Tú, quien me lee y es persona instruida, habrás reconocido a Till Eulenspiegel como el bufón humanista que intitula este artículo y aparece en la foto de portada. Mas, acaso la literatura del Sacro Imperio Romano suponga un ofendículo para tu saber, yo; quien te escribe, de ti no me burlaré.
Todo lo contrario. De la mano de este pícaro granujilla germano, hábil de lengua, pródigo con la escatología y adicto a las bromas pesadas, recorrerás Centroeuropa durante una época crucial para la historia moderna.
Así, sus guasas, chistes, bromas, mofas, chanzas, choteos, rechiflas, troleos, matufias, escarnios, ludibrios, antruejadas y jayanadas te enseñarán cómo se impuso una nueva corriente de pensamiento que transformaría el Medievo en el Renacimiento.
El bufón humanista
Imagínate que vives en la Edad Media. ¿Qué te gustaría ser: emperador, princesa, papa, obispo, caballero, escudero…? Claro; piensas con el glamur. Empero, si valorases tu seguridad, habrías escogido el último hijo de un rey —a quien nadie quiere matar— o el bufón —a quien nadie puede matar—.
¿El bufón? ¿Inmortal? Sí, y no, como demostró el marqués de Ferrara. Me refería, más bien, a que los bufones eran intocables, hiciesen lo que hicieran, dijeran lo que dijesen. En otras palabras, disfrutaban de libertad de acto y expresión, y no necesitaban autorización para, entre otras cosas, practicar medicina experimental.
¿Qué necesito para convertirme en bufón?
Veamos; el puesto exige bastantes requisitos. A menos que los cumplas de forma natural. Por consiguiente, si dispones de simpleza mental, una deformidad física o feeza congénita; enhorabuena. Has superado la prueba de acceso para turpidio (turpis hystrio).1
Si no es tu caso, deberás fingirlos. Exacto, como si fueras un actor. No en balde, la figura del bufón proviene del teatro grecorromano; así que, vístete con ropas extravagantes y compórtate de un modo estrafalario. Te dará puntos de cara a la posición de patán (boor), estulto (stultor, en latín) y, si tienes suerte, alcanzarás tu primer gran objetivo: el loco (fool).
A partir de este punto, tu crecimiento profesional dependerá de que adquieras ciertas habilidades. Por tanto, te recomiendo que aprendas a bailar y a hacer imitaciones, muecas, malabares, acrobacias, contorsiones y asanas de yoga. Esto te abrirá las puertas a la categoría de payaso (clown).
Un paso adelante
Estupendo; has aprobado primero de Bufón, y dispones de los títulos de patán, estulto, loco y payaso. Con esto, conseguirás que la gente se ría… de ti.
Tal situación cambiará en cuanto la gente se ría contigo. Lo cual nos lleva a los chistes jocosos. Cuéntalos, y te llamarán joker (joculator, en latín).
De cualquier forma, mal no te vendría saber cantar, recitar y tocar un instrumento; ascenderías a juglar (minstrel). Mas, por favor, no te flipes con el laúd. Tu rol consiste en provocar la risa, no parecer Narciso Yepes.
Palau de la Música Catalana, 1991.
En este instante, combinas la recepción de mofa con un espectáculo cómico, y la gente festeja tus bufonadas a carcajadas. Aun así, todavía no eres digno de considerarte un bufón. De modo que, sigue leyendo.
El bufón: pináculo de lo ridículo y lo grotesco
Presta oídos ahora. Un aspirante a bufón logra que la gente se ría de él y con él. Un bufón de verdad se ríe de la gente. Y no escatima en crueldad.
A tal fin, lo normal es que recurra a burlas y bromas pesadas (prankster). Empero, la condición sine qua non; la esencia absoluta del buen bufón reside en el ingenio inmediato y la respuesta cómica ágil —estilo Oscar Wilde— de contenido mordaz, hiriente y denigrante.
Obtén este don, y entonces, y solamente entonces, podrás llamarte bufón (jester) y humillar a quien te dé y cuando te dé la gana. Todos te temerán; disfrútalo. Eso sí, asume que nadie, o casi nadie, te respetará.

