Ha llegado el momento de hablar sobre «el envoltorio más externo del alma humana» (Sartor resartus, Thomas Carlyle, 1833). Es decir, la ropa. O, mejor dicho, la moda que marcó tendencia entre «Los malditos franceses y su decadencia: parte final II».
¡Repámpanos! Turnia, hosca y ríspida mirada refulge en tu cara tras leer estas mis palabras. Desfrunce, desfrunce el guiño ceñoso que arruga tu frente, pues la unión de la vestimenta con la iconoclasia libertina (ver artículo previo) urdió la ontología estética de unos autores peculiares, pintorescos y polémicos que caracterizarían la literatura de la segunda mitad del XIX: los dandis.
Te suenan, ¿verdad? Justo, los del varón de la colonia. Y añade la Brummel, porque así se llamaba, pero con dos eles (Beau Brummell), quien fundó este movimiento que transformó en religión al indumento.
El dandismo: de la banalidad a la vanidad
En 1816, ocurrió un suceso que no aparece en los libros de historia: Inglaterra conquistó Francia. Con la cultura. Y su moda.
Precisamente, la última «importó» al personaje más relevante, elegante y desconcertante del Romanticismo: el dandi.
«Esos que sólo saben ponerse la corbata y pelear en el Bois de Boulogne».
De l’Amour (1822), Stendhal.
Denostados al principio, el tiempo cambiaría esta opinión negativa. Es más, los autores incorporarían en las novelas su figura y filosofía:
«No se ha compenetrado usted con el siglo en que vive. Haced siempre lo contrario de lo que se espera de vosotros, es el gran axioma, la religión única de esta época».
Rojo y negro (1830), Stendhal.
Con todo, esta ideología, aun cierta, también es falsa. En realidad…:
«El dandi debe aspirar a ser sublime sin interrupción; debe vivir y dormir frente a un espejo».
Mi corazón al desnudo (1887, póstuma), Baudelaire.
De aquí se extrae su verdadera misión, que consiste en que…:
«El dandi no hace nada».
Mi corazón al desnudo, Baudelaire.
Empero, pese a la veracidad de esta máxima, también resulta inexacta, ya que un dandi no teme la actividad:
«Si un hombre y un perro se estuvieran ahogando en un estanque, [el dandi] salvaría al perro, siempre y cuando hubiera alguien mirando».
Beau Brummell (1930), Virginia Woolf, supuestamente citando a Brummell.
¿Comprendes ahora por qué he empleado el adjetivo desconcertante para definirlo?
La revolución estética
A despecho de su odio mutuo, el cenáculo y Balzac compartían el propósito de la recuperación. Uno, el del estatus social del escritor. El otro, el de los privilegios aristocráticos. Y, en cierto sentido, la causa del dandi incluía los dos.
Verás, por mor de una larga relación histórica, algunos artistas y varios nobles miraron la irrupción de la burguesía, el capitalismo económico y la industrialización en Francia como tú a mí al principio del artículo. Así pues, exteriorizaron su malestar. Eso sí, con mucha elegancia.
De esta manera, nació el dandismo,1 un movimiento donde la estética constituía su raison d’être, y que derivaba de la moda británica de los macaronis dieciochescos.
Igualmente, complementaron este vestuario distinguido y provocativo con una actitud y un comportamiento orientados a distanciarlos de la sociedad. Es decir, lo mismo que los románticos mediante su melancolía, exaltación pasional y evasión en la naturaleza e imaginación.
Solo que, los dandis prescindieron de corrientes culturales, ideológicas y filosóficas. Más aún, de las emociones.
Notas
1Véase La pimpinela escarlata (Emma Orczy, 1905).
El arte de no hacer nada
La India (Bharat) se independizó1 bajo el principio hinduista de ahimsa (‘no violencia’). Por consiguiente, Gandhi era un dandi. Ojo, Buda, también, ya que sus enseñanzas se centran en la supresión de aquello que Freud denominó ego.
