Quienquiera que haya leído Ulises jamás olvidará esa experiencia. Bien por su genialidad, bien por su ilegibilidad, algunos la valoran como una obra maestra, mientras que otros la consideran una supina mierda infumable. Con todo, por extraño que parezca, nadie emite una opinión intermedia. Así pues, esta entrega resolverá el enigma alrededor de James Joyce: retrato de un escritor insurgente.
Para ello, comenzaré con la historia de Irlanda, referencia fundamental antes de adentrarte en la lectura de Ulises, ya que te desvelará las causas que establecieron la situación social, política, religiosa y cultural de la época en la que trascurre.
Una vez te hayas ubicado y dispongas del marco adecuado en tu cabeza, sigue las instrucciones que aparecen a continuación:
- Desfibrila el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular.
- Comparte esta larguísima primera parte de James Joyce: retrato de un escritor insurgente por tus redes sociales.
Go raibh maith agat (go-ro-má-a-got): ‘gracias’, en gaélico.
El árbol de los druidas
Hace mucho tiempo, las nubes y los bosques cubrían Irlanda, y estos proveían a sus habitantes de alimento. Durante el Neolítico, entre que la agricultura necesitaba espacio y el ganado se comía las semillas, muchos árboles desaparecieron. Por tanto, esta ausencia, sumada a la lluvia constante, formó en la isla bastantes lodazales (bogs).
«Conmee reflexionaba sobre la providencia del Creador al hacer que la turba se encontrase en los bogs».
Ulises, James Joyce.
John Conmee: jesuita del Clongowes Wood College, donde estudió Joyce. También aparece en Retrato del artista adolescente.
A lo largo del Medioevo, la tierra esmeralda se fragmentó en múltiples reinos. Como estaban peleados entre ellos, uno pidió ayuda a la Inglaterra normanda, cuyo monarca, Enrique II, nombró a su hijo Juan «Señor de Irlanda».
«Es culpa nuestra. Les dejamos entrar. La adúltera y su chulo trajeron aquí a los ladrones sajones».
Ulises, James Joyce.
Devorgila, esposa de O’Rourke, príncipe del reino de Breffni, estaba liada con Diarmait MacMurrough, rey de Leinster. Este último, tras ser derrocado, pidió ayuda a Enrique II para recuperar su puesto.
Infaustamente, su hermano Ricardo, el del corazón de león, murió tras un breve reinado, de modo que Juan heredó el trono inglés1 a la par que gobernaba a los soldados y colonos que se habían asentado en suelo irlandés.
Tan británica costumbre de hacer patria donde viven otros molestó a los gaélicos, quienes redujeron la presencia foránea a un terruño cerca de Dublín, rodeado por una empalizada, The Pale, llamada. Esos árboles fronterizos acuñarían la expresión beyond the pale: ‘inaceptable’, ‘pasarse de la raya’.
Notas
1Rey en la época de Robin Hood. Su mala fama procede de la época victoriana.
El conflicto religioso
Ávidos de poder y carentes de pudor, los Tudor dirigieron su venina mirada hacia las católicas costas glaucas. Incluso Enrique VIII se proclamó rey de Irlanda (1541), aun cuando la corona toda la isla no abarcaba. Qué más le daba; confiscó tierras y las repobló con colonos británicos protestantes para aumentar su influencia, además de imponer la vestimenta, lengua y leyes inglesas; un sistema que, más tarde, repetirían en América.
«Y así volverá a ser —dice— cuando se vea el primer barco de guerra irlandés abriéndose paso por las olas con nuestra propia bandera enarbolada, nada de esas arpas de Enrique Tudor, no, la más antigua bandera que haya navegado, la bandera de Desmond y Thomond, tres coronas en un campo azul, los tres hijos de Milesio».
Ulises, James Joyce.
Milesio: Miles Hispania, Míl Espáine (‘soldado de Hispania’, en latín y gaélico), ancestro mitológico de los irlandeses, nieto de Breogán. Los tres hijos, se supone, son los O’Brien (reino de Thomond), los Butler (reino de Ormond) y los Fitzgerald (reino de Desmond).
El conflicto territorial no se resolvería hasta que los gaélicos cayeron derrotados en la batalla de Kinsale (1601) y los ingleses asolasen la isla durante dos años mediante tácticas de tierra quemada que derivaron en la firma del Tratado de Mellifont (1603). Así, Irlanda pasó a provincia del Imperio; las parcelas católicas, a propiedades protestantes, y el 20 % de bosque restante, a un 1 %.
Buena parte de su madera reconstruyó Londres (incendio de 1666), mientras que la otra amplió la flota de la Royal Navy o se convirtió en barriles destinados a la exportación. Por último, los robles murieron porque su corteza se empleaba para curtir el cuero.
«“Sin árboles, como Portugal, pronto estaremos”, dijo John Wyse».
Ulises, James Joyce.
El innombrable
El siglo XVII dejó a Irlanda deforestada, dividida y diezmada por culpa de alguien a quien no mencionaré, pero cuyo réprobo nombre nadie olvida en la isla.
«[…] echándole encima las maldiciones de Cromwell».
Ulises, James Joyce.
Antes procede contarte que, en 1641, los irlandeses afectados por el despojo, la discriminación religiosa y la dependencia política de Inglaterra se apoderaron del Castillo de Dublín y atacaron a los colonos protestantes del Ulster. Mejor dicho, los masacraron y quemaron vivos.
Esta brutal revuelta inició los once años (y seis meses) de las Guerras confederadas (1641-53), que trascurrieron paralelas a las tres guerras civiles de Inglaterra (1642-46, 1648-49, 1649-1651) entre parlamentarios y realistas.
Aquí, emerge la figura del hombre de nefando recuerdo e infame legado, quien dio la victoria a los primeros y partió (1649) con el ejército parlamentario (New Model Army) a reconquistar Irlanda sin miramientos ni misericordia, puesto que el alquiler de las nuevas tierras pagaría los créditos de las guerras civiles.
Su campaña, considerada una limpieza étnica más que una operación militar —John Milton definió a los irlandeses «una chusma mestiza, en parte papistas, en parte fugitivos, y en parte salvajes»—, relegó las sanguinarias rapiñas de los vikingos («Las galeras de los Lochlanns arriban en la playa en busca de presa», Ulises) al nivel de anécdota.
«¿Y el mojigato de Cromwell y sus soldados que pasaron a espada a las mujeres y niños de Drogheda con el texto bíblico “Dios es amor” pegado alrededor de la boca de su cañón?».
Ulises, James Joyce.
To Hell or Connacht
La carnicería no terminó con la guerra, porque los católicos se reagruparon en guerrillas y atacaron las líneas de distribución enemigas. En respuesta, los ingleses destruyeron las reservas de alimento irlandesas, provocando la hambruna al mismo tiempo que surgía un brote de peste bubónica en la isla (1651).
Incluso bajo estas condiciones, las guerrillas siguieron actuando. Por tanto, el innombrable declaró el To Hell or Connacht, un lema que advertía a los irlandeses acerca de las dos opciones que tenían: morir o desplazarse a la provincia de Connacht, una región pobre y árida al oeste de la isla. A quienes sorprendieran fuera de esta zona delimitada, lo trucidarían en el acto, aparte de quedarse con sus pertenencias y ganado.
