Por los arenales virtuales vienen «Las figuras literarias II», cargaditas de recursos narrativos; regalos prenavideños para los amantes de la escritura en una época de tecleo descuidadamente predictivo y lectura selectiva en inútil diagonal.
Lo de cargaditas no es ninguna hipérbole. Del mismo modo que sucede con las asanas, la retórica —el yoga de la escritura— trabaja la figura y la contrafigura literaria, amén de realizar variaciones constantes durante la práctica redactora.
El resultado: un número impresionante de nombres raros que definen cosas extrañas. Así que, ponte las mallas de escribir, que comenzamos.
Las figuras literarias II: derivaciones de palabras
Una letra y un fonema poseen un sonido. Cuando lo repetimos, obtenemos una asonancia, una aliteración o un homoiotéleuton. Ahora bien, ¿qué sucedería si ampliásemos su alcance y estirásemos esa cualidad fónica y eufónica a las palabras?
Bueno, pues que las convertiríamos en parónimas. Esto es, vocablos que poseen una relación de semejanza por sonido, aunque también por forma o etimología.
El primero de estos vínculos —el sonido— produce una figura literaria llamada annominatio,1 donde las palabras comparten aliteración y asonancia, pero no raíz léxica ni significado.
El segundo —la forma—, nos da el políptoton. Aquí, el lexema se mantiene fijo y varían los morfemas flexivos de dos o más términos con el mismo significado.
Con el tercero —la etimología—, el asunto se complica un pelín, pues la figura etimológica representa una variante del políptoton que cambia la forma, manteniendo el significado de las palabras. En esencia, lo que haces cuando cantas una canción, bebes una bebida, comes comida, corres una carrera, enciendes un encendedor, ves en una visión a un ser invisible o nadas en el río Misisipi con ritmo fluido.2
Y, ya, para terminar de enredarte, aparece la diáfora (o antanaclasis o dilogía), que indica la presencia de dos palabras idénticas, pero cuyos significados son omnímodamente distintos.
Notas
1Otros nombres que recibe esta figura: paronomasia, agnominación y prosonomasia.
2En el idioma ojibwa, Misisipi significa ‘gran río’. Por tanto, cuando dices río Misisipi, empleas dos formas distintas de la palabra río. Lo mismo sucede con el río Avon (avon: ‘río’, en galés) y, quizá, con el río Ebro.
La relación etimológica entre ritmo y fluido, por si no la recuerdas, te la conté en la primera entrega de «Las figuras literarias».
Las figuras literarias II: dobles significados
Tú, quien me lee, ¿cómo reaccionarías si yo, quien te escribe, te dijera que un Rupornis magnirostris ha prendido una de mis Gallus gallus domesticus, sumiéndome en la más profunda aflicción?
Igual no entenderías lo que me ha sucedido, pero seguro que empatizarías con mi dolor y me pedirías que te lo explicase con términos más sencillos. Solo que, al escuchar la segunda versión, la simple, no podrías contener la risa, de modo que te carcajearías en mi cara y de mi sufrir. Y, claro, me obligarías a matarte.
Infaustamente, has sido víctima de la anfibología: palabras que, a causa de sus múltiples significados, ofrecen un doble sentido a una frase.
«No tengo prisa ni nadie que me la meta».
Notas
1El peruano Fernando Iwasaki escribió La polla de Cervantes (2005), un interesante ensayo acerca del juego del hombre: un juego de cartas donde las apuestas (pollas) se metían dobladas y eran grandes como una olla.
«De España vino con nombre, opinión, noticia, y fama, a Parma (esto no te asombre) cierto juego, que se llama, señor, el juego del hombre. César el juego aprendió, y un día que le jugó, teniendo basto, malilla, punto cierto y espadilla, la tal polla remetió» (Nadie fie su secreto, Calderón).
¿Esto es lo mismo que la ambigüedad?
No, porque la ambigüedad constituye un accidente (un yerro) en la escritura. La anfibología, empero, busca exprofeso causar la confusión y provocar un equívoco. Normalmente, con intención cómica.