¡Ah! Veo que no estás de acuerdo. En efecto; Mahatma carecía de clase. ¡Se enrollaba en la tela sobrante de un taparrabos! Y el aforismo budista humea vacuidad etérea en lugar de ardiente ingenio. Además, ¿para qué tanto dharma y tanto monje cuando sabemos que «la corbata es el hombre»? (Tratado de la vida elegante y la fisiología del aseo, Balzac).
El párrafo que acabas de leer contiene las Cuatro Nobles Íes del dandi: indiferencia, ironía, impertinencia e insolencia. El anterior, la primera capa de su personalidad: un rebelde pasivo «hecho de ausencia» (Baudelaire, Sartre).
Bien, presta oídos a mis palabras. Esta preocupación estética, absentismo y desdeño oral identificaban la marginalidad del dandi. Pero, el comportamiento de aristócrata decadente finisecular, la sofisticación y la elocuencia burlesca reflejaban superioridad. En consecuencia, se trataba de alguien situado fuera y por encima de la sociedad.
Desde tal privilegiada posición, se entregaba a una ociosidad que me río yo de la que promueven Byung-Chul Han (Vida contemplativa), el niksen, el dolce far niente o el movimiento Slow. ¡Aprendices!
Notas
1Curiosamente, el proceso se inició con la marcha de Dandi (1930).
El nirvana estético
Lejos de oler las rosas o de contemplar puestas de sol, los dandis dedicaban su inactividad al activismo. O sea, no hacían nada, no generaban nada y, aun así, tenían un je ne sais quoi que derrotaba a lo útil con la belleza durante una época en la que solo se valoraba la productividad económica de una persona.
Evidentemente, no tardaron en ponerlos verdes. Tanto por su actitud como por su estética andrógina, ya que emperejilaban la apariencia masculina de artículos femeninos —maquillaje, principalmente—. Claro; sus críticos desconocían la quinta í del dandi: la imperturbabilidad. Aunque, esto requiere una explicación técnica.
Verás, todo traje conlleva una gran responsabilidad. En el caso del dandi, la renuncia a tu persona. Esto es, deshacerte del ego a fin de adoptar el de un personaje estoico de emociones e hipócrita en líneas generales.
«El placer de asombrar y la orgullosa satisfacción de no asombrarse nunca».
El pintor de la vida moderna, Baudelaire.
Una vez deshumanizado, el sujeto que sentía deseo y atracción se convierte en objeto de deseo y de atracción. Entonces, el dandi trasciende a ser sublime e ideal de la sofisticación urbana.
«Los jóvenes de París no se parecen a la juventud de ninguna otra ciudad».
«La muchacha de los ojos dorados», Historia de los trece, Balzac.
El dandi romántico
La llegada del dandismo coincidió con la evolución del Romanticismo 1.0. a 2.0. y el ascenso de la metrópoli en detrimento del campo. Pero, por aquellas calendas, se percibía como una tribu urbana dentro de la fauna capitalina que era «todo estilo y nada de contenido» (Michael Bronski).
Esta impresión cambió radicalmente cuando su figura se integró en el 2.0. Bueno, más bien varios artistas adoptaron su estética, además de la individualidad con la que se mantenían al margen y por encima del movimiento.
Así, los vanidosos descerebrados pasaron de villanos a héroes tras la batalla de Hernani. Es más, reemplazaron al mártir romántico del 1.0., con quien compartían las siguientes características:
- Misticismo divino: el dandismo se consideraba una religión entre sus integrantes. ¿Te acuerdas de que el cenáculo llamó «ser supremo» al poeta? Pues esta definición la elaboraron Hugo, de Musset y Gautier. Los dos últimos, dandis.
- La muerte trascendental: la persona como sujeto, víctima de un sistema, desaparecía para reencarnarse en un ideal crítico que incluía ambos sexos en su apariencia.
- La exaltación pasional: pese a su hermetismo emocional, transmitían el sentimiento de aversión mediante su indiferencia, arrogancia e ironía.1
Notas
1El desdén del dandi originaría una nueva mentalidad urbana que se burlaba de la gente que vivía o provenía del campo, las provincias o el extranjero (rústicos). Ahora, ya sabes a quién le deben los parisinos su comportamiento.