«Hambre, peste y matanzas».
Ulises, James Joyce.
Se estima que, sumando las víctimas por el conflicto bélico, el hambre y las enfermedades a los expulsados (curas católicos, principalmente) y prisioneros convertidos en esclavos que mandaron a las plantaciones de Barbados —ver Las Quimbambas—, la población irlandesa se redujo un 41 %. Añade a esta cifra los que perecieron después en la Guerra Guillermita (1689-91).
La trola setecentista de un sórdido maquiavelista
De pronto, la rueda de Ares irlandesa dio un giro inesperado. Hasta ese momento, las disputas territoriales enfrentaban a irlandeses gaélicos contra británicos. Empero, en esta ocasión, la religión formaría los bandos: católicos (gaélicos y británicos) contra protestantes (irlandeses y británicos).
Pese a la lógica de esta alianza, las causas que la entablaron quizá te sorprendan tanto como sus consecuencias, pues transformaron a Irlanda en campo circunstancial de una batalla ajena, donde las dos facciones mencionadas luchaban a favor de Inglaterra.
Este extraño devenir —y complejo, ya que combina una guerra civil con una mundial (Guerra de los Nueve Años, 1688-97)—, responde a las sempiternas disputas religiosas que caracterizaron el XVII en Europa. Solo que, mientras el continente cerraba ese ciclo, Irlanda lo abriría en sus tierras.
El primer responsable de este desaguisado se llamaba Titus Oates, un cura inglés asaz turbio y de sotana variable, quien, poco después de que lo expulsaran de los jesuitas, se inventó un rumor sobre un complot de esta orden para asesinar a Carlos II (1678).
Su bulo, en medio de la tensión reinante, desató la histeria de una Inglaterra que ya miraba con recelo hacia los de Loyola, previamente acusados de haber causado el incendio de Londres (1666) y de haber tramado la conspiración de la pólvora (1605).
«Pensaba que estabas en la nueva conspiración de la pólvora, dijo J.J. O’Molloy».
Ulises, James Joyce.
«¡Londres está ardiendo! ¡Londres está ardiendo!».
Ulises, James Joyce.
La «broma» les costó la vida a veintidós curas, la expulsión casi completa a las órdenes católicas y la libertad a Titus Oates cuando el Duque de York ordenó su arresto por sedición en 1681 y perjurio en el 85. Ese mismo año, Luis XIV promulgó el Edicto de Fontainebleau en Francia y Jacobo II,1 de la casa de los Estuardo, accedió al trono de Inglaterra.
Notas
1El Duque de York.
La Guerra de los dos reyes
A diferencia del monarca francés, cuya persecución contra los protestantes (Hugonotes) había culminado con la ilegalización de su religión (el famoso Edicto), Jacobo II apostó por la tolerancia e igualdad religiosa. Lo malo es que él era católico. En consecuencia, su propuesta se malinterpretó como un intento de imponer el absolutismo.
Tampoco ayudó, sea dicho de paso, que el confesor de Luis XIV (Padre Ferrier) perteneciese a los jesuitas, lo que reavivó la martingala de Titus Oates. O que María de Módena (católica), esposa de Jacobo II, engendrase a su primer hijo en 1688, desplazando a la hija del anterior matrimonio del rey —María (protestante)— del puesto de heredera.
Bueno, ahora comienza el culebrón. Empuñando el martillo de la fe y empeñado en dominar el mundo, Luis XIV había marcado a la protestante República Neerlandesa de las Provincias Unidas (Holanda) en su mapa de objetivos. Ante esta tesitura, el príncipe Guillermo de Orange tomó la decisión más sensata: invadir Inglaterra por su cuenta.
Sí, sí; ríete, pero lo logró. Aunque, quizá su mujer —la María desheredada— facilitara su llegada, invitada por los protestantes británicos a ocupar el puesto de su padre, paripé de conquista militar mediante. Acto seguido, el Parlamento aprobó y legitimó el golpe de estado que ellos mismos habían orquestado, imponiendo su derecho al divino de los Estuardo.
«Donde la pata delantera del caballo de King Billy [Guillermo III] bajaba por el aire».
Ulises, James Joyce.
Durante esta Gloriosa Revolución, Jacobo II se negó a atacar a Guillermo III. Una idea excelente; la mayor parte del ejército había cambiado de bando. Despechado, le pidió cobijo a su primo. En efecto: Luis XIV, quien no compartía ni el gen del pacifismo ni la tolerancia de su pariente depuesto.
Claro; con tanta ansia imperialista, el ejército francés mantenía demasiados frentes bélicos, de modo que el Rey Sol sugirió a Jacobo II que buscara jacobitas que apoyaran su causa. ¿Y dónde crees que había católicos de sobra, dispuestos a regar el campo de sangre británica protestante?
Así, los irlandeses, los británicos católicos y un contingente francés se unieron en el sur de Irlanda (Kinsale) para atacar a los guillermitas (secundados por los holandeses y fuerzas danesas) que se habían fortificado en el Ulster.
Obviamente, los últimos ganaron. Entretanto, la población irlandesa menguaba al ritmo de sus árboles: cien mil muertes entre guerra, hambre y enfermedades, que se reduciría un 1 % más tras la paz firmada en el acuerdo de Limerick.
«Luchamos por la dinastía real de los Estuardo, que renegaron de nosotros por los de Guillermo III, y nos traicionaron. Recuerden Limerick y la piedra del tratado rota».
Ulises, James Joyce.
Los Condes y los Gansos Salvajes
Las condiciones del acuerdo garantizaban a los católicos civiles la propiedad de sus tierras, igualdad de derechos y libertad religiosa si juraban fidelidad a Guillermo III. En cambio, a los integrantes del ejército jacobita les ofrecía dos opciones: pasarse al protestante (muy pocos) o exiliarse (casi todos).
De esta manera, se produjo el vuelo de los Gansos Salvajes, nombre que recibieron los militares que abandonaron Irlanda. Unos escogieron por destino España1 o Francia (estos soldados serían los precursores de la Legión Extranjera) y, el resto, a los Habsburgo.
«Dimos nuestra mejor sangre a Francia y España, los gansos salvajes. Fontenoy, ¿eh? Y Sarsfield, y O’Donnell, Duque de Tetuán en España, y Ulysses Browne de Camus, que fue mariscal de campo de María Teresa».
Ulises, James Joyce.
Algo similar sucedió en 1607 (el Vuelo de los Condes), cuando los principales dirigentes católicos (Hugh O’Neill y Rory O’Donnell) partieron con otros nobles gaélicos (Maguire, Ward, McSweeny, O’Gallagher, McDevitt, McGuinness, O’Cianáin, Plunkett…) en busca de apoyo militar en España para reanudar los combates contra los ingleses.
«Caballos del Emperador. Habsburgo. Un irlandés le salvó la vida en las murallas de Viena. ¡No lo olvidéis! Maximilian Karl O’Donnell, conde de Tirconnell en Irlanda. […] Gansos salvajes. Oh, sí; todas las veces. ¡No olvidéis esto!».