«¡Busca una ganancia honrada! ¡No seas como el bufón que hace sonar las campanillas!».
Fausto, Goethe.
Haz caso a Goethe. Sal del tóxico entorno cortesano, recupera tu independencia de loco y transforma la quintaesencia bufónica —ingenio y bromas— en astucia y embauco. Así, dejarás de insultar de boquilla y humillarás con el engaño mientras desafías a la autoridad con insolente descaro.
Te dirán truhan, transgresor y timador. Te dirán pícaro o manipulador maquiavélico. Y te dirán charlatán sacacuartos, camelador engañanecios y superbo desvergonzado. Pero ¡din don dan!, todos picarán y caerán en las zorrerías del trickster: el megabufón.
Infaustamente, para convertirte en uno, dos solemnidades habrás de satisfacer, aparte de tener el C1 en inglés:
- Altos conocimientos de sabiduría terrenal y oculta.
- No ser real.
El bufón 2.0: de feo a CEO
Un bufón no conoce punto intermedio: o vagabundo o imperio. Los documentos y el arte atestiguan su presencia en la corte china, india, azteca y europea, donde, salvo honrosas excepciones,2 servía de entretenimiento y muestra de ostentación.
Así es; en este largo período histórico obsesionado con la feeza, lo freak era chic. Por tanto, el bufón representaba un artículo de lujo; un Bugatti con volante de Bvlgari, elevalunas de Murano, parabrisas de Bohemia, ambientador de Chanel y tapicería de Hermès, equipado con la suspensión hidráulica del lowrider para saltar y botar, además de llantas luminosas y un claxon que cantaba La cucaracha.
Precioso, sí. Empero, también desempeñaba una función cáustica y casuista, herencia del loco. Es decir, señalaba los errores y los vicios humanos con su vis cómica, amparado en su libertad de expresión absoluta e inmunidad bufomática. Bueno, teóricamente.
Por lo demás, locos, payasos, juglares y bufones formaban una corte absurda y jerarquizada dentro la corte palaciega que ofrecía diversión popular a las clases altas. Y el bufón, con sus bromas y chistes, se encargaba de que a los nobles no se le subiera la aristocracia a la cabeza.
Paralelamente, la literatura3 metamorfoseaba a la persona de carne, gorro y hueso en un personaje parecido al sátiro. Me refiero, por supuesto, al bufón legendario. Como Till Eulenspiegel: el bufón humanista y rey indiscutible de la Sua… Schua… Swha… literatura germana de bufones.
Los Schwankzyklen y la Schwankroman de la Schwankliteratur
Lee en alto el título del apartado, tres veces, delante de un espejo, y verás al diablo. —¡Dios mío, si soy yo!—. ¡Ja, ja, ja! Has caído por crédulo. Aunque, si tu respuesta ha sido: «Pues no veo nada», entonces eres feo por simple, en virtud del canon de belleza tomista.
Sirva esta broma de introducción para Till Eulenspiegel, el bufón humanista; fruto de una literatura, digamos, subterránea a las gestas, romances y la materia de Bretaña; los géneros por excelencia del Medievo.
Como habrás supuesto con acierto, me refiero a los relatos cortos líricos no cortesanos,4 sin propósito moral, en lenguaje vernáculo (no latín) y de contenido jocoso y obsceno: los fabliaux.
El calypso: heredero de la tradición oral de los fabliaux.
El tema Congo man de este autor estuvo vetado en la BBC durante veintitrés años.
Bueno, y a las leyendas folclóricas también, claro. De este modo, y de la fusión de estos géneros narrativos tradicionales, nacerían las gestas germanas de bufones (Schwankzyklen) dentro de un flamante estilo literario que anunciaba la transición hacia el Renacimiento.

«¡Oh, Padre mío! Pues que yo tengo el infierno, cuando a vos pluguiere meted dentro al diablo».
El Decamerón, novela décima: «Cómo Alibec aprendió a meter
el diablo en el infierno», Boccaccio.
