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La literatura celta: segunda parte de la simbología consuetudinaria

Después de los calderos y del número tres, llega «La literatura celta: segunda parte de la simbología consuetudinaria». En otras palabras, la del salmón.

A decir verdad, también encontrarás otro animal y alguna que otra historia más que pincelé en el artículo anterior. Si no lo has leído, mal.

Por lo demás, la semana que viene terminaré la entrega de esta saga con el desarrollo e influencia de la literatura celta en el mundo de las letras. No te la pierdas, porque depara muchas sorpresas.

Los animales en la literatura celta: segunda parte de la simbología consuetudinaria

¿Sabes qué diferencia a los seres humanos del resto de animales? Que los segundos nunca han tomado a los primeros de modelo de referencia psicológico en su comportamiento. Precisamente, esta transformación mental es lo que George Frazer denomina como «magia simpática».

Polémicas aparte por su validez científica, este término explica a la perfección el poder del simbolismo, incluso en la cultura actual. Rara es la empresa donde no halles una imagen parecida a esta. Sin embargo, dudo mucho que un león tenga un póster motivacional de Steve Jobs dentro de su cueva o clavado en su árbol favorito.

«Él, enfadado cuando irse hoy. Como oso».

Un trabajo muy sucio, Christopher Moore.

Pues, sí; las metáforas del lenguaje y la cartelería corporativa son consecuencia de una larguísima tradición humana de identificación con el espíritu animal. Simplemente, echa un vistazo a las pinturas rupestres o a las esculturas zoomorfas de los primeros templos para comprobar la antigüedad de esta veneración.

En cuanto a los celtas, aquí se juntan dos cosas curiosas. Una, su concepción del universo en torno a la naturaleza. La otra, un férreo conservadurismo que no actualiza unas historias con otras, sino que las fusiona. Esta última parte la desarrollaré en el último artículo, porque lo que te interesa corresponde a la primera.

Caballos gloriosos que vienen de Bonanza

Alimento en invierno, ayuda para dirigir un rebaño, vehículo de robo y fuga, sistema de comunicación, arma de guerra, difusor del idioma, utensilio de labranza, juego de apuestas y nuestro transporte hasta que sucedió algo que cuento en MuArte.

Esta es, de manera resumida, la historia del caballo con los humanos, una relación que data de hace 6000 o 5500 años, crucial en la evolución y desarrollo de las sociedades. Empero, lo que aquí nos interesa es su simbología. Así que, abramos unas cuantas tumbas.

Los yacimientos funerarios revelan que, si una persona tenía una posición de privilegio, lo enterraban junto con su caballo para que le sirviera de montura en la otra vida. Es más, a veces lo acompañaba un carro, el referente por excelencia de la Edad de Bronce.

Durante esta época, los caballos celtas recorrían el cielo mientras arrastraban el carro dorado de Belenus, una deidad relacionada con el fuego. Esta imagen, común en la mitología indoeuropea, muestra la primera asociación del caballo con el estatus divino.*

Luego, en la Edad de Hierro, el carro desaparece, pero no el tiro, que se convierte en el símbolo oficial de reyes y héroes. Por esta razón, la historia no recuerda nombres de vacas, bueyes u ovejas, sino a Babieca (El Cid), Rocinante (Don Quijote), Bucéfalo (Alejandro Magno), Othar (Atila), Lazlos y Buraq (Mahoma), Silver (el Llanero Solitario), Incitatus (el de Calígula, que acabó como senador) o Imperioso (Jesús Gil).

*Actualmente, esta representación se conserva en los renos que tiran del trineo de Santa Claus.

Los increíbles caballos celtas

Los celtas adoraban la naturaleza. Literalmente. Empero, si les preguntases por su animal favorito, todos responderían lo mismo: el caballo. Es normal, ya que, sin ellos, carecerían de un medio adecuado para las incursiones de pillaje, las guerras o las cacerías. Así que, los poemas no solo alaban las hazañas de sus héroes, sino que, también, mencionan los nombres de sus monturas.

«Un caballo gris […] cuyo nombre era Liath de Macha […], un caballo negro […] cuyo nombre era Dubh de Sithleann».

«Táin Bó Cúalnge (El robo del ganado de Cualnge)», Ciclo de Ulster.

Los dos caballos de la cita pertenecen al carro de Cuchulainn. Por lo tanto, el origen de esta historia se remonta a la Edad de Bronce. En cambio, cuando se transforman en Llamrei y Hengroen para que los monte el Rey Arturo, la leyenda identifica con claridad la Edad de Hierro. ¿Has visto qué prácticos son estos cuadrúpedos?