Ulises, James Joyce.
En cualquier caso, el vuelo de los Gansos (como el de los Condes o el de los soldados que desertaron cuando Isabel I los envió a Flandes —siglo XV— y se unieron a las tropas españolas) anuló la capacidad de reacción en la Irlanda gaélica y católica.
Por ende, nadie impidió a los protestantes saltarse las condiciones del acuerdo pocos días después de su firma, quienes tomaron el control absoluto de la isla y se apropiaron de lo que creciese en ella.
Notas
1Algunos, destinados a América: Cuba (Regimiento Irlanda), México (Regimiento Ultonia) y Honduras (Regimiento de Hibernia).
Dublín
Lejos de mí criticar la escasa honestidad con la que Inglartera sometió Irlanda a Gran Bretrampa. Empero, se había cubierto las espaldas (literalmente) ante las huestes papistas. Hora, pues, de reforzarlas.
La primera mitad del siglo XVIII consolidó el poder protestante a través de una serie de actas que, de manera resumida, privaron de derechos propietarios a la mayoría católica:
- Prohibición de comprar terrenos.
- Prohibición de heredar terrenos protestantes.
- Prohibición de legar terrenos a un único heredero.
- Obligación de pagar un diezmo a la Iglesia de Irlanda (anglicana).
Precisamente, esta institución religiosa determinó las decisiones políticas y económicas de la isla, ya que solo sus miembros podían integrar el Parlamento, a su vez subyugado al británico, que priorizaba los intereses ingleses sobre los irlandeses. Lo cual perjudicaba a los católicos, aunque mucho más a los presbiterianos, facción protestante mayoritaria en Irlanda (Ulster). En conclusión, a ellos también los vetaron de la Iglesia de Irlanda, y muchos emigraron a Estados Unidos (Nueva Inglaterra).
Camino inverso recorrieron los hugonotes, refugiados del Sol francés en la lluviosa Dublín (finales del XVII), la gran beneficiada del ciclo dieciochesco irlandés gracias al comercio textil y a los tejedores flamencos. Aquí, prosperidad y tamaño aumentaron de la mano hasta situarla como la segunda ciudad más grande del Imperio británico.
«Los hugonotes trajeron eso [seda y popelina] aquí».
Ulises, James Joyce.
«…tejedores de tafetán y de popelina…».
Ulises, James Joyce.
Por desdicha, la mayoría de sus ciento treinta mil habitantes profesaban el catolicismo, al contrario que en Belfast, donde triunfaba el negocio de lino. Y más que lo haría con la llegada de la industrialización —desarrollada únicamente en el Ulster— o la eliminación de las restricciones comerciales que existían en Dublín.
«A ver; podría comprarme un buen regalo en Belfast después de lo que le di. Allí arriba tienen una ropa de cama de lino preciosa».
Ulises, James Joyce.
Rebeldes con causa
En 1759, se inauguró una destilería de cerveza en Dublín (1759). Su fundador, Arthur Guinness, descendía de una de tantas familias jacobitas que renunciaron al catolicismo tras el acuerdo de Limerick y abrazaron las directrices de la Iglesia de Irlanda.
«Era un papista, pero ahora es, dice la gente, un buen guillermita».
Ulises, James Joyce.
Aparte de elaborar una mirífica cerveza, Guinness ejemplificó la anglicanización irlandesa: ciudadanos que adoptaron la lengua, política y religión británicas, pero que se quejaban del trato que recibían desde Londres al tiempo que defendían la igualdad de derechos para los católicos, relegados al ostracismo de la clase baja urbana por mor de sus creencias.
Pese a esta ignominia, su situación era un lujo si observas la de quienes conservaron su fe y costumbres en el entorno agrario, condenados a la extinción debido a la pobreza, la tradicional hambruna secular (1741) y la progresiva pérdida de sus propiedades —en 1778, los católicos únicamente poseían el 5 % de la tierra—.
Verdad dices con que soplaban aciagos vientos sobre los católicos gaélicos rurales, huérfanos de esperanza y protectores tras el vuelo de los Gansos y de los Condes. Normal, pues, que ensalzasen como hijos de Finn o Cuchulainn a los bandidos locales. Por ejemplo, Éamonn Ó Riain, cuyas hazañas crearon la leyenda de Young Ned of the hill, el Robin Hood irlandés.
Inspirados por sus actos, se formaron varias sociedades clandestinas católicas (1760 a 1780), cada una con un objetivo definido, donde destacaré a:
- The Whiteboys: también conocidos por otros apodos (Queen Sive Oultagh’s children, Fairies, Followers of Johanna / Sheila Meskill), atacaban por la noche a los terratenientes protestantes y a sus propiedades en los condados de Limerick y Tipperary.
- The Defenders: defendían a los católicos de los Peep o’ Day Boys, una organización protestante que saboteaba los telares de lino católicos en Armagh (Ulster) al amanecer y oprimía al resto durante el día.
«Crudos huesos faciales bajo un sombrero de Peep of Day Boy».
Ulises, James Joyce.
Liberté, Egalité, Fraternité
Sorda a las reclamaciones de sus súbditos imperiales, Inglaterra recibiría un varapalo mayúsculo cuando Estados Unidos proclamó su independencia (1776). Tan severo resultó el impacto (perdieron trece colonias de golpe) que, temerosa por la extensión del espíritu revolucionario, prestó oídos a Irlanda.
Así, Londres torció su brazo y abrió la mano (1778-93), eliminando numerosas restricciones comerciales y concediendo la independencia del Parlamento irlandés respecto al británico. En cuanto a los católicos, levantaron el veto que les impedía comprar tierra, casarse con protestantes, votar, desarrollar ciertos oficios u ocupar cargos públicos menores.
Infaustamente, su propuesta de mejorar la relación llegaba tarde. A esas alturas, buena parte de la población irlandesa había sucumbido a los guiños del espíritu revolucionario americano y francés (1789). Sobre todo, en las zonas rurales o el Ulster, donde los nacionalistas británicos protestantes se celaron e hicieron honor a su nombre ante el aumento de igualdad entre religiones.
De esta manera, los Defenders y los Peep o’ Day Boys se citaron en The Diamond (Armagh, 1795) a fin de resolver el triángulo amoroso con desatada violencia.
«La logia de Diamond en Armagh la espléndida, decorada con cadáveres de papistas. Roncos, enmascarados y armados, la alianza de los terratenientes».
Ulises, James Joyce.
Como habrás intuido por la cita, ganaron los protestantes, que se reagruparon en la fraternidad de la Orden de Orange, bastión contra el nacionalismo irlandés desde entonces y motivo de tensión católica anual por sus desfiles en Irlanda del Norte.
The United Irishmen
Harto más cruento que la refriega de The Diamond resultó el segundo conflicto que cerró el siglo XVIII en la balsa de berilo. Y, para variar, los católicos salieron escaldados tras sufrir un espectacular infortunio con un desenlace horrífico. Lo irónico es que a los protestantes les pasó lo mismo.
