No mucho tiempo ha, nada se sabía de «La mujer que desapareció de la historia (III)». Salvo, acaso, y muy acaso, lo que te conté al final de la entrega previa, y esto gracias al trabajo que el feminismo moderno ha desarrollado con las escritoras olvidadas del XIX.
Su fuente proviene, en esencia, de dos biografías. La primera, la que publicó un amigo de L.E.L. (Samuel Laman Blanchard) poco después de su muerte. La otra, de Doris Enfield y comisionada por Virginia Woolf, salió cuando apenas subsistía un insignificante recuerdo de la escritora, que aparece retratada como una romántica fantasiosa e ingenua a quien la realidad del sexo empujó al suicidio.
Respecto a la causa del óbito, confirman —Wikipedia incluida— que padecía el síndrome de Stokes-Adams. Llámame incrédulo, pero me parece un diagnóstico asaz aventurado. Más que nada, porque a L.E.L. nunca se le realizó una autopsia.
Opiniones personales al margen, llegado el año 2000, Michael Gorman —un neozelandés afincado en Japón— anunció al mundo su condición de tataradeudo de la mujer que desapareció de la historia. Mira tú por dónde, no mentía. Lo cual implicó que sí lo hacían las biografías.
Nota importante: el contenido que leerás a continuación es duro. Muy duro, aparte de sórdido, cruel y crudo. Sirvan mis palabras de advertencia.
La imagen que ilustra este artículo procede de Dave Ley, CC BY-SA 3.0. Se trata del lugar donde murió L.E.L.
La mujer que desapareció de la historia (III)
Desde la primera entrega, he insistido bastante —frisando el acoso— sobre cuatro características de la Regencia:
- El miedo a la extensión de las ideas revolucionarias francesas.
- La estrictez de la moralidad burguesa.
- El ascenso del materialismo utilitario.
- El peso de las apariencias.
De manera resumida, esta situación generó una obsesión por controlar a la población. O, lo que es lo mismo, censurar cualquier acto socialmente pernicioso y alabar aquellos que consideraban beneficiosos.
Ciertamente, las normativas contra el vicio y la libertad de expresión aportaron el soporte legal necesario con el que evitar la alteración del orden. Empero, la herramienta que obtuvo el resultado represivo más efectivo correspondió al sistema de comunicación interpersonal extensible y de naturaleza escuchaña para el fomento de la sindéresis. Esto es, el cotilleo.
«¡La mejor pero más traicionera brujería de la vida!».
«Roland’s Tower», The improvisatrice, L.E.L.
Mirífica definición, Letitia. No en balde, el hechizo de la palabra1 compartida en los salones creaba y esparcía la reputación del individuo. Solo que, también la destrozaba. Imagínate, pues, el riesgo que corrías si te convertías en una persona pública o en una celebridad: te exponías constantemente al juicio de la sociedad.
De ahí que muchos autores, mujeres especialmente, eludiesen publicar con su nombre verdadero.
Notas
1En el pasado, la mayoría de la población era analfabeta. Así pues, asociaban la enseñanza con la práctica de actividades ocultas y consideraban brujos a los sabios. Evidentemente, quienes poseían el conocimiento de la escritura y de la lectura causaban fascinación a los iletrados, por lo que la palabra gramática adquirió la connotación de misterio atrayente.
Circa 1720, esta segunda acepción la heredaría una derivación de gramarye (‘gramática’, en escocés) que definía a un tipo de hechizo mediante el que tus ojos veían las cosas de un modo diferente a la realidad. El término, concretamente, era glamer.
Walter Scott lo anglificaría como glamour en sus poemas, y su éxito literario popularizó el nuevo vocablo entre la población.
«Mas bien pudieras recordar el hechizo / De aquel astuto paje golfillo / Que entregó a su señor / Y le hizo parecer, por el arte del glamur, / Un caballero del Hermitage» (La balada del último juglar, Walter Scott).
A partir de 1830, glamur pasó a definir el encanto magnético que provoca alguien atractivo o interesante, pero con significado positivo y negativo. Tal dualidad dejó de existir durante la década de 1920.
2Incapaz de olvidarse de su amante, Caroline desarrolló una obsesión enfermiza con Byron. Varios de los personajes de L.E.L. reflejarán ese trauma sentimental.
Caroline y William tuvieron dos hijos: George (epiléptico con retraso mental, morirá en 1836) y una niña que solo vivió un día.
Vals: la lambada del XIX. Prohibido en Suiza y Suabia por la cercanía y el vigor físico que exigía a la pareja de baile.
3Caro: John Hoppner – Unknown source, Public Domain, William: Thomas Lawrence – Art UK, Public Domain, Vicky y Mel: rct.uk, Glenarvon: quien te escribe.
La sociedad artificial
A tenor de la información que acabas de leer, quizá visualices la Regencia como una época de gente recta y correcta.
«Soñando con eso, hermosa muchacha, estás».
«Poetical portrait No. II», The Venetian Bracelet, L.E.L.
Casi mejor, piensa en discreta. Rematadamente discreta. Verás, la burguesía había tejido un código moral tamaño S para vestir un cuerpo XXL, de modo que rara era la persona (o familia) a quien ese ideal no le dejaba realidades vergonzosas al aire.
En consecuencia, cada cual las tapó a su libre albedrío.1 Esto deparó una estructura social alrededor de una urdimbre de apariencias que valoraba la fachada pública y, aún más, el silencio de lo privado. Tanto, que, ante ciertos asuntos, imitaba a los tres monos sabios.
Cuidado; guárdate de llamar hipócrita a este sistema de máscaras opulentas, esnobismo impostado, halagos fingidos y disimulo tácito. Pese a sus incoherencias conceptuales y su transigencia frente a los pecados veniales, se mostraba inflexible con los graves: la quiebra económica, una mujer deshonrada (desflorada antes del matrimonio) y cualquier cosa relacionada con el sexo. Menos el lesbianismo.2
Bueno, tampoco tan inflexible. A ver, el truco consistía en disponer de amistades influyentes que te protegiesen si alguien (o la prensa) exponía tus deslices, se te iba la lengua por mor del alcohol o, como Caroline Lamb, los publicabas en un libro.
De hecho, lo que condenó a esta autora no fue su aventura con Byron, sino la enemistad que se ganó de las personas influyentes a las que había criticado en Glenarvon.
Notas
1Desaparición o falsificación de partidas de nacimiento (ocultar origen humilde o bastardo); matrimonios de conveniencia; búsqueda de respetabilidad a través de amistades, vínculos familiares (parientes con un cargo menor en la Iglesia) y círculos sociales o profesionales…
2Porque no existía. Mejor dicho, a fin de preservar la inocencia femenina —ver «La mujer que desapareció de la historia (II)»—, se guardó silencio (esto es muy de la Regencia) respecto a la factibilidad existencial de la homosexualidad femenina.
Con todo, la sociedad aceptaba sin reparos que las mujeres se besasen, abrazasen, tocasen y mantuviesen correspondencia escrita romántica, ya que esas demostraciones de sororidad las preparaban para el matrimonio y las optimizaban como esposas.
Por consiguiente, el lesbianismo en Inglaterra carecía de nombre, identidad, comunidad —salvo en los círculos más exclusivos de intelectuales y teatro en Londres y Bath— o modelo de referencia. Además, quienes sentían atracción por alguien de su mismo sexo asumían que sufrían una debilidad pecaminosa o una enfermedad.
Curiosamente, el lesbianismo nunca se tipificó como delito en Reino Unido. Los únicos casos penados datan de finales del XVII y del XVIII. Entre estos, aparecen matrimonios de mujeres con «maridos femeninos» (hombres transgénero). Los jueces consideraron que se trababan de mujeres haciéndose pasar por hombres con el objetivo de cometer fraude financiero (recibir la dote de su esposa).
Volvamos con la mujer que desapareció de la historia
La primera decisión que tomó William Jerdan al aceptar la tutela de Letitia consistió en mantenerla alejada de los círculos sociales para introducirla en el mundo de la prensa literaria. O sea, un entorno más falso que el primero.
No exagero. Dentro de esas aguas, nadaba un pez gordo cuyo nombre te pedí que recordaras. En efecto; Henry Colburn, aquel que publicó mucho, pero no escribió nada. Porque era el dueño de una editorial muy destacada. Mira; echa un intuito a esta muestra de su catálogo de autores:
De todas maneras, el éxito tardó en sonreírle. Normal; cuando montó su negocio, ofrecía novelas a un público que prefería la poesía. Y, poco después, llegó el boom de la metromanía.1
Así que, Colburn fundó dos revistas literarias2 —New Monthly Magazine (1814) y The Literary Gazette (1817)— con una política comercial, digamos, cuestionable.
Notas
1Y el del Tambora, aparte de la crisis económica. Se supone que, a finales de la década de 1810, Colburn acumulaba una deuda de 18.000 GBP (equivalente a 2.388.501,65 EUR / 2.597.003,42 USD). Digo que se supone, puesto que la versión oficial indica que estaba forrado (ingresos anuales de 20.000 GBP). Analizando objetivamente estos datos, y considerando la mentalidad de la Regencia —apariencias y ocultación de los asuntos privados—, concedo mi voto a la suposición.
2También fundaría o sería dueño, socio o accionista de otras publicaciones: New British Theatre; Sunday Times; Quarterly Journal of Science, Literature and Art; Athenaeum; Court Journal; United Service Journal, y Naval and Military Gazette.
3Genlis: Marie-Victoire Lemoine, PD, Chateaubriand: Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson, PD, Staël: François Gérard, PD, Plumptre: James Hopwood, PD, L.Morgan: René Théodore Berthon, PD, S.Morgan: Joseph Clarke, CC BY 4.0, Barrett: meisterdrucke.es, Hemans: PD, Lamb: Thomas Lawrence, PD, Polidori: F.G. Gainsford, PD, Fournier: Louis Édouard Fournier, PD, Hazlitt: William Hazlitt, PD, Webb: unknown author, PD, M.Shelley: Reginald Easton, PD, Mitford: Benjamin Robert Haydon, PD, Darwin: Maull and Polyblank, PD, Blanchard: mediastorehouse.com.au, Burney: Edward Francis Burney, PD, Bulwer: Henry William Pickersgill, PD, Disraeli: Francis Grant, PD, Gore: unknown author, PD, Lister: Henry Lyttelton Lyster Denny, PD, Hunt: unknown author, PD, Stendhal: Louis Ducis, PD, Hook: Eden Upton Eddis, PD, Fenimore: John Wesley Jarvis, PD, Franklin: David Martin, PD, Irving: John Wesley Jarvis, PD, Brockden: William Dunlap, PD, Blessington: Thomas Lawrence, PD.