Idéntico propósito persigue el calambur, una variedad de la paronimia que comunica un mensaje con dos sentidos, según juntes o separes las sílabas. En todo caso, este doble sentido nunca será tan literal como el que forman el bifronte y el palíndromo.
Las figuras literarias II: paralelismos
Decía Yoda, con una concatenación, que el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio y el odio al sufrimiento. Bueno, pues si la aliteración nos ha llevado a la paronimia, y la paronimia a este apartado, este apartado nos llevará a la anáfora, y la anáfora al paralelismo con un polisíndeton. O sea, sin miedo ni odio ni sufrimiento.
Ciertamente, desbordas razón al señalar que estas figuras literarias proceden del feudo lírico y que, por lo tanto, resultan más adecuadas para la poesía, el canto o el romance. Quizá sea así. Empero, no desdeñes su poder narrativo. Mucho menos aún, la capacidad de los tres paralelismos a la hora de controlar la trama y el ritmo.
Ah, sí; hay tres paralelismos: el silábico, el sintáctico y el semántico. O, para ser exactos, el isocolon, el parison y la exergasia (también, expolición).
Gracias al isocolon, el estilo narrativo adopta la estructura métrica de la poesía. De este modo, las frases se transforman en versos (prosa lírica), y la repetición silábica estabiliza la cadencia de lectura. Por su parte, la exergasia emplea la repetición semántica a fin de pausar la trama y potenciar el sentido del mensaje, crear una bisagra de continuidad o ampliar el prisma de una escena.
Te has olvidado del parison
De sagacidad no careces, ¿eh? Así es; he obviado esta figura literaria de excepcional y espectacular importancia narrativa debido a una serie de circunstancias voltarias y un sinfín de aspectos conceptuales complejos que… En resumen, porque no entraba.
También, porque el parison posee tres variantes estructurales que merece la pena comentar por separado. Pero, vayamos al grano; ¿te acuerdas de las clases de Lengua y sus análisis de oraciones?
«Cómo no».
El obsceno pájaro de la noche, José Donoso.
Bueno, pues el parison repite el orden de los sintagmas que componen una frase, creando un mantra sintáctico que devuelve la calma y el equilibrio a la construcción narrativa.
Chulo, ¿verdad? Infaustamente, se trata de un equilibrio imperfecto, ya que el contenido de los sintagmas difiere en la cantidad y condición gramatical de sus palabras. Es decir, el parison no es simétrico.
Por suerte, tal problema tiene arreglo si corregimos los defectos de esta figura literaria con la correlación, el quiasmo o —saludos, Enrique— el retruécano.
Las figuras literarias II: orden y acumulación de las palabras
El quiasmo, el retruécano y el ejemplo de parison por gentileza de Han Kang que has leído en el apartado anterior («Montando en mi bicicleta…) emplean la inversión estructural como recurso estilístico.
Retóricamente, esa alteración en el orden de las palabras procede de una figura literaria cuyo nombre, quizá, no sonará desconocido a tus oídos: el hipérbaton.
Salvo en casos concretos,1 su uso desnaturaliza el discurso. Por consiguiente, el texto adquiere una artificialidad que, en ocasiones, digamos que resulta difícil de digerir («un rojo coche»).
Aun así, constituye uno de los recursos más frecuentes y socorridos de cara a romper la linealidad narrativa y cultivar una prosa lírica. Bueno, siempre y cuando emplees el hipérbaton adecuado, porque hay dos variantes :
- Anástrofe: lo mismo que el hipérbaton, pero más alterado. En general, una gran cantidad de hipérbatos (este es el plural de hipérbaton) son anástrofes, y viceversa.
- Sínquisis (cacosínteton, mixtura verborum): alteración completa por mor de la rima. Esto fue lo que no terminó de comprender del todo bien Charles-Victor Prévot, vicomte d’Arlincourt cuando escribió El solitario.