En concreto, a los presbiterianos, la versión escocesa de la Iglesia anglicana, que habían fundado en Belfast la Society of United Irishmen (1791), un partido político al cual el gobierno británico declaró ilegal según leyó su programa: igualdad de representación en el Parlamento, emancipación católica, sufragio universal y la formación de la República de Irlanda.
Al principio, sus propuestas recibieron una buena acogida alrededor de la isla. Pero la simpatía menguó a medida que se sumergieron en el lado oscuro del radicalismo, máxime cuando Francia e Inglaterra se declararon la guerra (1794).
Si bien mantuvieron su condición de grupo político proscrito, los United Irishmen ramificaron la sociedad con células militares, popularmente conocidas como croppy boys, a las que se unieron sociedades secretas católicas. Entre ellas, los Defenders, después de la zurribanda en The Diamond.
«El Croppy Boy, nuestro dorio [espartano] nativo».
Ulises, James Joyce.
«Espera a oírle, Simon, sobre Ben Dollard cantando The Croppy Boy».
Ulises, James Joyce.
Nada más conocer la existencia de esta variopinta sociedad rebelde republicana, Francia aplaudió entusiasmada; las maquinaciones inglesas durante la guerra de Vandea ahora recibirían la respuesta adecuada.
El esperpento
En diciembre de 1796, los franceses enviaron quince mil soldados a Irlanda, burlando a la flota británica mediante una de las maniobras navales más portentosas de la historia. Lo malo es que coincidió con la mayor tormenta registrada en el siglo XVIII, de modo que la hazaña y los barcos acabaron dispersados por el océano.
Uno de ellos, su buque insignia; la embarcación que lideraba la operación. Cuando, en enero, arribó a su destino —Bantry Bay, sudoeste de Irlanda—, un pescador les informó de que sus paisanos habían regresado a Francia sin desembarcar un solo soldado.
En junio (1797), volvieron a intentarlo. Esa vez, desde Batavia; república holandesa vasalla de Francia. La flota y sus veinticinco mil soldados siquiera salieron del puerto debido al mal tiempo.
«¡Los franceses! […] Nunca han valido un pedo podrido para Irlanda».
Ulises, James Joyce.
Vinegar Hill
Cansados de esperar, los United Irishmen tomaron la iniciativa (mayo, 1798). Pésima idea; el frustrado desembarco en Bantry Bay había revivido la paranoia de una invasión durante las guerras de independencia en Estados Unidos y el temor de que los franceses instaurasen su régimen anticatólico en Irlanda.
Así pues, se habían formado milicias locales leales al gobierno, donde sobresalía una en concreto: los yeomen o campesinos soldados. Añade las tropas británicas a estas formaciones, y obtendrás un conglomerado de religiones e ideologías opuestas luchando juntas por diferentes motivos en sitios distintos.
«Un capitán yeoman».
Ulises, James Joyce.
Si esto no te parece lo suficientemente caótico, las operaciones del ejército rebelde alrededor de la isla carecían de coordinación, aparte de que la mayoría de sus líderes fueron arrestados el día de su inicio. Pese a todo, el éxito sonrió a los United Irishmen en los condados de Wexford y Wicklow (sur de Dublín).
«Somos los chicos de Wexford, los que lucharon a brazo partido».
Ulises, James Joyce.
«Los once de Cranly, fieles hombres de Wicklow para liberar la tierra que los engendró».
Ulises, James Joyce.
La sonrisa duró hasta el 21 de junio, fecha de la batalla de Vinegar Hill, donde los croppy boys resultaron prácticamente aniquilados. Cabe mencionar que, entre los rebeldes, combatían curas, y que aquí se emplearon por primera vez los obuses de fragmentación, un invento del inglés Henry Shrapnel, cuyo apellido, desde entonces, significa ‘metralla’ en inglés.
«Una pandilla de cachorros echando las tripas fuera a base de gritar.Vinegar Hill».
Ulises, James Joyce.
La República de Connacht
¿Quieres saber para qué sirven las prisas? Pues, mira; si los rebeldes hubieran contado hasta diez, Francia habría mandado una tercera flota comandada por Napoleón. Pero la impaciencia de los United Irishmen coincidió con la campaña de Egipto que, además, se había pulido el presupuesto revolucionario.
En consecuencia, en lugar de una flota completa, los franceses recurrieron al apaño. Es decir, enviarían la flota en tres tandas —una, de mil soldados; la segunda, de tres mil, y la tercera, de seis mil— según disponibilidad de medios.
Por suerte, la primera remesa, capitaneada por el general Jean Joseph Amable Humbert, arribó a Killala (22 de agosto) sin complicaciones. Nada más pisar Irlanda, el general francés proclamó la independencia de la provincia, constituyendo la República de Connacht.
«Desde que la pobre vieja nos dijo que los franceses estaban en el mar y habían desembarcado en Killala».
Ulises, James Joyce.
Luego, se enteró del fracaso rebelde en Vinegar Hill y de la presencia en la isla de Lord Cornwallis, al mando de ciento cincuenta mil soldados británicos, aparte de las milicias y de los yeomen irlandeses.
Empero, contaba con una carta a su favor: los United Irishmen, reconvertidos (a la fuerza) en guerrilleros. Digo esto, porque varios se unieron a los franceses, y el resto dividía al ejército rival con ataques en puntos diversos de la geografía irlandesa.
Aun así, Humbert se encontraba en una posición delicada. Por tanto, una vez eliminados los núcleos de resistencia en Killala, decretó la orden de que nadie saquease ni deshonrase los códigos de la guerra (fusiló a quienes se los saltaron) con el fin de ganar más adeptos que enemigos mientras preparaba una incursión que asegurase el cruce estratégico de Castlebar.
El éxito y el drama
La República de Connacht debutó con una victoria en Ballina (24 de agosto), donde tomaron una posición defensiva británica, antes de apuntar a un objetivo más importante y su nombre en los anales de historia de Irlanda: 27 de agosto, batalla de Castlebar.
Gracias a su arrojo y savoir faire estratégico, el combinado galogaélico pilló a las tropas inglesas desprevenidas, pese a estar advertidas de sus movimientos por boca de un espía. Presa del pánico, los defensores huyeron, de modo que esta batalla también se conoce como Las carreras de Castlebar.
Humbert dedicó los siguientes días a temas gubernamentales y a la toma de Dublín. Solo que necesitaba ganar tiempo hasta la llegada del segundo contingente militar desde Francia.
Consciente de que los ingleses atacarían Castlebar en un suspiro, la noche del 3 de septiembre partió en dirección a Sligo, aunque se topó con el enemigo cerca de su destino.
De nuevo, rugieron las armas (batalla de Collooney, 5 de septiembre) y, de nuevo, los rebeldes salieron triunfantes. Entonces, comenzó una carrera contrarreloj. Sabedor de su posición, el ejército británico se había desplegado para arrinconarlos. Pero, al hacerlo, había despejado el camino hacia Dublín.
Humbert comprendió que no podría dar esquinazo a sus perseguidores eternamente. En cambio, si le echaba agallas y se dirigía a Granard (centro de Irlanda), donde se concentraba un grupo de tropas rebeldes, dispondría de fuerzas suficientes con las que capturar la capital.