El dandi maldito
Si Brummell ideó el dandi tradicional en Inglaterra, Gautier introdujo el modelo intelectual francés. Y, este, se sublimaba en arte. A fin de cuentas, el arte, al igual que el dandi, simboliza la belleza —estética— y no sirve para nada —no utilitario—.
En consecuencia, el artista realiza una actividad diletante —ociosa—, y se dedica a larpurlar. O sea, hacer arte por amor al arte (l’art pour l’art), sin normas, sin pretensiones, sin objetivos. Espero que esto lo hayas entendido, porque de aquí saldrá el parnasianismo.
Volviendo a Gautier, su dandi y el de Musset —versión libertina del anterior—, sumados a la prosa tétrica de Villon, crearían una variante más oscura con Baudelaire.
Empero, esta progresión implica una extensión del dandismo, puesto que el autor de La Fanfarlo (1847) y de Las flores del mal (1857) pertenecía al entorno burgués. Y no sería el único de esta clase social que abrazaría su credo estético en señal de protesta contra los suyos.
«La gran superioridad de Francia sobre Inglaterra es que, en Francia, todo burgués quiere ser un artista, mientras que en Inglaterra todo artista quiere ser un burgués».
Oscar Wilde.
A partir de aquí, el renegror se potenciará con el dandi satánico de Jules Barbey d’Aurevilly, el bohemio y libertino de Rimbaud o el simbolista y parnasiano del resto de los poetas malditos.
Los malditos franceses y su decadencia durante el Romanticismo 3.0.
Acabada la batalla de Hernani (1830), Gautier y de Musset fundaron el pequeño cenáculo (Le Petit-Cénacle). ¿Motivo? Intuyo que la politización literaria de Hugo causó el descontento entre quienes aspiraban a un arte sin pretensiones, objetivos ni agendas.
Dentro de este grupo alternativo se encontraban Gerard de Nerval, Pétrus Borel, Philothée O’Neddy (nombre real: Théophile Dondey; apodo: Otelo), Alphonse Brot y Auguste Maquet, además de dos arquitectos (Vabre, Clopet), tres grabadores (Nanteuil, Thom, Bouchardy) y un escultor (Jehan du Seigneur).
Lástima de que no les hubiera dado por la música, ya que habrían inventado el punk en el XIX. Quizá les habría ido mejor, ya que la escisión se produjo al tiempo que la irrupción de Balzac, y poco antes de que el marido de Delphine Gay recuperase el folletín (1836). Vamos, cuando la literatura se empapó de materialismo utilitario y ensombreció su trabajo.
Lo cual resulta bastante injusto
Y tanto. Gautier, de Musset y de Nerval son tres nombres grandes de la literatura. De hecho, sin ellos no existirían Baudelaire, los malditos o el surrealismo modernista.
Añade a Borel en el decadentismo y surrealismo, y también el Feu et flamme (1833), de O’Needy, porque anticipa la obra de Rimbaud y el estilo del gótico frenético. En cuanto a Maquet, como ya sabes, escribió las novelas más famosas de Dumas en calidad de colaborador.
De todas formas, el autor romántico más relevante durante este período no formaba parte del cenáculo. Al menos, de un modo directo. Y no era un dandi, sino una dandizette. O quaintrelle, si prefieres este término.
Aurore Dupin
Gautier «fichó» por La Chronique de Paris después de que Balzac le transmitiera una oferta laboral a través de Jules Sandeau. Este hombre y madame Dudevant habían escrito Rose et Blanche en 1831, y la publicaron bajo el seudónimo de Jules Sand.
A madame Dudevant —que había tenido un romance con su compañero de libro— le gustó el nom de plum. Por tanto, lo adoptó. Con una ligera modificación: sustituyó Jules por George para que sonase más británico.
El caso es que madame Dudevant (Aurore Dupin, de soltera; George Sand, de separada) contaba con una larga experiencia en el cambio de identidad. Se había criado con una abuela librepensadora que estaba algo sonada de la cabeza. Tanto, que la confundía con su padre muerto, y la llamaba Maurice en lugar de Aurore.
Claro; tampoco ayudó a la pobre señora que el tutor de la pequeña la vistiera de hombre para que se moviera con mayor comodidad por el campo.