Otro équido memorable es Enbarr, el de la Melena Suelta, perteneciente a Manannán mac Lir, dios marino fundador de la Isla de Man. Aparte de ser muy veloz y de cabalgar por tierra y por mar, aquella persona que se subía a su lomo no moría en batalla. Obviamente, esto le vino muy bien a su hijo adoptivo, el famoso Lugh, dios de la guerra.

Un corcel similar también aparece en una leyenda de Cornualles (Bretaña) sobre Dahut (más adelante, Malgven). Esta princesa hechicera sumergió la ciudad de Kêr-Is (Ys) con la ayuda de Morvarc’h, un caballo negro mágico que, además de galopar sobre las aguas, escupía fuego por los ollares.

¿Tal vez sea este el origen de los dragones? No lo sé. Empero, sí que conozco otro ser mitológico que derivó del caballo. Y, te aseguro que nunca lo hubieras sospechado.

Los impredecibles caballos marinos celtas

A pesar de tratarse de un animal dócil, un caballo tiene la misma potencia en la mordedura que un mastín (500 psi). Si no te manejas bien con esta medida, dale el bocado más fuerte que puedas a tu brazo y multiplícalo por cinco. Además, te derriba tan solo con un empujón. Así que, mejor no te pongas delante de uno a la carrera. Ni detrás de uno enfurruñado.

Con todo, esto no es nada comparado con un caballo marino (el significado de Morvarc’h). A veces, traen suerte, pero, si se te acercan, sal corriendo cuanto antes. Este mismo consejo sirve para los caballos fantasmas, por cierto. Ya conoces la historia de dos de ellos (Anken y Ankoun). Aunque, si la juntas con la de la Morrigan, obtendrás el origen de la Santa Compaña.

Volviendo a los caballos marinos, también llamados «hipocampos», memoriza bien estos nombres:

  • Ceffyl Dwr (Gales).
  • Pwca (Gales), Púca (Irlanda), Bucca (Cornualles).
  • Kelpie (Escocia)
  • Each-Uisge (Escocia). Uisge/Uisce quiere decir ‘agua’ en gaélico, de donde procede «whiskey» (uisce beatha, ‘agua bendita’).

Cada uno de ellos representa un tipo de caballo marino que te seducirá con sus crines y te invitará a que lo montes. Guárdate de hacerlo, porque, una vez que lo hagas, cabalgarán hacia el mar, te ahogarán y te devorarán.

Eso sí, hay un problema. Seguro que te resultará sencillo identificar a un caballo picarón que habla tu idioma, aunque no tanto si usa sus poderes mágicos para transformarse en una persona y aparecerse cerca del agua. Entonces, caerás en su hechizo.

Ahora, observa la imagen de un caballito de mar. Cabeza de mamífero, cola de pez… ¿A qué ser mitológico simboliza? En efecto, de esta bonita manera nacieron las leyendas sobre las sirenas.

La yegua blanca: el caballo más importante de los celtas

En general, los romanos sincretizaban sus dioses con los de los celtas (Lugh – Marte). Sin embargo, una diosa carecía de equivalente. Debido a su popularidad, la incorporaron a su panteón. Me refiero a Epona, la gran protectora y dueña de los caballos, además de soberana de la tierra.

Si los hipocampos advierten de los peligros de arrimarse a un caballo salvaje, Epona simboliza la doma y, por extensión, a los héroes, como has leído al principio de esta sección. Por lo tanto, esta figura corresponde a la de una reina fundadora divinizada.

«La felicidad en este mundo se forma con estas tres cosas: un sol hermoso, una mujer y un caballo».

Theóphile Gautier.

La figura de Epona (Rhiannon, en Gales) es una constante en la literatura celta. En el ámbito terrenal, se trata de una reina que posee un gran número de caballos, indicativo absoluto de poder. En cambio, la deidad se zoomorfa en una yegua blanca. De ahí, la costumbre de comer esa carne durante los matrimonios sagrados.

No obstante, cabe aclarar que el color del animal procede de la Edad Media, ya que el caballo que Macha —la homónima irlandesa de Epona— le entregó a Cuchulainn era gris, según has visto en una cita de este artículo.

Aun así, la nívea simbología de Epona se convertiría en uno de los más importantes legados de los celtas. A fecha de hoy, sabes que los «buenos» montan caballos blancos y los «malos» los persiguen sobre caballos negros, porque Epona te ha enseñado a distinguir esos roles en los cuentos y películas. Pero, tasca el freno, pues verás que eso no es lo único que has aprendido de la diosa.

