¡Grazne la grulla y gañe el águila! Luengo tiempo he aguardado para con este blog sagrar a la gracia gradosa de la gramática, al goce gozoso por el godeo y de la glosolalia su gloria: el gusto augusto y alígero y undívago de las figuras literarias, retórica también llamada.
Vale; me he dejado llevar por mi espíritu barroco. En realidad, este artículo trata sobre los recursos expresivos y estéticos que utilizan las novelas. Algunos los conoces —metáfora—, aunque otros te parecerán una enfermedad —zeugma—, un sistema reproductivo botánico —anadiplosis—, un tipo de vasija de las que se ven en los museos —anáfora— o un medicamento —oxímoron—.
Desmaya la inquietud; lo de menos son sus nombres, nombres (esto es una anadiplosis) que leerás y olvidarás —pero cuya función para siempre recordarás—, nombres (esto es una anáfora) que poseen sonoridad, un origen griego y el secreto (esto un zeugma) de la escritura literaria. Así lo afirma el orfebre de la palabra con trascendencia vana (y esto es un oxímoron).
Lucubraciones iniciales respecto a las figuras literarias
Antaño fuente virtuosa de talento e ingenio, hogaño componente fundamental de la escritura experimental y creativa, las figuras literarias representan, en esencia, el elemento artístico de la narrativa.1
Por tanto, como todo arte, suponen un artificio decorativo, aunque esa condición artificial esconde una herramienta compositiva y, sobre todo, mnemotécnica,2 todavía empleada a fecha de hoy, con independencia de cuándo leas esto.
Así, gracias a una estructura y la magia, la retórica estableció la construcción sintáctica propia del buen hablar (oratoria), mejor cantar (poesía) y excelente relatar (narrativa).3
Ahora, procede indicar dos cosas
La primera, que griegos y romanos dejaron un legado retórico inmenso a sus espaldas. Tanto, que no les dio tiempo a ponerse de acuerdo con el significado de algunos nombres. Vamos, que se olvidaron de honrar la palabra rara con una definición.
La segunda, que los principales beneficiarios de la retórica son la oratoria y la poesía, de donde, si no me equivoco, salieron la totalidad de figuras literarias. El resto de géneros las adoptó y adaptó después a sus necesidades.4
«El antiguo teatro bisbiseó nervioso, pidiendo silencio para no perderse ni un segundo de la magistral retórica de la abogacía».
Las Quimbambas, Jose Flores.
En consecuencia, he escogido aquellas que mejoran o potencian cualquiera de los siguientes elementos de una novela: voz narrativa, descripciones, diálogos y el espacio-tiempo. Dicho esto, pasemos a los metaplasmos.
Notas
1Compruébalo en MuArte, donde quien te escribe y quien escribió esta novela a la luz de una vela empleamos las figuras literarias como el pintor su paleta.
2Ver «Un canto épico» de la literatura celta y el matrimonio bien avenido de «La trama y el ritmo».
3Dicho por alguien que piensa lo contrario, amén de fantasear con viajar en el tiempo para matar a Mark Twain, pero esa es otra historia.
4Un ejemplo es la captatio benevolentiae —discurso breve al inicio de una exposición oral con el objetivo de ganarse el favor del público (lo que hacen todos los ponentes de Ted Talk y que el teatro denomina introito)—, que puede aparecer en una novela como prólogo de la obra, aludiendo a los lectores en el primer capítulo o en el inicio de un diálogo donde un personaje quiere congraciarse con otro.
Metaplasmos
Este apartado combina trucos (y trampas) de la métrica poética con alteraciones fonéticas que admite la voz narrativa y, precipuamente, las de los personajes en los diálogos.
De manera resumida, un metaplasmo identifica la transformación de una palabra mediante la fusión, variación o supresión de algo, ya sea para crear un neologismo, darle un aspecto original al texto o reproducir un tipo de habla concreto.1
Cuando el metaplasmo se produce vía fusión, lo llamamos contracción. Lo único es que la contracción recibirá otro nombre según el elemento que propicie la fusión: sus vocales (sinalefa), sus consonantes (ecthlipsis) o sus sílabas (haplología).
