Tiempo llevaba yo, quien te escribe, amalayando publicar un artículo donde hablarte a ti, quien me lees, cositas sobre los diálogos en una novela.
Bien, pues hoy ha llegado ese día. Así que, a modo de resumen insultantemente evidente, en un par de párrafos descubrirás cómo y para qué se usan los diálogos en una novela.
También conocerás mi opinión —de fuerte sesgo crítico, aviso— con respecto al uso de los diálogos en una novela. Sí; estoy repitiendo el titular demasiadas veces, y no; no es porque te tome por imbécil. En realidad, lo hago para que el SEO no me toque las narices luego. Llámame vago; me lo merezco.
Los diálogos en una novela
A fin de no extenderme demasiado —azar eventual que me sucede cada vez que pretendo ser breve—, los diálogos reproducen partes habladas mediante palabras escritas tal cual salen por la boca. O sea, literalmente (estilo directo).
Vale; he inventado el fuego con esta definición. Mas, aguarda, porque ahora viene algo interesante. Esas partes habladas se ramifican en diferentes categorías, según el número de personas implicadas, la proyección de la voz o el orden en el que se presenta el discurso. O sea, existen varias formas de reproducir partes habladas.
Asimismo, dependiendo de cómo, dónde y el propósito para el que se empleen los diálogos —y las otras formas de partes habladas, pero centrémonos en esta por ahora—, su transcripción puede constituir un género o un subgénero literario, un elemento interpretativo, un recurso narrativo… O sea, sirven para muchas cosas.
En conclusión; los diálogos en una novela definen a un recurso narrativo que reproduce, en estilo directo, partes habladas entre dos o más personas con una forma determinada.
Queda claro que se trata de un recurso, ¿verdad? Mirífico; veamos entonces el modo de emplearlo.
Cómo se escriben los diálogos en una novela
Normalmente, en un bloque independiente dentro del texto, donde se transcribe (en estilo directo) la conversación entre dos o más personas, indicando la intervención de cada una mediante una raya.1
A veces, eso sí, solo habla un personaje, y su intervención carece de propósito conversacional —dar una orden, hacer un comentario…—. Cuando sucede dicha circunstancia, puedes reflejar la parte hablada como recién te he indicado o integrándola con las comillas españolas en el párrafo del narrador.
Notas
1Para conocer las normas ortotipográficas de los diálogos, consulta el artículo «Uso de la raya».
El matiz de la escritura
Presta ojos ahora. El formato de diálogo con raya provoca un cambio de escena del narrador al personaje para que el lector lo vea. Empero, con las comillas españolas, lo escucha. De ahí que los pensamientos se reflejen con este signo de puntuación, si bien algunos autores, por contaminación del inglés, los muestran en cursiva. Versión corta: es incorrecto.
Ahora, te diré lo mismo, pero de una manera mucho más técnica. La raya sitúa la voz de un personaje en el plano principal —lo cual rompe el flujo narrativo, ya que esa voz asume el protagonismo de la acción—, mientras que las comillas españolas añaden una voz paralela al plano principal —lo que pausa brevemente el flujo narrativo, ya que esa voz se entromete en la acción—.
Por consiguiente, la funcionalidad estructural de este recurso presenta una naturaleza controladora y reguladora que influye en el ritmo de una novela y en el desarrollo de la trama. O sea, los diálogos agilizan la lectura, pero enlentecen la historia.
Función narrativa de los diálogos en una novela
Más allá de una servil herramienta que conexiona la trama y el ritmo, el valor troncal de los diálogos reside en su condición de suplemento narrativo. De esta suerte, los autores disponen de un espacio con tantos usos que me río yo de las zonas de coworking.
En esencia, aquí aparecen tres tipos de contenido:
— aquel que, debido a su complejidad, costaría bastante explicar a través de la voz narrativa;
— información complementaria;
— características de los personajes.