De cómo Jerdan creó a L.E.L.
Bajo la tutela de su mentor, la mujer que desaparecería de la historia aprendió cuatro valiosas lecciones:
- La mentira se transforma en verdad cuando vende.
- Una sociedad que acepta la mentira no tolera la verdad.
- La fama vende y la celebridad te vende, así como el renombre protege y la reputación te protege.
- Una sociedad civilizada, a diferencia de los talibanes afganos, te mata sin mancharse las manos.
Por ahora, limitaré estas enseñanzas a su personaje literario, resultado de un intenso entrenamiento con el que Jerdan amoldó el talento de su pupila a las necesidades del mercado.
Vamos, que transmutó el diamante romántico en circonita satánica. Acaso no entendieres la analogía gemológica, significa que convirtió a Letitia en escritora comercial para cosechar los beneficios del fuego de Byron, quien seguía incendiando el alma de la nación después de que esta hubiese inmolado la suya y, en consecuencia, se había exiliado, tan harto como quemado.
Asimismo, Letitia se unió a la Gazette en calidad de colaboradora, donde recibió un curso de puffing homologado por la New Monthly.1 Gracias a esto, dispuso de un empleo con el que mantener a su familia, al margen de los poemas que Jerdan publicaba en la revista.
Notas
1Trataré de ser escueto. Colburn posicionó la New Monthly Magazine como una revista dirigida a la clase media alta y aristocracia baja que funcionaba mediante dinámicas sinérgicas de prestigio.
Me explico: contrataba a un editor de renombre (Thomas Campbell, primero; Bulwer-Lytton, luego) para que atrajese a colaborades de su círculo exclusivo y que estos elogiasen (puffing) las obras que vendía Colburn, cuyos autores pertenecían a la misma clase social que el público objetivo de la revista.
De esta manera, el caché de sus empleados ejercía de anzuelo (clickbait) hacia los lectores, mientras que sus artículos aumentaban el caché de sus escritores (puffing), quienes, más adelante, trabajarían de redactores para elogiar las obras que…
Resumiendo, la New Monthly priorizaba la fama y la popularidad sobre el talento. En cambio, la Gazette apostó por el espíritu de su tiempo:
«No nos gusta el servilismo gratuito de sir Walter [Scott], nos gusta mucho más el liberalismo irracional de lord Byron» (The Literary Gazette, 1818).
A pesar de esta radical declaración de intenciones, la Gazette hacía semanalmente lo mismo que la New Monthly cada mes: hinchar la reputación de los autores de Colburn (repuffing). Solo que, con colaboradores más baratos.
De cómo Letitia creó a L.E.L.
Intuyes bien; la joven lirófora bebía los vientos por su maestro y aceptaba hacer cualquier cosa que este le pidiese.
«Oh! I could toil for thee over burning plains» (‘¡Oh! Por ti trabajaría hasta en llanuras en llamas’).
Sappho and Phaon, Mary Robinson (1796)
Cualquier cosa, menos exponerse. Es más, después del estrapalucio que las humillaciones de Trevor Park1 habían provocado en su confianza, se había ocultado tras una máscara, desde donde silbaba el trágico «canto perlino»2 de las protagonistas que afloraban en su mente cuando se evadía.
Por ventura, esta fortaleza de soledad se ajustaba al paradigma creativo que Keats había estipulado para los románticos. Esto es, el poeta camaleón.3
Paralelamente, Letitia y el editor escocés4 compartían algo más que la afición por las letras: su pasión por las claves secretas. Desmaya la casualidad; en esta época, hasta el idioma guardaba las apariencias.
Y yo, también.
Notas
1Ver imagen sobre la educación en «La mujer que desapareció de la historia (II)».
2«La tortilla», La mujer oculta, Colette.
3Cada uno de los satánicos interpretaría el camaleón de Keats a su manera. En «An exhortation», Shelley indica que el poeta quiere la fama y, por lo tanto, adopta diferentes aspectos para obtenerla. El personaje de L.E.L. le proporcionaría a Letitia ese vehículo.
4Jerdan nació (1782) en el seno de una familia gentleman muy tory de Kelso (Scottish Borders). Durante su juventud, se interesó en los códigos ocultos. Y, en 1803, ingresó en la masonería (Lodge Canongate Kilwinning, No. 2). Al igual que su pupila, los victorianos lo enterraron, en parte debido a su estilo de vida; pero, sobre todo, a causa de las prácticas comerciales deshonestas que ejerció durante su etapa de editor.
Primera verdad sobre la mujer que desapareció de la historia
Pues, sí; contagiado por la hipocresía de la Regencia, mi narrativa ha tapado… ¿Cómo? ¿Ya habías sospechado lo del romance entre Letitia y Jerdan? Caramba, pensaba que había sido más discreto.
Entonces, asumiré que también habrás deducido la razón por la cual L.E.L. desapareció de la historia: el escándalo que se formó cuando esa información salió a la luz.
¡Ja! Has pecado de sagaz. Fuere cierta tu suposición, el destino de L.E.L. habría imitado al de Mary Robinson —no confundir con la otra Mary Robinson1—, Caroline Lamb, Mary Lamb —no relacionada con la anterior— o Rosina Bulwer, representantes del «pasado incómodo» que borraron los victorianos.
Obviamente, el verdadero motivo lo descubrirás más adelante. De momento, te puedo revelar que Letitia, obedeciendo a su madre y a su prima, se insinuó a Jerdan, quien se acordaba de la autora haciendo ejercicio en el jardín porque le pirraban las jovencitas.
Hablando en plata, le pidieron que se prostituyese. Y, si no pretendían que llegase tan lejos, miraron hacia otro lado cuando se enteraron. En fin, lo típico de la época.
Notas
1Agnes Mary Frances Robinson, pródiga y admirada poeta —tanto en los círculos literarios como científicos— de finales del XIX y primera mitad del XX que desafió a la sociedad victoriana con poemas de realismo y crítica social. Esposa de Emile Duclaux (asistente de laboratorio de Louis Pasteur), intimísima amiga —hay quien dice que algo más— de Violet Paget (célebre autora de cuentos de fantasmas que publicaba con el seudónimo de Vernon Lee) y amor platónico de John Addington Symonds (pionero en la escritura de estudios y ensayos sobre la homosexualidad). Tras su muerte (1944), se la tragó el olvido hasta la década de 1980.
2Mary Robinson: pieza fundamental en la creación de L.E.L.
Rosina Bulwer: hija de Anna Doyle Wheeler, feminista radical irlandesa y socialista, autora de La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres (1825) —con William Thompson, influencia mayúscula de Karl Marx— y colaboradora del Tribune des femmes.
Los Lamb: fundaron uno de los círculos literarios e intelectuales más relevantes en Londres. Charles fue compañero de colegio (Christ’s Hospital, West Sussex) de Leigh Hunt y Coleridge (con quien entabló una profunda amistad y, prácticamente, se convirtió en parte de su familia). Los tres mencionarán en sus trabajos la brutalidad de James Boyer, director de ese internado.
Del éxito al ocaso
Quizá Letitia le había confesado a su amante lo de su trauma escénico, pero te aseguro que el amado no empleó la estrategia del autor misterioso por eso. Más bien, porque le había funcionado de maravilla a Walter Scott. Y a él.1
«El nombre de SCOTT despierta un mundo dentro del corazón».
«The hall of Glennaquoich», Fisher’s Drawing Room Scrap Book (1836), Letitia Elizabeth Landon.
En teoría, Jerdan aspiraba a que su proyecto introdujese en el mercado una alternativa romántica a la poeta estrella de la competencia de Colburn: Felicia Hemans. O sea, buscó la rivalidad comercial entre la lírica byroniana (el rock macarra de los Rolling) y la poesía lakista (el pop dulce de los Beatles).
Infaustamente, su plan salió mejor de lo esperado. Tamaña sensación había causado L.E.L. con el morbo de su identidad y el de sus poemas que el enigma batía alas de celebridad.
Ya no había vuelta atrás. La táctica de la interrogante se había agotado. O el editor de la Gazette despejaba la incógnita o la rentabilidad del glamur se disiparía como el humo del tabaco.
Lo cual, en esencia, obligó a que Letitia se expusiera en público ante toda la nación.
Notas
1La experiencia literaria de Jerdan se inició en Escocia, con varios poemas que le concedieron una discreta notoriedad. Luego, en Londres, ayudó a traducir Corinne (Staël) y escribió New Canterbury Tales con Michael Nugent (novelista y periodista irlandés del Times). Estas obras las publicó Henry Colburn.
De ahí, pasó a la prensa, donde trabajó en una suerte de periódicos menores (Aurora, Pilot, Sheffield Mercury, Morning Post, The Satirist…), pero que le proporcionaron contactos empresariales y políticos interesantes, hasta que lo contrató uno grande: el Sun.
Durante esta etapa, publicó una crítica negativa moderada (1814) que ofendió a Byron, quien le retó a duelo. Jerdan se salvó —Byron era un tirador excelente— gracias a la intervención de Douglas Kinnaird (banquero, político e hijo del VII Lord Kinnaird), amigo común de los dos contendientes. Metanota: años después, Jerdan estuvo a punto de retar a duelo a William Lamb, el marido de Caroline.
En 1817, tras una larga y fuerte disputa con John Taylor, copropietario del Sun, Jerdan dejó el periódico. Para ganar dinero, escribió una novela comercial —un libro de viajes satírico titulado Six Weeks in Paris, or, a Cure for the Gallomania, bajo el seudónimo de A Late Visitant—. El éxito (dos ediciones) le animó a sacar Six Weeks at Long’s (1818) —con Michael Nugent y bajo el seudónimo de A Late Resident—, que superaría en una edición al anterior.