Después, está la metátesis, que es el nombre de los metaplasmos causados por una variación de la palabra.
Por último, puedes suprimir el inicio (aféresis) o el final (apócope) de una palabra.2
Notas
1Los metaplasmos te permitirán transcribir voces que se caractericen por un mal uso del idioma, un problema fonético (rotacismo: pronunciar la erre como ere; lambdacismo: pronunciar la erre como ele…), un acento peculiar o un uso lingüístico coloquial —ya está: yastá /yestá (sinalefa), ya ta/ yatá (aféresis)—.
2Igualmente, puedes añadir fonemas al inicio de una palabra (prótesis: anís / chanís ), en el medio (epéntesis: enjalbegar / enjalbergar ) o al final (paragoge o epítesis: ¿Cómo? / ¿Cómorl?).
Figuras literarias de repetición
En esta ocasión, la voz dialogada compartirá el protagonismo con la narrativa y las descripciones en una sección, cuanto menos, larga. Muy larga. Larguísima. Larguérrima. Eso sí, la mar de interesante.
El eje central de estas irrepetibles y repetitivas figuras literarias es, como indica el título, la duplicación consciente de una estructura, una frase, un significado, una palabra, un sonido o una letra por motivos de énfasis, métrica y estética.
«…hasta que de la befa se pasó al bufo con un bufido de Bucéfalo felino».
Nuevayorkana, Jose Flores.
Ciertamente, algunas te echarán un cable si estás buscando título para tu novela o nombres para tus personajes, y casi todas te mostrarán ese valor mnemotécnico de la retórica que te comenté unos muchos párrafos atrás.
Empero, también te enseñarán el secreto de la prosa poética. O sea, el estilo de escritura por el que la Academia concedió el Nobel de Literatura a Han Kang, parangón de la literatura asiática y, si me apuras, de la asonancia.
Letra y sonido
¿Te has preguntado alguna vez por qué la fortuna favorece al audaz, a Han Kang y a Loquillo, que es feo, fuerte y formal1? Seguro que no. Con todo, a medida que leías esta frase, tu cerebro ha notado algo mágico.
Esto se debe a que, en terminología truchoneurológica, un misterioso embrujo lo sinapsa si percibe un patrón de repetición durante el discurso. Incluso, en su mínima expresión escrita —la letra— y sonora —el fonema—, como en el caso de las tres figuras literarias correspondientes a este apartado.
¿Tres? Claro; un fonema es un fonema, pero una letra es una vocal o una consonante, de manera que si la repetición acaece con la primera, creas una asonancia (malhadada ), y si aviene con la segunda, una aliteración (bienaventurada ).
Notas
1Hermanos de sangre, Loquillo y los Trogloditas (2006).
¿Y la tercera?
Calma, calma, que tengo que contarte varias cosas importantes antes. Para empezar, que el impacto de la asonancia depende de la acentuación. Es decir, comprueba cómo la musicalidad de «Lolita bonita» y «Lolita amonita» desaparece en «Lolita sónica» y «Lolita atónita», pese a que compartan una secuencia de vocales idéntica (OIA OIA / OIA A OIA).
En cambio, la aliteración se produce aun cuando no se repita la consonante, siempre que coincidan fonemas con el mismo punto o modo de articulación.
Esta aliteración sutil, en principio, posee menos garra que la pura. De hecho, lo normal es que pase desapercibida y que su impacto se reconozca de manera subliminal. O sea, cuando algo te pita mágico sin identificar el motivo.1
En cualquier caso, la asonancia y la aliteración tienden a desesperar a dos tipos de personas: los dogmatistas que abogan por un estilo de escritura más afín al periodístico —prosa sosa, sin ornamentos líricos— y los drogmanes. Estos últimos, obviamente, por mor de las dificultades —casi siempre, insalvables— que plantea respetar el elemento artístico durante la traducción de un texto.