Ejemplo de fabliaux.
Vale; esta era la parte suave. La árida consiste en saber por qué surgieron las citadas corrientes culturales, pues aquí convergen una miríada de circunstancias derivadas de la fallida predicción del fin del mundo, el apocalipsis de san Juan, las guerras de poder entre el reino del cielo y el de la tierra… En efecto; un tema asaz largo y complejo de explicar. Suerte que ya lo haya hecho en otro artículo.
Mas, en este, lo resumiré con una palabra: escepticismo.
Sucinta síntesis histórica para mostrar un contexto situacional relativamente preciso
Del siglo XI al XV se produjo, en términos académicos, un poti-poti donde unos hacían tiriti, otros miliki y, el resto, piribiri.
Durante ese «breve» período, la nobleza se enriqueció de recuerdos, la Iglesia de pecados y los gremios mercantiles de dinero; la enseñanza no se aclaraba entre seguir un plan de estudios teológico, escolástico o humanista; la gente se volvió satírica, y la fe pasó de temer a Dios a venerar la ciencia. La de cifras y la de letras hebreas.
Por otro lado, el bufón, a quien la Iglesia había condenado por su inmoralidad5 y definido como un subhumano que encarnaba la perdición, se transformó en símbolo de redención entre finales del XII y a lo largo del XIII gracias a una serie de milagros.
Esta bula, obviamente, solo la recibieron aquellos cuyo comportamiento e ingenio no ofendiese al clero. Tal circunstancia dividió al colectivo itinerante en dos ramas: la sacra y la canalla. Precisamente, de esta última, viltrotearía por una senda distinta la literatura.
Un burro, un párroco y un secretario papal entran en una taberna…
Primera consideración: la sátira es propia del Renacimiento, pero ya existía como género —apellidado «menipea»— desde que Apuleyo escribiera o copiara El asno de oro allá por el siglo II.
Dicho esto, veamos unas obras que evidencian el inicio de una nueva corriente literaria y la influencia que tendrán sobre el bufón humanista.
Observa la transformación del protagonista:
El bello: noble que recorre el mundo para cumplir su deber y recibir la recompensa del amor. Paladín del bien (cristianismo) contra el mal (paganismo). Sufre una crisis de identidad, propia de la narrativa del rito de paso. Fuerte idealización y presencia de elementos mágicos poderosos.
Wigalois: similar, pero sin sufrir una crisis de identidad. Paladín de la tolerancia religiosa (cristianos y musulmanes) y azote del mal (paganismo vinculado al diablo). Fuerte moralización y presencia de elementos mágicos poderosos, aunque no tanto como el conocimiento.
Padre Amis: un cura —es decir, una persona no aristócrata— recorre el mundo en busca de su propio beneficio, sin cumplir su deber religioso y con la minerva por espada. Paladín de la audacia, la astucia, la listeza y la hipocresía. Humilla al necio. Fuerte crítica social satírica y ausencia de elementos mágicos.
El cura habla con el burro…
A raíz de la publicación de este libro, Der Stricker6 inaugura el género Schwank: obras que relatan la vida de un personaje procedente del folclore popular germano, reconvertido en trickster.
Para ello, recopiló leyendas y fabliaux —no necesariamente protagonizadas o relacionadas con Amis— y las ordenó mediante una estructura narrativa de aventuras y viajes. Como el Asno de Apuleyo.
Esta compilación de mitos y chistes acerca de vagabundos —vagos tunantes— embebidos por espíritu de los vagamundos —exploradores— depararía un nuevo cuerpo narrativo, desligado del idealismo caballeresco, pero con un formato parecido al de sus gestas. O al del Asno de Apuleyo.
Así, la literatura viró hacia el antropocentrismo y el poder del conocimiento; pilares del humanismo que anticipan estos héroes mundanos desengañados, escépticos, críticos, burlescos, ingeniosos, sagaces, pragmáticos e individualistas. Más aún, después de un trágico acontecimiento.