Infaustamente, los ingleses le leyeron la jugada. Después de una agónica caminata, el general francés decidió plantarles cara. En Ballynamuck (8 de septiembre), lugar de la última batalla.
A ver, batalla, lo que se dice batalla, no fue tal. En realidad, los franceses pegaron unos cuantos tiros antes de entregar las armas, ya que su honor les impedía rendirse sin más. El trato que les dispensaron los ingleses imitó su caballerosidad. Salvo con los irlandeses (incluso con los nacidos en Francia), a quienes masacraron y ejecutaron como en los tiempos del Innombrable.
El caso es que Francia ignoraba lo que había sucedido, y mandó la segunda remesa el 17 de septiembre. A bordo del Hoche —nombre del general de la fallida invasión del 96— venía Wolfe Tone, el líder de los United Irishmen. Esta vez, su embarcación arribó a Irlanda… apresada por los ingleses en la batalla de Tory Island (12 de octubre). Condenado a muerte, Tone se suicidó en su celda.
«Y la losa donde no estaba la estatua de Wolfe Tone».
Ulises, James Joyce.
Evidentemente, los franceses se ahorraron el envío de la tercera remesa, y la revuelta de los United Irishmen finalizó con el ahorcamiento del rebelde más famoso en el Ulster:
«Henry Joy M’Cracken».
Ulises, James Joyce.
La Irlanda del XIX
Pese a la hambruna y las guerras, el XVIII no redujo la población irlandesa. Es más, la aumentó: de dos millones de habitantes a principios de siglo a cinco millones en 1800.
Otro aumento destacable afectaría al nombre del país, que pasó de llamarse Irlanda a Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda (RUGBI). En efecto; firmadas las Actas de Unión de 1800, las dos islas se transformaron en un único país, como atestigua la bandera.1
«Él [sir John Blackwood] votó a favor [de la Unión] y se puso las botas altas para ir a Dublín desde Ards of Down».
Ulises, James Joyce.
John Blackwood murió en 1799 y estaba en contra de la Unión. Pero no se trata de un error, sino el desdén que Joyce sentía hacia los protestantes ricos del Ulster. Verás, un día de 1912 recibió una misiva de Henry Blackwood Price, amigo del escritor, donde le pedía que usara sus contactos en la prensa para que le publicasen una carta. Esta comunicación contenía la siguiente frase: «Recuerde que sir John Blackwood murió en el acto de ponerse sus botas altas para ir a Dublín a votar contra la Unión». Joyce no solo empleó este fragmento en Ulises, sino que reprodujo la anécdota completa: «Esto me recuerda, dijo el señor Deasy, que me podría hacer un favor, señor Dedalus, con sus amistades literarias. Aquí tengo una carta para la prensa» (Ulises, James Joyce).
Notas
1La equis roja es la cruz de san Patricio (Irlanda); la cruz roja con forma de signo de más (+), la de san Jorge (Inglaterra), y la equis blanca, la de san Andrés (Escocia). Gales no tiene representación en la bandera porque es un principado —príncipe de Gales— de Inglaterra.
Un acuerdo, un castigo
¿Zozobra tu cerebro al concebir una razón para la Unión de dos enemigos acérrimos? No te agobies; respira profundo, que la respuesta es muy sencilla: le interesaba a Inglaterra.
También a Irlanda, no te creas. Aunque su inimicísimo vecino, como siempre, no respetó el acuerdo. Mejor dicho, le costó tiempo cumplirlo.
Esto es lo que sucedió: si Irlanda decretaba la emancipación católica, podría aliarse con Francia. Pero, si Inglaterra abolía el Parlamento de Dublín y reubicaba a algunos de sus integrantes en el de Londres, cualquier acción geopolítica de la isla pequeña dependería de la grande.
A cambio, la verde Erín tendría su visto bueno con el tema de los católicos, libre comercio con Gran Bretaña (el internacional, sometido al derecho mercantil británico), unión de la Iglesia anglicana con la irlandesa e independencia para la de Escocia (presbiterianos), y fusión del ejército irlandés con el británico.
«¿Quiénes son las mejores tropas del ejército? […] Las irlandesas, por supuesto».
Ulises, James Joyce.
T.G. Fraser calcula que el 40 % del ejército británico decimonónico procedía de Irlanda.
Los parlamentarios irlandeses aceptaron las condiciones al igual que los sobornos, regalos y concesiones personales con las que los ingleses se aseguraron su voto a favor. La Unión, pues, se había materializado. A excepción de un acuerdo: la emancipación católica; el rey Jorge III la denegó por motivos de imagen frente a la Iglesia anglicana.
Supongo que ya te imaginarás lo que vino a continuación. Total, no hay más que escoger un siglo al azar para saber cómo reaccionan los irlandeses cuando Inglaterra les dice algo:
«Nos encontramos en la histórica cámara de la abadía de santa María, donde Silken Thomas se proclamó rebelde en 1534».
Ulises, James Joyce.
Thomas FitzGerald, décimo conde de Kildare, creyó que los ingleses habían matado a su padre en la Torre de Londres y que pensaban hacer lo mismo con él y su familia. Su revuelta motivó que Enrique VIII fundase el Reino de Irlanda.
Una revuelta
Robert Emmet estaba enamorado; de una patria en brazos de otra y de una mujer cuyo padre le había denegado su mano. Así que, recuperaría a ambas con un golpe de estado.
Le daba igual haber perdido un almacén de armas la semana anterior. O el escaso interés que su propuesta de alzamiento había despertado tras la derrota, la brutal carnicería y el inhumano trato mostrado por ambos bandos en las revueltas de 1798.
«Todos perdidos. Todos caídos. En el sitio de Ross [1798] su padre, en Gorey [1798] todos sus hermanos cayeron. A Wexford, somos los chicos de Wexford, él quería. Último de su nombre y raza».
Ulises, James Joyce.
Tampoco se desanimó cuando los cuatrocientos rebeldes de Kildare que se habían unido a su causa cambiaron de idea al llegar a Dublín, porque, ese 23 de julio, Robert Emmet y ochenta republicanos protagonizarían la revolución de 1803. Y si él estaba borracho de amor, sus tropas lo estaban de licor.
«Y El Ciudadano y Bloom venga a discutir sobre el asunto, los hermanos Shearers y Wolfe Tone allá en Arbour Hill y Robert Emmet y morir por la patria, el toque de Thomas Moore a propósito de Sara Curran y ella está lejos del país».
Ulises, James Joyce.
Hermanos Sheares: abogados republicanos del United Irishmen, ejecutados en 1798.
Wolfe Tone: ya he hablado de él.
Arbour Hill: prisión en el centro de Dublín.
Sara Curran: prometida de Emmet.
Thomas Moore: poeta irlandés, autor de Irish Melodies, como The Last Rose of Summer: «’Tis is the last rose of summer…» (Ulises, James Joyce) o She’s far from the land, dedicada a Sara Curran. También es conocido por su amistad con Lord Byron, cuyas Memorias vendió a un editor (John Murray) y, para no alargar esta historia, acabaron en una hoguera.