Acto seguido, Colburn le ofreció el puesto de editor en The Literary Gazette.
La mentira se transforma en verdad cuando vende (1821-1824)
Presta ojos, oídos, nariz, piel y lengua a mis palabras. Mientras duró el anonimato, Letitia identificaba a la persona; las siglas, a la persona literaria, y la primera persona que usaba en los poemas, a ambas. De ahí que las voces más críticas tildasen de virgen ingenua a la segunda, pues ignoraban que la primera y su editor…
«Hacían con gran frecuencia entre los dos la bestia de dos espaldas».
Gargantúa, François Rabelais.
Igual que el focino arrastra al elefante, la fama forzó a Letitia a representar un personaje. Solo que, llegado el momento fatal de escoger cuál de las tres personas conocería la sociedad, optó por inventarse una cuarta: la L.E.L. pública. Bueno, en realidad, sería la quinta, dado que su persona literaria estaba subdivida entre la L.E.L. poeta y la L.E.L. periodista.
Por supuesto, Jerdan había pergeñado una de sus estrategias para exprimir al máximo la atracción generada: sacar a la venta un poemario de L.E.L. —The Improvisatrice— durante la presentación de un retrato de la autora en la Royal Academy.
Empero, la presentación sufrió un inesperado retraso. Bueno, no tan inesperado. Desde 1821 hasta 1823, Letitia había trabajado día sí y día también. Esto, unido a la tensión del amorío secreto y de su primera aparición pública —como persona real, no literaria—, provocó que enfermase y se marchase a respirar el aire del campo.2
Si te interesa conocer la reacción de Jerdan, te sugiero que leas esta nota.3
Notas
1Además del favoritismo promocional a los autores de Colburn, cobraban 1 GBP a los autores por una crítica positiva (si no aceptaban sus términos y condiciones, publicaban una negativa). Lo cual no es nada, comparado con los sobornos, el tráfico de influencias, los pagos de empresas para que sus productos apareciesen en los poemas —origen del product placement actual—, la compra de imprentas con el fin de controlar la distribución o las técnicas expansivas agresivas en períodos de crisis económica.
2Que era lo que recetaban los médicos de principios del XIX después de haberte tomado el pulso. Los más profesionales le pedían a su enfermera —una sanguijuela— que te analizase la sangre. Y los más científicos te daban un medicamento con propiedades, en general, homeopáticas, purgantes (laxantes y eméticos), narcóticas o venenosas. Los dos últimos gozaban de una gran demanda. Incluso entre la gente sana.
3Preocupado (por el negocio), Jerdan contrató a una joven escritora angloirlandesa para que reemplazase a Letitia en la revista (y en el lecho), acaso su amante-barra-empleada la palmase en lugar de recuperarse —una eventualidad, todo sea dicho, bastante habitual entonces—.
Así, comenzó un nuevo proyecto enigmático bajo las siglas de M.E. Solo que, Letitia sobrevivió y espantó a su sustituta.
La hipocresía es contagiosa
«¡Para mi santiguada, que yo los queme mañana antes que llegue la noche!». Mira; me he cabreado tanto que he mentado El Quijote. No en balde, el virus de las apariencias se ha colado otra vez en la narrativa.
Letitia, es cierto, se ausentó durante un tiempo. El justo para dar a luz a…
«¡Una niña pálida, hermosa como la inocencia!».
«Poetical Catalogue of pictures: A Maniac visited by his Family in confinement» (5 de abril, 1823, L.E.L., The Literary Gazette).
…a la que llamaron Ella,1 en homenaje a L.E.L. La madre no la volvería a ver. Demasiados rumores circulaban en torno a su castidad como para presentarse en sociedad con un retoño en el regazo. Ilegítimo, además.
Se supone, pues, que Ella se crio en una casa de acogida. Luego, trabajó de institutriz y, al cumplir los veinticinco años, partió hacia «la tierra de abajo».
No; desmaya el eufemismo de muerte —¿has leído ya MuArte, por cierto?—. Me refería a que embarcó rumbo a Australia, se casó con el capitán del barco y tuvieron cinco hijos que los hicieron abuelos.
De esta rama desciende Michael Gorman, el neozelandés afincado en Japón que reveló un secreto de la mujer que desapareció de la historia que no aparecía en ninguna de sus biografías. Ahora bien: ¿seguro que no lo sabían?
Notas
1El día anterior a la fecha de la cita, Jerdan y Letitia —renombrados Laetitia y William Stuart: apellido de soltera de la madre de Jerdan (lo de disimular aquí les falló un poco)— habían bautizado a Ella en la iglesia de St. James, Paddington, donde el 29 de mayo de 1884 se casarían Constance Lloyd y Oscar Wilde.
Una sociedad que acepta la mentira no tolera la verdad (1824-1830)
Al final, The Improvisatrice sacaría oro del retraso, pues el mismo año de su publicación murió Byron. Eso sucedió en abril y, en julio, Jerdan nombró a L.E.L. heredera indiscutible del satánico.
Resultado: tres ediciones agotadas en 1824, y tres más en el 25, cuya distribución incluía Francia y Estados Unidos.
Entretanto, la L.E.L. literaria recibió su primera invitación social de manos de Anne Isabella Spence,2 a la que no tardarían en sumarse las de los círculos más elitistas de Londres, anhelantes por conocer a quien ya apodaban Safo.
Letitia, siempre presta a agradar, convirtió los salones3 en escenario, y la actuación de la L.E.L pública convenció a propios y extraños. «¡Habemus nueva estrella!», anunciaron a los cuatro vientos; de lo cual se alegró muchísimo el firmamento. Todavía más, la prensa.
Súbitamente, L.E.L. recibiría tres golpes fatales. Uno, por parte de una limpiadora doméstica. Otro, de Henry Colburn. El último, de Jerdan, por partida doble.
Sirva de anticipo esta imagen.
Notas
1Todos los cuadros de L.E.L. que aparecen en este apartado proceden del pincel de Henry William Pickersgill: excelso retratista de la Regencia y la era victoriana, cuyo talento promocionó la Gazette mediante el puffing.
2Bluestocking (bas-bleu) de la vieja guardia, vecina de Lady Caroline Lamb —quien, por aquel entonces, ya opositaba para el cementerio—, incondicional de madame de Staël y que consideraba a L.E.L. (miss Landon) la Corina inglesa.
En su salón se conocieron Rosina y Edward Bulwer, y estos entablarían una estrechísima amistad con Letitia. Hasta que a la irlandesa se le cruzaron los cables y la amistad se desestrechó en enemistad mortal.
Aparte de referirse a L.E.L. como «la amante de segunda mano de Edward» —Jerdan, usando a Letitia de mensajera, le sugería un intercambio de parejas— no descartes que publicase versos sarcásticos anónimos en la prensa para atacarla.
3En esencia, los salones eran centros de reunión para la clase media alta y aristocracia baja que determinaban tu estatus, grado de celebridad y nivel de reputación, según quién organizase la velada.
Allí, los asistentes intercambiaban cotilleos, bailaban y charlaban sobre arte, literatura o el estado de la nación mientras establecían contactos sociales y profesionales.
Por lo general, también servían de punto de encuentro entre quienes compartían ideas liberales —amor libre, principalmente— o querían disfrutar de un ambiente distendido. Y, como en Las Vegas, lo que sucedía dentro, no se comentaba fuera. En teoría.
De la fama a la infamia
Letitia estaba acostumbrada al runrún sobre la virtud de L.E.L. Al fin y al cabo, su personaje literario-poético se había fabricado para rentabilizar la polémica, del mismo modo que uno de los roles de su alter ego periodista consistía en defenderlo de los ataques1 que recibía.
Empero, el 5 de marzo de 1826, la acusación no provino de un resentido anónimo, sino del Sunday Times.
—Vale;— le dijo Letitia a Jerdan —lo que sale en la noticia, ocurrió y, aunque no cite nuestros nombres directamente, indirectamente nos conocen de esta forma en todos los salones de Londres.
—Tranqui, Ele. Seguro que alguno de nuestros amigos se huele que tú y yo tenemos un lío.
—Si es que no lo saben ya, porque, William, maldita manía la tuya de contarle al primero que se sienta a tu lado cuando estás borracho cómo me bajas las enaguas y me la met…»
—¿Dicen algo más en la prensa?
—¿Ves, poetita mía? Se han confundido. Me honraste con una hija, no un hijo. ¿Vas a ver a Rosina hoy, por cierto?
—…
Notas
1Normalmente, de autores a los que L.E.L. había tumbado su libro en la Gazette. O sea, los que no habían pagado la cuota de crítica positiva.
Ojo, que viene una pista superimportante
Reconozco que me he inventado este diálogo. No así lo de que Jerdan le daba al pico tras darle a la botella. Tampoco, la indiferencia con la que recibió la noticia. En su caso, podía negarlo, y la sociedad miraría hacia otro lado. En el de Letitia…
Complicado. Y no porque fuese una mujer. Si lo negaba, la sociedad miraría ojiplática la hipertrofia de su vientre, consultaría un calendario y establecería una relación entre los meses que separan septiembre de marzo y la deshonra que evidenciaba su embarazo.
Con todo, tenía que negarlo.1 Por tanto, redactó una carta donde defendía su trabajo, definía a los críticos de su trabajo como pervertidos lujuriosos y, casi de posdata, difería de la difamación que el Times había difundido.
«Ya que vendo mis opiniones, también podría hacer lo mismo con mis sentimientos».
Ethel Churchill (1837), «Por el autor de The Improvvisatrice [sic], Francesca Carrara, Traits and Trials of Early Life, etc., etc.».
Letitia imita a Walter Scott, quien firmaba con los títulos de sus obras en lugar de con su nombre.
Acto seguido, envió su escrito a… no; a la prensa, no. A Katherine Thomson, una mujer de reputación intachable, esposa del muy respetable doctor Anthony Todd Thomson. O sea, dos personas que ejemplificaban la virtud moral dentro de la sociedad.