Empero, existe otra figura, extravagante, impronunciable, capaz de alterar mil veces más un texto que las posturas avanzadas del hipérbaton. Y no; no me refiero al vesre.2
Notas
1Normalmente, cuando defines un sustantivo con dos adjetivos, recurres al hipérbaton para evitar la aglomeración («una hermosa casa azul» / «una casa azul hermosa / una casa hermosa azul»), a menos que el segundo defina al primero («un pantalón azul oscuro»).
También se emplea con los objetos de tiempo («Ayer cené con Carlos en casa de María»), en formas establecidas («la pérfida Albión», «el pequeño Nicolás», «un gran/buen/mal día»), para connotar un significado diferente («los poetas malditos», «los malditos poetas») y evitar sonidos incómodos en la lectura, especialmente en voz alta («La condesa salió del palacio a las cinco», «A las cinco, salió la condesa del palacio»).
2Alteración silábica de las palabras: «Hay una jermu en la puerta que pregunta por ti» (jermu = mujer; vesre = revés).
Tmesis, ni mesis ni temesis
Dícese así a un tropo no oscuro sino obscurísimo de la poesía, mediante el que partes una palabra e introduces otra en medio por motivos diversos.
O, sea, partes una palabra e intro otra duces en medio por mo diversos tivos, como burlarse de las Soledades de Góngora con este ejemplo que propor Quevedo ciona:
Original, no me negarás, es un rato. Aunque, supongo, te estarás preguntando cuál es el valor utilitario que aporta a la narrativa. Bueno, con estos ejemplos templa y extrae tus propias conclusiones:
«La casa era grande».
Frase sin tmesis.
«La casa, según me comentaron, era grande».
Frase con tmesis.
En efecto; existe una tmesis poética —fragmentar una palabra para introducir una pausa métrica— y otra prosaica —fragmentar una frase para introducir un comentario que pause el ritmo de lectura—.
Las figuras de acumulación
Indubitablemente, si hablamos de pausas y de practicidad narrativa, debemos hablar de las descripciones. No en balde, a través de ellas, de estas paradas «técnicas» en la trama, los lectores recrean el entorno y personajes de nuestra historia en sus mentes.
Es decir, aquí residen las palabras que abren las puertas de la imaginación. Y, en buena medida, las transmiten las figuras de acumulación.
El primer bloque lo conforman tres estructuras de listados de nombres, verbos o adjetivos en prosa. Y estos pueden aparecer «al natural» (enumeración), ordenados en torno a algo (congerie, congeries, sinatroísmo) o desarrollados (distributio).
El segundo corresponde a cualquier formato donde describas objetos, sucesos, acciones, etc. (pragmatografía) de manera minuciosa.1 Bueno, también personas. Solo que, aquí dependerá de si describes aspectos físicos (prosopografía, eficción), psicológicos (etopeya) o ambos (retrato).
¡Aguarda! Falta una figura literaria de acumulación que supera a la tmesis en nivel de dificultad a la hora de pronunciarla. Esta es, ni más ni menos, que la bdelygmia.2
Tal vez odies su nombre y nunca logres escribirla, pero te encantará su función. Al fin y al cabo, la bdelygmia te permite describir a una persona, principalmente, mediante críticas, insultos o enfatizando sus aspectos negativos.
¿A que ya te han entrado ganas de utilizarla?
Notas
1El objetivo de toda descripción consiste en alcanzar la evidentia. O sea, el mayor grado de plasmación de realidad posible. Balzac y Tolkien son famosos por su capacidad de regodearse en los detalles con las figuras del bloque dos, mientras que Huysmans, Proust y Perec se lo pasan mirífico narrando catálogos (bloque uno).
2Tampoco es tan complicada; la be es muda.
No te pierdas la entrega final de «Las figuras literarias»
Caso haz al titular, pues «Las figuras literarias III» pondrán el broche final a esta saga de escritura artística. Quizá, después de leerte las tres entregas, comenzarás a prestar atención a los detalles técnicos de los libros, igual que haces con la fotografía o la producción en el cine.
O, quizá no. De cualquier manera, fíjate en el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular y los iconos tan bonitos sobre los que flotan las líneas de despedida. Ni te imaginas la alegría que me causarás si los pinchas ahora.