La ebúrnea descendencia de Epona

Dentro de la mitología indoeuropea, el caballo gris o blanco se asocia, principalmente, al carro solar (Pegaso). Por lo tanto, su aparición implica algo positivo, bien por fertilidad (como las bayas del muérdago) o bien por protección/salvación.

Fiel a la transformación eterna de los celtas, Epona identifica a los caballos de héroes salvadores, como Kanthama (el de Gautama Buda), Sombra Gris (Gandalf) o el caballo blanco de Santiago.

«Yo no monto al estilo de los elfos, salvo con Sombra Gris».

El señor de los anillos, J. R. R. Tolkien.

Al mismo tiempo, representa realeza. Si eres muy fan de Juego de Tronos, recordarás el regalo de bodas que Khal Drogo entrega a Daenerys: una yegua blanca llamada La Plata. A lomos de ella, libera a los oprimidos. En cambio, cuando se le va el pinzo, aparece sobre un caballo negro.

Al final de esa misma serie, sale una escena de Arya con un caballo blanco que casi nadie comprendió y que muchos interpretaron según una cita de la Biblia. Teniendo en cuenta que la joven Stark se embarca a descubrir nuevo mundo, más bien vaticina su futura conversión en reina fundadora en lugar del mambo místico que he leído por ahí. ¿Quién sabe? Tal vez la primera ciudad que funde se llame Estepona, en homenaje a la diosa.

Luego, en El prisionero de Azkaban, un ciervo blanco salva a Harry Potter. Si bien esta imagen procede de la leyenda del rey Arturo, no resulta muy complicado identificar la fuente originaria de esa figura mitológica protectora.

Finalmente, el caballo blanco indoeuropeo también es salvaje, fuerte, mágico y poderoso. Así lo demuestra el cuerno que adorna su frente, motivo de que lo llamemos «unicornio». Por cierto, el animal emblemático de Escocia.

El momento más esperado por parte de todos los amantes de la literatura unida

Cuenta el Lebor Gabála Erenn (Libro de las invasiones) que tres hombres y tres mujeres fueron los primeros pobladores de Irlanda, y que uno de los varones (Mac Cuill) adquirió todo el conocimiento del mundo tras comer nueve (múltiplo de tres) avellanas que habían caído en un pozo. Empero, esta historia se alteró «un poco» al cristianizarse.

Según cuenta la otra versión, un ídolo aconsejó a la nieta de Noé (Cessair) que partiera hacia Irlanda y evitar, así, el Diluvio. Hacia allí partieron tres barcos, pero solo llegó uno, con cincuenta mujeres (o 150, dependiendo de la fuente) y tres hombres. Dos de ellos, por desgracia, perecieron al poco tiempo. ¿Cómo? La siguiente cita te dará una pista.

«Muerte a los hombres. Muerte por quiqui».

De la serie Futurama.

En cambio, el tercero (Fintan mac Bóchra) tenía más resistencia y dijo: «Bueno, me voy a casar». Se ve que le gustó la experiencia, porque contrajo nupcias con dieciocho mujeres (múltiplo de tres). De pronto, llegó el Diluvio. Y, claro, para sobrevivir, hizo lo mismo que cualquiera de nosotros ante tamaña tesitura: transformarse en un salmón.

Un año después, se convirtió en águila, luego, en halcón y, después, en humano. Así, vivió 5500 años y, gracias a su sabiduría, lo nombraron asesor de los reyes. Finalmente, pasó al Otro Mundo con su amigo Fionn mac Cumhail.

La saga de este último personaje la cuenta el Ciclo feniano. Quizá lo conozcas por otro nombre: Finn McCool, padre de Oisín. Si no es tu caso, no te preocupes, que no eres un bicho raro. Eso sí, tampoco celta.

Bueno, deja de llorar y que tus lágrimas no celtas no te nublen la revelación tan increíble que viene ahora. Eso sí, repasa antes la historia de Ceridwen y Taliesin.

El salmón feniano

Cuenta el Fhiannaíocht que un salmón se comió nueve avellanas que habían caído de nueve avellanos que rodeaban el Pozo de la Sabiduría. De esta forma, adquirió todo el conocimiento del universo.

Siete años después de muchos intentos frustrados, el poeta Finegas lo atrapó y se lo entregó a Fionn mac Cumhail, su sirviente, para que lo cocinase en un espetón. «Pero, muchacho, que no se te ocurra comértelo». Obediente como era, el chaval cumplió tanto orden como cometido. Empero, cuando tocó la carne con su pulgar con el fin de comprobar si el salmón ya estaba hecho, se quemó.

