Coge un libro. El que quieras. Ábrelo y hojéalo. No leas nada; simplemente observa el aspecto que presenta la historia. Bien, esa mezcla entre forma y contenido constituye la estética lineal de una novela.
A modo de introducción, este artículo te explicará el papel que desempeña el formato dentro de la estructura narrativa. En concreto, en lo que concierne al hilo argumental y al entorno temporal.
Se supone que, ahora, debería soltar el «agradécemelo pintando de rojo el corazón que palpita solitariamente blanco bajo la sombra del titular». Bueno, pues no; hoy soy yo quien agradece a Helena Estrada la foto que me ha enviado para ilustrar el artículo, ya que muestra el significado de la estética lineal de una novela a la perfección.
Exactamente… ¿a qué te refieres con lo de la «estética lineal de una novela»?
Mira; esto es lo que te mencioné en el artículo sobre el punto ortotipográfico. O sea, la función narrativa de los párrafos. Y, aunque parezca sencillo, también resulta igual de fácil emplearlos de manera incorrecta, algo que provocará la ira de quien te lea.
«Buscaré escorpiones para ensartarlos en mis látigos».
La duquesa de Malfi, John Webster.
Veamos, desde el punto de vista de la sintaxis biológica —ciencia cuyo nombre me he inventado—, la escritura de una novela equivale a la creación de un ser humano. O de un cachalote, como prefieras.
Quizá suene osada mi analogía, pero compara la función de las palabras con la de los nucleótidos, la de los sintagmas con la de los exones e intrones, la de las frases con la de los genes, la de los párrafos con la de los cromosomas, y la de los capítulos con la de las células.
Junta todo bien y, ¡tachán!, obtendrás un libro, una persona o al antagonista del capitán Ahab en Moby Dick (Herman Melville). Junta todo mal y, ¡hostias!, tendrás ante ti a un personaje de La isla del doctor Moreau (H. G. Wells).
Obviamente, la mutación se percibirá con mayor claridad cuando el error desvirtúe un elemento más complejo de la estructura del ADN (o del ARN) literario. Quiero decir, lo que afecta, afea. Empero, no es lo mismo ver un grano (una errata, por ejemplo) sobre un rostro perfecto (un libro bueno) que aletas donde debería haber brazos, consecuencia habitual de no saber usar los párrafos.
Supongo que ahora me contarás un previo histórico, ¿no es cierto?
Oh, en efecto. Como recordarás de otro artículo, durante la Edad Media dejamos de leer en voz alta. De hecho, Agus te indicará una fecha aproximada: en algún momento entre el año 350 y el 25 de abril de 387.
«Pero, cuando [Ambrosio] leía, sus ojos eran conducidos a lo largo de las páginas y su corazón escrutaba su sentido. En cambio, la voz y la lengua quedaban quietas».
Confesiones, San Agustín.
Verdad dices con que la recitación silenciosa ya se practicaba mucho antes, y que la «sonora» perduró hasta los salones literarios. Aun así, a partir del siglo IV, lector y audiencia comenzaron a fusionarse en un solo ente que leía textos en privado con el fin de entenderlos e interpretarlos por su cuenta; fetén para tratados y ensayos, no tanto para una novela.
Si no intuyes el motivo de que haya dicho esto, lee en voz alta algo de Aristóteles o de Steven Pinker, y cronometra el tiempo que aguanta tu comprensión. Ojo; Pinker me parece un fantástico autor. Pero, por mirífico que sea, el cerebro escucha mejor su obra en silente individualidad que los oídos con la sonoridad.
Resumiendo, este tipo de obras requieren concentración (lectura activa) y provocan la aparición de pensamientos (lectura reflexiva), lo que despierta el intelecto. Por el contrario, las novelas atrapan tu atención (lectura pasiva) y reemplazan la realidad por un universo paralelo (lectura abstractiva), de tal modo que estimulan la imaginación.
En ambos casos, la llave que activa las citadas facultades mentales se encuentra en la mano de los párrafos.