Sirvan de ejemplo las siguientes novelas:
Y el secretario papal dice…
Más humanistas que nunca, llegamos al siglo XV; la centuria que mola, los cien años perfectos donde todo el mundo era feliz…
Bueno, casi todo el mundo. Aunque, eso es lo de menos, porque lo que importa es la economía, y esta lo petó en la Europa que no había conquistado el Imperio otomano. Y no debido a la aristocracia, ya que el sistema feudal produjo tantas cosechas como revueltas campesinas.
Asimismo, surgió el humanismo; consecuencia de la miríada de circunstancias derivadas de la fallida predicción del fin del mundo, etc. Empero, una sola persona, un ser único de los que rara veces aporta la historia, creó el Renacimiento por su cuenta, con su trabajo y chistes típicos de bufones.
Entretanto, la Liga Hanseática iba a lo suyo. Tanto, que ora por exceso de libertad, ora por exceso de avaricia se granjeó la enemistad de los clientes y de los patricios. Esto es, las autoridades gubernamentales.
Y uno de estos patricios, aparentemente, se vengaría de los mercaderes con la ayuda del bufón humanista. Solo que, antes, se leyó estos libros.
Ahora sí: entra en escena el bufón humanista
Cabe decir que los libros humanistas —los subversivos, particularmente— no gozaban de la simpatía de las autoridades. Pero, en 1508, Maximiliano I de Habsburgo subió al trono del Sacro Imperio Romano, y se tiró el rollo cultureta. O sea, que «legalizó» la literatura sarcástica, inquisitiva, diatríbica y erótica.
¿Una decisión sorprendente? Muchísimo; el nuevo emperador poseía un granítico idealismo medieval. Y, en absoluto, ya que compartía la mentalidad reformista de la época. Vamos, que era una contradicción con corona, como el Renacimiento. Sirva de ejemplo Till Eulenspiegel, capaz de criticar a toda autoridad eclesiástica y de defender al papa a la vez. O esto:
Normal, pues, que apareciese un bufón, el rey de la corte absurda, para poner orden. A fin de cuentas, su función consistía en señalar los defectos de los demás mediante la burla. Pero, por desgracia, sin aportar soluciones; una actitud francamente nihilista.

«Existen muchos caminos y muchos modos distintos de superación: ¡mira tú ahí! Mas sólo un bufón piensa: «el hombre es algo sobre lo que también se puede saltar»».
«Siniestra es la existencia humana, y carente aún de sentido: un bufón puede convertirse para ella en la fatalidad».
Así habló Zaratustra, Nietzsche.
Till Eulenspiegel: el bufón humanista
Un año después de que Erasmo publicase su Elogio a la locura (1509), el universo —Estrasburgo, concretamente— descubriría a Till Eulenspiegel. ¿Quién es el autor? ¿Trata sobre un personaje real? Todas estas preguntas las responderé a continuación:
No tengo ni idea.
Empero, comentarte puedo que el libro se escribió en 1483 y que las aventuras del bufón humanista transcurren en el siglo XIV. También, que reproduce historias de otras obras7 y que gozó de un éxito sin parangón. Fíjate; constituye una de las obras esenciales de la literatura alemana. Ahora, adivina a qué bufón alude Nietzsche en la cita que has leído.
Teoría sólida acerca del bufón humanista
Veamos; es cierto que existen leyendas sobre un trickster holandés del XIV que se llamaba Till Eulenspiegel. Sin duda, el creador del bufón humanista las había escuchado o, cuanto menos, el nombre del bribón; aunque no compiló ninguna de esas historias, a despecho de lo que nos hace creer en el prefacio.

«En el año 1500 después del nacimiento de Cristo, como se calcula, yo, N., he sido inquirido por varias personas a compilar (para su placer) estos hechos y cuentos…».
Prefacio de Till Eulenspiegel.
Para entendernos; el tal Enepunto recurrió a un personaje popular a fin de simular un Volksmund (recopilación de historias populares) que le permitiese escribir un Schwankbuch (libro de bufones). Por tanto, el propio autor plantea su obra como un trickster.
Asimismo, las bromas y el viaje que relata le sirven de alegoría para realizar una crítica social de su época con la autoridad moral del bufón.