Según Emmet dio la orden de ataque, sus «tropas» pasaron de él y se dedicaron al vandalismo y al pillaje. Nada extraño, por otro lado. Pero dos incidentes evitaron que sus actos se quedaran en una mera anécdota nocturna: el asesinato de Lord Kilwarden —juez supremo de Irlanda— y la muerte de varios soldados tras un tiroteo.
Un mes más tarde, aproximadamente, arrestaron a Emmet cuando trataba de visitar a su prometida prohibida, y lo ejecutaron.
«Allá abajo ahorcaron a Emmet, le arrastraron y le descuartizaron».
Ulises, James Joyce.
La cuestión es que, antes de morir, Emmet pronunció un discurso que tendría mayor repercusión que su fallida revolución, ya que sentaría las bases del republicanismo irlandés de ahí en adelante.
«Las últimas palabras de Robert Emmet. […] “Cuando mi patria ocupe su lugar entre”. Prrprr. Debe ser el borg. Fff!. Oo. Rrprr. “Las naciones de la tierra”. Nadie detrás. Ella ha pasado. “Entonces y no hasta entonces”. Tranvía. Cran, cran, cran. Buena oport. Viniendo. Crandlcrancran. Estoy seguro de que es el borgoñ. Sí. Una, dos. “Mi epitafio sea”. Craaaaaa. “Escrito. He”. Pprrpffrrppfff. “Terminado”».
Ulises, James Joyce.
Bloom, el protagonista de Ulises, aprovecha el paso de un tranvía para soltar flatulencias sin que le escuche una prostituta que se aproxima a él.
Un héroe
Si has viajado en alguna ocasión a Dublín, aunque haya llovido mucho desde entonces, recordarás una calle muy ancha y un puente de piedra que representan el centro de la ciudad, amén de punto de encuentro para grupos de turistas.
«Se prepararon para cruzar la calle de O’Connell».
Ulises, James Joyce.
«[…] sobre el puente de O’Connell».
Ulises, James Joyce.
Probablemente intuyas que, por la ubicación, Daniel O’Connell se trata de alguien importante en Irlanda, cuya fama deriva de un hito excepcional. Es más, quizá sepas cuál es (no es la independencia, por cierto).
Aun así, seguro que ignoras este detalle: los dos elementos urbanos recibieron el nombre de O’Connell en 1924, pero Ulises se publicó en 1922 y la historia que narra transcurre en 1904, cuando la calle todavía se llamaba Sackville (Lionel Sackville, primer duque de Dorset, criticado por Horace Walpole y admirado por Jonathan Swift), y el puente era el de Carlisle (Frederick Howard, quinto conde de Carlisle y pariente de Lord Byron).
¿Un error? En absoluto; Joyce emplea la denominación popular de ambos lugares entre los dublineses —razón del cambio posterior—, aunque también el oficial, según hable un determinado personaje o reproduzca una dirección escrita.
«John Mulligan […] se me quedó mirando ayer en el puente de Carlisle».
Ulises, James Joyce.
«Calle Sackville, 23».
Ulises, James Joyce.
A lo que iba; O’Connell fue un abogado activista y político pacifista que logró la emancipación de los católicos irlandeses (1829) y el primer profesante de esta religión en ocupar un asiento en el Parlamento británico. Nada desdeñable, teniendo en cuenta que:
- En su juventud, llevaba idéntico estilo de vida que Angel (el protagonista del spin-off de Buffy) antes de que Darla lo convirtiese en vampiro. Si no conoces la serie, quédate con estas tres palabras: bares, mujeres y peleas.
- Perteneció a los United Irishmen, si bien no participó en las revueltas de 1798.
- Su ascenso político se produjo tras matar en un duelo a D’Esterre, miembro de The Corpo (institución administrativa gubernamental de Dublín) y notable duelista.
Una emancipación
El 12 de agosto de 1821, el rey Jorge IV, soberano británico, visitó Irlanda para reafirmar su soberanía, y desembarcó con una soberbia melopea (cuentan allí) en Dun Laoghaire. O eso creía, dado que el capitán se había confundido de puerto y se encontraban en Howth, la ciudad costera donde Joyce luego situaría su Finnegan’s Wake.
Durante la visita, el monarca quedó entusiasmado por la acogida multitudinaria de la población. Un reformado O’Connell, también.1 Si el rey no les concedía la emancipación, esa marea humana le apoyaría a ciegas en su proyecto.
«[…] Howth con sus recuerdos históricos y de otro tipo, Silken Thomas, Grace O’Malley, Jorge IV».
Ulises, James Joyce.
Silken Thomas: acampó en Howth durante su revuelta.
Grace O’Malley: pirata y reina irlandesa que tomó el castillo de Howth (1576) después de que el barón le denegase su ayuda porque estaba cenando. Desde entonces, sus puertas están abiertas y siempre hay un plato en la mesa para atender y dar de comer a cualquier visitante inesperado.
«Erin go bragh».
Ulises, James Joyce.
‘Irlanda para siempre’, lema de los republicanos irlandeses. Durante la visita del rey, prohibieron mostrar las banderas verdes nacionalistas. Solo las azules estaban autorizadas.
Obviamente, Jorge IV no concedió nada a Irlanda. Así que, O’Connell fundó la Catholic Association (un grupo de presión político). Gracias a una inteligente estrategia con la que consiguió el respaldo completo de clero y pueblo, su magnífica oratoria y sus punzantes debates —llamó a sir Robert Peel, Jefe de Secretaría de Irlanda, «Orange Peel» por «no valer para nada, salvo ser un líder de los Oranges»—, puso a Inglaterra contra las cuerdas: o les concedían la emancipación de forma amistosa o no se hacía responsable de las consecuencias. Reino Unido claudicó en 1829. Eso era un influencer del siglo XIX.
Huelga decir que este chantaje político no gustó en el Parlamento británico. Ni que el plan de O’Connell se limitaba a la emancipación, ya que el espíritu de los United Irishmen permanecía muy vivo en su interior. Por eso, una vez asentado en el Parlamento, fundó la Repeal Association. Objetivo: la anulación de las Actas de Unión.
Notas
1Y muy pelota, según relata Lord Byron en El avatar irlandés (1821).
Una hambruna
Luego sigo con O’Connell, pues la hambruna de este siglo (1845-51) resultó más decisiva que la emancipación de los católicos y más devastadora que las anteriores.
¿Crees que exagero? Observa las siguientes cifras:1
- Habitantes en 1800: cinco millones.
- Población que emigró entre 1800 y 1845: un millón.
- Habitantes en 1844: ocho millones y medio.
- Muertos por la hambruna: un millón.
- Población que emigró entre 1841 y 1900: seis millones.
- Habitantes en 1901: cuatro millones y medio.
- Habitantes en 2022: cinco millones (Irlanda) y dos millones (Irlanda del Norte).
«¿Dónde están los veinte millones de irlandeses que deberían estar aquí hoy en lugar de cuatro, nuestras tribus perdidas?».
Ulises, James Joyce.
Bloom es judío, y Joyce establece constantes paralelismos entre la diáspora de este pueblo y el suyo, amén de su condición de proscritos: «Yo también pertenezco a una raza, dice Bloom, que es odiada y perseguida».
Notas
1Compara estos números con los dos millones de españoles que emigraron entre 1936 y 1978, sin olvidar que muchos de ellos regresaron.