¿Y eso lo hacen los párrafos? Pues no entiendo cómo
Desmaya la duda, que te lo explico en un periquete. Cuando la narrativa oral pasó de la boca al papel, también lo acompañó el sistema expositivo que había desarrollado a lo largo del tiempo. Así, conservamos la estructura argumental y el arquetipo del monomito, término definido por Joseph Campbell, pero acuñado por Joyce.
«¡Y sus vivacs! ¡Y su monomito!».
Finnegan’s Wake, James Joyce.
Infaustamente, quienes leían o representaban esos textos —aquí me remonto a la época de los griegos— recibían escritos de toda suerte de formatos, bustrófedon incluido. Por esta razón, nacieron los signos de puntuación.* Solo que el contenido carecía todavía de espaciados o de saltos de línea.
En su lugar, los griegos empleaban dos símbolos: el paragraphos (__), que señalaba una separación dentro de un texto, y el coronis (⸎), que representaba el final de una sección o del texto completo. Posteriormente, los correctores medievales añadirían el calderón (¶) para sugerir la división de un párrafo en dos.
Estos signos, parecidos a los que los intérpretes emplean durante la grabación de un audiolibro, pronto dejarían su espacio a los, ejem, espacios. Primero, los escribanos cristianos separaron las palabras (siglo VII u VIII). Luego, la imprenta y las técnicas tipográficas añadieron el espaciado entre las frases y la sangría al inicio de párrafo, dando lugar a un formato de escritura que replicarían la tipiadora y el ordenador.
*La imagen del enlace corresponde a un bustrófedon, por si quieres ver un ejemplo de este estilo.
Continuación
La estética mecánica, aparte de mejorar la legibilidad de manera notable —fundamental para vender libros a una población con bajos niveles de analfabetismo en un mercado ilustradamente aburguesado—, también implantó su manual de estilo. Lo malo es que venía sin instrucciones de uso.
«Supongamos que las instrucciones sobrevivieron».
Oryx y Crake, Margaret Atwood.
Supones bien, Margaret, aunque cada nación hizo la ortotipografía por su cuenta. Es decir, unas esculpieron El Golem (Gustav Meyrink) y otras electrocutaron a Frankenstein (Mary Shelley). De ahí que las normas de puntuación varíen según el idioma.
En medio de esta divergencia, los párrafos pusieron orden al desconcierto. Literalmente; porque, gracias a los saltos de línea, las secciones se transformaron en bloques de texto independientes.
La escritura, por tanto, disponía ahora de un armazón para componer textos. Tal vez esta información te haya provocado un leve encogimiento de hombros en lugar de asombro, de modo que comprueba en los siguientes ejemplos cómo la estética mecánica facilitó la comprensión, el entendimiento y la visualización del contenido.
Entiendo lo que dices, pero lo veo más para un ensayo que para una novela
Estás en lo cierto. El género de ensayo,1 recuperado por el pensamiento humanista y símbolo de la literatura ilustrada, se benefició más de este sistema expositivo que la novela, pues unió lógica y estética a medida que evolucionaban las técnicas tipográficas.
«Y, entonces, todo quedó claro».
Escuela para tontos, Sasha Sokolov.
¡Ya te digo! Si antes se leía en silencio a fin de comprender e interpretar el contenido de un texto, ahora era el texto quien razonaba en silencio su propio contenido al leyente. Para ello, empleaba una estructura de secciones determinadas (presentación, argumentación, datos, crítica, conclusión, etc.), compuestas por párrafos, donde cada uno mostraba una única idea. Énfasis en cada uno y en única.
Así, el libro se hizo mundo; el párrafo, su mapa, y la palabra, tu guía turístico. Por desdicha, como señalaba al principio del apartado, esta estructura tan cuqui le hacía la cusqui a la novela, ya que el relato de una historia poco o nada tiene que ver con la disertación de un ensayo o del Writing en un examen oficial de inglés.
«A pesar del fallo, su experimento no fue un completo fracaso».
La mujer en las dunas, Kobo Abe.
Notas
1La literatura japonesa contaba con un género similar —una mezcla entre diario y ensayo llamado zuihitsu— que había surgido en el Periodo Heian (794-1185), se había popularizado en el Periodo Kamakura (1185-1333) y lo petó durante el Periodo Edo (1603-1867).
