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Sic transit gloria mundi, y sic transit también esta saga retórica, functus officio, con «Las figuras literarias III».

In nuce, aquí encontrarás los recursos que te faltan por conocer para que, ex nunc, escribas sicut Deus scientes bonum et malum (Fausto, Goethe, citando el Génesis 3, 5).

No obstante, do ut des. O sea, no te olvides de pintar de rojo el corazón que palpita blanquisolitario bajo la sombra del titular ni de compartir «Las figuras retóricas III» en tus redes sociales.

Sapere aude, laique aude, share aude.

Las figuras literarias III: errare humanum est, o cómo hescrivir malo

Tal vez no hayas comprendido parte de la introducción por mor de las locuciones latinas, al igual que otros no entienden a los integrantes e imitadores de la generación impaciente cuando se comunican con anglicismos, siglas y acrónimos.

A despecho de los problemas de intelección que causan a los lectores, los novelistas gustamos de emplear cultismos, extranjerismos, jerga profesional, lenguaje coloquial y modas lingüísticas generacionales en nuestra narrativa. Sobre todo, en los diálogos.

Empero, esta forma de hablar no constituye una figura literaria.1 A menos, claro está, que se trate de una forma de hablar trabucada. Es decir, con una mala sintaxis, no como una chica UwU, cuya voz caracterizan las onomatopeyas y los metaplasmos.

«Yo estaba con ella, pero que quien la conoce es Juan y Alberto».

Así pues, llamamos anacoluto —saludos, Enrique— a esta narrativa donde, de manera consciente,2 los autores introducimos inconsistencias sintácticas, saltos estructurales bruscos y rupturas de continuidad con el fin de dotar a una voz de un sonido realista, natural y espontáneo.3

Notas

1Lo cual es una lástima, ya que se me habían ocurrido unos cuantos nombres para definir este uso: pedántesis esnóbica (cultismos, lenguaje profesional, extranjerismos), posmoplasmo (lenguaje coloquial) y jerigonzaquisis (o maiyenereisón; moda lingüística generacional), dividida a su vez entre bumerquisis (moda lingüística generacional del siglo veintésimo), cheugyquisis (moda lingüística generacional desfasada del veintesimoprimero) y genzetaquisis (moda lingüística generacional no desfasada del veintesimoprimero).
2De lo contrario, sería un lapsus calami —o clavis— y no la transcripción de un lapsus linguae.
3Recuerda la evidentia que mencioné en las notas del último apartado de «Las figuras retóricas II».

Escribir bien mal

El malabarismo sintáctico implica que el anacoluto pertenece a las figuras literarias de estructura. Ahora bien, ¿cuál sería su equivalente individual?1

Obviamente, la obviedad. Esto es, una construcción gramatical que incurre en redundancia al recurrir a una repetición semántica.2 Tal hazaña se puede lograr de tres formas, como verás con tus propios ojos en los siguientes ejemplos:

Vale; los pleonasmos y los perogrullescos truismos, a menos que estén bien,3 están mal. Por tanto, no rebudies, no redundes y que los dioses del inframundo te pillen confesado si se te ocurre utilizarlos con un propósito narrativo diferente al mencionado en los anacolutos.

Empero, las tautologías… Ciertamente, plantean una situación asaz curiosa. Verás; a priori, no dicen nada. Hasta que lo dicen. Y, cuando lo dicen, dicen mucho. De hecho, esta figura literaria es una de las principales responsables de que se considere a The Wire la mejor serie de televisión jamás rodada.

«The game is the game»: recopilación de todas las tautologías en The Wire.
Este recurso retórico permite que los protagonistas transmitan su percepción realista-pesimista de la vida: resignación ante la imposibilidad de un cambio, asunción de que los problemas nunca se solucionarán, rendición de la voluntad a la indiferencia y aceptación del rol social o de las cosas que les acaecen.4
Notas

1Recordatorio rápido: las figuras literarias se forman en torno a un elemento gramatical individual (letra, fonema, palabra, sintagma o frase) o una estructura sintáctica. Para ello, emplean técnicas de repetición, posición, acumulación… o, como verás en un periquete, omisión.
2A diferencia de la exergesia (o expolición) que viste en «Las figuras literarias II», donde el elemento repetido refuerza una idea por amplificación o la transmite de un modo artístico.
3En ocasiones, se admiten los pleonasmos por motivos enfáticos («volar por los aires»), aunque los casos más comunes corresponden a las redundancias pronominales: «A mí me han dado un papel rojo y a ti te han dado uno verde», «A nosotros nos gusta la pizza con piña».
4Para potenciar la profundidad filosófica y psicológica de las tautologías, la serie complementa su mensaje a través de frases donde el futuro se enuncia con una frase negativa: «El trabajo no te salvará», «Los dioses no os salvarán», «Una vida, una vida, Jimmy… ¿Sabes lo que es? Es la mierda que sucede mientras esperas por momentos que nunca llegarán».

