noche, el inglés se despertó, sacó su revólver y lo disparó dentro del martello. Al día siguiente, Joyce le pidió a su amigo que tomara medidas al respecto.

Gogarty le dijo a Trench que lo protegería.* Para demostrárselo, cogió su pistola y tiroteó las sartenes y ollas de la cocina. Debajo de ellas estaba Joyce, pálido, viendo a Gogarty descojonarse con el resultado de su enésima broma pesada. Aquella fue la bala que colmó el vaso. Joyce se marchó. Siquiera recogió sus pertenencias.

*En 1909, Trench se suicidó por desamor de un disparo en la cabeza.

El efecto Dante y los dos Ulises

Inulta no quedaría esa afrenta. Solo que, en lugar de recurrir a la violencia, Joyce optó por La divina comedia. Así pues, del mismo modo que Dante había enviado al infierno renacentista a sus contemporáneos, el escritor irlandés transformaría Dublín en un Hades modernista, un Erebo urbano que albergase las almas de todas aquellas personas que le habían decepcionado.

«¡Al infierno, malditos!».

Ulises, James Joyce.

Entretanto, Gogarty se implicó aún más en el nacionalismo irlandés. Él y Arthur Griffith fundaron un partido político, cuyo nombre te resultará familiar: Sinn Féin (‘nosotros mismos’, en irlandés).

United Irishman – Primera edición.
United Irishman – Primera edición.
Fuente: nli.ie

«¿Eso lo ha escrito Griffith?».

Ulises, James Joyce.

Arthur Griffith: exigió la autonomía gubernamental para Irlanda a través del partido político Sinn Féin. Luego, sería elegido primer gobernador general —presidente— del Estado Libre Irlandés (1922), renombrado «República de Irlanda» en 1937, mientras que Gogarty ocupó un puesto de senador.

United Irishman: periódico nacionalista cofundado por Arthur Griffith y William Rooney (periodista y poeta del Resurgimiento irlandés) en 1899. Duró hasta 1906, cuando cambió su nombre por Sinn Féin, al que los británicos prohibirían en 1914.

Durante la Guerra de independencia irlandesa (1919-21), ayudó a los soldados del IRA. Tras la firma del Tratado angloirlandés (1921), la facción del IRA contraria a este acuerdo lo secuestró y ordenó su ejecución. Fingiendo una diarrea, Gogarty saltó al Liffey y se escapó a nado de sus captores. Posteriormente, soltó dos cisnes en el río como ofrenda de agradecimiento.*

Ya sé que esto no guarda relevancia alguna con Joyce, pero me apetecía contártelo. Empero, sí la tendrá su primera novela As I Was Going Down Sackville Street (1937), un paseo inspirado en La divina comedia a través del Dublín posterior a Ulises. Vamos, una copia-secuela-respuesta a la obra de su antiguo amigo.

Quizá este libro no le concediera la fama literaria —creo que solo lo conocemos cuatro zumbados—, como tampoco el honor de contar con una estatua en Dublín. Aun así, un pub de la ciudad porta su nombre. Ninguno el de Joyce.

Estatua de Joyce (Dublín)
Estatua de Joyce (Dublín).
Fuente: beyondthelamppost
Pub Oliver St John Gogarty (Dublín).
Pub Oliver St John Gogarty (Dublín).
Fuente: gogartys

*El día de la redacción de la Ley de protección de aves, intentó que incluyeran la estatua del fénix en Phoenix Park (Dublín).

La chica de Galway

La historia de Ulises transcurre un 16 de junio de 1904. Pero Joyce no escogió ese día al azar, pues recuerda la fecha de su primera cita con Nora Barnacle, una joven camarera de mirada zarca y cabello taheño que trabajaba en el hotel Finn’s.*

Cuando él (21 años) la vio, Cupido le clavó la mejor de sus flechas. Ella (19 años), en cambio, le confundió con un marinero extranjero debido a la gorra que cubría su cabeza. Breve conversación mediante, adiaron un nuevo encuentro, más pronto que tarde.

Joyce con la gorra del amor (1904).
Joyce con la gorra del amor (1904). Fuente: ricorso.net
Foto de Constantine Curran, el amigo al que Joyce le recuerda su deuda de diez guineas en Ulises. En el momento de la instantánea, el escritor estaba pensando en pedirle cinco chelines.

Infaustamente, Nora le dio plantón, ya que temía que la rechazase por ser una «cazurra de pueblo». Un Joyce afligido le pidió otra cita. Esta vez, ella se presentó. Aquel 16 de junio de 1904, pasearon por Dublín, charlaron y, finalmente, «le masturbó con ternura hasta que se corrió entre sus dedos» (Cartas de amor a Nora Barnacle, James Joyce).

Aun así, por encima del deseo, ese día comprendieron que un sentimiento más poderoso, más trascendental y más satisfactorio que el sexo había surgido entre ellos. Pues el amor, cuando es honesto y se junta con el talento, depara felicidad, pero también éxito.