El futuro de Letitia, pues, dependía de la impresión que estos baluartes de la comunidad expresasen a sus allegados. Un plan arriesgado, sin duda. Aunque, ¿crees que lo era tanto?
Notas
1El código de honor decimonónico indicaba que una mujer debía suicidarse en caso de haber sido ofendida, ya que la opción de retar a duelo era un privilegio de los hombres. Alternativamente, podía reparar la afrenta mediante:
a) una refutación de la ofensa por escrito.
b) la intervención de alguien que le partiese la cara a la parte ofendedora.
2Fondo: Deror_avi, CC BY-SA 3.0, Thompson: Bridgford, CC BY 4.0, Gaskell: PD.
¿He leído bien? ¿Ponía «ácido prúsico», lo mismo que en la botella que encontraron en la mano del cadáver de Letitia?
En efecto. Aunque, según Grace Wharton, esa botella no se la entregó Thomson.
«Mrs. Bailey indicó que había sufrido espasmos, y que tenía la costumbre de tomar ácido prúsico para los espasmos […], pero el químico que le había preparado y entregado el botiquín afirmó que no contenía ácido prúsico, y examinando las recetas médicas del doctor Thomson, su médico durante catorce años, se descubrió que nunca se había pedido ácido prúsico para L.E.L. ni para los espasmos ni para otros trastornos».
Las reinas de la sociedad (1860), Grace Wharton.
Anticipando tu pregunta, Grace Wharton era el seudónimo de Katherine Thomson. Es decir, veintidós años después de la muerte de Letitia, la mujer de su médico de toda la vida publicó un libro de biografías donde eximía a su marido de toda culpa e implicación en la occisión.
Definitivamente, para nada sospechoso
Y que lo digas. Por cierto; lo más interesante del capítulo dedicado a L.E.L. son las cartas que Katherine recibió de la autora. Una de ellas, la de su defensa tras la exposición del Sunday Times. El resto reproduce el contenido de la biografía que escribió Blanchard.
A ver, que me desvío. Tú, quien me lees, no has pecado de suspicaz. El doctor Thomson consideraba el ácido prúsico una panacea.1 Por ende, sería muy raro que alguien que lo recomendaba para todo —incluso para eliminar el acné, y no es broma—, hubiese obviado sus propiedades curativas a la hora de tratar «los espasmos» y los «otros trastornos» que sufría Letitia.
«¿Dónde está la flor de aquel hermoso almendro?».
«El almendro», The Literary Gazette, 25 de junio, 1825.
El ácido prúsico se extrae de la almendra del albaricoque, la yuca, el sorgo y las almendras amargas.
«Es como el opiáceo que puede adormecer un rato».
«Love’s Last Lesson», The Golden Violet (1827), Letitia Elizabeth Landon.
Notas
1No me puedo resistir a incluir esta cita, que te mostrará lo pequeño que es el mundo: «”El grado de conocimiento científico existente en un período antiguo de la sociedad era mucho mayor de lo que los modernos están dispuestos a admitir”, dice el Dr. A. Todd Thomson, el editor de Occult Sciences, de Salverte». (Isis velada, madame Blavatsky).
Me parece un poco forzada la asociación del ácido prúsico con los poemas de la mujer que desapareció de la historia
Razón rebosas. Tal vez el almendro del primer poema indique un mensaje distinto (su flor simboliza la estupidez, la indiscreción o la coquetería) y el opio del segundo proceda de Thomas de Quincy (Confesiones de un opiófago [‘comedor de opio’] inglés, 1821).
Vete tú a saber. Con Letitia resulta harto complicado identificar cuál de sus personajes ejerce de narrador, si es que solo interviene uno, y cuándo su persona expresa sus emociones, si no se solapan con las de otros personajes.
Por suerte, las fechas de los poemas nos ofrecen un marco temporal para leer entre máscaras e interpretar el significado que ocultan las palabras. Así que, ten la lupa a mano.
Ya la tengo
Perfecto. Verás; durante la década de 1820, en vista de las muertes derivadas del consumo de ácido prúsico, la comunidad médica concluyó que carecía de propiedades curativas.
Thomson, en cambio, opinaba lo contrario. Supón que continuó recetándolo, y coteja la información que nos da Katherine con la que ya dispones de Letitia.
Correcto; esto no prueba nada, salvo una posible drogodependencia por parte de Letitia. Pero, aparquemos este tema de momento, y sigamos con la hipótesis. ¡Qué diantres! Ascendámosla a certeza.
Ahora, piensa: ¿qué le habría ocurrido a la reputación del doctor Thomson si la sociedad —londinense y médica— hubiera descubierto que él había recetado su remedio milagroso —y venenífero— a una celebridad, y este le había ocasionado la muerte?
Quizá, negarlo todo fuera lo más prudente. Bueno, aparte de acusar a otra persona, indudablemente.
La fama vende y la celebridad te vende, así como el renombre protege y la reputación te protege
(1830-1837)
En 1822, un periodista irlandés llamado William Maginn conoció a Letitia y se enamoró hasta el corvejón de la joven poeta. En consecuencia, le pidió matrimonio, no sé si clavando la rodilla en tierra. De este modo, se enteró de que su amada pertenecía a Jerdan.
Ocho años después (1830), Maginn se convirtió en el editor de la recién fundada Fraser’s Magazine for Town and Country,1 una revista literaria y de temas generales que se posicionó como rival tory a la liberal New Monthly Magazine (que editaba Edward Bulwer).
Letitia, por aquel entonces, tenía veintiocho años, cuatro trabajos, tres hijos entregados en adopción, dos exposiciones públicas, una reputación en entredicho, la mitad de la atención de Jerdan y un cuarto en Hans Place 25.2
Hablando de cuartos, en esta imagen encontrarás dos, sí, dos pistas trascendentales para resolver el misterio de la mujer que desapareció de la historia.
Notas
1Colaboradores destacados: Thomas Carlyle, William Thackeray y John Stuart Mill.
2—Trabajos: escritora, coeditora de la Gazette, colaboradora en la misma revista y en la New Monthly, y compiladora-redactora-colaboradora de anuarios poéticos.
—Hijos: Laura nació en 1829.
—Exposiciones públicas: Times y The Wasp.
—Hans Place 25: a raíz de la exposición del Times, la Letitia pública necesitaba aparentar recato. Por tanto, se mudó de la casa de su abuela a su antiguo colegio —vivir en un internado femenino equivalía a tomar los votos en un convento—, donde alquiló una habitación pequeña y modesta que compartía con Emma Roberts, otra alumna de su profesora Frances Rowden.
—Jerdan: alrededor de 1829, consciente de la rentabilidad que generaban las niñas prodigio, unido al apagón del fuego de Byron, el editor comprendió que el proyecto de L.E.L., por edad y contenido, se había quedado obsoleto. Así pues, inició uno con Mary Ann Browne (17 años), a quien puffeó como «la nueva Felicia Hemans». Letitia y la Hemans original le recomendaron que se alejase de Jerdan.
Silver fork killed the lyrical star
La Fraser’s de Maginn y las novelas elegantes —popularmente llamadas silver fork novels1— indicaron al Romanticismo británico que su momento de gloria había terminado. ¡Descansen en paz las tragedias medievales, los romances dramáticos, el sentimentalismo lacrimoso, las pasiones exaltadas y los versos emperejilados!
Ahora, el público quería banalidad y sarcasmo; historias del presente en lugar del pasado; una temática con la que henchirse de poder, de arrogancia y de superioridad moral sin renunciar a su humildad. Preferiblemente, en prosa.
«Buenos días, Jeeves».
El inimitable Jeeves (1923), P. G. Wodehouse.
Ejemplo de la influencia de la silver fork.
Detrás de este cambio de paradigma se encuentra Henry Colburn. En 1816, había publicado Glenarvon, cuyo éxito le mostró el potencial comercial del sensacionalismo. Aunque, claro, dime tú qué autor se arriesgaría a sufrir la misma exclusión social que Lady Caroline Lamb.
Empero, si a su pluma no la guiase el despecho, y su tinta dibujara un retrato costumbrista de las clases más altas, con tono moral y burlesco, crearía del cotilleo, la hipocresía y la apariencia un género literario nuevo.
De esta manera, la silver fork sirvió de ventana a un entorno vetado para buena parte de la población, de espejo donde las clases medias imitasen su comportamiento y de herramienta política con la que manipular la percepción pública del Old England en beneficio de las demandas de poder de la burguesía alta y aristocracia baja.
Notas
1Silver-fork (‘tenedor de plata’). Esta denominación proviene de un ensayo de William Hazlitt (The Dandy School, 1827): «Luego te da la dirección del sombrerero de su heroína para que no aparezca ninguna conjetura dramática en tu mente sobre la posibilidad de que ella haya tratado con una persona de gustos menos aceptados, y también te informa de que los de calidad comen pescado con tenedores de plata».
Fisión ternaria
A mediados de 1820, el magnetismo de la silver fork captivó al mercado literario y, en 1830, la editorial de Colburn1 se erigió en la referencia del libro elegante, del dandismo, de las maneras, del esnobismo…
Vamos, de la moda que había reemplazado a la metromanía de Letitia. Así que, L.E.L. añadió un tercer personaje a su persona literaria: la L.E.L. escritora. Que no funcionó.2
Tampoco la vida sonreía a la L.E.L. pública, relegada a la segunda división de los salones desde que Disraeli3 la ignoró —y criticó por la espalda— durante un evento social (1832). Solo que, gracias al poder de las críticas literarias de la L.E.L. periodista, mantuvo varios contactos influyentes en su agenda.
Por lo demás, conservó su círculo de amistades respetables —los Thomson, los Hall, los Bulwer, Lady Blessington— y se unió, arrastrada por Jerdan, al de los fraserianos, donde su camino se cruzaría otra vez con Maginn y el ilustrador de la revista: Daniel Maclise.
Notas
1Publicó casi todas las novelas de este género. Rechazó Sartor Resartus (Thomas Carlyle, 1833-1834), que sacaría Fraser’s. Esta obra la parodiaría Thackeray (La feria de las vanidades, 1847-1848).