Por cierto, ¿no decías que este artículo trataba sobre…?
De acuerdo; quizá me haya retrasado más que de costumbre en llegar al tema principal que nos atañe. Empero, tengo una buena razón que justifica mi demora.
«¿Una razón? Cielo santo, puedo producir muchas».
El corazón roto, John Ford (escritor inglés del XVII, no el director de cine).
Tranqui; con una bastará: la estética lineal de un ensayo se ve mejor que la de una novela. Es decir, posee una estructura bien definida, ya que identificas la función de cada sección (presentación, argumentación, datos, crítica, conclusión, etc.) sin esfuerzo.
En cambio, la literaria emplea los párrafos para introducir pausas y movimiento; alteraciones espaciotemporales; subtramas; cambios de ritmo; momentos emocionales, reflexivos y reactivos; personajes y descripciones; diálogos, y una miríada de elementos más dentro de un hilo argumental tejido alrededor de una estructura global que, a su vez, alberga otras estructuras más breves en su interior.
Creo que, tras esta explicación, he dejado claro por qué te he hablado primero del ensayo, al tiempo que explicado por qué las novelas presentan párrafos largos, como habrás comprobado si has hojeado una cuando así te lo he indicado al principio del artículo.
La estética lineal de una novela
Bueno, ha llegado la hora de hacer honor al título y a su protagonista. Por tanto, convertiré todos los apartados que has leído en párrafos para transmitirte un mensaje…
«Resistente como el mármol, y tan penetrante como una neblina inglesa».
Flaubert, en una carta remitida a Baudelaire (viernes, 14 de agosto de 1857).
Recapitulemos. El párrafo, al igual que el cromosoma, representa una estructura que contiene información. El primero, sobre la novela. El segundo, de la genética de una persona. O de un cachalote. Cuando estas estructuras se combinan, originan capítulos y células. Así pues, su unión permite que fluya la historia y la vida.
En los tiempos de la literatura oral, los biólogos de la palabra empleaban una estructura argumental de referencia (inicio, desarrollo y desenlace) a fin de contar sus historias. De esta manera, además de recordarlas, podían inventar nuevas e improvisar sin perder el hilo narrativo. Solo que sus audiencias esperaban algo más que orden durante el recitado; querían sentir el hechizo de esa elocuencia que te transporta a un lugar allende la realidad.
Pero ¿cómo demonios expones de forma razonada y en silencio la magia de la interpretación? A la postre, la estructura argumental no es más que un guion lírico, un folleto de instrucciones en prosa que, en contraposición a la del ensayo, carece de un esquema compositivo bien definido.
De ahí que el cromosoma sintáctico de una novela, aparte de una idea, contenga la miríada de elementos que he mencionado previamente: los escritores hablamos a ciegas con una audiencia ausente. En consecuencia, algunos logran embrujarte con su estilo narrativo, otros terminan seduciéndose a sí mismos, y el resto vende su alma al conjuro comercial de la nigromancia editorial.
Función de los párrafos en la estética lineal de una novela
El contenido de un párrafo dependerá de lo quieras contar en tu novela, del estilo que emplees y del talento que tengas. Empero, a tenor de lo que acabas de leer, graba esto a fuego en tu cerebro:
- Todo bloque narrativo (libro, capítulo, párrafo) sigue una estructura argumental.
- La historia fluye si los párrafos no actúan de dique. Revísalos, y quita la paja que entorpezca la lectura.
- La historia engancha si los párrafos son elocuentes. Revísalos, e insúflales el aliento de vida que necesiten.
- Los párrafos determinarán el estilo y el ritmo de la novela.
- Detrás de una frase memorable, preciosa o profunda hay un párrafo perfecto, pues ha creado el contexto y entorno adecuados para que luzca.
- La calidad de los párrafos determinará la calidad de la novela.
- El párrafo es el vehículo de la historia.
Por otro lado, la estética mecánica proporcionó el recurso visual de la elipsis a la escritura. O sea, los saltos de párrafo indican un salto en la historia. Normalmente, temporal, aunque también señalan un cambio de enfoque y una pausa en la narración lineal, ya sea con la idea de introducir una reflexión, un diálogo, una subtrama, etc.