La Honoré de Staël del 2.0.
Al igual que de Staël, Aurore no tenía hermanos1 que acaparasen la atención ni le restasen posibilidades de futuro. Sí disponía, empero, de una desbordante imaginación. Una vez la combinó con la escritura, su nivel de producción equiparó al de Balzac.
Nada exagero; creo que, además de ensayos, artículos y una inmensa autobiografía (Historia de mi vida, 1848-1855), compuso alrededor de setenta y cinco obras, de las que unas sesenta corresponden a novelas. La primera, como George Sand, Indiana (1832), que lo petó. Desde ese momento, libro que no triunfaba, obtenía el éxito.
«¿Me lo reprochas?».
Valentina, George Sand.
Uy, en absoluto. Tus historias idealizadas pero realistas demostraron que, como en tu persona, dos géneros opuestos podían convivir dentro de uno. Y ese realismo romántico lo plasmaste a través de novelas sentimentales (Consuelo, 1841), bucólicas (La charca del diablo, 1846), históricas (Los caballeros de Bois-Doré, 1857) e, incluso, góticas (Mauprat, 1837).
En cada una de ellas, deconstruiste a la mujer, al amor (adúltero, imposible, romántico, incestuoso…) y a la sociedad. Diste forma a silentes deseos, luz a la hipocresía y avaricia, sin olvidarme de una voz a quienes clamaban libertad e igualdad, sumidas en identidades perdidas.
Normal, pues, esa popularidad. Pero, claro; no faltará quien opine que tu fama derivó del escándalo.
«Tarde o temprano habrá que llegar a eso».
La petite Fadette, George Sand.
Notas
1Hippolyte, su medio hermano ilegítimo, llegó a la casa más adelante.
Talento polémico
Si un dandi se identificaba con su traje, la escritura de Sand —¿cuánto de esta legaste a Flaubert y a Woolf?— revelaba su personalidad: diligente, informal y de estética desenfadada, pero con más estilo que su gran amigo Balzac, quien la llamaba «mi hermano George».1
Por otro lado, la mayoría de historias que narraba procedían de experiencias pasadas. Las demás reflejaban deseos que, tarde o temprano, materializaría en su vida. Respecto al seudónimo, desde canija le encantaban los apodos, del mismo modo que la extravagancia o lo teatral. Y su comportamiento, a la par que la vestimenta, reflejaban la percepción de su identidad, a veces ambigua; en ocasiones, curiosa; a ratos, irónica.
Con esto quiero expresar que Sand carecía de artificialidad. De ahí la excelente recepción de sus novelas. Sobre todo, entre el público femenino, ya que autora y obra transmitían coherencia en el mensaje, en los actos y en la apariencia.2
Entonces, ¿dónde estaba el escándalo? Pues que, según la ley, una mujer no podía vestir ropa de hombre. Ni fumar. Mucho menos, habanos, como Sand gustaba de consumir en público.
Ah, bueno; y que concebía las relaciones al estilo de los hurones. O Byron.
Notas
1Sand aparece en La comedia humana como mademoiselle des Touches en las siguientes obras: Ilusiones perdidas, Esplendores y miserias de las cortesanas, La oveja negra, La musa del departamento, Otro estudio sobre la mujer, Honorine, El gabinete de antigüedades, La prima Bette, Una hija de Eva, y Béatrix. La protagonista de la última está inspirada en madame d’Agoult, pareja de Liszt y madre de Cosima, amante (primero) y esposa (después) de Wagner.
2Esa honestidad en la apariencia es lo que distingue a Sand de Sade.
¿Y qué opinaban los románticos sobre Sand?
La revolución de 1830 puso fin a la Restauración, pero derivó en cinco años de revueltas y represiones antes de que el nuevo régimen se consolidase. Además, la nación sufrió una epidemia de cólera (1832), período donde transcurre la acción de Los miserables.
Durante este lustro tumultuoso, emergió la figura de George Sand, hija… nieta, más bien, del pensamiento de Rousseau —su abuela la crio con los ideales del ginebrino—, seguidora de los filósofos románticos alemanes, dueña de una arrolladora personalidad, exultante de imaginación y sentimiento, envuelta en un halo de misticismo ataviado de dandismo, azote provocativo de la antigua moralidad y protagonista diaria de una fábula milesia.