2Cuando pasó a la prosa, tomó de modelo a Balzac y, sospecho, también a Mary Shelley. Pero el estilo le quedó demasiado grande, de modo que sus novelas —salvo Ethel Churchill, que es muy buena— adolecen de la calidad de su poesía. Si me hubieras pillado en uno de esos días extravagantes donde mi humor crítico enferma de alegría, habría dado por aceptable a Francesca Carrara. Infaustamente, hoy no ha sido uno de esos días.
3Estrella de la silver fork gracias a Vivian Grey (1826). Luego, se metió en política y trató de ocultar su pasado literario. Elegido primer ministro británico en dos ocasiones: 1868 y 1874-1880.
4Hall: PD, Fielding: npgshop.org.uk, Blessington: R. Wesley Rand, PD, Maginn: Daniel Maclise, PD, Maclise: nationalgallery.ie, Fraserianos: wikisource.org, Letitia: npg.org.uk y meisterdrucke.uk.
Voy a alegrar toda el alma mía
Y, de paso, la tuya, mediante un resumen situacional que preservará la integridad funcional de tu cabeza.
Dadas sus circunstancias, tú, quien me lees y nadas en el sentido común, seguro que le recomendarías a la mujer que desapareció de la historia que desconectara hasta que se calmasen las aguas a su alrededor.
Pues, mira, te hizo caso… Bueno, a su amiga miss Turing,1 en realidad. Así que, en 1834, Letitia dejó a Jerdan en su bohío asando maíz, y se fue a París con su amiga a tomarse un galón, confiando en que a su vuelta se hubiese acabado el carbón.
¡Feliz idea la de cruzar el Canal —aunque se marease— y visitar la capital francesa!2 Aquí, a diferencia de Inglaterra, la consideraban una estrella, y todo el mundo ansiaba verla. Lo malo es que había viajado en verano, y el grueso del círculo literario se encontraba de vacaciones.
Por tanto, solo conoció a quienes se habían quedado. Eso sí, fíjate qué nombres la saludaron: Prosper Merimée, Sainte-Beuve, Chateubriand, madame Recamier, Heine y Amable Tastu, quien sería su Virgilio en el infierno parisino, pues ni te imaginas el calor que hacía ese año.
Comento este detalle, puesto que, si sabes algo de moda femenina decimonónica, entenderás los problemas que padeció Letitia. Aparte de que le costaba andar sin sofocarse, en más de una ocasión cayó al suelo desmayada.
Notas
1Antepasada de Alan Turing, uno de los principales responsables de que los nazis no ganasen la guerra. Para más información, ver la película Descifrando Enigma (2014).
2Se alojaron en Rue Taibout 30, calle donde vivirían después Chopin y George Sand. También aparece en novelas de Balzac y Dickens.
Rata de dos patas
Sostengo que el retorno al hogar, después de este baño de masas en un país donde, por motivos obvios, las ideas liberales francesas habían calado entre la población1 y a la gente se la traía floja su deshonra, agradó entre poco y nada a la mujer que desapareció de la historia.
«¡Vivimos en tiempos horribles! Por “vivimos”, me refiero a las mujeres».
The book without a name, Sir Charles and Lady Morgan..
Igualmente, defiendo que volvió con la moral reforzada de cara a superar los obstáculos que la sociedad y la prensa habían puesto a su persona y personaje. Entonces, Jerdan les dio la estocada final a ambos.
Tasca el freno de las lágrimas, porque a Letitia le quedaba una bala en la recámara todavía. Si un hombre de buena reputación la tomase por esposa, los rumores sobre su dignidad se silenciarían automáticamente.3 Algo así como una himenoplastia social.
«Respecto a enamorarme, no me parece apropiado, salvo que suceda en un libro».
Letitia, a George Huntley Gordon (20 de febrero, 1835).
El escogido se llamaba John Forster,4 y era lo suficientemente joven como para no haber oído los rumores de Letitia —a estas alturas, ya no suponían ninguna novedad—, pero sí su estatus de celebridad.
Y todo iba bien, hasta que se enteró de lo que no se tenía que enterar. Y Letitia canceló el acuerdo matrimonial.5
Notas
1No tanto como para que una mujer pudiera salir a la calle sin un acompañante.
2Si echas un intuito a las páginas de Jerdan y de la Gazette en Wikipedia, observarás que ninguna menciona el nombre de Letitia.
3El código social estipulaba que:
—Si el desflorador se casaba con la desflorada, la desfloración previa al matrimonio se ignoraba. Parece ser que Rosina apostó por este truco para asegurarse el enlace con Bulwer, aunque luego acusaría a su exmarido de haberle desflorado su jardín trasero aquel día.
—En el caso de las amantes solteras (conviene especificar), el matrimonio proporcionaba respetabilidad, pero no siempre garantizaba la aceptación social.
4Biógrafo y superamigo de Dickens (sale en esta película: El hombre que inventó la Navidad, 2017). Se casaría con la viuda de Henry Colburn.
5De esta manera, daba la apariencia de que protegía a su prometido de las insinuaciones. Si Forster hubiese cancelado el acuerdo, habría certificado la veracidad de esas insinuaciones. Por tanto, dentro de lo que cabe, le echó a Letitia un cable.
¿Y cómo se enteró de los rumores?
Ni idea. Una versión señala al poeta Alexander Alaric Watts, que había tenido sus más y sus menos con Letitia en el pasado, y sus menos y sus más con Maginn en el presente. De hecho, en 1834, las burlas de Fraser’s sobre su anuario —The Literary Souvenir— le causaron unas pérdidas considerables, y es posible que Watts se vengase de Maginn atacando al trofeo sexual de Fraser’s.
La otra, a cualquier persona que estuviera al tanto del secreto de L.E.L. Jerdan incluido.
¿Y cómo se conocieron Letitia y Forster?
Menos idea aún. Ten en cuenta que a muchas de sus amistades (los Hall, por ejemplo) les preocupaba su reputación. Aunque, debo matizar que ese su identifica a sus reputaciones, no a la de Letitia.
Vamos, que buscaron a un ingenuo y le recomendaron que se casase con él por su bien. Y Letitia creyó que ese su se refería a ella.
Una sociedad civilizada, a diferencia de los talibanes afganos, te mata sin mancharse las manos (1836-1838)
El matrimonio fallido implicó que la mujer que desapareció de la historia pasase de representar un riesgo a convertirse en una carga para sus amistades, además de en el Colin de la serie Lo que hacemos en las sombras. Esto es, una chupadora de energía.
Por su parte, ella se había quedado en un estado erumnoso. Al margen de los cambios de humor, se emparanoió con que todo el mundo creía los rumores sobre su deshonra, borrando así la línea que separaba al personaje de la persona.
De pronto y de repente, le encontraron un nuevo pretendiente: George Maclean, gobernador de Cape Coast Castle (Ghana), quien había arribado a Inglaterra (31 de agosto de 1836) después de una larga, larguísima temporada en África. Enfatizo el tiempo de su estancia para dejar claro que, de los rumores, no sabía nada.
Las presentaciones corrieron a cargo de Matthew Forster,1 un empresario que conocía a Maclean por sus negocios en la Costa de Oro, pero que no formaba parte del círculo de L.E.L. Asume, pues, que alguien ejerció de intermediario.
Letitia no desaprovechó la avinenteza. Por tanto, sacó la manganeta —que es como llaman a una red para cazar pájaros los de Huesca— y sedujo al gobernador con el glamur de la celebridad y su vivaz ingenio. Luego, le enseñó cómo se ponía un anillo en un dedo. Vamos, que se lo tiró.2
Notas
1No relacionado con John Forster.
2Si desconoces esta expresión, reemplázala por singaron, cogieron, aventaron, yogaron, garcharon, apretaron, pisaron, cacharon, raparon, culearon/culiaron, jalaron, chimaron, peinaron la coneja, remojaron la nutria, apuñalaron al oso, rompieron el colchón, hicieron la bestia de dos espaldas…
La pista definitiva para averiguar lo que le pasó a la mujer que desapareció de la historia
No te extrañes de que, tras el palo de John Forster y la negativa de la Corona,1 Letitia forzase el gambito de honra que he mencionado previamente, acaso el gobernador dijese «Hasta luego» donde dijo Diego.
«¿Quién podría encontrar energía para soportarlo otra vez?».
«The Magdalen», The Easter Gift, L.E.L.
Vale; igual se arriesgó demasiado. Empero, ni la desesperación es famosa por la excelencia de sus consejos ni ella era famosa únicamente por su poesía. A no mucho tardar, la persona de quien dependía su futuro se enteraría y, la verdad, Maclean olisqueaba el tufillo de una trampa en este emparejamiento.
Procede indicar que Forster —Matthew Forster— defendió el honor de la prometida y, en consecuencia, Maclean respetó el código del caballero —pagar la deshonra con un casamiento—, aun cuando ya había escuchado y confirmado los rumores que circulaban sobre ella.
Loable gesto, sin duda. Bueno, menudas cosas escribo. DUDA. Letitia había respetado el código de la dama —amenazó con suicidarse—, si bien cambió de parecer al descubrir que su prometido también ocultaba un secreto que, para tu desgracia, no seré yo quién lo divulgue.
Así, gracias al poder del chantaje y del matrimonio, L.E.L. se convirtió en Mrs. Maclean,2 y su flamante marido, en bígamo.
Ahora, prepárate, siéntate y átate, porque Forster había comisionado un retrato del gobernador, además de regalarle un fastuoso centro de mesa de plata. Y, según veas estos obsequios, todas las piezas del misterio encajarán de golpe.
Notas
11Letitia había dedicado un poema a Victoria antes de su entronización —«A Birthday Tribute to Her Royal Highness The Princess Victoria, On Attaining Her Eighteenth Year» (1837)— con el fin de obtener un patronazgo que limpiase su nombre. Infaustamente, la casa real se lo denegó; no querían asociar a la monarca con gente de reputación pública dudosa. Énfasis en pública.
