A más de uno de los autores que aparecen en los malditos franceses y su decadencia: parte final I le daría un telele al contemplar su obra dentro la sección de «Clásicos» en una librería actual. De hecho; únicamente notaría diferencias en el estilo narrativo si hojease una novela de las baldas de «Contemporánea».
Tan sorprendente circunstancia deriva de una paradójica concatenación de elementos, repartidos en cuatro; sí, cuatro entregas finales, donde intervendrán un pájaro desgarbado, un carruaje indecente, un tiroteo en un hotel, misas negras, altas dosis de algolagnia, un polémico manual de conquiliología o Jesucristo caminando sobre las aguas del Támesis.
Lo sé; suena aburrido. Por suerte, las diez varitas mágicas que tengo por dedos se encargarán de amenizar el contenido, conjurando un hechizo lírico tan soberbio que no podrás evitar compartir el artículo.
Los malditos franceses y su decadencia: parte final I
Mucho antes de que se formase el Romanticismo, otra corriente cultural había alcanzado su cénit durante la Francia ilustrada.
La conoces por el nombre de libertinismo, y su planteamiento moral se entrelazaría con quienes protagonizarán «Los malditos franceses y su decadencia: parte final II» para originar la última hornada del movimiento.
Solo que, quizá convenga que aclare algunos conceptos primero.
Qué divertido es ser un libertino
Veamos, ¿qué pensamiento ha aflorado en tu mente un attosegundo después de leer la palabra libertinismo?
«Y les excitan el pene espigas aristadas».
Los sentados, Rimbaud.
Me lo figuraba. A ver, cierto es que el término posee una fuerte connotación sexual. Empero, se trata de una variedad radical del sensismo que combina las ideas de ataraxia y aponía de los epicúreos con el nihilismo escéptico y la búsqueda del placer mediante el hedonismo ético de Aristipo. Aunque, si prefieres una definición más sencilla…
«Los principios de mi filosofía […] consisten en desafiar la opinión pública».
Juliette o las prosperidades del vicio, Marqués de Sade.
Dicha actitud obedece al cambio de paradigma que provocó el humanismo y que asentó la Ilustración. Esto es, la independencia de la persona con respecto a cualquier institución, creencia, jerarquía y similares.
De esta manera, el ser humano moderno disfrutaría de libertad para emitir juicios según su propia lógica (librepensamiento), obtener dinero sin restricciones estatales (librecambismo), vivir en una sociedad de iguales (liberalismo político) y satisfacer sus deseos carnales del modo y con quien se le antojase (libertinismo).
«En su regla solo había una cláusula: HAZ LO QUE QUIERAS».
Gargantúa, François Rabelais.
«Pues todos nosotros tenemos inclinación a lo prohibido y deseamos lo que nos es negado».
Gargantúa, François Rabelais.
Libertad censurada
Esta propuesta antisistema, anticlerical y antimoral, en resumen, transmitió el siguiente mensaje al despotismo ilustrado: «Hola, soy burgués; vengo a arrebatarte el poder». Y, claro, el absolutismo no le devolvió el saludo. De ahí que los rebeldes se agrupasen en sociedades secretas o logias masónicas por su seguridad e interés profesional. Aquí me detengo, que siento la digresión muy cercana.
El caso es que ninguna libertad causó mayor sonrojo ni dividió tanto su apoyo como la del libertinismo. Principalmente, porque contaba con defensores y detractores en cada uno de los estamentos sociales. Lo cual explica que su literatura la prohibiese el gobierno; pero, luego, se imprimiera en secreto. O en el extranjero.1
Vale; estas obras acababan alimentando la hoguera —y sus autores, casi también— por mor de su prosa morbosa y por no opacar la pornografía voluptuosa. Aun así, cuidado con encasillar la novela libertina dentro del género de erótica, pues pertenece a otro llamado sátira.
Notas
1Principalmente, en Holanda y Suiza, debido a la mínima censura, y en Prusia e Inglaterra. Después, las sociedades secretas se encargaban de la distribución.
El origen de la novela libertina
Raro es quien escucha «Mileto» y no se acuerda de su más distinguido ciudadano: Tales. O de su alumno Anaximandro, maestro, a su vez, de Anaxímedes. Empero, seis siglos más tarde, y uno antes del nacimiento de Cristo, quienquiera que oyera el nombre de esta ciudad la asociaría a algo harto distinto.