Cada uno, en diferente medida, participa en el devenir de la historia, si bien el primero suele aportar mayor cantidad de aspectos relevantes para la trama que el resto. Con todo, recuerda que el propósito de estos contenidos complementarios busca apuntalar, enriquecer, extender, detallar, perfilar, situar, aclarar y lo que quieras1 del relato, no intervenir directamente en su desarrollo.
Así pues, estos diálogos provocan una ruptura o pausa útil. No en balde, ayudan a que los lectores entren en la historia y pongan cara a los personajes, al tiempo que evitan la monotonía de la narrativa lineal.
Notas
1Por ejemplo, en una novela de misterio, un personaje puede enmarañar la historia (mentiras, información falsa…) a fin de generar sensación de confusión al protagonista, potenciar una situación de duda o desviar la atención de la pista clave.
Función expresiva y escenográfica
Aún más allá de las funciones comentadas, los diálogos proporcionan un vehículo expresivo brutal de cara a asentar el estilo expositivo y graduar su intensidad emocional. O sea, marcan el tono narrativo (romance pasteloso, conversación profesional entre abogados), lo potencian (énfasis dramático), lo relajan (alivio cómico) o lo desvían (giro inesperado).
Procede interrumpirme para aclarar que lo que he escrito entre paréntesis corresponde a una muestra de las miríadas de posibilidades que ofrece este recurso. Dicho esto, te comentaré también que habilita la creación de escenas teatrales dentro de la novela.
Función de relleno y función estética
Todavía más allá de lo que te he estoy contando, a veces los diálogos simplemente tienen un papel estético. O sea, que están de relleno, y bien pudieras prescindir de ellos.
Empero, en esas palabras de paja se aloja lo común, lo cotidiano, lo corriente; desde el habla popular hasta las situaciones intrascendentes que definen el día a día. O sea, aportan el sonido del costumbrismo a la novela.
Por otro lado, esa cualidad estética, accesoria o de adorno cumple una función vital en las narrativas largas: abrir una ventana en el texto para que respire la vista.
Luego volveré a este asunto. De momento, ya dispones del conocimiento básico acerca del uso de los diálogos en una novela. Pasemos, pues, a su empleo avanzado.
Sistemas narrativos con los diálogos en una novela
Veamos; si toda historia se construye mediante una estructura, si toda trama sigue una estructura y si todo capítulo posee una estructura, ¿qué crees que tendrán los diálogos dentro de la narrativa? En efecto; una estructura.
Ahora bien, ¿cómo demonios estructuras un recurso literario? En este caso, igual que un chupito de tequila, pero sin bebértelo. O sea, arriba, abajo y al centro.
Los nombres que ves en las cajas no identifican un estilo de diálogo concreto, sino la posición que ocupará el elemento disruptivo con su función narrativa. En principio, cualquiera es válida. Mas, permíteme que te regale unos consejos al respecto.
Diálogo inicial
—¿Estás seguro de que un diálogo queda bien aquí?
—Segurísimo.
Acto seguido, le demostró las virtudes de posicionar un recurso literario en la cabeza del párrafo, sorprendiéndole con una estructura completamente diferente a la que acostumbraba a leer.
Después, le explicó que el impacto lo producía la función estética, ya que situaba, a modo de introducción, una breve conversación entre los personajes (función escenográfica) donde se esperaba al narrador, quien pronto recuperaría el protagonismo para proseguir con la narración desde ese punto. O no.
Diálogo bisagra
Confieso que he llamado a este diálogo así porque «mi ojito derecho» me parecía poco profesional. Y tú también compartirás mi debilidad en cuanto compruebes su versatilidad. Antes, eso sí, debes saber que este recurso emplea una sola línea de diálogo1 a fin de intercalar una parte hablada entre dos párrafos.
Empero, no se trata de una intercalación cualquiera, sino de un trueque de voz momentáneo que, a modo de fugaz trampantojo escénico, se integra en la narrativa para mantener su continuidad durante la transición. De ahí lo de «bisagra».