2La boda se celebró el 7 de junio de 1838, oficiada por Whittington —el hermano de Letitia— en su condición de clérigo. Edward Bulwer entregó a la novia y Mary Elizabeth Landon —la prima institutriz de Letitia— ejerció de testigo.
Esto…
¿Cómo? ¡Si lo estás viendo! Sí; justo este detalle…
Uy, perdón; me he confundido. Este es el retrato (izquierda) que Jerdan comisionó a Thomas Sully1 —que no terminó, quizá porque le interesaba más pintar a la nueva reina (derecha)— antes de la boda de Letitia para relanzar el proyecto de L.E.L.
Dicho esto, he aquí la foto correcta:
Notas
1Pintor norteamericano, autor del retrato de Jackson que aparece en los billetes de 20 dólares. Conoció a Jerdan durante su visita a Inglaterra, y la Gazette puffeó su trabajo.
¿Me puedes decir qué tengo que ver, por favor?
Anda, échale un intuito a «La mujer que desapareció de la historia (I)». En la primera imagen encontrarás este escudo:
No cierres la página, y mira lo que pone en 1807 (aprobación del Acta para la Abolición del Comercio de Esclavos) y en 1833 (Acta de Abolición de la Esclavitud).
Estupendo; ten muy presentes estas fechas, ya que el escudo pertenece a la Royal African Company, una empresa que se había disuelto en 1750.
Entre sus actividades, destacaba la compraventa de esclavos; negocio que continuó su sustituta: la African Company of Merchants. Solo que, también lo continuaron después de la abolición del comercio de esclavos en 1807.
Una vez los descubrieron (1821), la African Company of Merchants se disolvió, y los asuntos comerciales en África quedaron en manos de la Colonial Office. O, para ser exactos, en las del gobernador asignado.
Así pues, los regalos de Forster reflejaban un nivel de hipocresía superior al que has leído hasta este instante, porque demostraban que la African Company of Merchants no se había disuelto. Igualmente, que los recién casados compartían más cosas de lo que creían: ambos habían aceptado que otras personas controlasen sus vidas.
En el caso de Letitia, ese control se extendería a su muerte.
La verdad sobre la mujer que desapareció de la historia
Cumplido «el gran propósito de la existencia femenina»,1 un suspiro de alivio resonó por toda la ciudad. Ahora bien, no a causa de la respetabilidad que confería el apellido del marido, sino porque la esposa cambiaría de domicilio.
«Las leyes de la naturaleza son inmutables, y han decretado que el pequeño pájaro abandone el nido».
Ethel Churchill (1837).
«¡Cuántas millas de mar inmensurable undularán entre mi tierra y yo!».
«Farewell», The English Bijou Almanacks (1836-1839), Letitia Elizabeth Landon.
Letitia no puso ningún reparo a la hora de mudar el continente. De sobra sabía que los rumores persistirían y que los círculos victorianos nunca la admitirían —la Corona había rechazado un segundo intento suyo de patronazgo—, a despecho de que la boda hubiese maquillado su reputación.
Siquiera las advertencias de Maclean2 o la fauna local medraron su convicción. Puestos a comparar, los muy gigantes y abundantes insectos, arañas y escorpiones de Ghana no la juzgarían, y seguro que tampoco la importunarían tanto como los bichos de la comunidad literaria londinense (Rosina, fraserianos y compañía).
«Lejos, lejos, sobre tierra y mar, este ya no es un hogar para mí».
«Cupid and swallows flying», The Trobadour, L.E.L.
Además, se iba con la conciencia tranquila, pues le había encontrado un trabajo a su hermano —secretario del Fondo Literario3—, quien le echaría muchísimo de menos, al igual que Bulwer, Lady Blessington, Emma Roberts,4 Blanchard (su futuro biógrafo) y, por motivos menos sinceros, Jerdan.
Notas
1Ver «La mujer que desapareció de la historia (II)».
2El gobernador intentó asustarla con las condiciones de vida en Cape Coast para que ella cancelase la boda. No lo consiguió, aunque tampoco mintió: el índice de mortalidad por enfermedades tropicales entre la población occidental era altísimo.
3Casualmente, dirigido por Jerdan y, no tan casualmente, cobraba un sueldo asaz escaso. Tras la muerte de su hermana, Whittington cometió un desfalco (10 GBP) y renunció a su cargo.
4Según se rumoreaba, la compañera de habitación de Letitia sentía algo más que amistad por la autora. Cambiando de tema, el entorno social de L.E.L. era inmenso, y otras personas, al margen de las citadas, la extrañarían. Pero, como no han intervenido en ninguno de los artículos de «La mujer que desapareció de la historia», he optado por omitir sus nombres, que ya bastantes has leído.
Ruido de soledad
Para alguien que se había mareado en un barco de vapor cuando cruzó el Canal de la Mancha, imagínate el tormento que supuso un mes y medio de travesía a bordo de un bergantín.
Desde luego, las siguientes cartas que recibieron sus amistades pintaban un edén. No en balde, las habían escrito sus alter ego literario y periodista, recreando Las mil y una noches la primera, puffeando las instalaciones de Cape Coast la segunda.1
Aun así, a medida que Letitia se apoderó de la redacción, el tono varió y el contenido adquirió tintes costumbristas, lo que nos permite observar cómo era su día a día:
Vale; lo de los bichos ha sido una licencia artística. No así el problema del ruido, que se sumaría al de la humedad, el calor, las discusiones con su marido o la soledad. Corrección: la sensación de soledad. Porque, honestamente, dentro de la fortaleza militar, sola sola, nunca estaba.
«My friends, my absent friends! / Do you think of me as I think of you?» (‘¡Mis amigos, mis amigos ausentes! ¿Pensáis en mí como pienso yo en vosotros?’) .
«Night at sea», The New Monthly (1839), Letitia Elizabeth Landon.
Último poema publicado por L.E.L. (póstumo). Estos versos, escritos mientras navegaba hacia Ghana, los repetirá Elisabeth Barrett Browning en «L.E.L.’s last question», Poems (1844).
En conclusión: no se encontraba a gusto. De ahí, a suicidarse, dista un mundo, por mucha atracción que sintiesen los románticos hacia la autolisis. Es más, defenderé mi opinión con este argumento: Letitia y L.E.L. imitaban a los lakistas y a los satánicos hasta el paroxismo, y ninguno de ellos había abandonado el cruel mundo a lo Chatterton. Salvo, quizá, uno.
Notas
1Del mismo modo que sus poemas ofrecían plúrimas lecturas, este enfoque posee varias interpretaciones. Las más lógicas, que sus amigos no se sintiesen mal por haberla convencido para irse a Ghana o que estuviese guardando las apariencias con el fin de evitar rumores humillantes en Londres.
Una muerte inesperada
El 15 de octubre de 1838, a las 6 de la mañana, Letitia entró en el dormitorio de su marido con una bebida de tapioca. Llevaba quince días, aproximadamente, cuidando al gobernador con devoción. Y sin apenas dormir.
Maclean había enfermado a principios de mes, aunque aquel día se encontraba mejor, indicativo de que recuperaba la salud. Quien no tenía buena cara era Letitia. Entre el insomnio y el ruido, semejaba un oso panda a tenor de las ojeras que enlutaban su cara. Normal, pues, que le dijese al gobernador que estaba agotada y que se iba a la cama.
Descansó, si lo logró, una hora y media. Luego, se levantó, y un niño negro le trajo el café y el desayuno. Letitia llamó a Emily Bailey, su sirvienta, para entregarle un regalo antes de que ella y su marido regresasen a Inglaterra.1
Emily se marchó a hacer unos recados. Media hora después, se dirigió a la habitación de Letitia para ayudarla a vestirse. Pero, cuando intentó abrir la puerta, algo la bloqueaba por el otro lado. Se trataba del cuerpo inerte de la autora.
«Sus cuerdas se humedecerán, y su música cesará».
«Requiem», The Literary Gazette (1821), L.E.L.
.
Notas
1El esposo de Emily era el sobrecargo del Governor Maclean, y a ella la habían contratado como ayudante de Letitia en el último momento. Por lo visto, tras embarcar y observar las estoicas condiciones de su camarote, la autora solicitó la presencia de una dama de compañía. Deduzco, pues, que el sobrecargo recomendó a su mujer a causa de la inminencia del desamarre.
La pista definitiva
La muerte de L.E.L. no se supo en Inglaterra hasta el 1 de enero de 1839.1 Desmaya pensamientos extraños; Ghana quedaba muy lejos, y las noticias procedentes de esta región llegaban con bastante retraso.
Aun así, el Governor Maclean había zarpado el 15 de octubre de 1838, por lo que los Baileys podrían haber informado del deceso… si hubieran subido a bordo.
Desde este instante, todo te parecerá sospechoso. Y lo es, porque ignoramos qué sucedió en esa media hora que Letitia pasó a solas o el contenido de las dos cartas que le dio a Emily Bailey. Aunque, confío en que esta cita te aclare ciertas cosas.
O, tal vez, no. Mas, no deseches esta información de tu cerebro; acabas de lincear un descosido en el velo de la boda de Letitia. Y, si tiramos de ese hilo…
Notas
1The Times: «En Cape Coast Castle, África, lunes, 15 de octubre del pasado año, falleció repentinamente, Mrs. L. E. Maclean, esposa de George Maclean Esq., gobernador de Cape Coast Castle». Muchas personas no reconocieron a Letitia hasta que el Courier publicó su nombre de soltera por la tarde.
La colonia del Imperio contraataca
Cape Coast Castle no identifica a un puesto comercial cualquiera de Ghana, sino al epicentro de los negocios británicos en la costa africana. Es más, de aquí salían todos los barcos rumbo a América después de haber cargado sus bodegas con los esclavos almacenados en las celdas de la fortaleza donde vivía Letitia.
Antes de convertirse en su gobernador (1830), Maclean había pasado bastante tiempo con el Royan African Corps en Sierra Leona. Por tanto, conocía de sobra a los hermanos Forster1 y cómo funcionaban las cosas en África.