Tanta fama de lugar decadente, inmoral, depravado e indecente gozaba esta fábrica de consoladores, reino de la prostitución y paraíso de la masturbación que un historiador, llamado Arístides, relató el costumbrismo sicalíptico local en sus Milesíacas.
Semejante procacidad lasciva no pasaría desapercibida, mas el libro con el tiempo desaparecería. Solo queda el recuerdo de esa obra asaz salaz de grosero solaz en el término fábula milesia.
«Son más quienes leen las fábulas milesias que los libros de Platón».
Prefacio del libro XII de Comentario a Isaías, San Jerónimo.
Continuación
Bueno, el recuerdo y El asno de oro, del númida Apuleyo (siglo II d. C.). Ahora, coge aire: se trata de una novela romana que cuenta la vida del autor mediante once fábulas milesias con el estilo de la sátira menipea, pero que realmente es una copia de Lucio y el asno, quizá de Lucio de Patras, escrita vete tú a saber cuándo, aunque quien lo hiciera se inspiró en las Milesíacas.
«…y puestas en cuclillas, meáronme la cara».
El asno de oro, Apuleyo.
Un poco antes, en el siglo I d. C., tal vez Petronio, aquel que la gloria «la había alcanzado vegetando» (Anales, Tácito), compuso El satiricón. Infaustamente, apenas ha sobrevivido una parte de la novela. Lo suficiente como para apreciar en su narrativa la sátira menipea.
«Tarde, demasiado tarde ya, comprendí que se me había llevado a un burdel».
El satiricón, Petronio.
Y esto me lo has contado porque…
Pues, mira, por la descomunal influencia que El asno ejerció en la literatura del Renacimiento a través de su contenido, humor, estilo narrativo, sátira menipea, misticismo, metamorfosis animal,1 estructura argumental de «muñeca rusa», desarrollo de la trama, el uso de personajes de clase baja…
No exagero. Le debes la aparición de la novela picaresca; la obra de Quevedo —ávido lector del Satiricón—, Petrarca o Dante; el Sueño de una noche de verano (Shakespeare); el Decamerón (Boccaccio), y El coloquio de los perros (Cervantes), además de varias cosas del Quijote, y toda representación artística donde aparezcan Psique y Cupido a partir del siglo II.
Espera, que falta Francia. Aquí, la fábula milesia originó los fabliaux —poemas eróticos humorísticos—, la comedia elegíaca, la poesía goliardesca o el Heptamerón (1558), de Margarita de Navarra.
Junta todo eso, y obtendrás los monstruos de Rabelais: Gargantúa y Pantagruel. Pero, también, a Panurgo, el pícaro libertino que acompañaba al segundo tragaldabas en sus aventuras.2
Notas
1Carlo Collodi reprodujo la metamorfosis de Lucio en burro y el castigo de Psique por curiosa en su libro más famoso: Pinocho (1883).
2Pantagruel (1532), Gargantúa (1534), Tercer libro de Pantagruel (1546), Cuarto libro de Pantagruel (1552), Quinto libro de Pantagruel (1564).
El primer poeta maldito
Normalmente, los personajes literarios, hijos de la imaginación del autor, fruto de la unión entre la pluma y el folio, suelen contener trazas de ADN externo en su código genético.
A veces, en cambio, los escritores licúan los huesos de una persona en tinta para que su carne encarne un personaje novelesco. Así le sucedió a Cyrano, sin esquisar más lejos.
Empero, cuando Rabelais creó a Panurgo, el sancho de Pantagruel, tomó de modelo a un poeta vernáculo del siglo XV, rápido de palabra, mortal con la daga, que era persona y personaje al mismo tiempo: François Villon,1 origen del verbo francés villoner (‘engañar’).
«¿Dónde están las nieves de antaño?».
Pantagruel, Rabelais.
Panurgo cita un verso de Des dames du temps jadis, de François Villon.
Imagino que esa contribución lingüística involuntaria te habrá dado una pista acerca de su fama, pues a embaucar los oídos mediante versos a su ingenio no limitaba. Tanto, que de él proviene el estereotipo de poeta maldito que imitaría la última hornada del Romanticismo.
Notas
1Su verdadero nombre era François de Montcorbie, aunque en otros documentos figura como François des Loges. Adoptó el apellido de Villon por Guillaume de Villon, el capellán de Saint-Benoît-le-Bétourné de París que le adoptó de niño.