En breve: la nueva de Staël. Así que, sospecho que Hugo («Ser Chateaubriand o nada») la apreciaba por este motivo. O que, en vista de su éxito y fama, se puso de su lado (acuérdate de Balzac). O, tal vez, su admiración fuese íntegra y pura en realidad. Uno nunca sabe con este hombre, la verdad.
A Sainte-Beuve, en cambio, le conquistó su talento literario. Hasta rechazó las insinuaciones de Sand al poco de conocerse, ya que él era fiel a la mujer de Hugo. Años después, discutieron cuando la escritora abrazó la ideología de Pierre Leroux.1 Con todo, mantuvieron la amistad.
«No me corresponde a mí decidir si [Sand] es mi hermana o mi hermano».
Victor Hugo.
«La más original y la más gloriosa aparición individual en los últimos diez años es, sin duda, George Sand».
Sainte-Beuve, 1840.
«Lloré como un bobo».
Flaubert, a Turgenev, hablando del funeral de Sand.
Notas
1Acuñó el término «socialismo» para definir al sistema donde el estado elimina al individuo y lo convierte en un robot que le rinde pleitesía. Conoció a Hugo durante el exilio de ambos en Jersey.
¿No le caía mal a nadie?
Ninguna persona me parece más apropiada para valorar al símbolo del 2.0. que Chateaubriand, quien confesó a Sand en una carta «la apasionada admiración que profeso por su talento y que a nadie oculto».
Luego, en sus Memorias de ultratumba matizó que «la admiración que le profeso debe disculpar observaciones que deben su origen a la desgracia de mi edad».
Resumiendo; los temas que abordaba no le convencían del todo —aún menos, el estilo realista—, ya que él valoraba la modestia femenina. Aunque, lo expresó de una manera más elegante que yo: «Las obras de Madame Sand […] nacen de la época».
Luego, eso sí, escribió una perla de sinceridad crítica: «Estoy convencido de que el talento de madame Sand está parcialmente enraizado en la corrupción; sería vulgar si fuera modesta».
Gautier, por su parte, no soportaba a las feministas. De hecho, su protesta te resultará familiar: «Estas señoras, no contentas con innovar la política y la moral, también innovan en gramática. […] ¿Dirán pintorista o pintoresa ?».1
«Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual».
Las avispas, Alphonse Karr.
Y dirás: «Ah, este era su problema». Pues, no. Gautier le echó en cara que, en lugar de larpurlar, Sand hiciera larpurtús (l’art pour tous, ‘arte para todos’). Esto es, literatura comercial.2 Así que, ni le hablaba.
Tampoco de Vigny, salvo para referirse a ella como «esa maldita lesbiana». Intuyo que el (supuesto) romance entre la autora y Marie Dorval —pareja del turrieburnista, a la sazón— condicionó su opinión.
Finalmente, escuchemos al protagonista de la próxima entrega: Baudelaire, quien consideraba a Sand una «estúpida, pesada y charlatana».
Notas
1Fígaro, 1836.
2Probablemente, Sand vendió más que Hugo, Dumas o Balzac.
Continúa con los malditos franceses y su decadencia: parte final III
Bueno, y con el dandi, pues este personaje sufrirá una espectacular transformación en «Los malditos franceses y su decadencia: parte final III». Obviamente, debido a Baudelaire, cuyo nombre he mentado ya demasiadas veces, pero apenas te he contado pinceladas sobre él.
No es que me caiga mal. Simplemente, su impacto literario resultó circunstancial. Aun así, representa un faro dentro de la caótica fragmentación temporal del 3.0., y una bisagra chirriante entre el antes y el después del Romanticismo.
Por esta razón, necesita un artículo propio, donde te mostraré qué influencias poéticas ensombrecerían la estética lírica, amén de la dimensión mental en la que surgió no solo el decadentismo, sino el 1.0. Te aseguro que entenderás mi tono místico una vez leas «Los malditos franceses y su decadencia: parte final III». Pincha en el enlace. O te arrepentirás.