Desdichadamente, también los Forster conocían muy bien a Maclean, y eran conscientes de que el gobernador tenía mucha mano con los ashanti, pero un muñón entre los whig.
En otras palabras, si el lobby de Matthew quería obtener resultados, necesitaba una persona influyente, discreta y que dispusiera de contactos políticos dentro de la tribu dominante británica.
Suerte, pues, que su problema despertase la empatía de los empresarios ingleses cuyos negocios dependían de las materias primas de África. Especialmente, aquellos que requerían aceite de palma para fabricar jabón.
Notas
1William y Matthew Forster, fundadores de Forsters and Smith (apellido que añadieron por asuntos de imagen corporativa; no pertenece a una persona física).
Su empresa, una de las más importantes de la época, poseía una flota considerable (entre catorce y diecisiete barcos, Governor Maclean incluido) con la que exportaban oro, caoba, cacahuetes, café y aceite de palma a Inglaterra. Si bien estos productos —especialmente, el último— ofrecían un rendimiento económico positivo, las cifras mostraban un beneficio demasiado positivo. Lo cual implica que a) se dedicaban al comercio de esclavos y b) que el tráfico humano seguía siendo extremadamente rentable.
Por otro lado, Matthew también era miembro directivo en diversas agrupaciones y consorcios empresariales influyentes de Gran Bretaña.
2Barco: slavevoyages.org, Castle: Albgoess – Own work, CC BY-SA 4.0, Sessarakoo: amazon, árabes: wikipedia, negros: quora.com, Bannerman: PRAAD, CC BY-SA 4.0, ashanti: PD y William Hutton.
El retorno del Jerdi
Según apunta Lucasta Miller en su fantástica y exhaustiva investigación, Forster podría haber encontrado a Letitia a través de Hawes Soap Works, la empresa de Benjamin Hawes, miembro del parlamento.
Casualmente, uno de sus accionistas —igual te suena su nombre: Jerdan— estaba al tanto de que Lady Blessington sentía debilidad devota hacia la mujer que desapareció de la historia y Lord Glenelg, secretario colonial por entonces.
De hecho, y esto es una suposición mía, aventuraría que el editor le sugirió la idea de la boda. Al fin y al cabo, su mente solía maquinar maquiavelismos utilitarios que le reportasen beneficio. O sea, si su protegida se casaba con Maclean, Forster dispondría de una manipuladora emocional en el salón de la irlandesa, Letitia se libraría de su reputación y él de una amante vieja, aparte de saldar alguna deuda pendiente gracias a su venta.1
«¿Y que es lo que queremos? ¡Riqueza!».
Francesca Carrara, por la autora de Romance and Reality, The Venetian Bracelet, &c. &c.
La cuestión es que plan estuvo a punto de salir mucho mejor de lo esperado. En febrero de 1839, cuatro meses después de que Letitia guindase el piojo, Lord Glenelg cedió su puesto de secretario colonial a Lord Normanby, quien hubiese devuelto el favor de los puffeos de Yes and No a la autora mirando hacia otro lado en África. Ahora, honraría su memoria de otra forma.
Notas
1En sus poemas, Letitia suele equiparar a las mujeres con esclavas y, ocasionalmente, con indias inmoladas en el sati.
De cómo L.E.L. sincronizó el universo sin haberlo planeado
Todas las personas que guardaban una relación con Letitia se echaron a temblar en cuanto sus oídos recogieron la noticia de su muerte, debido a motivos diferentes.
En Cape Coast, por ejemplo, primaron las consecuencias sobre las causas. Es decir, les preocupó más lo que podía pasar que lo que había pasado. Así pues, los empresarios levantaron un muro de silencio alrededor de la fortaleza y convencieron a la más reticente1 para que achantase la lengua.
Algo similar ocurrió en Londres, donde la tendencia general consistió en ponerse la mascarilla de la hipocresía a fin de establecer distanciamiento social entre sus nombres y el de la autora.
Empero, algunos priorizaron las causas sobre las consecuencias; lo cual generaría un soberano lío, aparte de un conflicto moral a quien tenía que esclarecer aquello que había sucedido: Lord Normanby.
Pese al comportamiento, en apariencia, sospechoso de Maclean tras descubrir el cadáver de su esposa,2 la evidencia del ácido prúsico y el argumento de Bulwer convencieron a Lord Normanby de que el resultado de su investigación solo haría más daño a Whittington.
Así que, dio el asunto por zanjado. La sociedad londinense, curtida en el arte protocolario de mirar hacia otro lado, comprendió al instante el significado de su decisión, por lo que activó el código de silencio y buscó nuevos temas de conversación.
De pronto, y en 1840, Emily Bailey volvió a Inglaterra con ganas de hablar.
Notas
1Emily Bailey. Según la versión oficial, el matrimonio no regresó a Londres el 15 de octubre por mor de una discusión que habían mantenido con el capitán del Governor Maclean y decidieron prolongar un año su estancia en Cape Coast en lugar de subir a bordo del siguiente barco.
Según la realidad, los Bailey siquiera bajaron al puerto, y se quedaron porque los empresarios ofrecieron al marido el puesto de supervisor en una plantación; un trabajo muy cómodo, mejor pagado y para el que ni de lejos estaba preparado.
2Ordenó que enterrasen a Letitia de inmediato porque comenzaba la temporada de tormentas y, bueno, no sé si sabes lo que les sucede a los cuerpos muertos sin refrigerar con un clima húmedo y tropical, pero no es agradable. Luego, se marchó a casa de su otra esposa.
Descarta cualquier duda que albergues sobre la implicación de Ellen, quien sabía que su matrimonio carecía de validez en Inglaterra y había aceptado sin problemas la boda de su marido, ya que no afectaba a su acuerdo nupcial. Por tanto, ella, Maclean, los hermanos Forster y la comunidad de empresarios no se arriesgarían a recibir una investigación del Home Office.
¿Y qué les contó?
En esencia, que Maclean pegaba a Letitia; un maltrato más explícito que el que su amiga relataba en las cartas.1
Dicho esto, imagínate el color que tiñó la cara de los hermanos Forster al enterarse de que Emily Bailey había reavivado el interés de la sociedad por algo que había olvidado. O la elongación de sus ojos cuando les comunicaron que Lord Normanby había ordenado al doctor Robert Madden —ferviente abolicionista e íntimo amigo de Lady Blessington— que investigase in situ lo que pasaba en Cape Coast (1841).2
Efectivamente; les sentó muy mal. Y reaccionaron peor.
Notas
1El gobernador, un obseso del control, esperaba que su esposa asumiese el rol doméstico de la mujer burguesa en Cape Coast Castle. Por tanto, cada vez que advertía su negligencia con las labores femeninas, sacaba a relucir la mano militar para disciplinarla.
Letitia mantuvo las apariencias en sus cartas hasta que no pudo más y reveló su maltrato. Lo malo es que lo reveló sin dejar de mantener las apariencias. Me explico: se quejaba de la frialdad de su marido, dramatizaba sucesos inventados o se preguntaba por qué tenía que planchar, limpiar, cocinar y esas cosas cuando los «empleados negros» ya se encargaban de realizar dichas actividades.
Nadie se percató de que esta queja revelaba la práctica de la esclavitud en la fortaleza.
2Además de las declaraciones de Emily Bailey, le habían llegado rumores sobre actividades ilegales en la costa africana.
…pero Emily Bailey dijo otra cosa más
Así es; su testimonio aportó confirmación visual de que Letitia tomaba «medicina de una botella» cada vez que sufría espasmos. O un malestar, como los mareos durante la travesía hacia Cape Coast.
De hecho, cuando Maclean trató de arrebatarle «esa botella» en el barco, ella se volvió histérica y gritó que su vida dependía de «esa medicina» con un nombre popular y otro científico que, ten por seguro, reconocía sin problema alguno.
Tampoco a ti te habrá costado reconocer el serio problema de adicción que padecía la mujer que desapareció de la historia. Pero lo extraño es que Blanchard lo maquillase en una época donde el consumo de estupefacientes, además de ser legal, contaba con el beneplácito moral de la sociedad victoriana.
Por consiguiente, ¿qué secreto tapaba esa mentira realmente?
Como ves, si alguien hubiera investigado la pista de la droga, habría expuesto el submundo de abusos, humillaciones, condiciones de vida y penurias económicas de los escritores —mujeres jóvenes, en particular—, ganado humano para la industria editorial; un modelo de negocio similar al de los empresarios coloniales en la Costa de Oro, asentado sobre los mismos principios que la prostitución —dar placer al cliente— y con un grado de corrupción1 idéntico al de iglesia católica cuando se produjo el cisma protestante.
«¡Venid, comprad! ¡Venid, comprad!».
«Goblin Market», Christina Rossetti.
Notas
1Amiguismo, tráfico de influencias, batallas por las imprentas, monopolios de distribución, imposición de un dogma artístico, excomulgación social…
Y pensarás: «¡Ah! Por esto Letitia desapareció de la historia»
Y te responderé: «Pues, no». Otra escritora, créeme, siquiera habría causado este revuelo. Pero hablamos de una celebridad que, aun lejana de su pico de popularidad, integraba el panteón sagrado de una población que rendía culto a la fama.
Esto mismo, sin eufemismos, significa que L.E.L. era un producto artificial susceptible a las campañas de imagen prefabricadas. O sea, resultaba más sencillo (y barato) sobornar a un escritor en apuros que malgastar tiempo, dinero y esfuerzo en borrar su memoria.1
Porque, de esto, se encargarían…
Notas
1De ese modo, podían exprimir la rentabilidad de la muerta. Jerdan vendió los derechos de Romance and Reality para saldar unas deudas, y Colburn publicó la citada biografía que, aparte de servir de escudo, le reportó un buen dinerillo.
Los hombres que no amaban a la mujer que desapareció de la historia
En 1832, el último rey georgiano se volvió victoriano tras democratizar la representación parlamentaria. Luego, su nieta se encargaría de convertir la moralidad de la clase media en el santo y seña de Inglaterra.