El licenciado licencioso
Ni la mejor novela picaresca que se haya escrito en la historia supera la biografía de Villon. Es más; si no existiesen determinados documentos que corroboran los hechos, la sinopsis que ahora leerás parecería inventada:
Libro I
—De cómo un estudiante se embebe de conocimiento en la universidad mientras bebe todo lo que le sirven en las tabernas parisinas del barrio Latino.
—Maestro de Letras y clérigo a los 21 años.
—De cómo se convierte en un perdulario pendenciero ahobachonado, en un cínico ladronzuelo mujeriego y en un talento de la palabra, las juergas, el derroche y el desenfreno.
«Otro poeta, ¡qué sería de las tabernas sin ellos!».
MuArte, Jose Flores.
Libro II
—De cómo a los 25 años mata a un cura de una mojada, huye de la justicia y Guillaume de Villon intercede a su favor.
—Segunda huida, después de robar quinientos escudos de oro en el Colegio de Navarra de París con unos compinches.
—Del modo en el se entera de que la policía ha arrestado a uno de sus compinches y este le ha delatado, obligándole a vagar errante por Francia.
Libro III
—De cómo Villon llega a Blois y conquista la corte del duque de Orleans con su virtuoso estro.
—De cómo pierde la gracia de sus protectores y su condición de clérigo tras ser arrestado por robo en una iglesia y acaba en la cárcel episcopal de Meun-sur-Loire, donde es torturado.
—Regreso a París, gracias a la intercesión de Luis XI.
Libro IV
—De cómo se reencuentra con sus compinches tabernarios, conoce a los grupos turbios de la capital y planea un nuevo robo.
—De cómo el robo salió mal, sus protectores parisinos le abandonan, reaparece el caso del Colegio de Navarra y firma un acuerdo con las autoridades para recuperar la libertad a cambio de la devolución de su parte en este robo.
—Villón, ahora con 31 años, apuñala al maese Ferrebouc —notario pontificio—, es apresado y condenado a la horca.
—De cómo le condonan la pena de muerte por diez años de destierro.
A partir de aquí, nada más se supo de él. Cero. Zip. Gato de Schrödinger completo. De esta suerte, la leyenda le dijo a la historia: «Déjame a mí, que ya me encargo yo de terminarte y de arreglar lo que has escrito».
Unos salvajes muy coquetos
Tras este inciso, prosigo con los libertinos. Estos entes libres humanistas asumieron de inmediato que su filosofía no cuajaría con la jerarquía, las normas ni el cuádruple credo —catolicismo, protestantismo, calvinismo y puritanismo— que había introducido el despotismo ilustrado.
Por tanto, usaron la razón, y comprobaron que la sociedad, al igual que Juno, poseía dos caras. Una, la que exhibía en la luz pública. En cambio, la otra, privada de libertad, solo se apercibía en la sombra de la intimidad.
De pronto, Louis-Armand de Lom d’Arce —para los amigos, barón de Lahontan— regresó de su viaje por América, y publicó sus experiencias (1704) en unos libros que agitarían la época: Nouveaux voyages, Mémoires y Dialogues.
Principalmente, debido a lo que contaba sobre la tribu de los hurones, cuya cara no distinguía lo público de lo privado y ningún poder reprimía sus deseos individuales. Fiel al espíritu científico, Lahontan recurrió al griego, y denominó a este sistema anarquía.
Desde entonces, el libertinismo no atacó las restricciones absolutistas, sino que defendió la libertad del deseo. En concreto, el concerniente al fornicio. Así pues, tomó de referencia el modelo hurón, donde el hombre no es celoso, la mujer escoge, y todos son amigos con derecho a roce. O follamigos, según la terminología del siglo vigesimoprimero.
«Nada deseo con más ansia que nuestra amistad dure siempre. Pero, por Dios, no me escriba más».
Las amistades peligrosas, Pierre Choderlos de Laclos.
Quebrados sus grilletes, el deseo se manifestó a través del galanteo y del coqueteo. Esto es, el código de ligoteo que empleaban los salvajes norteamericanos. Lo cual nos lleva a Pierre Choderlos de Laclos.
La novela libertina
Procede empezar… No; urge empezar con esta información: Laclos no inventó la novela libertina francesa. En realidad, tal honor correspondió a Prosper Jolyot de Crébillon;1 gran amigo de Laurence Sterne, por cierto.
Comento esto porque el libertino literario originario no representaba a un personaje malvado ni degenerado. Más bien, mostraba al aristocrático seductor y hedonista que vivía a lo hurón. O sea, Crébillon escribía historias costumbristas, ligeramente sentimentales, en clave de fábula milesia.