Escribir mal bien

Este apartado te encantará muchísimo. Precipuamente, porque te mostrará la gran paradoja de la escritura: está prohibido decir «encantar muchísimo» o «subir arriba» (son pleonasmos), pero no «fumar una pipa».

De manera similar, nadie se llevará las manos a la cabeza si indicas que un olor te ha dejado sordo, que el desencanto habla o que una nube pasea solitaria y pensativa por el cielo. En cambio, todos querrán arrancarse los ojos como lean «una réplica exacta» o «un éxodo masivo». Correcto: son pleonasmos y, por tanto, carecen de sentido por exceso,1 a diferencia de «me enscantaliña tu mengüecitud», que carece de sentido por completo y, aun así, su uso está perfectamente admitido.

«Parece una locura, pero es cierto».

Quiquiribú, Jose Flores.

¿El motivo? A mí no me mires; pregúntaselo a las musas, pues ellas, las «merlincocayas bisabuelas»,2 inventaron las figuras literarias de la retórica para que escribiésemos bien y bonito, dotando de belleza y liricidad al lenguaje, transformando a los escribas en orfebres de la palabra.

De tal suerte, todo recurso cuyo propósito y resultado no vaya invita Minerva puede desafiar las leyes de la lógica, siempre y cuando no abuse de las de la semántica lingüística. Por ejemplo, la prosopopeya y sus derivados.

Notas

1Pleonasmós, en griego clásico, significa ‘sobreabundancia’, ‘exageración’. De ahí que se considere un error.
2Quevedo, en uno de los plúrimos sonetos donde ataca a Góngora.

La jitanjáfora

Acierto rebosas al señalar que ninguna de estas figuras literarias justifica la validez de «me enscantaliña tu mengüecitud». Bueno, delegaré la explicación en don Francisco de Quevedo.

Las figuras literarias III: la omisión

Tras esta bacanal léxica, tras estos vocablos barrococós, agradecerás que las piérides también nos legasen las figuras literarias de omisión.

Corrección; la figura de omisión, pues aquí solo existe un recurso retórico que, como elide (suprime) parte del contenido,1 se llama elipsis. Lo único es que, según lo que elida, recibirá un nombre distinto. Incluso si amaga con elidir.

En cualquier caso, todas las variantes de la elipsis prescinden de elementos que nuestra comprensión no echará de menos, por aquello de que, se supone, nuestros cerebros cuentan con el intelecto necesario a tal fin.

«Intellectum tibi dabo e cetera» (‘Te daré intelecto, etc.’).

Libro del buen amor, Juan Ruiz Arcipreste de Hita.
La cita alude al Salmo 32.

Ahora, activa ese intelecto divino para entender esto: las figuras de omisión pueden actuar en paralelo con las demás. O sea, «Siete novias para siete hermanos» es una correlación y un tipo de elipsis a la vez. ¿Cuál? A ver si la identificas después de leer el siguiente apartado.

Figuras literarias derivadas de la elipsis

Una elipsis elide texto innecesario u omite algo, normalmente, obvio. Esto último es lo que hacéis la aposiopesis y tú cuando recurrís a los puntos suspensivos para:

— Dejar una frase sin terminar, porque se sobreentiende lo que falta. Ejemplo; «Más vale pájaro en mano…».1
— Generar misterio o incertidumbre, omitir el relato de algo problemático, peligroso o turbio al tiempo que indicas que existe algo problemático, peligroso o turbio. Ejemplo: «Uy, si yo hablase…».
— Suprimir una palabra (o dos) por prudencia, dejando un silencio que todo el mundo comprende. Ejemplo:

Gimme the car (1983), Violent Femmes
El ping de la guitarra enfatiza la aposiopesis de la letra: «Come on dad, gimme the car tonight. I got this girl, I wanna…» (‘Vamos, papá, déjame el coche esta noche. Estoy con esta chica y me la quiero…».