Causas del desastre
Phytophthora infestans.
Acuerdos de Limerick (1691).
Terratenientes e intermediarios.
Aranceles de las Leyes de cereales.
Trevelyan.
Aumento de exportaciones.
«Sir Walter Ralegh trajo del Nuevo Mundo la patata […] Es decir, trajo el veneno cien años antes de que otra persona cuyo nombre no recuerdo trajera el alimento».
Ulises, James Joyce.
En realidad, Pedro Cieza de León trajo la patata a Europa desde Perú (1560). Pero, como este alimento no aparecía en la Biblia y crecía bajo la tierra (territorio infernal), su uso se limitó a la ornamentación de jardines. Luego, ascendió a comida para cerdos y resto de bestias de campo.
Sir Walter Raleigh (Ralegh) simplemente introdujo su cultivo en Irlanda (1580).
Antoine Parmentier promovió su consumo humano tras sustentarse con este tubérculo en la prisión prusiana donde lo encarcelaron durante la guerra de los Siete Años (1756-63).
El campo, si recuerdas lo sucedido tras el acuerdo de Limerick, se lo habían apropiado los protestantes, y conservaban su titularidad desde entonces gracias a las leyes de herencia británicas.
«El terrateniente nunca muere».
Ulises, James Joyce.
Aparte de inmortales, los dueños —en general— no vivían en Irlanda, pero sí de las altas rentas que cobraban los agentes locales encargados de sus terrenos, divididos en parcelas que arrendaban a los campesinos, obligados a dedicar el suelo bueno a la ganadería y a los cereales con el fin de pagar los alquileres excesivos. Lo cual dejaba el malo para sus cultivos, limitado a una variedad de patata concreta (Irish Lumper).
«Ese es el gran imperio de que [los ingleses] presumen, un imperio de esclavos y siervos azotados».
Ulises, James Joyce.
En la década de 1840, un microorganismo (Phytophtora ingestans) afectó a este tubérculo en diferentes partes del mundo. Nadie le prestó atención en Gran Bretaña. Mucho menos, en Irlanda, donde la tierra ennegreció y se negó a dar sustento a quienes pronto estarían hambrientos. Añade a esto el frío del invierno. Entretanto, los almacenes ingleses sonreían de comida llenos.
«Pero el Sassenach intentó matar de hambre a la nación mientras la tierra estaba llena de cosechas que las hienas británicas compraban y vendían en Río de Janeiro».
Ulises, James Joyce.
Sassenach: ‘sajón’, forma celta despectiva para referirse a los ingleses, a los locales no gaélicos o a los extranjeros.
«Conservante de la patata contra la plaga y la pestilencia, ruega por nosotros».
Ulises, James Joyce.
Causas del desastre, continuación
O’Connell advirtió a Londres de la tragedia que se mascaba en Irlanda. Quienes no se encogieron de hombros, creyeron que exageraba, como el primer ministro: Robert Peel. Sí; su «amigo» Orange Peel.
Discrepancias al margen, este político se saltó las Leyes de cereales, que prohibían la importación de grano. Por su cuenta y en secreto, adquirió maíz americano que envió a Irlanda. Desdichadamente, la isla carecía de infraestructuras que lo procesaran. Tampoco sabían cómo cocinarlo.
A decir verdad, los campesinos no tenían nada. De hecho, los podían desahuciar en cualquier momento —en Ballinlass (1846), quemaron las casas de trescientos campesinos, pese a disponer de la renta— u obligarlos a entregar la comida, puesto que los terratenientes regían sus tierras según el sistema feudal.
«Les echaron de sus casas y hogar en el negro año 47».
Ulises, James Joyce.
En cambio, para las actividades comerciales, los ingleses seguían la doctrina del libre mercado, donde las Leyes de cereales no solo les protegían de la competencia foránea, sino que establecían un precio de venta muy alto. Es decir, ideal para las exportaciones, no para venderlo a gente sin un centavo. Mucho menos, regalárselo. ¿Acaso eran ellos responsables de que Dios, con una plaga, les hubiera castigado?
«Esa doctrina del laissez faire que tantas veces en nuestra historia. […] La pluscuamperfecta imperturbabilidad del Departamento de Agricultura».
Ulises, James Joyce.
El argumento providencialista coincidía con el de la no intervención en el mercado y el principio maltusiano de que la hambruna es «un mecanismo efectivo para el control de la población», tres posturas defendidas por sir Charles Trevelyan, secretario adjunto de la Tesorería y responsable de la organización de la ayuda a Irlanda.
Quizá su rol durante la Gran Hambruna se haya exagerado, y reconozco que es injusto individualizar la culpa completa sobre su persona, pues no era el único que consideraba que el estado no debería mandar ayuda. Aun así, su influencia y su actitud denigrante hacia los irlandeses le convierten en el epítome perfecto del tartufismo británico decimonónico.1
«Un irlandés debe pensar, me atrevería a decir, que Inglaterra le ha tratado con bastante injusticia».
Ulises, James Joyce.
Todo lo contrario que la reina Victoria, quien ignoró al Parlamento y mandó dinero motu proprio, al igual que otras naciones menos quisquillosas con la teoría económica. Entre ellas, el imperio otomano, cuyo islamismo no representó un impedimento a la hora de rescatar a un país cristiano.
«Hasta el Gran Turco nos mandó sus piastras».
Ulises, James Joyce.
Compara esta actitud con el soparismo de los protestantes en Irlanda: ofrecían comida a los afectados por la hambruna a cambio de que renegasen de su catolicismo y se unieran a la Iglesia anglicana.
Datos de vital relevancia complementaria:
- Asenath Nicholson, autora americana, viajó a Irlanda cuando estalló la hambruna. Sus escritos describen la situación que se encontró con bastante rigor.
- En 1997, Tony Blair emitió una disculpa oficial por el tratamiento de la hambruna del gobierno británico durante aquellos años. Pese a todo, muchos irlandeses mantienen la postura de que se trató de un genocidio encubierto.
- Puedes ver cómo era la Gran Hambruna en esta película:
Notas
1Trevelyan desarrolló su carrera profesional en la Compañía Británica de las Indias Orientales —empresa privada a la que la Corona concedía monopolio comercial, subvenciones y un ejército que intervenía cada vez que el mercado no se abría a los ingleses— antes de ocupar un puesto de funcionario civil. Ergo, vivió siempre del estado, pero se negaba a que este ayudase a los irlandeses.
Unas sociedades secretas
La principal ventaja de una sociedad secreta es que sus reuniones, bueno, son secretas. Las de la Repeal Association, empero, no solo eran públicas, sino que congregaban a mucha gente. A la última, sin ir más lejos, acudieron setecientas cincuenta mil personas.
De esta manera, O’Connell dio con sus huesos sediciosos en una celda de Richmond (Dublín). Eso sí, como carecían de pruebas, le llevaron a la buena, no al antiguo centro penal reconvertido en terminal para los presos que Inglaterra destinaba a la Tierra de Van Diemen, una isla llamada, ahora, Tasmania (Australia).