Empero, Las amistades peligrosas (1782) relata la cazcarrienta moralidad libertina aristocrática con un tono crudísimo de sátira menipea. Fíjate; hasta me atrevería a definirla como una «novela picaresca oscura». Y, supongo que, tú quien me lees, te preguntarás qué motivó semejante cambio.
«Aquel que ha permitido que abuses de él, te conoce».
El matrimonio entre el Cielo y el Infierno, William Blake.
La cita te ha dado la respuesta. Más o menos. Verás; Laclos no se proliferó demasiado a la hora de aclarar las pretensiones o el significado de Las amistades. En esencia, indicó que se trataba de una roman à clef (basada en hechos reales) y que el contenido versaba acerca de la iluminación moral. De ahí que existan miríadas de interpretaciones.
Más evidente resulta que esta obra se inspiró2 en Julia, o la nueva Eloísa (1761), y que subió el listón de la polémica que Rousseau había generado tras su publicación. No en balde, Laclos dejó a la sociedad puritana persignándose en bucle ante la impudicia e indecencia de sus personajes.
Ahora bien, ¿qué pasaría si comparases estas obras?
Notas
1Les égarements du couer et de l’esprit (1736-1738); Le sopha, conte moral (1742). «Leí un capítulo de Le sopha…» (Las amistades peligrosas ).
2Una de las miríadas de interpretaciones afirma que Laclos parodió la obra de Rousseau.
Una utopía llamada deseo
Primero, observarías que comparten la estructura epistolar y el provocativo mensaje crítico hacia la moralidad de su época.
Unos segundos después, reconocerías en su narrativa el mismo tema: la exaltación pasional. Justo; el santo y seña del Romanticismo 1.0. Aun así, notarías que Rousseau se centra en el aspecto sentimental mientras que Laclos maneja un enfoque psicológico orientado hacia el tartufismo.
Por desdicha, te has atascado en la raison d’être. Yo, quien te escribe, a fin de ayudarte con tus pesquisas, te había soplado que las dos novelas orbitaban en el universo de la naturaleza. La del ginebrino —Rousseau, para los despistados— te ha costado cero identificarla, ya que abres el libro y te muerde. Pero, la del de Amiens…
«¡Ah! —dijo Julia— ¡Ahora no ve usted nada!».
Julia, o la nueva Eloísa, Rousseau.
Pese a sus intentos, Julia no te distrae y, súbitamente, te percatas de que Laclos contempla la naturaleza psicosomática del deseo. Y, válgame Rushdie, lo que contempla…
¿El qué? ¿El qué?
En múltiples palabras, que una persona libertina —versión aristócrata del pícaro— es un ente manipulador, orgulloso, vanidoso, lujurioso, egoísta e insensible que colecciona voluntades ajenas por placer y para controlarlas a su capricho con el único fin de mantenerse en una posición de superioridad que le permita rendir culto a su propia imagen.
En menos palabras, que el deseo te arrastra al materialismo. Por consiguiente, percibes y tratas a los demás como objetos que poseer o cartas de una baraja con las que jugar.
Mucho más breve: Sade.
Caramba, no; esta Sade, no. Me refería al marqués epónimo de sadismo, además de archienemigo de Rétif, el autor libertino que tachó de inmoral su obra. Pondera cuidadosamente esta opinión, pues la expresó el epónimo de retifismo, si bien el término derivó de su obra Le pied de Fanchette (1769). En el caso de Sade…
Verdad dices con que su horrendo legado lingüístico también proviene de un libro: Los 120 días de Sodoma. Aquí relata, entre un sinfín de parafilias, cómo un personaje se excita cagando dentro de la vagina de una mujer viva. Créeme; ni mujer ni viva sobran en esta frase.
Infaustamente, Sade escribió sus novelas en la cárcel después de haber confundido Francia con la Mileto del I a. C. y El satiricón. En otras palabras, sus personajes se inspiran en su persona.1
Notas
1Y la persona, a su vez, en el materialismo ateo de La Mettrie y del barón d’Holbach.
Influencia del libertinismo en el Romanticismo
Poco exagero; algo chungo tenía su naturaleza psicosomática del deseo para que unas prostitutas de Marsella lo denunciasen por inmoral e intento de envenenamiento, las autoridades de Aix-en-Provence lo ahorcasen en efigie o lo arrestasen tres regímenes políticos distintos: el Antiguo, el Terror y Napoleón.