Como curiosidad, la paralipsis es lo contrario al segundo punto de la aposiopesis. O sea, finges la omisión de lo que no quieres revelar para, de inmediato, revelarlo: «Uy, si yo hablase, te enterarías de su adicción a las drogas».

Bien, una vez comentado lo obvio, pasemos a lo innecesario, donde reina la figura literaria de omisión que más veces has utilizado sin darte cuenta: el zeugma.

Notas

1Algunos manuales de retórica citan una variante del anacoluto —el anantapódoton— para definir esta función. Yo, quien te escribe, he elidido esta figura y su compañera —el anapódoton— porque nadie parece tener demasiado claro para qué sirven. Y esto lo digo tras haber dedicado dos días de mi existencia a la consulta de manuales de retórica procedentes de diversos países.
Este asunto ya lo comenté en la primera entrega de «Las figuras literarias»:

Figuras literarias de ultraomisión

No mucho ha, te pedí que recordases una viñeta, pues allí aparecían dos ecfonesis, que es como se llama en retórica a la exclamación.

«Sic transit gloria mundi!».

Astérix en la India, Goscinny y Uderzo.

Vale; esta figura literaria no pertenece a las de omisión, aunque una de estas suele recurrir a su vociferante formato. Me refiero a la braquiología, que reduce el discurso a una palabra o a una expresión a fin de transmitir el significado completo de una frase.

Semejante capacidad de síntesis reduccionista la empleas de manera habitual cuando avisas a tu familia de que la cena ya está lista—«¡La cena!» (Ya está lista la cena)— o te das cuenta, de repente, de que se te ha olvidado comprarla —«¡La cena!» (Me he olvidado de comprar la cena)—.

También, cada vez que expresas tu opinión —«Perfecto» (Me parece perfecto lo que propones)— o defines a una persona —«¡Gilipollas!» (Creo que eres un gilipollas a causa de tu comportamiento)—.

Ahora bien, si piensas que esta figura literaria carece de valor narrativo, observa el partido que le sacan en The Wire:

Diálogo construido con un término que ejerce de ecfonesis y de braquiología.

En cierto sentido, la braquiología no es más que la variante expresiva de la skesis onomaton. Esto es, un estilo narrativo caracterizado por omitir el verbo en la oración.

Figuras literarias de omisión temporal

¡Ah! (ecfonesis), mas una elisión no se limita a hacer desaparecer el texto. De hecho… (aposiopesis) ¡Un segundo! (braquiología). Por poco introduzco una digresión, y esa figura literaria no corresponde a este apartado.

Empero, la prolepsis, sí; al igual que su contrafigura, la analepsis. Con la primera, das un salto narrativo hacia delante en el tiempo. Con la segunda,1 hacia atrás. Infaustamente…

No contenta con el papel que las musas le habían asignado, la prolepsis reclamó una funcionalidad mayor allende la anticipación del futuro. En consecuencia, se transformó en una figura retórica con la que un orador refuta su propio argumento: «La ventaja de los pleonasmos —cuyo uso soy consciente de que es erróneo— reside en…».

Para no liarte, cuando la prolepsis adopta este rol, también se la denomina procatalepsis. Aunque recupera su función literaria si aplicas esta anticipación de problemas a un texto escrito: «Antes de que me lo preguntes, las figuras retóricas son distintas a las literarias, pues aquellas se utilizan en la oratoria y estas en la escritura».

Otra figura literaria ya se habría sentido satisfecha (personalización) con esta doble misión. La prolepsis, no. Quería más. Por tanto, bautizada como catáfora, alteró el orden lógico del nombre y del pronombre, y cambió la anticipación temporal por la anticipación de una idea.

Mira tú por dónde, así descubrió que su giro insuflaba un aire de misterio a la narrativa.

Notas

1El famoso flashback.
2El efecto lo provoca el retardo en la aparición del nombre, ya que la narración te indica que hay un quién, pero no te dice quién es. Por tanto, el entendimiento pleno de la frase o del párrafo se demora hasta el final de su narración.
En cierto modo, esta suspensión de la comprensión recuerda a la que produce la separación de los verbos auxiliares, modales y Trennbare en alemán: «Ich habe Muarte gelesen» (‘Yo he MuArte leído), «Ich möchte MuArte lesen» (‘Yo quiero MuArte leer’), «Ich stehe um acht auf» (‘Yo me lev a las ocho anto’).