Cuidado; cada salto supone una ruptura en la continuidad. Por este motivo, muchos autores incorporan los elementos mencionados dentro del párrafo. Así, la linealidad no se escalona, mantienen el ritmo de lectura y evitan que la historia discurra a trompicones (fluidez narrativa).
¡Ah! El salto solo llevará doble espacio en caso de que la elipsis represente un salto (temporal y argumental) considerable o que corresponda al final de una sección. De hecho, esta última se suele destacar con algún signo: tres asteriscos espaciados (* * *), tres virgulillas espaciadas (~ ~ ~) o con lo que te apetezca. Como si pones una florecilla silvestre del campo.
Entonces, ¿qué recomiendas: párrafo corto o largo?
¡Buf! Menuda pregunta formulas, tú, quien me lee. Personalmente, prefiero novelas de párrafo medio y largo, puesto que te sumergen mejor en la historia al presentar más profundidad y detalle, aunque no veas en mis palabras una crítica hacia los párrafos cortos.
«¡Que no, Ilsebill! De verdad que no voy a contar esa patraña».
El rodaballo, Günter Grass.
Pero, quien posee una virtud, también carga con un defecto. Este tipo de estética lineal requiere concentración y tiempo de lectura; cualquier interrupción o pausa te sacará del hilo argumental, a menos que llegues al final del párrafo antes. Además, la profundidad y el detalle ralentizan el ritmo de la historia, por lo que pueden despertar el aburrimiento en lugar de la imaginación.
En cambio, los cortos agilizan la narración, pues priorizan la trama por encima de la elocuencia, de modo que resultan más amenos. Y prácticos, dado que alcanzas rápido el final del párrafo cuando lees durante períodos cortos de tiempo, como en el trono del baño.
Infaustamente, su brevedad obliga al autor a abusar de los diálogos —de no emplear este recurso, la novela ocuparía cinco hojas— o a condesar mucha información en poco espacio, provocando densidad de lectura y, por ende, estancamiento de la fluidez. Compruébalo con un párrafo al azar de Byung-Chul Han; te dará tiempo a echarte un cigarro, ya verás.
Luego, está el caso opuesto, donde la reducción de texto deriva en pobreza narrativa. Sin duda, el título de maestro de la escasez lírica le va como la Seda a Baricco, el mejor escritor de borradores del mundo, pendiente aún de escribir un libro de verdad.
¿Ya has terminado con la estética lineal de una novela? Es que tengo otras cosas que hacer
Voy, voy… Prisas; siempre prisas. Normal que las editoriales, los pseudocríticos en las redes y los leedores (némesis de los leyentes) sientan predilección por el párrafo cortiescaso y tachen de indigno al locuaz largo en este tercer milenio donde prima el consumo sobre el deleite, en esta época donde…
«La virtud es perseguida, el vicio aplaudido; la verdad muda, la mentira trilingüe».
El criticón, (me pongo en pie) Baltasar Gracián.
Me siento. A ver; la estética lineal simplemente explica la raison d’être del párrafo en la composición de una obra. Por tanto, se encuentra al margen del conflicto entre la novela gárrula y la garrula. Ignora, pues, a los gurús de los cursos de escritura que predican que lo corto es bueno y lo largo es malo.
«Éssa —dixo Andrenio— llámola yo quinta essencia de veneno, más letal que el de los basiliscos; más quisiera yo que me escupiera un sapo, que me picara un escorpión, que me mordiera una víbora».
El criticón, (me vuelvo a poner en pie) Baltasar Gracián.
Me siento y paro. Consciente soy de que un libro debe vender para que salga rentable, pero la buena escritura no tiene precio. La literatura se trata de un arte, no de un pasatiempo. Así que, precisa conocimiento, talento, atención al detalle y gusto por el verbo; cuatro cualidades que plasmarás en tu novela párrafo a párrafo, mimando la narrativa despacio, no de golpe y porrazo.
Observa ahora la foto de Helena. ¿Qué historia te cuenta, qué trama ha provocado ese movimiento, qué palabras pronuncian sus píxeles? Añádele una descripción, pensamientos y emociones.
Enhorabuena: has creado un párrafo.