En fin, aquí hemos venido a hablar de literatura, no a juzgar los descordojos de otros. Más aún, con el Romanticismo pidiendo paso desesperadamente.
El Romanticismo 1.0.
Por un lado, los amoríos de Chateaubriand1 y de Staël se adecúan al comportamiento del libertino galante que aparece en la obra de Crébillon. Aunque, no descartes que lo aderezasen con unas gotitas del mirliflor que contempló Laclos.
De cualquier forma, Rousseau trazó la senda del 1.0. francés —con ayuda de la ingeniería alemana (Goethe)—, y el movimiento heredó del libertinismo su oposición al absolutismo y a la razón ilustrada, además de la crítica hacia la hipocresía moral de la alta sociedad.
Empero, rechazaron su determinismo con el suicidio, esleyeron la exaltación emocional a la incontinencia sexual, prefirieron el sufrimiento melancólico al aplacimiento hedonista y optaron por alejarse de la decadencia a través de la imaginación, la naturaleza y el medievalismo del pasado.
«¿No te parece -dijo Corinne- que aquí la naturaleza aflora ensueños que se desconocen en otros lugares?».
Corinne, Madame de Staël.
Notas
1Fíjate en el parecido entre su Atala y su René con las experiencias del barón de Lahontan entre los hurones.
El Romanticismo 2.0. y 3.0.
Alrededor de 1820, fruto de esa regresión histórica, Francia redescubrió a Villon. En efecto; aquel virtuoso poeta que, con su banda de compinches, se apoderaba de todo lo que deseab… ¡Cáspita! ¿No te recuerda a Hugo y a su cenáculo?
Quizá sea casualidad, lo reconozco. También, que en La balada de los ahorcados1 (Villon, 1489) se atisbe el Último día de un condenado a muerte (Hugo, 1829). Al fin y al cabo, solo sé que a Hugo le encantaba el simbolismo de Villon. Y que contagió su admiración a Gautier y a Gerard de Nerval. Y, estos —más o menos—, a Verlaine y a Rimbaud.
«Estos poetas, ya ve, no son de este mundo: déjelos vivir sus extrañas vidas».
Carlos de Orleans a Luis XI, Rimbaud.
Discurso escrito por Rimbaud (16 años) en el que Carlos de Orleans pide la liberación de Villon a Luis XI.
Notas
1El título se lo pusieron los románticos; Villon la llamó Otra balada.
Continuación
Simbolismo al margen, Villon deslumbró al 2.0. y al 3.0. con el modo en el que abordaba la muerte y lo macabro. Tanto maravilló su prosa morbosa que le inspiró a un autor un poemario.
Por desgracia, este no encontraba el título apropiado. Hasta que un amigo suyo, viendo el de un manual de retórica, hizo un juego de palabras. Así, Baudelaire puso nombre a su más famosa obra.
«…she whose beauty was more than human? But where are the snows of yesteryear? (¿…aquella cuya belleza era más que humana? Pero ¿dónde están las nieves de antaño?)».
Des dames du temps jadis, François Villon
Traducida al inglés por Dante Gabriel Rossetti.
«Señora del Cielo, reina terrenal, emperatriz de las regiones infernales».
«Item, Donne A Ma Povre Mere», Le Testament, Villon.
Tremendo el peso de Villon en los malditos franceses y su decadencia, ¿verdad? Cierto, pero el Romanticismo solo marcó el comienzo de su influencia. Sirvan estos tres artistas de ejemplo:
- Claude Debussy: Trois Ballades de François Villon (1910).
- Bertolt Brecht: la pieza teatral Dreigroschenoper (’La ópera de los tres centavos’, cuyo personaje principal es Mack el Navaja) y la canción Nanna’s Lied (letra: Brecht, música: Weill) de la obra Die Rundköpfe und die Spitzköpfte (1932).
- Bob Dylan: una de las referencias literarias del Nobel de Literatura durante la preparación del álbum The Times They Are A-Changin’ (1964). Si echas un vistazo a la funda del LP, leerás esto: «Ah! Where are those forces of yesteryear?» (’¿Dónde están aquellas fuerzas de antaño?’) y «With the sounds of François Villon echoin’ through my mad streets».
La novela gótica
En un principio, la novela gótica representaba una sátira fantástica con la que los románticos se burlaban de la lógica científica ilustrada. A fin de cuentas, si unos seres irreales y unos entornos naturales conseguían exaltar una emoción (miedo), la superioridad de la razón quedaba en entredicho ante la imaginación.