Claro, ¿y a quién critica? De manera resumida, desdeña a los necios y a los deshonestos, ya sean cristianos, preprotestantes —la Reforma no ocurriría hasta 1517— o creyentes de otras religiones, estudiantes, mercaderes, posaderos, granjeros, nobles, ciudadanos, políticos, oficiales, doctores…, aunque notarás una aversión mayor si alguno de ellos es un nuevo rico.
Exacto; un bufón no hace lo que le sale de la coquilla; te atiza para que no se te suba la aristocracia a la cabeza.
El autor
Con estas y otras referencias, varios expertos que han estudiado la obra afirman que, casi seguro, arrimando pero no poniendo la mano sobre el fuego, el autor es Hermann Bote, un escritor reconocido entonces, además de patricio de Brunswick.
Se supone, por tanto, que los constantes problemas que tenía con los gremios y mercaderes hanseáticos —al margen de las revueltas y tumultos que provocaban, le amenazaron de muerte— lo «inspiraron» a plasmar su opinión sobre ellos por escrito —emulando a Dante con su Comedia— y, ya que estaba metido en faena, extendió su sátira irreverente al resto del Sacro Imperio.
El contenido del bufón humanista
Las aventuras del bufón humanista destacan por ciertos elementos impropios del género. El primero, no contiene bromas ni alusiones ni situaciones sexuales; algo sorprendente a tenor del humor de la época.

«¿Puedo echarle un vistazo a tus domingas?».
La serpiente de Venecia, Christopher Moore.
Me pongo en pie, autor de la trilogía del bufón Pocket: El bufón, La serpiente de Venecia y Shakespeare para las ardillas.
Después, como habrás visto en la imagen de arriba, abunda la escatología. Nada raro aquí; este recurso es tipiquísimo de la Schwankliteratur y siempre ha causado hilaridad,8 salvo a Johnny Depp.
En consecuencia, la presencia de uno y la ausencia del otro quizá reflejen un matiz ideológico del periodo, pues al centrar la atención en el individuo y apartarla del Divino, el axioma medieval de «El mundo es Dios» se transformó en «El mundo es una mierda». O, si lo prefieres, un lugar inmundo.
Tal vez, por este motivo, Hermann Bote —o quien fuere— escogió el nombre de Eulenspiegel, ya que admite tres interpretaciones muy simbólicas:
— «[E]ul(en)», del holandés «wl», significa ‘hombre necio y malo`. «Spiegel», ‘espejo’. De ahí, traduciríamos «Eulenspiegel» como ‘espejo de la necedad y maldad humana’.
— «Eulen», en alemán, significa ‘búho’, declarado pájaro oficial del diablo en el Medievo. En vista de que un espejo invierte la imagen, el nombre daría a entender que él es una persona malvada con moral dispar. Un trickster, vamos.
— La pronunciación de «Eulenspiegel» semeja a «Ul’n speghel»: ‘limpiarse el culo’.
La literalidad del bufón humanista
Aparte de la falta de temática sexual, la obra muestra una más que notable diferencia retórica. Verás; las Schwank crean el giro cómico mediante juegos de palabras, bien a través de la paronomasia o de una metáfora oscura (conceptista) llamada catacresis.
Quien fuere —o Hermann Bote— empleó la literalidad. Esto es, su humor reside en que Till toma los elementos figurados por su sentido exacto, de manera que si te llamase por teléfono y le dijeses «Te llamo ahora», él respondería: «Pero si ahora te estoy llamando yo».
En efecto; una mente muy cuadrada. Ahora, extrae tus propias conclusiones al respecto de su influencia en los alemanes.

«A rose is a rose is a rose is a rose».
«Sacred Emily», Gertrude Stein.
En este poema, Stein transmite la idea de que las cosas son lo que son.
Su famoso verso lo usaría Mecano para componer la canción Una rosa es una rosa.
Las contradicciones del bufón humanista y ya termino
Es posible que su enfoque filológico tenga algo que ver con el paso de la visión teológica e idealista del Medievo a la realista y materialista del Renacimiento. O que quisiera mostrar la hipocresía de las personas mediante las falsedades del lenguaje figurado. Vete tú a saber.