La oración periódica

Creerás que la prolepsis dejó de darle la turra a las musas después de anticipar tiempo, reacciones e ideas. ¡Ja!, y mil veces ¡ja!

Henchida de poder lírico, hinchada de vanidad retórica, saturada la cabeza de grandeza y la ambición ejerciendo de consejera, esta figura literaria se convirtió en una superfigura tras fusionar tres recursos retóricos que ya conoces —omisión, repetición y acumulación— con el próximo que conocerás: la amplificación.

De esta ventura, nació la oración periódica. Es decir, una construcción narrativa mediante sintagmas e inspirada en la estructura de la anáfora, donde combina:

— el baile sintáctico del hipérbaton;
— el retardo misterioso de la catáfora;
— la repetición enfática de la exergasia (o expolición);
— la descripción en catálogo de la enumeración y congerie;
— la extensión que propician las figuras literarias de amplificación.

Continuación

En esencia, la oración periódica altera el orden sintáctico de una frase mediante una retahíla de repeticiones con las que omite el verbo, retardando así la aparición de la acción principal.

Por consiguiente, la trama se congela en un limbo temporal para amplificar el alcance de una idea (ver canción de The Police) o el detalle de una descripción (ver fragmento de Austen).

Este recurso, bien empleado, hechiza a los lectores, aunque suele aburrir a quienes, digamos, consumen libros pero no leen literatura. Aun así, nunca olvides que, a despecho de su valor artístico, la oración periódica posee una efectividad narrativa descomunal.

Por cierto; la puedes componer con un tamaño muy corto o rematadamente largo.

Las figuras literarias III: la amplificación

Confieso que el poder y la energía emitidas por la oración periódica me recuerdan a un bajel pirata que iba cargado de cañones y era famoso por su bravura. No en balde, lo apodaban el Temido.

Felicidades; acabas de leer una paráfrasis. O sea, la reformulación,1 exégesis o interpretación de un texto a fin de amplificar su significado.

Ojo; la paráfrasis identifica a una figura de amplificación, y la perífrasis, a otra que transmite una idea con más palabras de las necesarias y, salvo contadas ocasiones, de manera indirecta (dando rodeos). Por tanto, si quieres evitarte líos, te recomiendo que emplees su segundo nombre: circunloquio.

Claro que, ahora que lo pienso, igual confundes el circunloquio con la exergasia (o expolición), que también actúa como figura de amplificación. Para distinguirlas, la primera figura dice una cosa una vez, y la segunda dice esa cosa dos veces.

Apañado el problema, aparece la digresión; un recurso retórico mediante el cual desvías el tema principal de la narración. Mi madre y mis compañeras de yoga poseen un dominio magistral de esta técnica. Solo que, la emplean sin propósito literario.

Claro que, ahora que lo pienso, igual confundes la digresión con el epifonema, que así se denomina al sintagma que cierra una parte del texto a modo de resumen, juicio o pensamiento derivado del contenido.

Que no cunda el pánico. Esta figura literaria resulta fácil identificar porque aparece al final de la frase, expresando una opinión.

Notas

1De ahí, el verbo parafrasear. Y, para aprovechar este espacio, te diré que cuando reproduces palabras de alguien que está muerto, la figura se llama idolopeya.
Tal circunstancia puede acaecer con alguien que cita a un fallecido —«Cada vez que mis hijos llegan tarde a casa, les repito las palabras de mi abuela: “Un día querréis entrar y la llave no os funcionará”»—, si la narración corresponde a un personaje que ha expirado —«Escuché el llanto de mis familiares mientras me enterraban»— o a un fantasma —«Yo soy el espíritu de tu padre» (Hamlet, Acto 1, escena 5, Shakespeare)—.

Versiones de las figuras literarias de amplificación

En teoría, las figuras que te mostraré a continuación no pertenecen al grupo recién mencionado. Aun así, un contundente estiramiento de su definición me autoriza a incluirlas en esta sección.

Resumiendo; he recurrido a una ñapa para catalogarlas dentro de las figuras de amplificación, en vista de que ñapa proviene de yapa; un vocablo quechua que significa ‘ayuda, aumento’.

Irónico, ¿verdad? Pues, no. La figura que he empleado en el párrafo previo se llama echarlemuchomorrismo. En cambio, la ironía y el cleuasmo, al expresar lo contrario de lo que manifiestan, como el litote, constituyen una variante burlesca, jocosa y jacarandosa de la transmisión indirecta que el circunloquio —amén del eufemismo y del disfemismo— realiza con una idea.