Tres meses después, O’Connell recuperó la libertad. Infaustamente, entre sus setenta años y que Inglaterra ya conocía sus tácticas, un sector de la Repeal Association se había escindido y formado una agrupación más radical: Young Ireland, bajo una organización secular conocida como Irish Confederation.
Uno de sus líderes, Thomas Meagher, había regresado de Francia con una bandera similar a la tricolor de la República, pero con una franja verde (católicos), una blanca (paz) y otra naranja (protestantes), simbolizando la unión y reconciliación que deseaban.
Tras un tiroteo con la policía en Farranrory (Munster, 1848), Meagher sería arrestado y enviado a la Tierra de Van Diemen. De allí se escapó (1852) y emigró a Estados Unidos, donde el presidente Andrew Johnson le nombraría gobernador de Montana.
El fracaso revolucionario de los Young Ireland provocó una nueva división entre sus filas. Los más violentos fundarían la Irish Republican Brotherhood (1858), una sociedad secreta hermanada con la Fenian Brotherhood de Estados Unidos. De todas formas, los integrantes de ambas organizaciones recibían el apodo de «fenianos».
«He visto tres generaciones desde los tiempos de O’Connell. Me acuerdo de la hambruna del 46. ¿Sabe usted que las logias Orange se agitaban por la revocación de la Unión veinte años antes que O’Connell, y antes de que los prelados de su religión le denunciaran como demagogo? Ustedes, los fenianos, olvidan algunas cosas».
Ulises, James Joyce.
Deasy, quien dice esta frase, es un personaje creado por Joyce a modo de parodia del burgués irlandés protestante.
El puente rebelde transoceánico
Si en el pasado la verde Erín había perdido los árboles, en el XIX se quedaría pelada de habitantes. Todo lo contrario que Estados Unidos, cuya población aumentó en cinco millones de habitantes (1815-1860), repartidos entre irlandeses y alemanes, principalmente.
«Tenemos nuestra Irlanda mayor más allá del mar».
Ulises, James Joyce.
«[…] pronto habría tan pocos irlandeses en Irlanda como pieles rojas en América».
Ulises, James Joyce.
Quienes sobrevivieron a los coffin ships1 tampoco se libraron de los problemas en Estados Unidos. Aquí vivía un alto número de protestantes, así que el conflicto europeo se reprodujo en suelo americano.
Por tanto, surgieron nuevas sociedades secretas o las ya existentes fundaron una rama estadounidense. De estas últimas, quizá te suenen los Molly Maguires, pues aparecen en El valle del terror (Arthur Conan Doyle, 1915), la última novela que protagoniza Sherlock Holmes.
«Los Molly Maguires que andan buscándole para dejarle hecho un colador por echar mano a la propiedad de un arrendatario desahuciado».
Ulises, James Joyce.
En consecuencia, los rebeldes disponían de bases propias (es decir, no francesas) en sendos lados del Atlántico. Obviamente, las americanas adquirieron bastante poder —acabarían en grupo de presión político—, se transformaron en centro financiero para la causa republicana y se barajó la posibilidad de reconquistar Irlanda.
«Pero los que llegaron a la tierra de los libres recuerdan la tierra de la esclavitud. Y vendrán otra vez y para venganza, los hijos de Granuaile, los paladines de Kathleen ni Houlihan».
Ulises, James Joyce.
Granuaile: apodo de Grace O’Malley, la reina celta pirata.
Kathleen ni Houlian: mujer anciana sin hogar que representa a Irlanda, creada por Yeats y Lady Gregory, basada en las leyendas celtas sobre la dama detestable.
Quien sí regresó a la isla fue la hambruna (1879), acompañada de la Guerra de la tierra (1879-82). ¿Causa? La situación de los agricultores y el fuerte nacionalismo, como evidenció William O’Brien, miembro del Parlamento y uno de los principales instigadores de la revuelta.
«When We Were Boys, por William O’Brien».
Ulises, James Joyce.
Precisamente de esto hablaban De Gobineau y Wagner aquel día en Beyrouth.
Notas
1Apelativo de los barcos que llevaban a los irlandeses a Estados Unidos. La hambruna causó brotes de cólera, tifus y disentería que pasaron a las embarcaciones, causando la muerte a muchas personas durante la travesía.
Curiosidades lingüísticas
La ausencia de ejército propio o de refuerzos impredecibles franceses obligaba a los irlandeses a combatir mediante las tácticas guerrilleras de las sociedades secretas, famosas por enviar sus amenazas con la firma de algún bandido legendario.
«Haciendo el rapparee y Rory of the hill».
Ulises, James Joyce.
Rapparee: ‘guerrillero’, en gaélico.
Rory of the Hill: bandido legendario de Irlanda.
Una de las acciones de extorsión más relevantes sucedió en la isla Achill (condado de Mayo), cuando la Irish National Land League forzó la salida del administrador de fincas local. La presión alcanzó tal nivel que Inglaterra mandó al ejército. Se llamaba Charles Cunningham Boycott, cuyo apellido convertiría The Times (1880) en epónimo de «bloqueo».
«Él sabía que había un boicot».
Ulises, James Joyce.
Asimismo, la prensa británica también publicó una noticia en 1894 acerca de un ataque a la policía en Southwark (Londres) por parte de una pandilla callejera de chavales irlandeses, a los que definieron como los Hooligan boys, una variación fonética de un apellido que has leído hace poco en una cita: «los paladines de Kathleen ni Houlihan» (Ulises, James Joyce).
Para terminar, aunque no guarden relación con Ulises, he escogido tres vocablos gaélicos que seguro has empleado alguna vez en tu vida:
- Clocca: ‘campana’, de donde procede la palabra inglesa «clock».
- Pus: ‘labios, boca’, origen de «pussy».
- Sluagh-ghairm: ‘ejército-grito’, que denomina el canto que los celtas emitían antes de una batalla. ¿No te resulta familiar? A ver, pronúncialo bien; se dice: «eslogan».
Conclusiones de James Joyce: retrato de un escritor insurgente
En general, los resúmenes y reseñas sobre Ulises indican que relata un día cualquiera en Dublín. Lo cual es cierto, pero no verdadero.
Como has comprobado, Joyce plasma sus vastos conocimientos de la historia de Irlanda a lo largo de la obra. Tal vez no los desarrolle, en efecto, si bien los combina e incorpora a los sucesos del presente. Por lo tanto, Ulises funde pasado y contemporaneidad dentro de su novela.
¿Significa esto que Ulises es una novela histórica? Bueno, sí y no. En realidad, refleja la diversidad ideológica del nacionalismo irlandés durante el Modernismo. Por esa razón, he enfocado la primera parte de James Joyce: retrato de un escritor insurgente en su aspecto histórico, ya que así comprenderás mejor la mentalidad política irlandesa de esa época antes de sumergirte entre sus hojas.
Evidentemente, este no es el único tema que aborda Ulises, ni el más importante, como verás en la segunda entrega de esta serie. Aun así, créeme; te servirá para apreciar la majestuosidad de este libro. O te seguirá pareciendo un bodrio infumable. Pero, al menos, sabrás por fin de qué trata.
Por cierto; el libro que Joyce empleó de referencia principal no lo escribió un griego.