Menos arduo resulta comprender la motivación del personaje —pese a que en su carro moral no haya nadie a las riendas— o la lógica de un estilo narrativo contradictorio, donde la sensibilidad se mezcla con la vulgaridad, la violencia con la simpatía y la elegancia con el mal gusto. Esta fórmula también la emplearía Rabelais9 en Pantagruel (1532) y Gargantúa (1534) para destacar el individualismo e independencia del ser humano, por lo que queda claro su objetivo.

«¿Quién duda del ingenio de este bufón?».
Fausto, Goethe.
Infaustamente, nada de lo que te he contado se percibe en la actualidad, porque el texto ha sufrido unas cuantas modificaciones. Tantas, que desde hace luengo tiempo es un libro para niños.
Así pues, si quieres leer el original, haz como Poggio y rebusca en bibliotecas con moho. Entretanto, no te olvides de teñir de rojo bufón el corazón humanista que palpita solitario bajo la sombra del titular. Luego, comparte este artículo por tus redes sociales. Y, ahora:

«¡Marchad! Que al veros, sudo».
Gargantúa, Rabelais.
Notas
- Técnicamente, la Iglesia aplicaba esta denominación a todas las variantes y categorías de bufón. Al principio, las condenaba. Luego… Ya te contaré. Respecto al estulto, podría haberlo traducido como «estúpido». Lo que pasa es que esta palabra, por aquella y hasta pasado el XVI, se usaba con el significado de ‘divertido’. ↩︎
- Algunos bufones ejercieron de asesores políticos y militares (Le Glorieux, Chicot —protagonista de La dama de Monsoreau y Los cuarenta y cinco, de Alejandro Dumas, padre—, Rajah Birbal, Tenali Ramalinga), espías (João de Sá Panasco) o conversadores eruditos (Stańczyk). Además, varios actuaban de confidentes, cortesanos palaciegos o acompañantes de confianza (algo así como un amigo íntimo). ↩︎
- Buena parte de las anécdotas atribuidas a los grandes bufones áulicos son inventadas o provienen de bufones menos conocidos, generalmente ajenos a la corte. La fama de Gonella, por ejemplo, le convirtió en protagonista de historias y chistes al estilo de los de Jaimito, Pepito, Joãozinho, Nasreddin o del Sheik Chilli. ↩︎
- La poesía trovadoresca cantaba romances en palacio y chocarrerías al pueblo llano. En ambos casos, empleando el idioma local en lugar del latín de las gestas. ↩︎
- Causas de su condena: deformidad armónica (física y mental), su presencia en lugares de dudosa reputación, vagabundeo y mancillamiento de recintos sagrados. También, porque narraban vulgaridades espantosas, contaban chistes ofensivos y, cuando relataban la vida de los santos, acaso lo hicieren, se concedían una licencia artística ciertamente profana. ↩︎
- Apodo de un poeta, juglar o trovador itinerante que desarrolló su carrera profesional por el centro del Sacro Imperio Romano y cuyo nombre real nadie recuerda. ↩︎
- Padre Kalenberg (capítulo 14 al 23), Padre Amis (capítulos 17, 27, 28 y 29), Poggio (capítulos 14, 17, 29 y 61), Il Novellino (capitulo 79), Les repues franches (capítulos 6, 57, 61, 62 y 72).
Tras su publicación, las bufonadas de Till Eulenspiegel pasarían a otros libros. Por ejemplo, la historia 28 aparece en La lozana andaluza (¿Francisco Delicado?, 1528) o la 29 en la Segunda parte de El lazarillo de Tormes (Juan de Luna, 1620). ↩︎ - Roland, el bufón de Enrique II de Inglaterra (s. XII), debía saltar, silbar y peerse al mismo tiempo durante la fiesta de Navidad. ↩︎
- Y, en cierto modo, Maquiavelo en El Príncipe (1513, primera versión; 1532, la conocida). ↩︎