En un gesto instintivo, se llevó el dedo a la boca. Después, sirvió la comida a su amo, quien le preguntó si había comido algo del salmón. Así, se enteró de lo sucedido, mirando un plato que ya solo le aportaría omega-3. Por lo tanto, se lo cedió a Finn. Desde entonces, cada vez que necesitaba saber algo, tan solo tenía que chuparse el pulgar.

«Por el cosquilleo de mis pulgares, algo maligno viene hacia mí».

Macbeth, William Shakespeare.

Estas historias son una muestra del ciclo de relato perpetuo en la literatura celta. Además, habrás comprobado cómo la simbología aparece de manera directa (salmón y sabiduría) e indirecta (pozo de la sabiduría y caldero). O la indicación de presencia divina constante mediante el número tres y sus múltiplos.

Quizá te preguntes por qué escogieron al salmón como referente del conocimiento, aunque intuirás que provendrá de narraciones antiguas, de cuando la transmisión de los poemas se realizaba de forma oral. Es decir, que carecemos de fuentes escritas y, por lo tanto, nunca lo sabremos.

Pues, estás en lo cierto, pero, te olvidas de una cosa. Contaban con un alfabeto: el Ogam.

La curiosa relación entre el salmón y los árboles

El Ogam clasifica a los árboles en categorías arbóreas. Una de ellas, la de los árboles «jefes», contiene al avellano, aunque nos interesan más el tejo y el roble, porque son bile. O sea, árboles sagrados que crecían en los principales lugares sacros celtas: pozos, colinas y zonas funerarias.

Dato importante: el tejo (Éo Rosa) y el roble (Éo Mugna) suelen confundirse entre sí debido a que se los nombra únicamente con Éo. Por suerte, si produce gallaritas (en inglés, oak apples, ‘manzanas del roble’), frutos secos o bellotas, sabemos que se trata del roble.

Los árboles «jefes» identifican a los árboles de la vida en la cosmogonía celta. Solo que, el tejo, al ser perenne y longevo, también simboliza la inmortalidad (vivió 5500 años). Por otro lado, los druidas y vates utilizaban varas de su madera para los ritos adivinatorios, lo que lo convierte, además, en el árbol del conocimiento, una cualidad representada en la é del alfabeto Ogam. Por lo tanto, toda palabra que contenga esta letra seguida de una vocal, se asocia a la sabiduría.

Aquí, entra en escena nuestro querido salmón, puesto que su nombre celta es é o éo, que luego derivaría a éo fis. Es decir, ‘el salmón de la sabiduría’. Esta nomenclatura arbórea de un pez quizá te parezca extraña, pero, aguarda un instante.

Si algo caracteriza al salmón es que se va a al mar y regresa para desovar. Es decir, desaparece y aparece. Los druidas, tras analizar este comportamiento cíclico, observaron un paralelismo con una actividad del cerebro: la memoria. Así, un pez y un árbol «jefe» unieron sus propiedades místicas. Y, como el salmón constituía uno de los alimentos básicos en la dieta celta, también se asoció a la figura del árbol de la vida.

Recursos consuetudinarios de la literatura celta

Como ves, la literatura celta es producto de un intenso trabajo en equipo entre los druidas y los bardos. No obstante, los segundos empleaban sus propios recursos narrativos con el fin de generar pautas de comprensión al lector. Más o menos, al estilo de la escopeta de Chejov, aunque con intenciones distintas.

«Siempre hay un maldito cuervo».

El bufón, Christopher Moore.

Los más conocidos son la metamorfosis y las cacerías. En el primer caso, informan de que ese personaje posee cualidades divinas o que se trata de una deidad. Claro, podrían decir esto tal cual, sin tanta fantasía irreal, absurda e infantil, ¿verdad?

Bueno, el objetivo de los bardos no era complacerte a ti, sino proporcionar entretenimiento a la gente de su época. De hecho, lo hicieron tan bien que las películas de superhéroes emplean esta misma idea.

En el caso de las cacerías, aparte de tratarse de una de las actividades favoritas de los celtas, advierten a la audiencia de un inminente encuentro sobrenatural. Algo así como el susto que anticipas en las películas de terror cuando los protagonistas entran en la casa encantada y sus derivados.

Asimismo, notarás una rica gama de elementos con los que los bardos potencian la comunicación y presencia constante del Otro Mundo entre nosotros. El más llamativo, por macabro, lo encontrarás en las cabezas cortadas parlantes. Acuérdate de la de Brân, el Bendito. Luego, piensa en su evolución hacia la calavera del monólogo de Hamlet. O de lo mucho que se parece un cráneo a un caldero mientras yo, quien te escribe, se despide, confiando en que no eche mucho humo tu cabeza después de lo que has leído.

Este artículo continúa en «Impacto e influencia de la literatura celta (primera parte)».

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