Paralelamente, desde el inicio de la década de 1830, se fundaron varios salones literarios en Londres que, a diferencia de los anteriores, no celebraban sus reuniones en una casa, sino en un club privado que solo admitía hombres1 y donde imperaba el código del silencio sobre lo que allí dentro se decía. O sea, como la masonería.
En uno de ellos, ignoro el día, proclamáronse unos letrudos en letrados de la letradura con mucha pompa y letraduría. Entonces, comenzó el Nuevo Orden Literario, nombre que me he inventado, cuyo objetivo principal consistía en dignificar la figura del escritor, dándole un toque de distinción intelectual, esnobismo refinado y gloria vanidosa a esta ya no noble, sino burguesa profesión.
A tal fin, reemplazaron la silver fork por un cucharón sopero con el que sirvieron al público un caldo de realismo social subjetivo llamado literatura victoriana. Solo que, para que apreciaran el sabor moral y el regusto de la familia,2 el cocinero del nuevo género debía educar el paladar de los lectores, corrompido de Romanticismo y poesía femenina.
Por tanto, escogió a la autora más exaltada, más escandalosa y más famosa del Antiguo Orden Literario, y la ridiculizó sin reparos.
Notas
1El club Garrick no admitió mujeres hasta el 24 de mayo de 2024. Sí, has leído bien el año.
2«¡La historia de siempre! ¡Comprendido! No lleva anillo de boda… ¡Buenas noches!» (Oliver Twist, Dickens, 1837-1839).
Guía práctica de represión cultural
Vale; mira la cita de Pickwick. Si observas la fecha de publicación, comprobarás que precede a la boda de Letitia con el gobernador1 y, por obviedad perogrullesca, a su defunción e investigación posterior.
En principio, esta circunstancia temporal situaría la mofa dentro de la política editorial fraseriana —atizar a la L.E.L. literaria—, de no ser porque se produjo durante la transición de la Regencia a la época victoriana.
Resumiendo; a finales del reinado de Guillermo IV, se inició una campaña brutalmente agresiva para manipular y condicionar el gusto del público a través de la asociación de un género y a sus autoras con la baja calidad, la artificialidad y los estigmas sociales.2 Es decir, los clubes de hombres ya no se reían despectivamente de la mujer intelectual; perseguían su genocidio literario.
A fe que lo lograron. De este modo, L.E.L. pagó el precio del progreso, al igual que otras poetas, víctimas materiales de una victoria materialista que reformaría la sociedad en torno a una idiosincrasia moral de naturaleza utilitarista.
Solo que…
Notas
17 de junio de 1838.
2La novela victoriana recurre a varios arquetipos femeninos como alegoría de los peligros que acechaban a una mujer que no respetase su tendencia natural al autosacrificio (en decimonónico, ceñirse a su rol doméstico).
Entre ellos, destacaré el de la mujer deshonrada, que muere joven, sola y rechazada; el de la mujer que, por creerse igual o mejor que un hombre, aspira a trabajar o a ser famosa, y acaba de prostituta, o el de la mujer que lee obras románticas, a quien el virus de la pasión muta en una persona tóxica antes de volverla demente.
Por lo general, estos perfiles los adoptan personajes secundarios o circunstanciales —ideales para transmitir mensajes subliminales y la idea de jerarquía social mientras los principales enseñan a los lectores el comportamiento aceptado—. Al menos, hasta que Flaubert convirtió a Madame Bovary (1856) en protagonista.
La mujer que reapareció en la historia
En un giro de guion inopinado, los victorianos, que se habían librado de Letitia cuando estaba viva, la devolvieron a primera línea tras su muerte con la biografía. Lo cual me parece hasta cómico, en vista de que encargaron un libro para ocultar la realidad de Inglaterra mientras instauraban la novela realista en la isla.
«Aquí es donde se dobla el tejo cuando se extingue la fuerza y el orgullo del vencedor».
«Follow me!», The Vow of the Peacock, Letitia Elizabeth Landon.
También, irónico. No en balde, Letitia les sacaba una década de ventaja en sus críticas hacia la baja calidad del Romanticismo, la artificialidad de sus personajes (periodista incluido) o los estigmas sociales que le había deparado el culto a la celebridad.
Infaustamente, quienes se encontraban al frente del Nuevo Orden Literario estaban también detrás de las prácticas editoriales que denunciaba. Aunque, bueno, no les preocupaba este asunto. Total, L.E.L. pasaría una larguísima temporada en Ghana…
Claro, ¿quién les iba a decir que el mismo ácido prúsico que sostenía el negocio editorial podía causarle la muerte a una empleada que siquiera figuraba en nómina?
Continuación
En cualquier caso, la investigación de Lord Normanby1 y Richard Madden deparó el inicio de una breve pero hermosa amistad entre el mundo literario londinense y los empresarios esclavistas en África.
Juntos, crearon una nueva identidad a la autora: la L.E.L. rediviva; igual de prefabricada que las anteriores, si bien ningún victoriano criticó su artificialidad. Más que nada, porque utilizaron esta imagen como prueba científica y estereotipo literario para demostrarle al resto de mujeres lo que les sucedería en caso de rehuir su función doméstica.
«Nos gusta y requerimos la verdad — siempre suponiendo y permitiendo que dicha verdad no interfiera con nuestros intereses o nuestras inclinaciones».
Romance and Reality, L.E.L.
Pero, cuando las cosas volvieron a la victoriana tranquilidad, ¡zas!, un segundo giro de guion, más inopinado todavía, llenó de pavor a la sociedad literaria londinense. Porque, en 1850, Jerdan publicó su biografía.2
Acto seguido, se convertiría en el hombre que desapareció de la historia.
Notas
1Entre 1846 y 1852, representó a su país en la embajada de París. Lo sé, lo sé, un dato interesantísimo, pero no me metas prisa, anda, porque he dedicado una cantidad ingente de tiempo al tema de la hipocresía y ahora lo entenderás. ¿Recuerdas cuando aparecieron los rumores sobre la honra de Letitia que nadie se creía? Bueno, Normanby contrató a una institutriz inglesa para que se encargase de la educación de sus hijas en Francia. Se llamaba Ella, y era la hija de Letitia. O sea, en la Regencia se sabían muchas cosas, pero preferían no hablar de ello. En cambio, los victorianos, prefirieron que nadie supiese nada. De ahí, el código de silencio fuera de los salones de hombres. Énfasis en fuera.
2Incapaz de reprimir su ego, el editor se autopuffeó y expuso públicamente una miríada de comportamientos licenciosos que escandalizaron a sus homólogos literarios, que hacían lo mismo que él, pero sin airearlo fuera de los salones literarios.
Sobre Letitia, guardó silencio victoriano —en las cuatrocientas y pico páginas de sus memorias, he contabilizado ocho menciones a la madre de una parte de sus hijos: tres Landons, cinco L.E.L.s, cero Letitias—. Por muy jactancioso que fuera, Jerdan tonto no era.
¿Dónde están las nieves de antaño?
Allá por el siglo XV, Villon compuso una canción —cuyo estribillo intitula este apartado— donde se preguntaba por qué habían desaparecido las grandes mujeres del pasado.
Mentir no mientes al decir que, si la entonásemos en el XIX, los coros responderían que los clubes de hombres derritieron aquesas nieves. Empero, a despecho de su empeño, no borraron su existencia ni Dickens ni sus compañeros,1 como tampoco vieron los hombres en la literatura un privilegio exclusivo de su género.
Aseveren mis palabras estos nombres que sirvo de ejemplo: Mary Shelley, Elizabeth Barrett Browning, Christina Rossetti, las hermanas Brontë y Mary Ann Evans.2
De acuerdo; a excepción de Shelley, las demás pertenecen al Nuevo Orden Literario, donde la L.E.L. rediviva —hipónimo de poetas de la Regencia—, la Vindicación de Wollstonecraft (madre de Shelley) y el Romanticismo2 ofrecían una alternativa a la represión victoriana.
Lo malo es que Letitia amplió su repertorio de personajes a raíz de la publicación de las memorias de Jerdan.
Magro favor le hizo su editor, pues la L.E.L. de la segunda mitad del siglo (lo siento, no se me ha ocurrido un mote mejor) adquirió una identidad3 de autora del montón que causó su desaparición de los recopilatorios poéticos.
Finalmente, Virginia Woolf le daría la puntilla tras considerarla una colaboracionista del suprematismo masculino victoriano y, por tanto, una traidora a la causa femenina. Aparte de una escritora mediocre, por supuesto.
Notas
1No menos cierto es que las minusvaloraron y acosaron, además de denigrarlas, despreciarlas, degradarlas y desdeñar su trabajo. De ahí que Mary Ann Evans emplease un seudónimo masculino (George Eliot) para que la tomasen en serio.
2En 1848, con unos principios mas artísticos que literarios, John Everett Millais, William Holman Hunt y Dante Rossetti (hermano de Christina) formaron la Hermandad Prerrafaelita. ¿Sabes quién no los podía ver, nunca mejor dicho, ni en pintura? En efecto; Dickens.
3Una mezcla de rumores —aún vigentes en Ghana— de los empresarios esclavistas, las falsas verdades de los pesos pesados editoriales y la eliminación absoluta de los vínculos entre Letitia y los victorianos.
John Forster, quien cerca estuvo de haberse casado con Letitia, nunca mencionó su relación con ella, para que te hagas una idea de los detalles sobre la vida de la autora que desaparecieron progresivamente a lo largo del XIX.
Así, concluye el relato de la mujer que desapareció de la historia (III)
En 1821, L.E.L. se presentó al mundo a través de una interrogante. Diecisiete años después, Letitia lo abandonó con un misterio.
El tiempo pasó, cambiamos dos veces de siglo, y Lucasta Miller se ha dejado los cuernos investigando a una persona que eran siete. U ocho. Yo qué sé; he perdido la cuenta ya.
Gracias a su esfuerzo, hemos descubierto a una de las autoras más relevantes e influyentes de principios del XIX, hipócrita y honesta al mismo tiempo, reflejo de una sociedad hechizada por el glamur de la apariencia, que vivía al margen de la realidad y tan industrial que hasta fabricaban celebridades.
Noblesse oblige, pues, a dedicarle estas líneas de reconocimiento.