Mucho más directo, aunque dando más rodeos, se comportan el merismo —cuyo nombre reconocerás si has leído este artículo— y la hendíadis, una figura literaria asaz escurridiza. Esto se debe, en buena medida, a la peculiar amplificación que caracteriza su construcción.

A mí me parece una figura muy chula, pero, infaustamente, en diez de cada seis ocasiones —soy de letras, disculpa la incoherencia numérica1— pasa escandalosamente desapercibida. No así las versiones del circunloquio relativas a la comparación.

Notas

1Empero, yo, quien te escribe, uso los números porque constituyen una técnica narrativa de la literatura. Al margen de su valor como herramienta hiperbólica —«Con una mano derroté a cuatrocientos hombres, con la otra a quinientos»—, por ejemplo, te servirán para amplificar la sensación de misterio: «Pasaron siete horas sin que recibiésemos noticias», «De pronto, surgieron tres sombras en la pared».
Observa cómo se reduce el suspense si reemplazas siete por muchas y tres por varias o unas.

Comparaciones

Supongo, husmeo, intuyo que sabes lo que es un símil, una metáfora, una analogía y una alegoría. También, que las cuatro forman una corriente en tu mente, sin presas que separen sus aguas semánticas.

Vamos, que no tienes claro cuál es su diferencia. Desmaya la pena; rara no es tal confusión, puesto que las cuatro sirven para comparar1 a través de un circunloquio.

El truco reside en el cómo. Perdón, en el como, sin tilde. El símil lo utiliza, la metáfora no. Recuerda esto, y jamás dudarás a la hora de distinguirlas.

En cuanto a las que faltan, bueno, son más largas, aparte de que, en principio, tienen más de figura retórica (oratoria) que de literaria. Obviamente, esto no te dice nada, a menos que añada que establecen paralelismos entre elementos similares (la analogía) o una idea (la alegoría).

Ejemplo de analogía en The Wire.
Propósitos para 2025: ver esta serie y leer MuArte.

Lo malo es que la analogía tira de símiles y metáforas en su composición e, indubitablemente, tal circunstancia suele causar revuelo neuronal. Si la siguiente imagen no logra calmar el gallinero de tu cerebro, envíame un correo para que te lo explique en profundidad.

Así, llegamos a la alegoría, donde camuflas una historia de contenido político, social, moral, filosófico, etc. dentro de otra historia que ejerce de metáfora para la primera. Sirvan de muestra estas novelas:

Notas

1Símil, metáfora y, en buena parte, la analogía, concentran su efecto lírico en la transmisión una cualidad explícita y otra implícita.
Para entendernos; si comparo tus labios con rubíes, indico que son rojos (cualidad explícita) y valiosos (cualidad implícita; el rubí es una piedra preciosa). O, cuando digo que tus ojos son la noche, destaco que son negros (cualidad explícita) y misteriosos (cualidad implícita).
Asimismo, nada te impide equiparar el pelo castaño con el barro, pues explícitamente describes el color. Solo que, guárdate de hacer esta semejanza con la persona a la que amas, acaso te lleves un guantazo igual de explícito por implícito.

Variantes de las comparaciones

Puestos a comparar, lo haré bien, aunque esto implique soltar más tinta que el kraken. Al fin y al cabo, quienes hablamos esta mirífica lengua gustamos de exagerar. De modo que, enterremos las blandengues metáforas, los gazmoños símiles y melindres análogos en el ataúd de la prudencia, y rompámonos la boca con la amplificación suprema.

«No podía proponerse nada más modesto, porque en su nivel no habría valido la pena».

El congreso de literatura, César Aira.

A tal fin, emplearemos la hipérbole. En breve, una versión desnortada de la metáfora, cuyo paralelismo comparativo destaca por la potencia y la falta de mesura. Vamos, que prioriza el énfasis sobre la realidad. Como cuando dices: «Te he explicado miles y miles de veces», «Tengo todo el tiempo del mundo» o «Esto lo termino en un segundo».

¿No te parece suficiente exageración? Muy bien, subiré al ring al adinaton, la versión de la hipérbole que enfatiza sin guantes. En otras palabras, reemplaza la irrealidad de la hipérbole por un elemento imposible.