«El amor ama amar el amor (Love loves to love love)». Ulises, James Joyce.
La canción imita el texto original de la novela.

*Nora había huido de Galway para escapar de los abusos de su tío.

Adiós, Dublín

De un modo supitaño, el afecto, la confianza y la ilusión inundaron al genio huraño, cuyo único soporte emocional provenía de Stanislaus, un tipo serio, sobrio y preocupado por la compañía que rodeaba a su hermano: médicos.

Empero, Nora* le aportó el elemento griego fundamental para cualquier artista: la musa. Hasta entonces, la suerte literaria no solo le esquivaba, sino que vetaba el realismo de su pluma, sumando un problema más al de la desestructuración del hogar o la decepción de Gogarty y su martello. En medio de esa pesadilla urbana, social y familiar, la joven de Galway representó para Joyce la dulzura de un sueño.

«Las hermanas», The Irish Homestead.
«Las hermanas», The Irish Homestead.
Fuente: ricorso.net
Esta y otras historias publicadas en el periódico de la imagen aparecerán, después, en Dublineses (1904). El editor canceló su contrato a causa de las quejas de los lectores por la crudeza ibseniana de su contenido.

Dicha situación abrió sus ojos. Amaba Irlanda, en efecto, pero mucho más a Nora, condenada a compartir su fracaso y miseria en aquella tierra maldita con alguien a quien había tomado por marinero cuando se conocieron. Tal vez su error ocultase un vaticinio; un mensaje encubierto del destino que, de modo simbólico, le urgía a levar anclas.

«No había duda; si quieres triunfar, has de irte».

Ulises, James Joyce.

*Nora tenía fama de matanovios. Con Joyce, rompió ese maleficio.

La odisea

Cuentan la leyenda y las biografías breves que Joyce dejó Irlanda y se asentó en Trieste con Nora. Bueno, esto equivale a resumir La odisea de la siguiente manera: Ulises salió de Troya y llegó a Ítaca.

En realidad, Joyce escuchó la llamada del exilio porque un conocido le ofreció un puesto de profesor en la academia Berlitz de Zúrich. Nora, pese a llevar únicamente cuatro meses de relación, le dejo bien claro que nunca se separaría de su lado, por mucho que su decisión y resolución implicasen recorrer media Europa en tren.

A fin de costearse tan largo viaje, Joyce pidió prestado dinero en Londres y París. Una vez en la ciudad suízara, descubrieron el engaño: la vacante prometida no existía. Eso sí, había una en Trieste… que ya estaba cubierta cuando llegaron. Por tanto, bajaron hasta Pula, donde Joyce encontró trabajo… temporal. Pues, nada, de vuelta a Trieste, a ver si a la segunda les sonreía la suerte.

Así sucedió, y allí pasarían diez años; una década en la que sus alumnos aprendieron escaso inglés, pero mucho acerca de la historia de Irlanda y, cómo no, sobre su política:

«Hablaba mucho de un hombre cuyo nombre no recuerdo… Parnell, creo».

Letizia Svevo, alumna de Joyce.

Desdichadamente, Nora no se adaptó a la ciudad, a los idiomas que hablaban, al calor o a la pobreza, dado que la herencia financiera de su novio (se casaron en 1931), quien pasaba los días invitando a los obreros locales a vino, los condujo a la ruina.*

Momento, pues, del deus ex machina: Stanislaus Joyce; del genio, escudero, salvador y protector; ahora en Trieste cubriendo otra vacante de profesor para evitar que la personalidad de su hermano le llevase a la destrucción.

*Este sufrimiento daría lugar al personaje de Molly en Ulises.

Vino, hijos y libros

Salvo Finnegans Wake, la obra literaria de Joyce se fraguó entre 1904 y 1914, año de publicación de Dublineses y del estallido de la Primera Guerra Mundial. Como supondrás, esta provocó el segundo exilio de la pareja (1915). Pero no emigraron solos; Giorgio y Lucía —futura musa de Finnegans Wake— los acompañaron en este nuevo desplazamiento. Como habrás deducido por el título, estos eran los nombres de sus hijos.

Bueno, en realidad, James, Nora y Giorgio habían pasado una temporada en Roma (1906), donde Joyce trabajó redactando cartas en un banco (Crédito Italiano). Pero no te creas que les agradó la Ciudad Eterna.

«Roma me recuerda a un hombre que se gana la vida exhibiendo a los viajeros el cadáver de su abuela».

James Joyce, 25 de septiembre, 1906.

Comento esto por un motivo: la visión del pasado reavivó su interés por lo contemporáneo. Y Stanislaus insistía en que escribiese —a veces, atizándole—. Por tanto, de regreso en Trieste, reconvirtió una larga crónica biográfica —Stephen Hero— en una Bildungsroman titulada Retrato del artista adolescente.