Vale; no te has enterado de nada. Lo que quiero decir es que el diálogo bisagra contiene la información que permite el paso de un párrafo a otro. Por tanto, si lo quitas, faltará algo.
Gracias a este recurso, creas pausas dinámicas en la leída que, además, regalan «minutos de juego» a los personajes de la novela. O sea, los sacas del párrafo para que el lector «los vea».
Notas
1O dos, siempre y cuando exista una relación entre ambas que potencie la transición y justifique la segunda línea.
Tras conducir durante horas por la carretera más recta del mundo, vimos una intersección.
—Gira a la derecha —indicó Luis.
—No, a la izquierda —dijo Fidel.
Les rogué que se pusieran de acuerdo, pues estaba anocheciendo y quería llegar al hotel cuando antes.
Diálogo bisagra engrasado
En los ejemplos del apartado previo, la narrativa fluye durante la transición, pero la bisagra chirría, porque se percibe un «saltito» en la historia.
Bueno, esto no supone ningún trauma. El puente que has tendido se puede cruzar aunque tenga un agujero y, a la postre, el objetivo de todo diálogo consiste en pausar la trama.
Aun así, este recurso dispone de la capacidad de preservar la continuidad con un puente sin agujeros; el Rialto del literato, para que la narrativa fluya sin pegar saltos… mediante un sutil engaño.
En los ejemplos previos, la información del diálogo bisagra guardaba relación directa con uno de los dos párrafos. Aquí, sin embargo, influye en los dos por igual, ya que constituye la solución al problema que cierra el primero y la causa que inicia el segundo al mismo tiempo.
Esta situación fuerza a que el narrador, cuando retoma el protagonismo, alargue la acción para mantener la continuidad.1 Con el cambio de voz, este relleno pasa desapercibido. No así en la versión narrada: «…vimos una intersección. Mi acompañante me dijo que girase a la derecha. Seguí la dirección que me había indicado, y pronto…».
En caso de que no veas a lo que me refiero, observa cómo mejora la fluidez de esta manera: «…vimos una intersección y giré a la derecha, según me había indicado mi acompañante. Pronto…».
Notas
1Si prescindes de este relleno, notarás un salto en la narración.
Tras conducir durante horas por la carretera más recta del mundo, vimos una intersección.
—Gira a la derecha —indicó mi acompañante.
(Pronto comprobé que) el trazado de esta ruta era más exigente, y temí que anocheciera antes de que llegásemos al hotel. Por suerte…
Diálogo situacional
Echa un rápido intuito al contenido de «Función expresiva y escenográfica». Dirige tu atención hacia esta frase: «habilita la creación de escenas teatrales dentro de la novela». Lee el ejemplo.
Perfecto; ya no tengo nada más que contarte. Y, si este apartado te ha parecido breve, espera a ver el siguiente.
Diálogo de cierre
Terminada la explicación, me preguntó si yo estaba seguro de que el diálogo de cierre quedaba bien en una novela.
—Segurísimo.
De cómo usar los diálogos en una novela
Vale; ya sabes dónde se colocan y cuáles son las funciones de los diálogos en una novela. Por tanto, veamos cómo sacarle el mayor partido a este recurso.
Sobre el diálogo inicial y el de cierre, bueno, habrás intuido que la limitación espacial también limita su capacidad comunicativa. Empero, debido a su disposición fija, ofrecen unas posibilidades creativas asaz interesantes.
El primero, por ejemplo, puede enlazar el final del capítulo anterior con la reacción de un personaje para:
— darle continuidad a la historia con una perspectiva nueva;
— provocar un avance temporal;
— utilizar ese punto como inicio de una subtrama;
— romper la línea argumental, adelantando una situación futura o introduciendo una pasada, de manera que obligue al narrador a reconstruir los hechos con su exposición.