Ahora sí; pasemos a la tercera figura literaria.
Notas
1Por ejemplo, Han Kang. Asonancia al margen, la jota (el sonido de la hache en su nombre), la ka y las dos eng (la ene seguida de ge en KaNG y la ecthlipsis de la primera ene con la ka de HaN K) son consonantes velares.
Así pues, el nombre de la ganadora del Nobel de Literatura 2024 está compuesto en su totalidad por dos figuras literarias complementarias. Todo lo contrario que sus paisanos Byung-Chul Han y Lee Jung-myung, cuyos nombres te costará recordar bastante más al terminar el artículo. O este apartado. O ya.
2Muchos, entre los cuales me incluyo, consideran este párrafo la mejor aliteración en la historia de la literatura. Nick Cave piensa lo mismo, puesto que este libro es una de sus principales influencias creativas.
Repetición y posición
Llena tus pulmones de aire y di homoiotéleuton. Otra vez: homoiotéleuton. Venga, una más. Que no, que no vas a invocar a nadie. Con voluntad: homoiotéleuton. Estupendo; pues este es el nombre de la tercera figura literaria basada en la repetición de un sonido. Un fonema, para ser exactos.
A diferencia de la aliteración y de la asonancia, que funcionan por apelotonamiento y proximidad, el homoiotéleuton requiere espacio. También, una posición específica en la frase donde efectuar la repetición del fonema. El final de la frase, en concreto.
Un momento, tú, quien me escribes. ¿Eso no es…?
Así es; un ejemplo muy breve y asaz simple del homoiotéleuton. Mira, mejor observa la sinergia lírica que produce en este fragmento de un libro que, supongo, ya habrás leído, ¿verdad?
Eh, no. Lo que quería decir era que…
¿Qué esta figura literaria posee una cadencia rítmica espectacular? Ni te lo imaginas. Es más, el homoiotéleuton constituye el santo y seña de la poesía junto con la métrica.
Vamos, lo que se llama también…
Similidesinencia, en efecto, aunque yo prefiero el otro nombre.
Entonces, ¿no tiene nada que ver con…?
¿Con la prosa? A ver, entiendo la confusión que provocan los recursos retóricos líricos en el marco mental de una novela, pero te aseguro que el homoiotéleuton bien empleado perfecciona la calidad de tu narrativa.
«Cuando salga de la ducha, dile a Han Kang que he bajado a la tienda a por leche y a por pan».
Perdona, pero esto en mi pueblo lo llaman «rima»
Uy, qué va; no tiene nada que ver.
Bueno, sí.
Es lo mismo.1
Le cambiaron el nombre los occitanos alrededor del siglo XII, si mal no recuerdo. El término griego se quedó en los manuales de retórica, nada más. Siquiera lo recoge el amansaburros.
Notas
1La raíz protoindoeuropea *sreu (‘fluir’) aportó dos términos al griego: rhytmós (‘movimiento regulado, cadencia’) y rhein (‘fluir, correr’). Del primero, aparte de ritmo, proviene rimar. Del segundo salieron catarro, diarrea, hemorroides, dismenorrea, gonorrea o reuma, además del nombre del río Rin y el verbo correr en inglés (run ), alemán y holandés (rennen ).
Palabra y frase
El siguiente bloque lo componen nueve figuras literarias que, al igual que el homoiotéleuton, provocan la repetición desde una posición determinada. Solo que, con un palabra en lugar de un fonema.
Sin más dilación, te presento a la anadiplosis; un recurso narrativo harto práctico. Lo único que tienes que hacer es duplicar una palabra, de tal manera que la primera cierre una frase mientras la segunda inicia la siguiente.
Luego, está la epizeuxis, asaz similar a la anadiplosis, aunque radicalmente distinta. Por lo general, esta figura repite una palabra por triplicado, al principio de la frase y sin continuidad.
No obstante, la repetición puede ser doble y no triple, aparecer en otro lado o iniciar una frase. Pero, atención, en ningún caso cumple la función de bisagra narrativa que ejerce la anadiplosis.