Asimismo, recopiló las historias sobre su ciudad natal en Dublineses. Aunque no incluyó una que narraba un paseo por la ciudad, ya que el recuerdo nostálgico de sus calles le inspiraron a ascenderla a novela. En efecto: Ulises.

Entretanto, la mujer de la playa

Entretanto, los Joyce se arruinaron. Otra vez. Su editor en Inglaterra, Grant Richards,* se negaba a publicar el contenido obsceno de su trabajo. A su favor, diré que le ofreció la posibilidad de realizar cambios, algo que nos convierte a los escritores en aullantes basiliscos. Imagínate a Joyce, parangón del egocentrismo literario.

«¿Por qué no escribes algo que la gente entienda?».

Nora Barnacle.

Entretanto, Stanislaus les salvó del desahucio mientras las noticias de su calamitoso estado económico arribaron a Irlanda. En concreto, a los oídos de Yeats, quien olvidó sus discrepancias para pedirle a un amigo norteamericano y admirador suyo que le echase una mano. Se llamaba Ezra Pound; el hombre que publicó Retrato del artista adolescente en un periódico de Londres (The Egoist, nombre muy apropiado) el mismo día que el escritor cumplía 32 años (1914). Cuatro meses después, Grant Richards sacó a la venta Dublineses. Por supuesto, con el texto originario.

Entretanto, Zúrich refugió a los Joyce durante esa guerra que destruiría la Europa antigua, abriendo el camino a la literatura moderna. Stanislaus permaneció en Trieste, donde sería arrestado y enviado a un campo de concentración.

Entretanto, Pound y Yeats lograron que el gobierno británico concediera dos becas a Joyce. Aunque, si de dinero hablamos, aquí interviene la figura de Harriet Shaw Weaver, la editora de The Egoist, activista feminista y mecenas de Joyce a partir de entonces. Hasta que leyó el borrador de Finnegans Wake, y le cerró el grifo; reacción que entiendo perfectamente.

Entretanto, Joyce apilaba las capas de Ulises en torno a una estructura de parábasis con la estética Modernista del cubismo.

Entretanto, Sylvia Beach, también feminista, había fundado Shakespeare and Company, una librería parisina que editaba y vendía libros en lengua inglesa. Joyce la conoció en 1920, se hicieron amigos y ella se ofreció a publicar ese libro censurado en todos los países angloparlantes. Luego, Joyce la dejaría tirada cuando Random House le compró los derechos en 1934, una jugarreta similar a la de Planeta con Carmen Mola.

*En Irlanda, Joyce estaba proscrito.

Cosas que no te he contado

Honestamente, el tema de Joyce y Ulises contiene material de sobra para escribir artículos todo el año. Empero, creo que estas cuatro entregas proporcionan suficiente información respecto a la obra y demás trabajos del autor irlandés.

Aun así, me gustaría despedirme con alguna curiosidad que se ha quedado en el tintero y no sabía dónde colocarla sin afectar al hilo conductor de la narración. Por ejemplo:

  • En 1909, Joyce se asoció con varios empresarios en Trieste para invertir en un negocio en Dublín: el teatro Volta, primer cine en la historia de la ciudad.
  • Uno de sus alumnos en Trieste era el escritor modernista Italo Svevo,* seudónimo de Aron Ettore Schmitz. Joyce lo usaría de modelo para crear el personaje de Leopold Bloom.
  • Lucía, la hija de Joyce, pasó buena parte de su vida internada en un psiquiátrico. Sufría esquizofrenia. Su padre difería respecto al diagnóstico, pasaba tiempo con ella y la animaba a escribir. De esos textos y charlas salió Finnegans Wake.
  • Antes de desarrollar su enfermedad, Lucía era bailarina y mantuvo una relación breve con el secretario de su padre. Se llamaba Samuel Beckett.
  • Stanislaus Joyce sale en Retrato como «Maurice». También en Stephen Hero, donde su hermano George, muerto con 18 años, aparece representado por «Isabel».
  • Giorgio, el hijo de Joyce, recibió este nombre por su difunto hermano.
  • «Los Muertos», en Dublineses, relata una historia real que Joyce presenció en casa de sus tías.
  • Durante un diálogo de Ulises, Joyce compara a los ingleses con los belgas en el Congo, un tema que desarrollo en MuArte.

Por lo demás, Ulises simboliza la libertad plena del artista frente a la literatura comercial. Quizá esto no cambie tu valoración negativa de la obra. Aun así, júzgala del mismo modo que Herschell Gordon Lewis —inventor del cine gore— a su película Blood Feast: «Es como un poema de Walt Whitman. No es buena, pero fue la primera de este género».

*Si te suena el apellido Svevo, se debe a que lo has leído en una cita del artículo. La pronuncia su hija, Letizia.

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