Paralelamente, y en versión abreviada, ejercía de crítica alegórica para la decadencia de su tiempo. Es decir, cada vez que aparecía un vestiglo maligno o una estantigua del pasado, el presente se oscurecía y evidenciaba la debilidad de sus costuras.
«¡Oh, no te entregues, desdichado joven, a las preocupaciones de la oscuridad!».
Smarra, o los demonios de la noche, Nodier.
Aun así, Laclos y Rétif demostraron que el miedo no necesitaba excitar la imaginación con criaturas demoníacas para manifestarse en la mente. Un entorno urbano y una persona «real», corrompida de moral y poseída por la maldad1 (vamos, un libertino) eran más que suficientes.
De esta manera, el terror psicológico transformaría este género en plúrimas categorías literarias durante el 2.0. y el 3.0., asunto que desarrollaré en el artículo sobre la novela gótica. Porque todavía no he terminado con Sade.
Notas
1A fin de agilizar la lectura de este apartado, he omitido las teorías de Kant y de Rousseau sobre el origen del mal. No hay de qué.
El realismo sádico
¡Guay de mí tras lo que aquí voy a escribir! ¡Ya presiento polémica y espanto en mi espalda acechando! Pues, no en vano, afirmaré que Zola es Sade reformado. Claro; tendré que justificarlo, y empezaré con lo que provocó su mayor escándalo: la explicitud.
Pese a la tabuización de materias consideradas obscenas, varios autores ya habían abordado lo escabroso de forma directa. Como he mencionado previamente, Villon abrió los ojos de Baudelaire al lirismo inherente en la muerte.
«Feroces pájaros posados sobre su cebo destruían con saña un ahorcado ya maduro».
«Un viaje a Citerea», Las flores del mal, Baudelaire.
El erotismo, por su parte, evitaba la censura de tres maneras. La primera, mediante insinuaciones, sugestiones, connotaciones y alusiones muy veladas dentro del texto. La segunda, con la picardía,1 cuyo tono cómico mantenía estas obras sobre la línea fronteriza de lo aceptado. Y, la tercera, el mercado subterráneo, motivo de que el tío de Sade dispusiera de una impresionante biblioteca pornográfica. Adivina dónde se crio el pequeño marqués.
Por tanto, ni su obra ni su realismo descriptivo aportaron nada nuevo. Tampoco el feísmo o tremendismo de sus historias, propios de la novela picaresca. Ni sus devaneos filosóficos que ratificaban la fisiología como única responsable de nuestro comportamiento,2 pues ya existían ensayos al respecto.
Ahora bien, junta todo esto, y obtendrás la esencia del naturalismo literario.
Notas
1Palabra que proviene de Picardía, región septentrional de Francia.
2Resumidamente, el materialismo ateo implica la ausencia del libre albedrío y del castigo divino, de modo que la persona está determinada a satisfacer sus deseos corporales. Similar al chárkava de la filosofía baratí.
Continúa con los malditos franceses y su decadencia: parte final II
Imagínate la cara que se me ha quedado al poner el punto final de la última entrega de «Los malditos franceses y su decadencia» y observar su tamaño leviatánico. Así que, tras una intensa discusión intelectual con mi gata Ophelia, he optado por el sentido común. O sea, lo que argumentaba ella: separar el contenido en cuatro artículos.
De este modo, y de manera independiente, conocerás a los protagonistas que desviaron al Romanticismo de la luz ilustrada y lo llevaron hacia la oscuridad de la decadencia literaria. Esto, por supuesto, facilitará tu comprensión del proceso. Además, te ahorrará la lectura de una excesiva cantidad de texto, amén de la luenga espera habitual a la que te someto entre entrega y entrega, pues el contenido está redactado. Lo de sufrir, mejor que lo haga Sade.
Por tanto, en «Los malditos franceses y su decadencia: parte final II» te presentaré a una figura trascendental: el dandi. Y lo digo de manera literal, pues ni concibes, ni sospechas, ni excogitas la relevancia que tuvo este personaje para quienes escribimos o de cara a comprender el nacimiento del Modernismo. Ya estás tardando en pinchar en el enlace.
Antes, eso sí, acuérdate de pintar de rojo el corazón que palpita solitario bajo la sombra del titular y de compartir «Los malditos franceses y su decadencia: parte final I» en tus redes sociales. La miza y yo te lo agradeceremos con una reverencia.