Ten cuidado con él, porque esta figura literaria no dejará de pegarte hasta el infierno se congele o los cerdos vuelen. Ni en mil vidas lograrías derrotarlo. Antes pasa un camello1 por el ojo de una aguja… ¿Cómo? ¿Crees que puedes vencerlo? Entonces…

«Que baje Dios y lo vea».


Notas

1Esta comparación proviene de un error de traducción. En arameo, camello y soga se escriben igual («gml»), mientras que en koiné (griego clásico) los términos poseen la misma pronunciación y una escritura similar («kamelon», «kamilon», respectivamente). Por tanto, la soga daría un hipérbaton y el camello un adinaton.
Procede indicar que la línea entre una figura literaria y otra es más fina que un pelo de dromedario, de manera que no te rompas la bóveda craneal tratando de determinar qué es irreal y qué es imposible.

Las figuras literarias III: lógica

Prepara el pañuelo, porque ha llegado el momento de terminar «Las figuras literarias III». Y me despediré con unos recursos harto cuquis que juegan con el paralelismo semántico.

Su estructura no presenta dificultad formal. Simplemente, escoges un elemento al que, de inmediato, enfrentas uno contrario y, ¡tachán!, sorprendes al lector con una ingeniosa oposición lógica. A menos que no la entienda, claro, y te mande al chan.

Riesgos al margen, dispones de dos modelos básicos para elaborar esta técnica narrativa: la cohabitación y el oxímoron.

Aunque, tú a mí no me engañas. Desde aquí percibo tu talento creativo, y esto es whiskas para el leopardo de tu cerebro. Por tanto, vayamos sin demora a las figuras literarias lógicas de caza mayor.

Las figuras que se burlaban del sentido común

La premisa fundamental de estas figuras literarias consiste en utilizar un contrasentido que revierta el significado o la congruencia de un enunciado. Empero, dos de ellas utilizan elementos opuestos, mientras que la tercera, la paradiástole, refuta sinónimos.

¿Sinónimos? ¿Acaso es posible…? Oye, ¿por qué te has puesto de pie?

Por esto:

Bien, ya has aprendido a romper conceptos sinónimos. Ahora, me sentaré y daré paso a una pareja artística famosa por trastocar el razonamiento lógico de los lectores: la antítesis y la paradoja. Tanto, que hasta resulta ardua la tarea de saber cuál es cuál.

Según la teoría retórica, la antítesis se forma con dos elementos: el introductorio —A ti te gusta el mar— y el contradictorio —y a mí me gusta la montaña—. O, citando a Chenoa, «Cuando tú vas, yo vengo de allí. Cuando yo voy, tú todavía estás aquí».

Percibido habrás la influencia de la cohabitación en esta figura. Estupendo, porque la sangre del oxímoron corre por las venas de la paradoja. Así pues, primero presenta el elemento introductorio —el mejor libro de este año— y, súbitamente, anula su mensaje1 con un giro inesperado —es la peor novela del siglo—.

Notas

1Un cuento chino relata la historia de un vendedor de lanzas y escudos que, en cuanto tenía la ocasión, presumía de la calidad de sus artículos: «¡Esta lanza perfora cualquier escudo que se le ponga por delante! ¡Este escudo es irrompible!». Entonces, un día, alguien le preguntó: «¿Qué pasaría si usara tu lanza contra tu escudo?». Ante lo cual, el vendedor se quedó sin respuesta.
Como te preguntarás a qué ha venido esto, observa cómo se escribe contradicción en chino: 矛盾. El primer símbolo (矛) significa ‘lanza’, y el segundo (盾), escudo.

…y así, concluyen «Las figuras literarias III»

Empero, no los artículos de interés, pues estoy preparando una sorpresa que… Hasta aquí puedo leer.

Deseo fervientemente que el trío de entregas te ayuden a mejorar tu narrativa. También, que te sirvan para leer con ojos nuevos las novelas y apreciar el inmenso trabajo lírico que hay detrás de nuestro trabajo.

Antes de poner punto final, decir debo que he omitido varias figuras literarias. Entre ellas, las preguntas retóricas. Ni te imaginas cuántos tipos distintos hay (anacoenosis, antipofora, hipoforia, erotesis…). Con todo, no descansaría tranquilo si no mencionase una en concreto: la epiplexis. En esencia, un lamento, una protesta o un insulto comunicado de forma interrogativa.

Quizá este vídeo explique mejor que yo su función. Disfrútalo, sé feliz, ve The Wire y regálate MuArte por Navidad.

New York ninja (1984).