Respecto al segundo, no te tomes literalmente su función de cierre. Este diálogo, en momentos concretos de la historia, puede abrir una ventana que incentive al lector a proseguir su lectura. Sobre todo, si dejas que entre una corriente de suspense.
Cortes narrativos y narración escenográfica
A despecho de su movilidad dentro del texto, los diálogos bisagra y los situacionales poseen alternativas artísticas, digamos, egenas. Cuanto menos, referentes a la estructura argumental.
En cualquier caso, observarás su virtud a la hora de avivar la línea narrativa. O sea, la forma en la que recreas el contenido merced al poder de la voz.
Como bien sabes, los diálogos bisagra introducen cortes narrativos puntuales1 que conceden un respiro al narrador y un sonido fresco al lector. Consecuentemente, si los repartes de manera inteligente a lo largo del capítulo, lograrás que el contenido resulte más entretenido. Aunque sea un dramón bizantino, digno de un poema de L. E. L.
Por el contrario, si estructuras el capítulo con diálogos situacionales, la trama subirá al escenario y dará plena libertad interpretativa a los personajes, por lo que el narrador realizará cortes puntuales2 entre escenas para que la historia avance.
Ambos planteamientos, combinados o por separado, consiguen que el relato adopte una doble perspectiva. O sea, el narrador te lo cuenta desde fuera, y los diálogos desde dentro. Lo cual supone un plus tremendo para la novela.
Infaustamente, el uso de este recurso no está exento de problemas.
Notas
1Esta disposición alberga la esencia de la narración introspectiva.
2Ver imagen en «Función expresiva y escenográfica».
La opinión que nadie me ha pedido
Bueno, vamos a caer mal y ganarnos unos cuantos enemigos.
«No me queréis, lo sé, y que os molesta cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. ¿Culpa mía, tal vez o es de vosotros?».
«A sus paisanos», La realidad y el deseo, Luis Cernuda.
En primer lugar, la relación entre la novela y los diálogos es tan vieja como la escritura. No exagero; El poema de Gilgamesh (mediados/finales del III milenio a. C.) ya empleaba este recurso, al igual que Murasaki Shikibu, considerada la madre de la novela moderna (La novela de Genji, c. 1000).
Obviamente, la influencia de esta autora en Europa fue nula. No así la de los griegos (y romanos), donde le daban con ganas al diálogo, ora como género literario (literatura didáctica), ora como estilo narrativo (teatro). Y esto encandiló a las plumas nobles del Medioevo y del Renacimiento.
A partir del XVIII y, aún más, del XIX, la composición de la novela adquirió un estilo similar, si no idéntico, al de la japonesa del primer milenio de nuestra era: narrativa larga en prosa que recurre a partes habladas en momentos determinados. Énfasis en recurre.
O sea, es un recurso, pero no te gusta
Sí. Y no. Lo que quiero decir es que no tengo nada en contra de los diálogos, a los que considero un recurso fantástico —en una novela coral, verbigracia, salvan al lector de sucumbir ante la horda de personajes que protagonizan la obra—.
Por desgracia, el imperativo de «hay que escribir sencillo para que se lea rápido» y la creencia de que un libro se redacta en tres meses han convertido las novelas en guiones.
Hace poco hojeé una en una librería, y en sus páginas había más rayas que sobre la mesa de El Chapo. 90 % de diálogos, como poco. Y, así, otras tantas, sin propósito didáctico grecorromano. Lo cual me llevó a preguntarme si a esta gente no le interesaría más dedicarse al teatro (sin intención de desprestigiar).
En resumen, el abuso de los diálogos se está cargando el arte narrativo; un cambio climático literario que ha secado la prosa, marchitado la lírica e inundado las novelas de cháchara insustancial. Añade a esto el impacto didáctico que ejerce Tik Tok y similares en la gente joven, junto con los deficientes planes escolares de lengua. Dentro de pocos años, hablaremos en unga unga. O en siglas.