Estructuras retóricas I
Norabuena; acabas de posar los ojos en, quizá, el bloque retórico con mayor grado de efectividad narrativa. Aquí, las figuras se caracterizan por situar la repetición en un punto fijo dentro del texto. Ya está; no hay más definición. Solo cuatro nombres.
El primero, la anáfora, indica que la repetición se produce al principio de la frase.
En el caso de la imagen superior, la anáfora nace del término repetido que inicia la frase en una anadiplosis. Pero, si prefieres ver esta figura literaria de una manera menos compleja, aquí te dejo otros ejemplos:
Ciertamente, te habrás percatado de la explosividad con la que la anáfora resuena en frases cortas. Aun así, funciona igual de mirífica si la usas en frases largas…
…al principio de los párrafos…
…o de los capítulos de un libro.
Bien, vayamos al segundo nombre: el epístrofe, que sitúa la repetición al final de una frase.
En verdad te digo que el epístrofe posee un insondable poder, un misterioso componente litúrgico. Te hipnotiza, te atrapa, te arrastra por ensalmo hacia la repetición. Especialmente, cuando retardas o contienes su gracia lírica mediante una narrativa de frases largas.
Por último, la epanadiplosis, donde el elemento repetido aparece al inicio y al final de la frase, párrafo, etc.
¿No eran cuatro nombres?
Mentir no mientes. Falta la diácope, una figura literaria donde el elemento repetido aparece al inicio y al final de la frase. Dicho con otras palabras… No; con otras, no. Son las mismas que definen a la epanadiplosis.
Con una salvedad. En la frase donde se produce la diácope, el tamaño importa.
Largor de la frase al margen, la diácope representa una versión más artística, más enfática y más expresiva que la epanadiplosis, cuyo propósito retórico, fundamentalmente, reside en el equilibrio estructural.
Gracias a esta figura literaria, cualquier palabra o frase susceptible de sonar insulsa se vuelve sugerente de repente y de la nada. Además, dentro del contexto adecuado, transmite con sencillez una miríada de tonos: ironía, desdén, frustración, misterio, rabia, seducción…
Las figuras literarias de repetición de estructuras II
Si las figuras literarias del bloque anterior creaban una estructura con la posición del elemento repetido, las de este emplean la repetición a modo de estructura, tomando por modelo la anadiplosis y la anáfora.
Comenzaré con la concatenación. La concatenación repite una palabra. Esa palabra está al final de la frase. La frase continúa y termina con otra palabra. Esa palabra se repite al principio de la siguiente frase. La frase continúa y termina con otra palabra. Esa palabra se repite al principio…
De las palabras encadenadas pasamos ahora al encadenamiento de palabras, retóricamente conocido como gradación. Esto es, un listado de términos relacionados y ordenados en orden ascendente o descendente —en muchas ocasiones, utilizando un tricolon— para generar el clímax o el anticlímax en la lectura.
Prosiguiendo con listados de palabras, e inspirado por la anáfora, se presenta ante tus ojos el polisíndeton. Aquí, cada elemento de la enumeración va precedido por una conjunción (y, ni las más habituales), cuya repetición la transforma en un potenciador enfático.
La figura literaria opuesta al polisíndeton se llama asíndeton. Es decir, con este recurso, la enumeración prescinde de toda conjunción, limitándose a separar los elementos con una coma. Normal, pues, que su función se solape con la del tricolon de cuando en cuando.
¡No te pierdas la segunda parte de «Las figuras literarias»!
Segunda y, tal vez, final. Porque «Las figuras literarias II» te enseñará un porrón y un odre de recursos narrativos chulísimos. O sea, que igual el porrón va por un lado y el odre por el otro.
En fin, espero que te haya gustado la primera parte de las figuras literarias (sí; esto es para engañar al SEO). De ser afirmativa tu respuesta, decora de rojo el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular y comparte este artículo por alguna red social. Como Bluesky, por ejemplo, donde me puedes encontrar en esta dirección.